Buenos Aires es leyenda 2 (2 page)

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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Le preguntamos si no estaba yendo demasiado lejos con sus teorías conspirativas.

—¿Ustedes dicen que exagero? Las palomas mensajeras no las inventé yo. Hubo ejemplares condecorados, no sé si saben.

Le hicimos escuchar el reportaje que le efectuamos a Rodrigo R., el médico forense.

Maquinalmente, Amílcar se llevó la mano a la boca y su cara adquirió un rápido rojizo extremo.

—¡Noooo, qué equivocado que está ese muchacho! Yo lo conocí al hombre, el que murió, se llamaba Pedro, era un viejito que estaba medio chiflado y no tenía a nadie. A veces dormía en la plaza. Quería mucho a las palomas, las quería de verdad, les ponía nombres. Pero el pobre viejo fue la prueba piloto para algo más grande. La bola que se corre es que se lo iban a hacer a De la Rúa. Pero se cayó solito.

Le pedimos el porqué de su apodo «El Señor de las Palomas».

—Yendo a mi experiencia personal, me pasaba horas con las palomas, eran mi descarga a tierra, me gustaba venir a la plaza. Compraba trigo al por mayor. Las tipas ya me conocían y apenas aparecía, venían de todos lados. Si hubieran puesto una cámara viendo desde arriba, la sensación habría sido como si la plaza se manchara de gris, una mega mancha viva y móvil. Se mataban por el morfi. Hasta se me subían a la cabeza, cualquier cosa. Por eso, lo del «Señor de las Palomas».

Amílcar continuó:

—Empecé a desconfiar el primer día que vi a una paloma picotear un pedazo de bife que había caído de una bolsa de residuos. Fue un toque de atención. Después vino lo de Pedrito y dejé de ir.

Nos despedimos de Amílcar y sus gatos, y decidimos recurrir a una persona bien informada acerca del tema. Quién mejor entonces que un miembro de la Sociedad Colombófila Argentina para darnos información sobre estos animalitos.

Hay un mito arraigado que dice que los perros y sus amos se parecen. Podríamos extenderlo al ámbito palomar o colombófilo. Abel T. nos miraba desde sus ojos pequeños pero vivaces y su nariz también pequeña tenía un sobrehueso que le daba realmente una cierta semejanza con sus criaturas.

—La relación entre las palomas y el hombre es de muy larga data. Hay una pintura que representa una suelta de palomas para anunciar la llegada de Ramsés III (3000 A.C.). En la antigüedad, también los chinos se dedicaban a su cría. Hacia el siglo XII y con el reinado del Sultán Nur Eddi, se había organizado un servicio público de comunicaciones por medio de las palomas. El centro era El Cairo, con estaciones en Alejandría o Gaza.

»Una anécdota muy interesante es la del ya acaudalado Nathan Rothschild. Poseía unos importantes palomares entre Londres y Frankfurt. En 1815, se jugó literalmente la fortuna de su casa en la Banca de Londres. Por otro lado, había prestado gran cantidad de plata para las campañas anti-napoleónicas. En esa situación es testigo de la Batalla de Waterloo. Si ganaba Napoleón quedaba arruinado, si no… Cuando el destino de la batalla se estaba decidiendo en contra de Napoleón, Nathan abandonó el campo de batalla antes que nadie. En el camino a Bruselas, soltó una de sus palomas rumbo a Londres, para avisar del resultado. La recibió su secretario enterándose antes que nadie. Cuando al final, Nathan llegó a Londres, ya su secretario tenía todo organizado y el banquero compró acciones en la Bolsa a un precio bajísimo durante horas. Cuando todo el mundo se enteró de la noticia, Rothschild ganó una inmensa fortuna.

Preguntamos cuál era la asociación de las palomas con la paz.

—Es una pregunta que me permite explayarme bastante. Básicamente se debe a que la paloma presta servicio a la humanidad en tiempos de guerra, sobre todo. Los ejemplos son incontables. Una paloma del ejército inglés, la
William of Orange
llevó un mensaje a Inglaterra que permitió salvar a toda una división de ser masacrada por el enemigo, en Holanda. Otra,
Cher Ami
, prestó servicios para el ejército de los Estados Unidos y salvó a un batallón en los bosques de Agonne, Francia. Voló sobre las balas y el fuego, recorriendo con una patita rota 40 kilómetros en 25 minutos para llevar su mensaje al palomar. Este ejemplar se conserva en el Museo de Washington. Así podría seguir todo el día.

Le pedimos que nos comentara algo sobre las competencias.

—Bien, nosotros en la Argentina tenemos tres colombódromos. Uno está en Córdoba, otro en Mar del Plata y uno más en General Roca, provincia de Río Negro. Sé que hay muchas personas que deben pensar que es un hobby, pero hay gente que vive de esto. Conviven con las palomas, prácticamente. Yo ya estoy un poco alejado de las competencias. Pero en su momento, mi familia sabía que había épocas que vivía con ellas. Uno tiene que lograr estar en sintonía con el animal para poder después exigirle. Ser parte de ellos, pero desde una posición de liderazgo, claro.

Cuando le hablamos sobre la leyenda, Abel tensó sus músculos y por un momento pensamos que iba a levantar vuelo desde su mullido sillón.

—Yo les puedo decir que en el ambiente colombófilo se dice de todo. Es parte de la estrategia de competencia también. Siempre se habla de tal y cual cruza para mejorar el rendimiento. Yo tuve un ejemplar una vez que era muy agresivo con sus compañeras de palomar pero tenía un rendimiento superlativo. Tuvimos que sacrificarla porque se pasó de rosca y alteraba todo el orden. Le hicimos una autopsia y descubrimos que tenía un tremendo hematoma en su cerebro, producto de un golpe cuando era pichón, y en teoría eso le producía el desorden.

Veíamos a Abel inquieto, a cada rato se levantaba del sillón. En una de aquellas veces trajo un DVD.

—No sé si deba comentarles esto. El material que van a ver me lo alcanzó un colega mío de Rusia. En mi mano tengo la transcripción porque esta grabación está en ruso. ¿Se acuerdan de Chernobyl? Pasó justo hace veinte años. La explosión de parte de ese reactor contaminó de radiactividad una porción de Ucrania. Oficialmente se dice que hubo 5.000 muertes, pero debido a las diferentes enfermedades producidas por la radiación, otros calculan más de 200.000. Lo que ven en estas imágenes es la ciudad fantasma de Chernobyl ahora. Lo que se plantea en esta grabación es qué pasó con la flora y la fauna que ahí habitaba…

Preguntamos.

—Tuvo mutaciones, todavía no se sabe hasta dónde. ¿Oyeron algo sobre la gripe aviar? Algunos dicen que salió también de ahí. En cuanto a las palomas, se habla de ejemplares que mutaron a una forma… muy extraña.

En el DVD se mostraban deformaciones graves. Tanto en humanos como animales. La cantidad era abrumadora.

—Mi amigo dice que cerca de la frontera con Rusia, una bandada de palomas hambrientas, atacó una casa y mató a dos viejos. Eso pasó unos meses antes de la caída del Muro de Berlín en el 89. Hace poco se filtró la información. La teoría dice que esta variante de mutación ya se expandió en forma global.

Dejamos a Abel y sus palomas radiactivas y fuimos directamente al lugar de los hechos.

La Plaza de los dos Congresos, delimitada por las avenidas Entre Ríos y Rivadavia y las calles Hipólito Yrigoyen y Virrey Ceballos, fue inaugurada como parte de las obras encaradas para el Primer Centenario de la Revolución de Mayo, es decir 1910. El arquitecto que la diseñó fue el francés Carlos Thays.

En la plaza, protagonista de muchos hechos trascendentes a lo largo de su historia, la actividad era la de un día común. No había manifestaciones ni eventos especiales. Sólo gente y palomas, muchísimas.

Casi de inmediato entrevistamos a un muchacho que estaba parado frente a un banco y tenía
feeling
con las palomas. Dijo llamarse José y era una persona muy curiosa, miraba casi todo el tiempo al piso. También ocultaba algo en su mano, tal vez comida, porque había un grupo de cinco palomas que lo seguían en fila, obedientes. Mucha gente les habla a las palomas pero José parecía realmente dialogar con las aves. Cada tanto se tocaba la oreja.

—Me llevo bien con ellas —dijo—, nos entendemos.

Por momentos, José mimetizaba sus movimientos con los de las palomas. Movía la cabeza como ellas. En una ocasión, llevó a su boca lo que pensamos era un cigarrillo pero nos equivocamos. Era una especie de silbato.

Dejamos a José y buscamos otros testimonios.

D
IEGO
D. (paseador de perros): «Les puedo decir que yo me vengo a esta plaza generalmente más a la tarde. Hoy no me quedó otra. Y es por las palomas. Están medio zarpadas. Antes, los perros les chumbaban y listo. Ahora se les animan a los perritos chicos, les hacen frente, vienen en patota».

A
RGENTINO
M. (calesitero): «Yo debo vivir en un frasco, porque al menos por acá, todo está igual. La única macana que tuve es que se me metió una paloma en el mecanismo de la calesita y medio que se me trabó un par de días. Un accidente».

Nos dirigimos hacia el edificio del Congreso propiamente dicho y notamos algo que ahora se hacía evidente: el grupo de palomas que estaba con José nos había seguido a prudente distancia. Seguía en formación de cinco. Una al frente y las demás se encolumnaban detrás. Cuando cruzamos la avenida Entre Ríos pensamos que las habíamos dejado atrás. No. Habían volado y estaban en las escalinatas del Congreso. Buscamos a José pensando que tal vez pudiera tener algo que ver. No lo vimos más.

La construcción original de este enorme edificio estuvo a cargo del arquitecto italiano Víctor Meano. La edificación empezó en 1898 y culminó en 1906 y la idea era coronar simbólicamente la avenida de Mayo. Crear un corredor desde la Casa de Gobierno hasta el Congreso.

No teníamos una clara orientación de lo que estábamos buscando. Hablamos con gente de la planta permanente, de maestranza y casi todos nos mencionaban lo mismo:

—Vienen por el fantasma del Congreso, ¿no?

Por supuesto, conocíamos la historia, suficientemente transitada hasta en medios de comunicación. La leyenda dice que en la Sala de los Pasos Perdidos hay un fantasma. Algunas versiones mencionan a un legislador fallecido en plena tarea, otros a un empleado.

¿Palomas?

O
SCAR
P. (limpieza): «Son bichos muy sucios y hacen nido en cualquier lado. Serán muy lindos, pero hay que limpiarles los regalitos que dejan».

La sorpresa nos la dio un legislador que prefirió mantener su nombre en reserva y que, cuando se enteró de que estábamos en el edificio, nos mandó a llamar por su secretario privado.

El despacho era espacioso pero austero. Algunas fotos familiares y también partidarias. Sobre el escritorio, una pequeña bandera argentina.

—Leí su librito —arrancó diciendo el legislador—. Muy divertido, sobre todo el mito de Felipa
[2]
. Acá tenemos unos cuantos gatos atorrantes. Les aclaro que también pensé que venían por el asunto del fantasma.

—Palomas —dijimos brevemente.

—También tenemos bastantes. Me imagino que les contaron el problema que hay con los nidos. Pero, bueno, no es cuestión de salir a reventarlas, son parte del paisaje urbano y también un símbolo.

—El mito del que hablamos es sobre una conspiración.

El legislador tomó una larga bocanada de aire y su risa fue tan potente que hizo retumbar las paredes del despacho.

—Por favor, señores, ¿qué clase de broma es ésta?

—Tenemos muchos testimonios de un comportamiento anómalo de las aves, inclusive un episodio documentado de un ataque mortal a un ciudadano.

El congresal se puso serio repentinamente:

—¿Me están hablando de un golpe de Estado? —preguntó irónicamente y otra carcajada sonora pareció torcer una de las fotos—. Perdón, les pido perdón pero creo que suena bastante absurdo. Miren, yo trabajo justamente en la Comisión Nacional de Seguridad y les puedo afirmar que no hemos recibido ningún informe que advierta de una invasión palomar. Ahora si me permiten…

El legislador nos acompañó a la puerta y nos saludó rápidamente. Al volverse a meter en su despacho, su gesto amistoso cambió violentamente. Tomó un teléfono y eso fue lo último que vimos porque el secretario nos acompañó amable hacia la salida del sector.

Ya casi era de noche.

Encontramos a las mismas palomas que habíamos dejado antes pero ahora eran dos grupos perfectamente delimitados.

Con las sombras, las palomas parecían cuervos.

Vimos un taxi y lo tomamos sin dudar.

Retiro

Los duendes del Colón

Abre el telón

Obertura

El Teatro Colón ya es una leyenda de por sí. Desde su construcción (demandó casi unos veinte años su finalización) los inconvenientes de todo tipo se multiplicaron sin cesar. Las obras se habían iniciado en 1889 pero problemas técnicos, presupuestarios y hasta políticos demoraban la obra. El arquitecto Francisco Tamburini había iniciado la construcción, pero falleció inesperadamente, por lo cual fue sucedido por su colaborador y colega Víctor Meano, que decidió introducir algunos cambios en la obra original. El arquitecto definía la impronta característica del teatro como basada en el Renacimiento italiano, la sólida distribución alemana y la gracia de la arquitectura francesa. Pero Meano no pudo ver su obra coronada porque falleció en 1904. Finalmente, el teatro fue terminado por el arquitecto belga Jules Dormal, quien nuevamente introdujo cambios acentuando el estilo francés pero dándole la magnificencia de uno neogriego.

Con su inauguración, el 25 de mayo de 1908, Buenos Aires por fin poseía un teatro que iba a rivalizar con los más importantes del mundo.

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