Read Buenos Aires es leyenda 2 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Parecía entusiasmado, como si le fascinara platicar de aquello.
—Bien —le dijimos—, nos comentaba que se conocieron en la Universidad.
—Exacto. Yo abandoné en primer año mientras que El Flaco duró un año más. Yo dejé porque fueron demasiados números para mí, en cambio El Flaco abandonó porque se distraía, se ponía a hacer cuentas que sólo él entendía y se olvidaba que estaba en clase, y las pocas veces que prestaba atención terminaba peleándose con los profesores porque les decía que él había llegado a una solución más «elegante» que la que ellos enseñaban.
Cosme inhaló profundamente y cerró los ojos, como saboreando el aire de la plaza. Largo el aire, abrió los ojos y continuó:
—En la facu intercambiamos direcciones y nos empezamos a visitar, pero nuestra verdadera amistad surgió después de que él dejara la carrera. El Flaco dejó la carrera, pero nunca dejó de hacer cuentas. Un día vino y me dijo «lo saqué». «¿Qué sacaste, Flaco?», le pregunté. «La ecuación del azar», me dijo.
Aquella plazoleta era un lugar solitario. Nadie la había transitado desde que abordáramos a Cosme. El libro de metafísica que había arrojado el hombre seguía tirado en el mismo lugar, el viento lo hojeaba para un lado y para el otro. Cosme fue hasta donde yacía el volumen, lo recogió y volvió a sentarse en el cantero, con la palmera-ombú a su espalda y el libro en el regazo.
—¿Usted sabía a qué se refería su amigo con eso de «la ecuación del azar»? —le preguntamos.
—El Flaco me había hablado muchas veces del azar, que era una ilusión, que no existía, que era todo matemático; o sea que tenía que haber una ecuación que, por ejemplo, sabiendo de qué color fueron los últimos tres autos que pasaron, anticipe de qué color será el próximo.
Cosme hizo un silencio, como dejándonos digerir sus palabras. Entonces continuó:
—Aquel día en que me anunció su descubrimiento me dijo que, según sus cuentas, esa noche salía el once. Y salió nomás, el once a la cabeza en la quiniela nocturna. Hizo lo mismo durante una semana, me confió el número que saldría cada una de las noches. Acertó siempre. Aun así creo que al comienzo él también guardaba ciertas dudas con respecto a su flamante ecuación, porque empezó apostando poca plata. Aquella fue la época en la que se hizo famoso en el barrio. Todos empezaron a llamarlo Fortunato.
—¿Y cuál era su verdadero nombre?
—No puedo decirlo —respondió muy serio Cosme—. ¿O no saben que el nombrar a una persona afortunada trae mala suerte?
Nos quedamos en silencio.
Cosme retomó la historia de su amigo. Se lo notaba ansioso por seguir con su relato.
—Él no quería que se enteraran de su descubrimiento, así que disimulaba diciendo que apostaba la edad de algún familiar suyo o el turno que le había tocado en la farmacia, y que los números salían porque estaba de racha. Cuando la racha se hizo sospechosamente larga, El Flaco comenzó a apostar a números que, sabía, no iban a salir. Pero la gente le dio poca importancia a esto último, se terminaban acordando sólo de las veces que ganaba, como si quisieran que su fortuna no se detuviera, que no se muriera Fortunato. Entonces El Flaco empezó a ganar de nuevo y se le ocurrió lo del gen de la suerte. Bueno, en verdad no se le ocurrió, sino que lo sacó de un libro de ciencia-ficción.
Cosme se quedó pensativo por unos momentos. Temimos que aflorara otro de sus delirios, transformando la justificación que nos había dado en parte de ellos. Pero no, por suerte lo único que hizo fue volver a tomar la palabra. Ya no nos quedaban dudas de que al hombre le gustaba hablar, y sobre todo de Fortunato:
—Puta, ahora me sale
El Señor de los Anillos
, pero no era ese libro. El Flaco sacó la idea de otro… Bueno, la cuestión fue que le empezó a decir a todos que su increíble suerte se debía a un gen que había heredado de su padre. Y lo bueno fue que hubo gente que se lo creyó. El Flaco también terminó creyendo, pero no en esa mentira del gen, sino en el poder de su ecuación, porque al final se decidió, apostó fuerte, ganó una fortuna y se fue a Mar del Plata. Pero no por el Casino, como piensan todos, sino porque siempre le gustó
La Feliz
. Sé que vivió una temporada en la costa, pero cuando la inseguridad fue creciendo, se fue a Europa.
Difícilmente podamos saber cuánto hay de verdad en el relato de Cosme. Lo que sí podemos señalar es que el libro al que hace mención como inspirador de la idea de Fortunato, existe. Es una novela de ciencia-ficción, como bien dijo nuestro entrevistado, del autor norteamericano Larry Niven.
Mundo Anillo
es su título y, entre otras cosas, narra cómo una mujer, gracias a poseer un extraño gen que la hace afortunada, es elegida para integrar la tripulación que viajará al inundo que da nombre al libro.
Antes de abandonar la plazoleta, Cosme nos confesó que hacía mucho tiempo que había dejado de tener contacto con Fortunato o como quiera que fuera su verdadero nombre, pero que su amigo, antes de irse del barrio, le confió la fórmula mágica, la ecuación del azar. Sin embargo, como reza la máxima popular: «Dios le da pan al que no tiene dientes», porque Cosme no estaba para esas cosas, él era, y sigue siendo, un bohemio.
—Soy un
new age
—se describió—. Me gusta el arte abstracto, el cine iraní, y sólo como vegetales. Me encanta aburrirme: en el aburrimiento siento que llego a los dioses, porque son muchas las entidades que gobiernan el destino del mundo. No quiero ensuciarme el alma con dinero fácil. Prefiero ayudar a los demás. Por eso siempre estoy aquí, sentado junto al ombú de las palmeras, esperando a las personas que logren convencerme de que realmente necesitan la ecuación del azar. En estos años he charlado con toda ciase de gente, y sólo hice felices a dos de ellos.
«A afirmaciones extraordinarias, pruebas extraordinarias», sostenía el mítico divulgador científico Carl Sagan. Como respondiendo a esta otra máxima, Cosme nos chistó cuando ya nos habíamos despedido de él y caminábamos hacía una de las franjas de gigantescos árboles que custodiaban la plazoleta. Nos dimos vuelta y alcanzamos a ver cómo el hombre sacaba de uno de los bolsillos de su camisa escocesa lo que parecía ser una simple calculadora de mano. Entonces Cosme la manipuló durante unos treinta segundos y, sin quitarle la vista, se sonrió y dijo en voz alta:
—¡Justo el número favorito del Flaco! ¡Muchachos, esta noche juéguenle al 11!
Uno de los tesoros más preciados en el Universo de «aquello que debe existir pero aún nadie lo ha descubierto» es el sistema que permita, a quien lo aplique, hacerse rico apostando a los juegos de azar. Dicho sistema viene siendo buscado desde que esta clase de juegos vieron la luz, y uno de los blancos más atacados por quienes creen poder encontrarlo es la ruleta. Ya hemos hablado de Charles Wells y de sus inolvidables hazañas en Montecarlo, y también de cómo negó utilizar sistema alguno para concretarlas.
Pero hay historias más recientes de jugadores osados que sí pusieron en práctica diferentes sistemas para ganar en la ruleta. Los autodenominados
Eudaemons
(palabra que en griego identifica a los peores demonios), y el «Trío del Ritz», como lo llamaron algunos, tal vez sean dos de los grupos más interesantes de los que desafiaron a este artilugio del azar.
Ambos utilizaron sistemas basados en la física del movimiento de los cuerpos.
Los primeros, un grupo de ingenieros del Massachusetts Institute of Technology, intentaron saltar la banca de los casinos de Las Vegas. Los datos físicos necesarios, como velocidad de la ruleta y desaceleración de la bola, los hallaban mediante un pequeño dispositivo escondido dentro de un zapato. Por su lado, el segundo grupo, una terna conformada por una mujer húngara y dos hombres serbios, maniobraban, con el mismo fin pero en diferente lugar del mundo (el Hotel Ritz de Londres), un láser dentro de un teléfono celular.
Los
Eudaemons
dieron su golpe en los años setenta, y mientras están los que dicen que se hicieron millonarios, también están los que dicen que lo único que ganaron fue mala reputación en el mundo científico.
Lo del trío internacional del Ritz fue mucho más reciente. Su estrategia, puesta a prueba en 2004, hizo que se alzaran, y aquí no hay dudas, con dos millones de dólares, y, a pesar de que fueron arrestados, nadie pudo quitarles el dinero ganado.
[20]
Pero es el caso de la familia española García-Pelayo el que guardaría mayor relación con lo conseguido, según el relato de Cosme, por Fortunato, pues el sistema que habrían utilizado no necesitaba de artilugios tecnológicos, sino de observación y cuentas.
Dicen que los García-Pelayo simplemente se basaban en la premisa que aseguraba que toda ruleta, por más perfecta que haya sido concebida, conserva impurezas como rozamientos en el mecanismo, desniveles en la mesa, abombamientos, flexibilidad de las placas separadoras, etcétera; las que, tarde o temprano, harán que unos números salgan más que otros. Entonces, durante semanas, miembros de la familia tomaban nota de las bolas salidas en la ruleta elegida y luego, a partir de estas estadísticas, llegaban, comparando porcentajes y probabilidades, a los supuestos números que salían con más frecuencia. ¡Y listo! Los García-Pelayo apostaban a estos números y ganaban la mayoría de las veces. Así, a principio de los noventa, se fueron con los bolsillos llenos no sólo de casinos españoles como el de Madrid, el de Barcelona y el de Canarias, sino que también aplicaron con éxito su técnica en ciudades como Ámsterdam, Australia y hasta Las Vegas.
Volviendo al casino de Mar del Plata, un sistema parecido al de los García-Pelayo habría utilizado un peluquero necochense de apellido Bartolucci que no le perdió pisada a unas ruletas que funcionaban en su Necochea natal y que fueron derivadas al casino de
La Feliz
. El peluquero, jugador experimentado, conocía todas las «fallas» de aquellos cilindros y, una vez en Mar del Plata, habría ganado una fortuna. La leyenda continúa afirmando que la mujer del peluquero le reveló el sistema a la esposa de un ex marino del acorazado alemán
Admiral Graf Spee
, y le hizo ganar a éste y a otros amigos suyos, marinos del mítico barco también, otra fortuna.
¿Habrá utilizado, nuestro Fortunato, algún sistema parecido al que hizo ricos al clan de los Pelayo, al peluquero de Necochea y a los alemanes del
Graf Spee
? ¿Llegó a descubrir algún desperfecto en el bolillero de donde se extraen los números de la quiniela, y sobre la base de ello y a sus matemáticas alcanzó la ecuación que lo convirtió en mito? Hagan sus apuestas.
Aquella noche el sorteo de la quiniela hizo feliz a un puñado de personas, más precisamente a las que habían decidido apostarle al 11.
Nosotros no estuvimos entre ellos.
¿Alguien se detuvo a pensar seriamente qué es Internet? Y no me refiero al aspecto técnico, ni a los detalles de programación, ni a nada de eso. Me formulo simplemente una pregunta tan básica y tan profunda como ésa: ¿qué es Internet?
Pensemos en su alcance: mundial. Miles de millones de personas, todas las que posean una computadora o hasta un teléfono celular de última generación pueden tener acceso a ella.
Pensemos en la variedad de su oferta: inacabable, infinita, de todo para todos. Hay portales deportivos, gastronómicos, médicos, rurales, turísticos, musicales, literarios, etcétera. Podemos pasar de la página oficial de Greenpeace a otra que catalogue arpones para ballenas, de una página que hable de la experiencia de tener sexo en una iglesia a otra con el último mensaje del Papa. Existen sitios que enseñan a hacer nudos marineros con lombrices de tierra, sitios que exhiben fotos de materia fecal, sitios exclusivos para albinos que juegan al polo. De todo para todos. Un universo de información… y de cualquier cosa.
Pensemos ahora en su ubicación, en el lugar del espacio en donde reside: algunos dirán que en la computadora, pero se equivocarán: las computadoras sólo son terminales por las cuales tenemos acceso a Internet, cada monitor funciona como una ventana por la que nos asomamos a la red. Otros dirán, con una sonrisa victoriosa, que Internet se encuentra en el ciberespacio. Pero si somos coherentes, la pregunta que debemos hacerles a continuación a estas personas es: ¿y dónde queda el ciberespacio? Y la única respuesta a esta pregunta es, por ahora, que el ciberespacio queda… en el ciberespacio, o sea en ningún sitio, al menos en ningún sitio de este mundo.
Tenemos entonces que lo que llamamos Internet es un universo ubicado en algún lugar que es ningún lugar, y que desde allí ingresa a nuestro universo con una multitud de tentáculos invisibles que asfixian nuestros cerebros con una oferta infinita de productos virtuales, una tentación por cada hombre que se asome a un monitor de computadora.
¿No es todo esto, al menos, satánico?
Podemos o no estar de acuerdo con el anterior extracto del discurso pronunciado por Sheridan Hansel en las jornadas denominadas «
The final red comunication
», pero debemos aceptar que las palabras del sociólogo no hacen más que reflejar la incertidumbre que se apodera de algunas personas a la hora de darle un cuerpo y un lugar a esa entidad llamada Internet.
Y, entre otras cosas, esa incertidumbre genera miedos, miedos que hacen que mucha gente, cada vez que recibe un mail del tipo «si envías este mensaje a quince personas diferentes se cumplirán tus deseos más osados, pero si no lo haces en diez días sufrirás una gran desgracia», siga al pie de la letra dichas indicaciones y reenvíe el mail a quince o a cuantos correos electrónicos se indique, no vaya a ser cosa que…