Buenos Aires es leyenda 2 (20 page)

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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Después de estas desprolijidades deciden trasladar el cuerpo al exterior. La entierran con un nombre falso en el cementerio de Milán en 1956 y allí permanece quince años más. En el año 1971 le es devuelto a su viudo, exiliado en España. Otra vez, Pedro Ara, el inventor de la momia, está esperando pacientemente. Algunas versiones hablan de tajos y golpes en la estructura pero oficialmente nunca se reconoce. Con el gobierno de Isabel Perón, la ex primera dama retorna al país. Pasa una breve estadía en una capilla ardiente con el de su marido muerto, en la Quinta Presidencial de Olivos, pero después de su entierro, va nuevamente a un depósito. Paradójicamente, el gobierno de facto que destituye a Isabel Perón en el año 76, decide depositar al cadáver en el cementerio de La Recoleta (otra increíble ironía). Y para eso se construye una cámara reforzada a prueba de profanaciones.

El espíritu

Originariamente de la familia de Cornelio Saavedra, el llamado Palacio Unzué, fue adquirido en 1887 por Mariano Unzué, un poderoso ganadero que lo amplió, usándolo de residencia veraniega.

De estilo afrancesado, constaba de una casa principal de dos pisos, edificada en el centro de un amplio parque. El palacio se completaba con garajes, dependencias de servicio, un casino de oficiales y otras viviendas para personal permanente. Se destacaba el jardín, proyectado y realizado por el poeta Rubén Darío. De ese fabuloso jardín sobrevive un enorme gomero que se plantó sobre la calle Austria.

En 1937, el gobierno expropió el Palacio y pasó a manos estatales. A partir de 1943, la residencia fue destinada a uso presidencial. Sitio que fue utilizado por Evita y Juan Perón durante todo su mandato.

La pareja se instaló fundamentalmente en el primer piso, en donde se encontraba el dormitorio principal, el cuarto de huéspedes y demás dependencias.

Después del derrocamiento de Perón, el lugar quedó deshabitado. Se ordenó su demolición en el año 1956. Al año siguiente, se decidió levantar la futura Biblioteca Nacional que reemplazaría a la colapsada de la calle México.

Las obras comenzaron en 1959, durante el gobierno de Arturo Frondizi, presidente elegido democráticamente. Pero tendrían que pasar más de treinta años. Finalmente, en 1992, los libros tuvieron su nueva casa.

A simple vista, esta obra diseñada por los arquitectos Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga de Bullrich, se muestra amenazante. Esta superestructura de hormigón armado se parece más a un soldado que un lugar donde se preserva el conocimiento. Tal vez, la época en que fue elegido por concurso este proyecto, reflejara el sentir del momento.

Después de hacernos eco de la información en ciertos medios del «fantasma de la Biblioteca Nacional» y confirmar que Eva Perón había fallecido en la ex residencia presidencial, ahora Biblioteca Nacional, decidimos investigar. Una empleada de la biblioteca, S
ARA
V. nos estaba esperando para brindarnos su testimonio de los hechos.

Visiblemente nerviosa, hablando en voz baja al estar en la sala de lectura, la pequeña empleada era una catarata de palabras.

—Últimamente estamos muy alterados, hay un clima pesado. Ustedes entiendan, pero les digo esto y no quiero hablar más del tema. Si lo hago, es porque insistieron y no quiero ser descortés. Además, después de que vinieron de la tele la cosa se puso peor. Es como si eso la hubiera enfurecido. Como si hubieran molestado su espíritu.

Quisimos saber concretamente cuál era el «fenómeno».

—Miren, básicamente, los chicos del depósito dicen haber visto un montón de veces el fantasma de una mujer joven y rubia. Al principio no sabían quién podía ser, pero ahora se corre la bola de que es el fantasma de Eva Perón. Pero eso no es nada. Pasan cosas también en la hemeroteca. Ruidos raros, cosas que se caen, diarios y revistas que dan vuelta sus páginas y no hay nada de viento.

Le preguntamos si había una posición por parte de las autoridades al respecto.

—El silencio. Les molesta que se difundan cosas que no tienen que ver con la función de la Biblioteca. Igual, eso no nos importa. Volvernos locos, sí. A un compañero, hace poco, se lo llevaron a un psiquiátrico casi con camisa de fuerza. Estaba muy violento. Insultaba de una manera extraña, con palabras reviejas. A casi todo el que venía a pedir libros lo trataba de «oligarca», «traidor» y cosas por el estilo. También, las computadoras se plantan y cuando las arreglan, no tienen nada. Hay días que tengo tal sensación de angustia que no puedo parar de llorar.

¿Estaríamos ante la maldición de Evita, la misma que supuestamente persiguió a los que guardaban el cuerpo, como el mayor Arandia? ¿O era un caso de psicosis colectiva?

—Es verdad que la gente es muy pedante y quiere todo ya, pero ahora están insoportables. Se deben haber contagiado la mala onda de la Biblioteca.

Fuimos a la hemeroteca pero no obtuvimos resultados. Sara nos había advertido que nadie quería hablar, por las dudas. Incluso nos desalentó de nuestra idea de conseguir una autorización para recorrer el depósito, pero nos fuimos con un dato que nos aportó y que sería valioso:

—Me olvidé de comentarles sobre el perfume. Dicen que cada vez que el fantasma aparece se siente un aroma a perfume, fuerte, muy fuerte.

Con esa consigna llegamos al Museo Evita, en Lafinur al 2700, un lugar en donde se exponen objetos y diferentes documentos relacionados con «La Señora».

Habíamos leído una nota del curador del museo, Gabriel Miremont, en la que señalaba:

Cuando preparo algún vestido de Evita para ser expuesto, siento un perfume, como si su fantasma lo hubiese visitado.

Ante semejante declaración oficial —figurada o no— era imprescindible tener su testimonio. Mientras esperábamos por él, nos detuvimos frente a una vitrina y un cartel que dice: E
VITA ¿DIOS O DEMONIO?
y una división en el medio. De un lado se lee M
ITO BLANCO
y del otro M
ITO NEGRO
.

En el mito blanco se la ve en diferentes ilustraciones con una expresión beatífica, de contemplación espiritual. En el mito negro, destaca entre otras cosas, un ejemplar de
La mujer del látigo. Eva Perón
de Mary Main.

Para nuestra desilusión fuimos atendidos por Beatriz, que dijo ser colaboradora suya, porque el curador estaba de viaje por Europa. Era algo relacionado con el museo. Para no ser abruptos, le solicitamos información general del lugar.

—En la época de Eva, esto era lo que se hacía llamar Hogar de Tránsito. Acá se les daba casa y alimentaba, sobre todo a niños, de bajos recursos, mientras se les buscaba mejorar su situación. Tenemos una amplia colección de vestidos originales de la Primera Dama.

La presencia de Evita era agobiante: fotos, videos, la carta que le escribió Perón en sus días de prisionero en la Isla Martín García. Vestidos de marca u otros diseñados por su modisto personal, Paco Jamandreu o el famoso peinado con trenzas y ese tono rubio, creado por su peluquero Pedro Alcaraz. Palabras en las paredes, discursos, hasta algunos juguetes entregados por la Fundación Evita. Era la ocasión para comentar las declaraciones de su jefe.

Beatriz, que hasta ese momento mantenía una actitud doctoral con sus anteojos algo caídos sobre su nariz y sus manitas enlazadas por la espalda, pareció desinflarse. Después, nos preguntó de dónde éramos, su actitud cambió repentinamente. Le mostramos un copia de la nota firmada por un tal Ferdinando Martins. Y lo admitió. Le preguntamos si el curador había identificado qué perfume era. Después de un largo rato de indecisión nos dijo:

—Vengan, por favor.

Nos llevó a una de las salas y sobre una vitrina vimos claramente un frasco oscuro con la siguiente inscripción:
La Rose
.

Lamentablemente, esa fragancia se había dejado de fabricar.

Faltaba encontrar un sitio que estuviera en pie en el cual Evita hubiera estado. Jugamos nuestra última carta yendo al Instituto Nacional Juan Domingo Perón. Situado en la calle Austria 2593. Abierto en 1997, funciona como biblioteca y centro de Investigaciones.

El comienzo no se nos presentaba auspicioso. El empleado-guardia de la puerta no se caracterizaba por su locuacidad.

—Señor, estamos buscando información sobre Eva Perón.

—Sí, pero la gente no está… ¿Qué buscan?

—Estamos buscando material sobre Eva Perón. Vemos que acá tiene una biblioteca.

—Sí, pero en este horario…

Tanto insistimos, fieles a nuestra costumbre, que el empleado-guardia nos dijo que subiéramos una escalera y al fondo, en una construcción moderna, encontraríamos a alguien. Al llegar, había un joven detrás de un escritorio.

Comenzamos a pedir información general. El empleado se entusiasmó y llamó a una compañera que jamás supimos de dónde apareció. Venía con diarios de la época, recortes. Pronto, vino la primera revelación.

—¿Qué era antes este edificio? —preguntamos.

—Bueno —contestó didácticamente la empleada—, donde estamos ahora era originariamente el garaje en el que Perón guardaba sus autos, los coches que coleccionaba. La casa del frente, por donde ustedes entraron, era parte de la Residencia Presidencial.

—Entonces, ¿eso se salvó de la demolición?

—Más o menos, el edificio donde funciona el Instituto, era una casa lindera a la Residencia pero que se usaba para traer mercadería que donaban.

Esta grata revelación nos motivaba para preguntar acerca de las apariciones. Los empleados tuvieron la misma reacción que Beatriz. Se quedaron callados un instante. La mujer habló primero:

—Lo que yo les puedo decir es que muchísimas veces los teléfonos suenan, y cuando uno levanta el tubo no hay nadie en la línea. Después, a mí me ha pasado de encontrar tirados en el piso varios videos. Lo más cómico es que están en lugares de los que jamás se pueden caer solos, es imposible. Puede ser sugestión. Pero Marcos —refiriéndose a su robusto compañero— tiene algo escalofriante que les podría ser de utilidad.

Dicho esto nos quedamos con Marcos y con una sensación inexplicable de angustia que comenzaba a invadirnos de a poco.

—Además de trabajar acá, soy el casero. Esa noche, venía del gimnasio. Cuando voy a entrar, me avivo de que me había olvidado las llaves. Ya era muy tarde, y el gimnasio también había cerrado. Entonces me trepé por la parte de atrás y seguí por ese pasillo que se ve ahí. Para mi desgracia estaba todo cerrado, di vueltas por todos lados y evidentemente no había forma.

»Como tenía que entrar me dije: bueno, de última, rompo algún vidrio, abro y después lo arreglo. En eso, a esta puerta, la que tienen delante, sí, la blanca, se le destraba el mecanismo, se mueve la manija y queda entreabierta. Me pareció raro pero me metí. Cuando cierro automáticamente la puerta, me quedo de espaldas diciendo: ¿Qué vi? ¿Qué era? ¿Qué me acaba de pasar? Tardé unos segundos en procesar la información de lo que había visto.

—¿Y qué era?

—Una figura femenina, de una mujer joven amortajada. Su cara era súper lisa y el color de su ropa se parecía al de una foto que encontré después. Cuando me volví a dar vuelta no estaba. Obviamente, la busqué por toda la casa pero no había nadie. Y por si fuera poco, había un perfume muy fuerte en el ambiente, como si a alguien se le hubiera roto un frasco. Esa noche no pude dormir.

—¿Y cuándo fue eso más o menos?

—Hace seis años. Pero hay algo más.

—Continuá.

—Me acuerdo muy bien porque era fin de año. Esto habrá sido hace cuatro años. Pero vengan por acá, por favor.

Nuestra sensación de angustia iba y venía. Accedimos por la puerta por donde habíamos ingresado, pero ahora, en vez de alcanzar una escalera para descender a nivel de la calle, giramos a la derecha.

—En esta salita —aclaró— Eva Perón recibía a diferentes personalidades. Este lugar está casi intacto y por esta escalera de madera Perón subía hasta el primer piso, que ahora van a ver.

Caminamos por un pasillo alfombrado hasta detenernos en una puerta de madera.

—Pasen, sin miedo.

Entramos cautelosamente.

—A este lugar se lo llamaba la sala de los espejos. Acá, el general Perón practicaba esgrima, su deporte favorito. También le habían puesto una bolsa para boxear.

Miramos por la ventana e imaginamos a la pareja en esa misma situación. Ese primer piso da a la calle Austria.

—Antes que me pregunten, este lugar funciona como una oficina, hacen estudios históricos.

Tratamos de volver al tema de ese fin de año.

—Era cerca de medianoche y tenía una gente amiga de visita. Por supuesto, no les comenté nada sobre lo que había visto anteriormente.

Volvimos a retroceder y desandamos el pasillo pero esta vez seguimos de largo hasta una pequeña escalera de metal de color blanco.

Bueno, desde donde están ustedes ahora, mi amiga vio una silueta también femenina parada delante de la sala de los espejos. Después de eso, tuve otro incidente hace bastante poco. Fue de día. Había un grupo de gente conocida de otras reparticiones. Eran como las tres de la tarde. En un momento, escucho alguien que dice:
por favooorr
. Lo escuché bien nítido. Pero lo más gracioso es que todos escucharon lo mismo:
por favoorr
. Y cada uno se preguntaba si el otro había sido. Nadie fue.

Al despedirnos de Marcos, confirmamos una presunción que tuvimos en plena entrevista. Ya habíamos notado que el grabador tenía problemas. Se prendía y se apagaba en forma constante. El aparato tenía pilas nuevas. Al querer escuchar la entrevista, comprobamos que poco y nada había quedado registrado. Probamos grabar nuevamente y el aparato funcionaba a la perfección.

El monumento

Aprovechando aún la inercia del primer período, Evita le encarga al escultor italiano León Tommasi que diseñe el monumento más grande del mundo para honrar a sus «queridos descamisados» y, a su vez, servir de mausoleo para ella misma. Recordemos que esto ocurría en 1951, un año antes de su muerte. En diciembre de ese mismo año, el escultor le presentó una maqueta que fue del agrado de la Primera Dama. En una carrera contra la enfermedad, se aprobó por ley del Congreso el 4 de julio de 1952, pocos días antes del deceso de Evita. Se financiaría con fondos propios y aportes populares.

—Yo era alumno de Tommasi —nos comentó A
ARON
B.—. Tenía el atelier en San Isidro y ya había trabajado con otras figuras encargadas por la mujer de Perón. No pude evitar comentarle a León si era bueno que un artista estuviera asociado con una idea política. Me acuerdo como si fuera hoy mismo. Pensé que me tiraría un bloque de mármol por la cabeza. Me puteó en italiano, calabrés, piamontés, en todos los dialectos posibles. Después se calmó un poco y me dijo que el artista se debe a su obra. Tiró todos los papeles que había sobre un tablero de diseño y apareció ante mí el croquis del monumento. Me quedé mudo por varios días. Sería una mole de más de 130 metros. Tommasi hacía formas en el aire como un poseso. «Tan alta como la catedral de Nótre Dame, cuarenta metros más alta que la Estatua de la Libertad», me decía a los gritos con su acento tano. Tendría una base de setenta metros y la estatua de más de sesenta mostrando a un trabajador orgulloso y desafiante.

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