Read Buenos Aires es leyenda 2 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
La entropía política se devoraba todo a su paso y las aspiraciones fueron bajando. En el 53 se discutió reemplazar al gigante por una estatua de Evita en mármol de Carrara. En la base, habría una basílica laica para poder venerarla. En ella, el visitante observaría bajorrelieves de los momentos imborrables en la vida de Evita y el movimiento peronista. Sólo dos años después comenzaron las obras. Ya era demasiado tarde. Con la caída de Perón todo se interrumpió. En el predio comprendido entre la avenida Del Libertador y la calle Tagle yacen enterrados miles de toneladas de hierro y cemento de una obra de características faraónicas. Curiosamente, en frente, se construyó algo que también en su momento fue tildado con idéntico mote: El actual canal 7, la señal estatal de televisión, inaugurada para el controvertido Mundial de fútbol de 1978. Cuatro enormes y fríos cubos son el distintivo básico de esta enorme instalación. Como su prima de cemento, la Biblioteca Nacional, los metros de material no pudieron aislarla de la leyenda.
Algunos la llaman la dama catódica. A pesar de que no pudimos encontrar testimonios muy firmes al respecto, la historia no deja de carecer de interés. La leyenda dice que un ex interventor de la emisora guardaría celosamente una grabación del fantasma de una «mujer joven, delgada, con un vestido blanco y rodete». Según se cuenta, en el momento de la grabación nadie se percató de la presencia. Al procesar lo grabado y en la sala de edición se revela a la «dama», cerca de un decorado, observándolo todo. Una fuente nos citó que se trataría de una toma de la novela televisiva «Rosa de Lejos». No podría reprochársele coherencia al mito. El argumento de la tira era el de una mujer humilde que llega de una provincia y con su decisión y empuje transforma su realidad y logra escalar socialmente y conseguir su felicidad. ¿Suena a algo conocido?
No podíamos terminar esta investigación sin citar el modesto pero concreto monumento erigido, esta vez con más coherencia histórica, en la Plaza Rubén Darío, a metros de la Biblioteca Nacional. Inaugurado en 1999 y diseñado por Ricardo Gianetti, nos muestra una Evita atlética mirando hacia el futuro. Un futuro que, seguramente, la tendrá presente como un ejemplo de humanidad extremo. Y nos referimos a lo humano, con la exacerbación de sus defectos y sus virtudes mortales.
Y su nombre como una gran metáfora.
Eva.
Finito (que tiene fin) e ilimitado son dos adjetivos que la mayoría de nosotros consideraría opuestos. Algo que cumpla con estas dos condiciones se nos antojaría contradictorio, imposible, como si dijéramos que una persona puede ser gorda y flaca a la vez.
Pero desafiando nuestra percepción, los hombres de ciencia nos dicen que existen sistemas que poseen ambos atributos; y lo más asombroso: que hay muchas posibilidades de que la totalidad de nuestro propio Universo conforme uno de esos sistemas, un sistema finito e ilimitado.
Para entenderlo pensemos en nuestro planeta. Hasta donde sabemos podemos pasearnos por su superficie sin el temor de escalar alguna montaña y encontrarnos, detrás de ella, con las tinieblas de la nada, o de navegar un océano y ser arrastrados hacia una catarata que se precipite en el abismo del fin del mundo. La superficie terrestre nunca se termina, sin embargo no es infinita: tarde o temprano la habremos transitado toda y volveremos a lugares que ya hemos visitado, y esto sucede porque se curva en el espacio hasta unirse consigo misma y formar la esfera que todos conocemos. Una esfera finita e ilimitada.
Lo mismo podría aplicarse al Universo, ya que sería posible viajar por él sin llegar nunca a un asteroide con un cartel que rece «Aquí termina el Cosmos». La teoría dice que el Universo también está curvado en una misteriosa dimensión, y que quizá llegue a unirse consigo mismo.
Si no conociéramos la dimensión en la cual se curva la Tierra, no podríamos escapar de ella. Pero por suerte la conocemos.
No podemos decir lo mismo de la dimensión sobre la que se curvaría el Universo, pues escapa a nuestro sentido común. Podemos calcularla pero no percibirla. Y es así como somos prisioneros del Cosmos. Nadie puede escapar de él, nadie puede ver qué hay más allá… si es que hay algo.
¿Y qué tiene que ver todo esto con Parque Chas, un pequeño barrio de nuestra Capital Federal?
Pues que, tal vez, finito e ilimitado, sea la manera más acertada de describirlo. Es que este singular barrio porteño parece funcionar como un Cosmos independiente, con sus propias leyes geométricas y físicas, donde es fácil entrar y muy difícil salir, donde sus calles parecen curvadas en misteriosas dimensiones, como si se tratara de una trampa urbana, de un juego de ingenio, de un Cubo de Rubik para las manos de un gigante.
Finito e ilimitado. Podemos transitar algunos sectores de Parque Chas durante horas sin transponer jamás los límites del barrio, como si éste no tuviera fin. Pero la ilusión se extiende hasta que nos damos cuenta de que no hemos estado haciendo otra cosa más que recorrer las mismas calles una y otra vez.
Los mitos urbanos tampoco parecen poder escapar del laberinto que proponen los senderos de Parque Chas. Historias de aparecidos y desaparecidos, de caminos sin salida, y de personas perdidas, van y vienen por el barrio, desconcertando aún más a los descuidados que entran en su engañosa geometría.
J
OSÉ
M.: «Muchos dicen que los que vivimos en Parque Chas somos gente rara, misteriosa, que sólo nosotros sabemos salir del barrio, y que nos divierte ver perderse a los visitantes. ¿Ustedes me ven raro? ¿No parezco un tipo normal?».
José tiene razón, parece un hombre como cualquier otro… salvo por ese extraño brillo en los ojos. El sol, tiene que ser el sol del atardecer reflejándose en su mirada.
—Todos esos comentarios los hacen —continuó José porque a nosotros nos gusta estar aislados, porque no queremos que metan dentro de nuestras calles limpias y silenciosas ni autos ni colectivos, que lo único que hacen es contaminar y hacer ruido. Los de Parque Chas preferimos caminar.
Hasta ahora los que opinan como José se han salido con la suya: no existe línea de colectivos que pase por la parte más interna del barrio. Y esta realidad ha sido inspiradora de más de una historia.
Como la del colectivo de los muertos.
La historia es sencilla y siniestra: dicen que cierto día, años atrás, un colectivo de la línea 187 que, lleno de pasajeros, transitaba por la calle Bucarelli, ubicada dentro de Parque Chas, tuvo que desviarse hacia el corazón mismo del barrio, ya que parte de la calle estaba cerrada por reparaciones. Así lo hizo y, una vez adentro, se perdió. Su conductor dio vueltas y vueltas tratando de encontrar la salida. Pasó tanto tiempo que la gente en el interior del vehículo se fue muriendo de sed y de hambre. Aseguran que aún hoy el colectivo continúa yendo y viniendo por las calles de Parque Chas, con todos sus pasajeros muertos, cadáveres que todavía buscan, con sus cuencas vacías, a través de las ventanillas, una calle, un desvío que los lleve fuera del barrio.
José conocía la historia.
—Sí —nos dijo—, es como el cuco de Parque Chas. Algunas madres usan el cuento con sus hijos. Les dicen que si no hacen tal cosa los viene a buscar el colectivo de los muertos.
Evitando entrar en detalles con respecto a muertos-vivos, podemos apreciar cómo el relato recurre a la lógica cuando le conviene, algo muy común en esta clase de fábulas. Vean si no cómo los pasajeros mueren de sed y de hambre, respetando las leyes biológicas; mientras que, por otro lado, el colectivo circula sin detenerse hasta nuestros días, desoyendo las leyes de la física y la química que indican que su tanque de combustible debió haberse vaciado hace ya mucho tiempo.
Aun así, el mito tiene su anclaje en la realidad: la última línea de colectivos que se atrevió a incluir parte de su recorrido dentro de la «zona geométricamente peligrosa» de Parque Chas fue la 187. Cruzaba el barrio, como bien dice la historia del colectivo de los muertos, por la calle Bucarelli. Pasaron ya unos veinte años de la quiebra de la línea 187; aunque algunos dicen, agrandando la leyenda, que la línea no quebró, sino que todos sus vehículos fueron desapareciendo, uno a uno, dentro de Parque Chas.
Esta última versión quizás esté relacionada con esta otra historia barrial que incluye como protagonista al mismo medio de transporte. Se trata de un cuento del escritor Hernán Torrado, inspirado también en la desaparecida línea de colectivos. Dicha inspiración salta a la vista desde el simple y directo título que lleva la narración: «Línea 187».
En el relato se dan claros datos de la línea y se anticipa su triste final:
Sin embargo, la línea 187 penetraba en el barrio. En un principio era el 9. Después tuvo el número 107, pero, como ya había otros que usaban esa cifra los directivos desistieron de su propósito y adoptaron el mitológico 187, que iba desde Chacarita hasta José L. Suárez. Los propietarios eran los mismos que los de la 127.
Destino funesto el de esta línea cuyo fin estaba marcado por los dioses aun antes de que planificara su existencia.
Más adelante aparece el fragmento que, como dijimos, estaría relacionado con la versión de los vehículos esfumados misteriosamente:
Los dueños no encontraron quién les confeccionara nuevos mapas y, como los originales se habían perdido en 1957, al poco tiempo todos los coches estaban extraviados en el barrio. Sólo se volvió a ver a un chofer con su pasaje que, cuando al coche se le acabó el gas oil, lograron alcanzar a pie, y muy a duras penas, la avenida de los Incas. Se salvaron después de meses de peregrinar.
También se nombra una vieja leyenda que señala la existencia de una de las entradas al Infierno en el interior del mismo barrio. Y uno de los internos de la 187 conduciría a ella:
Dicen que el mismísimo Bel Zebuth solía captar adeptos en un ómnibus de esta línea, el interno 666. Quienes tomaban ese colectivo sólo sacaban pasaje de ida para el averno y nunca más se los volvía a ver.
Aún después de la extraña pérdida de la línea, hay testigos que afirman haber visto al coche 666 subiendo a los últimos despistados, que no tenían noticias sobre la extraña desaparición de los 187 y todavía esperaban ilusionados el colectivo.
Lo interesante no es sólo la relación entre rumor y relato que ya marcamos, sino que hay personas que aseguran que muchos de los detalles del cuento de Hernán no pertenecen al mundo de la ficción, sino que están basados en datos reales.
No es el caso de J
OSÉ
M., que no conocía el cuento, aunque afirmó haber escuchado algo acerca de una puerta al Infierno.
—Hay muchas historias en el barrio —agregó además Hay una acerca de un taxi que está muy buena pero que nunca me la acuerdo porque es un poco complicada.
Dicho esto se despidió y se internó en el entramado magnífico de Parque Chas. Antes de perderse en un callejón, se dio media vuelta y nos miró como saludándonos por última vez. Creímos percibir aquel extraño brillo en su mirada, aunque a decir verdad estaba lejos y podía tratarse de una simple impresión. Hacía ya media hora que el sol se había hundido en el horizonte.
Nosotros creíamos conocer la historia del taxi a la que se había referido José, era una de las razones por las que habíamos venido al barrio.
La historia nos había llegado a través de una inadvertida crónica de los años setenta firmada por un tal Triste Pegaso, en apariencia un pseudónimo.
En dicho documento el cronista transcribe el relato, en forma de cuento en tercera persona, desde otra fuente que sólo menciona como un «apunte anónimo». Triste Pegaso aclara que la transcripción no es idéntica palabra por palabra, sino más bien, una versión libre basada en la original. Nosotros diremos que esta versión libre era bastante confusa (nunca sabremos si su original también lo fue), obligándonos a hacer nuestra propia versión libre tratando de rescatar la esencia de la historia.
La narración comienza haciendo hincapié en que casi no se ven taxis dentro del corazón de Parque Chas, que la mayoría de ellos lo evitan. Pero no habría historia sin un valiente conductor que desafiara a aquel laberinto. El valiente conductor hace su aparición, y, como todos sospechamos, se pierde. Luego de ir y venir desorientado durante algunas horas desemboca en la calle Berlín, una de las más interiores del barrio. Toma por Berlín, girando a la derecha, y lo primero que ve delante de él es una plaza…
[…] entonces sintió una frenada y un golpe en la parte trasera del vehículo: otro taxi, perdido como él seguramente, lo había embestido desde atrás. En otro momento se hubiera bajado y hubiera discutido. Pero ni siquiera se detuvo, sino que siguió en marcha lenta. No estaba de ánimo, sólo quería salir de aquel pandemónium. Además el golpe no había sido tan fuerte, no podía haber sufrido más que unos rasguños.
El espejo retrovisor le reveló que el otro taxi sí se había detenido. También alcanzó a ver cómo el atolondrado que lo manejaba descendía del auto. La silueta de aquel conductor, un tanto difusa en el espejo que no dejaba de temblar, pareció detenerse luego de dar unos pasos. Quizás el hombre había descubierto, como él había supuesto ya, que no valía la pena discutir por aquello.
Decidió continuar su marcha, sin desviarse. «Si sigo una misma calle —se dijo—, tarde o temprano tengo que terminar fuera del barrio».
Así fue que continuó por Berlín, y continuó, y continuó, hasta que sospechó que ya debía haber traspasado los límites de Parque Chas. Entonces fue que sucedió: de repente, delante de él, desde la calle lateral que estaba por cruzar, apareció otro taxi y tomó Berlín. Él clavó los frenos para no chocarlo, pero no pudo evitar el contacto. La trompa de su taxi dio contra el baúl del tarado ese. Dos choques en un rato era demasiado. Este tipo sí que lo iba a escuchar. Se bajó del auto y dio unos pasos hacia el otro taxi. El tarado además de tarado era cobarde: no sólo no se había bajado del auto, sino que no paraba su marcha, pretendía escaparse. Cuando se disponía a correr para, al menos, descargar su bronca abollándole el baúl de un trompazo, se paró en seco.
No todos recuerdan el número de patente de su vehículo. Él sí. Le había tocado un número fácil de recordar, una cifra capicúa, la misma que se alejaba ahora colgada de la parte trasera del taxi de aquel tarado.
Pensó en una casualidad, en la posibilidad de que dos taxis con la misma patente coincidieran en la misma calle… Entonces miró a su alrededor y entendió. Ahí estaba la plaza, la misma plaza que había visto al tomar aquella calle. Había regresado al comienzo de Berlín, o mejor dicho, al mismo lugar por donde él había ingresado a Berlín.
Pero no se trataba de un retorno físico solamente, sino también temporal, pues había llegado al mismo lugar en el mismo momento en que… ¡él mismo tomaba la calle! ¡Justo a tiempo para chocar su propio taxi!