Buenos Aires es leyenda 2 (22 page)

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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Digamos que la fábula del eterno retorno del taxi perdido tiene su basamento en que Berlín es una calle circular, una serpiente que se muerde la cola, un
ourobouros
urbano. Cualquiera que la tome y pretenda transitarla hasta donde termina, andará y andará eternamente. Es que Berlín, como dijimos al principio, no es infinita pero es ilimitada. Lo extraño es que el taxista de la historia no lo supiera. Con tener un plano más o menos detallado de la Capital Federal hubiera evitado la paradoja.

Cabe señalar que el mítico Jorge L. Borges, en su libro
Evaristo Carriego
, ya se había referido al diferente transcurrir del tiempo en Parque Chas:

Yo no he sentido el liviano tiempo en Granada, a la sombra de torres cientos de veces más antiguas que las higueras, y sí en Pampa y Triunvirato; inspirado lugar de tejas anglizantes ahora, de hornos humosos de ladrillos hace tres años, de potreros caóticos hace cinco. El tiempo […] es de más imprudente circulación en estas repúblicas. Los jóvenes, a su pesar, lo sienten. Aquí somos del mismo tiempo que el tiempo, somos hermanos de él.

La esquina de La Pampa y Triunvirato se encuentra cerca del corazón del barrio, a cuatro cuadras de la rotonda perfecta llamada Berlín.

Algunos hasta señalan este fragmento como uno de los posibles orígenes de la fábula del «apunte anónimo» transcripto por Triste Pegaso.

Ahora bien, si nos atenemos estrictamente a lo que dice el relato, el taxi tuvo que haber llegado a Berlín desde la calle Ávalos, ya que de esa manera quedaría, al doblar a la derecha, frente a la plaza Capitán Domingo Fidel Sarmiento.

Teniendo esto en cuenta, algunos dicen que la loma de burro que se encuentra sobre Berlín apenas empieza la plaza, fue colocada como precaución luego del accidente de los taxis (o deberíamos decir del taxi contra sí mismo). Y no sólo eso, sino que aseguran que los obreros que repararon la calle en el lugar del accidente, no se atrevieron a renovar el asfalto en el sitio exacto del choque, como si se tratara de tierra santa. Prueba de ello sería un cuadrado dibujado por la brea, justo antes de la loma de burro, en cuyo interior el asfalto parece ser más antiguo, más pálido.

También hay quienes confunden esta historia hecha mito con la del colectivo de los muertos, y dicen que el taxi nunca escapó de Parque Chas, que aún hoy uno puede cruzárselo manejado por un conductor que murió hace mucho tiempo ya.

De un taxi manejado por un muerto a un taxi manejado por la Muerte hay poca distancia lingüística, distancia que el de boca en boca puede salvar sin ningún inconveniente.

¿Estarán relacionados este costado del mito del taxi de Parque Chas con la leyenda del taxi del cercano cementerio de Chacarita?
[31]

Hay una tercera historia, un tercer mito que sorprende a quienes tienen el coraje de internarse en tan fabuloso barrio, y como no podía ser de otra manera, es la historia de un hombre perdido. Quizá sea ésta la más sencilla de las tres leyendas urbanas, sin embargo sus consecuencias son las más trascendentes.

Nadie sabe de dónde vino ni cuándo llegó a Parque Chas, pero dicen que hace años deambula un hombre perdido que, cuando tiene hambre o sed, golpea en alguna casa pidiendo un plato de comida o un vaso de agua. La leyenda asegura que aquella persona que no se solidarice con el hombre caerá en desgracia hasta que éste no encuentre la salida.

No son pocas las personas del barrio que creen en la advertencia, es por eso que algunos linyeras aprovechan el mito y golpean en las casas de Parque Chas sabiendo que recibirán algo a cambio.

C
ATALINA
O. (vecina de Parque Chas): «Miren, brujas no existen, pero que las hay, las hay. No soy tonta, ya sé que la mayoría de los que dicen ser el tipo perdido son farsantes, pero yo por las dudas les doy un sanguchito y un vaso de soda, y me quedo tranquila».

Comenzábamos esta última parte del capítulo diciendo «nadie sabe de dónde vino ni cuándo llegó», refiriéndonos al personaje del mito; pero nunca se puede estar seguro de algo así cuando son porteños los que tenemos enfrente. Siempre habrá alguno que sabe algo, o dirá saberlo, que para el espíritu de este libro es lo mismo. Es que así es el alma del porteño, él no puede quedar afuera, él tiene que participar en el asunto, tiene que tener, al menos, un comentario que hacer.

E
SQUIVEL
F., otro vecino del barrio, fue quien salvó el honor del buen porteño. Y digamos que sus palabras son más que interesantes:

—Todo empezó con Isidoro Pueyrredón, hace ya unos treinta años. El pobre Isidoro vivía en Villa Urquiza, a unas quince cuadras de nuestro barrio. A él le encantaba Parque Chas. Lo habían jubilado joven a Isidoro, porque el suyo había sido un trabajo insalubre; así que para no aburrirse se venía caminando, todos los días, desde Villa Urquiza. Llegaba acá, paseaba por las calles más internas de Parque Chas, y después se volvía a su casa. Él siempre decía que su paseo era como un viaje a Europa.
[32]
En nuestro barrio era muy conocido, lo saludábamos todos al pobre, y digo pobre porque a los setenta le agarró el mal de Alzheimer. Pero Isidoro era testarudo y a pesar de la enfermedad siguió con sus caminatas. Entonces comenzó a ser común encontrarlo perdido. Y pensar que antes de que ese mal lo jodiera conocía el barrio como la palma de su mano. En sus últimos paseos, antes que lo encerrasen en el geriátrico, llegó a golpear puertas pidiendo ayuda, diciendo que ni siquiera se acordaba cómo había llegado hasta allí. No pasó mucho y empezaron con ese cuento del hombre perdido. El que lo inventó se basa en Isidoro, no tengo dudas.

Como ya dijimos, son interesantes las palabras de Esquivel, ya que no hacen más que repasar uno de los mecanismos que más habitualmente encontramos involucrado en el nacimiento de una leyenda urbana: el de boca en boca transformando un hecho real en un relato fantástico.

Una vez más ciertas personas vuelven a mezclar las historias, o a «sintonizarlas» según el término utilizado por algunos investigadores, algo muy común en una zona donde circulan tantas.

Así como están los que dicen que el hombre perdido de nuestra última historia era uno de los pasajeros del colectivo de los muertos, el único que decidió bajar del vehículo antes de morir de inanición; están, a su vez, los que aseguran que el hombre perdido y el taxista son una sola persona, y que al descomponerse su auto luego de chocar consigo mismo trató de salir del barrio por sus propios medios. Y es así como hoy continúa buscando el final de la calle Berlín.

Si bien cada una de estas leyendas urbanas y, como éstas, otras muchas historias, tienen su origen particular, compartirían un origen general, y éste consiste en la supuesta y simple realidad de que la gente se pierde en Parque Chas.

¿Es normal que tanta gente se pierda dentro de un mismo barrio por más intrincado que sea el dibujo de sus calles? ¿Parque Chas no esconderá algo más entre sus rotondas y pasajes?

Buscando paralelismos fuera del universo sobrenatural podemos comparar lo que ocurre en Parque Chas con un fenómeno que se produce en ciertas calles o autopistas de pendiente pronunciada en diferentes lugares del mundo. En dichos caminos si uno apaga el motor del auto y retira todos sus frenos será testigo de algo increíble: el auto, en vez de descender lentamente la pendiente merced a la fuerza de gravedad, ¡la sube!

El milagro es aparente. Se trata de una simple ilusión creada por la geometría del lugar. Es una cuestión de puntos de referencia con respecto al paisaje que rodea a la pendiente, pues es el mismo paisaje el que está inclinado, y el auto, en realidad, está descendiendo y no ascendiendo.

¿Confundirán con algún juego de perspectiva similar las singulares calles de Parque Chas a aquellos que las transitan? ¿Será la geometría sin igual del barrio hacedora de ilusiones que desconciertan a peatones y conductores?

En
Cantor de tango
, Tomás Eloy Martínez deja bien en claro que algo de esto sucede en el barrio:

Las casas estaban una al lado de la otra, sin espacios de separación, pero los arquitectos se habían ingeniado para que las líneas rectas parecieran curvas, o al revés […] más de una casa llevaba el mismo número, digamos el 184, y en varias creí observar las mismas cortinas y el mismo perro asomando el hocico por la ventana […] Tuve la sensación de que, cuanto más andaba, más se alargaba la acera, como si estuviera moviéndome sobre una cinta sin fin.

El barrio se despidió de nosotros a través de la voz de otra de sus habitantes, M
ACARENA
G.:

—De chica mi abuela solía contarme que Dios hizo el mundo cosiendo telas, y que todos los pliegos sueltos confluían en Parque Chas, y que la única manera de unirlos y que quedara relativamente prolijo, era coserlos saliéndose del patrón que venía respetando. Por eso, decía ella, Parque Chas no se parece a ningún barrio, ni de Argentina ni del mundo.

El carácter sencillo e inocente de la fábula contada por Macarena contrastaba con el perturbador brillo que creíamos adivinar en sus ojos.

—En el barrio hay un montón de estos cuentos hermosos —continuó Macarena—. Vengan, entren, sin miedo. No crean en todas esas pavadas que se dicen de nosotros.

Si no fuera por lo encapotado que estaba el cielo, hubiéramos pensado que aquel brillo siniestro era tan sólo el sol del atardecer reflejándose en sus ojos.

No aceptamos la invitación de Macarena, ya bastante habíamos caminado por aquel dédalo de granito.

Nos fuimos pensando en cómo definir a Parque Chas en pocas palabras: ¿El triángulo de las Bermudas de los barrios porteños? ¿El equivalente urbano a un agujero negro espacial, en donde todo lo que entra ya nunca puede salir? Nos seguía gustando eso de finito e ilimitado. Pero entonces una vez más Tomás Eloy Martínez y su
Cantor de tango
acudieron en nuestro auxilio; si bien no con una definición, lo hicieron con las palabras que, tal vez, mejor pintan al barrio:

Cientos de personas se han perdido en las calles engañosas de Parque Chas, donde parece estar situado el intersticio que divide la realidad de las ficciones de Buenos Aires.

P
ARTE
V
Desde el buzón de mitos
Villa Crespo

El dragón de Villa Crespo

La historia de este mito empieza con un mail recibido un tiempo después de la salida de nuestro primer volumen. El mensaje era tan enigmático como sencillo:

T
ODO
es cierto. Hay que decirlo de una vez.

Y firmaba, un tal L
ICENCIADO
C
LAUDIO
P
ÁLEKA
.

Tratamos de ponernos en contacto con el licenciado y nos citamos en un bar. Cuando entramos, esperábamos encontrar a un hombre de traje y corbata, de pelo engominado. Preguntamos en la barra. El empleado nos señaló a alguien en una mesa, cerca de la ventana. Tal vez no entendíamos las señas pero su dedo apuntaba a un ¿cura?

Nos acercamos.

—¿Licenciado Páleka?

—También. ¿Qué? ¿Se sorprenden? ¿O acaso los religiosos no tienen derecho al estudio? Me presento. Soy monseñor Claudio Páleka. Y los cité porque me interesó su libro. Pero a su vez me molestó.

Por un segundo nos preguntamos cómo debía ser un cura: de pelo enrulado y vestido discretamente, sólo una enorme cruz de aspecto Celta y su distintivo o solideo, que lo acreditaban como tal.

La intriga nos estaba matando.

—Me parece incorrecto dejar tantas dudas con respecto a las historias que cuentan —continuó—. Si no están seguros, no digan nada. De lo contrario…

Le recordamos cuál era el espíritu de nuestro trabajo. El «libre albedrío» del lector ante todo.

Páleka se tocó una barba amarillenta por el tabaco (¿un cura fumador?, otra rareza) y meditó unos instantes.

—Esto les tiene que quedar claro a ustedes. Todo, y cuando digo
todo
lo hago en el más amplio sentido de la palabra, es cierto. ¿A qué me refiero? Cualquier invención de la mente no es creación sino recreación.

—¿Los vampiros, por ejemplo? —preguntamos, tanteando a nuestro interlocutor.

—Sin ninguna duda, y Bram Stoker no inventó a Drácula. Él se basó en relatos anteriores de Europa Oriental. Además, indudablemente tenía talento.

—En un segundo mail nos comentó que tenía historias «ciertas» para contarnos.

—Así es. Y no los cité en este lugar por casualidad, de hecho nada es casualidad. Todo forma parte de una sincronicidad, como diría el amigo Jung.

—¿Leyó a Jung?

—¿Está mal? Dios no condena el conocimiento sino la soberbia que conlleva para algunos su mal uso. Bien. Esta «experiencia» me ocurrió a principios de los años ochenta. Todavía estábamos en plena dictadura militar y la información, digamos, no fluía correctamente. Cuando la persona que me solicitaba me describió la situación, tenía el aspecto de algún tipo de posesión, pero no concentrada en una persona sino en el ambiente, más precisamente en su casa.

—¿Existen realmente las posesiones?

—A ver, en la mayoría de los casos los mando al psicólogo, pero en una mínima porción… Los estragos que produce el mal son devastadores, se los aseguro. Continúo. La casa se encuentra muy cerca de acá, en Canning (Scalabrini Ortiz) y Córdoba. Tengo entendido que está casi deshabitada pero en esa época estaba en muy buenas condiciones. Cuando llegué, la mujer —Mabel se llamaba— estaba envuelta en llantos, la mirada perdida. Y no era para menos. Daba la sensación de que una mano gigante le hubiera sacudido la casa. Espejos rajados, adornos hechos añicos. Hasta el parqué estaba partido. Por supuesto, le pregunté si la había visto un arquitecto y Mabel dijo que sí, y que el arquitecto no encontraba ninguna falla estructural. Obviamente, la zona no es sísmica en absoluto y no había ninguna excavación cercana. Realicé entonces una tarea de «limpieza» espiritual yendo ambiente por ambiente y después confortando a la inquilina. A los días me llamó, desesperada. No podía entender casi nada de lo que me decía. Recuerdo sólo algunas de sus palabras: «Viene de abajo. Tengo mucho miedo. Padre, venga rápido».

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