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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda 2 (17 page)

Canto Tercero

Qué mejor lugar que la sede de la Masonería Argentina, ubicada en la calle Juan Domingo Perón al 1200 para averiguar sobre el tema. El edificio tiene una biblioteca, la Joaquín Y. González.

Después de pasar más de tres veces —la biblioteca tiene un horario muy reducido— logramos acceder a ella.

Esa tarde, el tránsito por esa calle era particularmente pesado. Un piquete a pocas cuadras desviaba los vehículos por Perón y una progresiva orquesta desafinada de bocinas y nervios iban y venían por el asfalto.

Alguien nos abrió la amplísima y pesada puerta, y apenas se cerró nos pareció entrar en otra dimensión. Una dimensión de silencio.

Adaptándonos a la penumbra pudimos ver a la persona que nos había abierto. Era un hombre de mediana edad y de riguroso traje.

Hizo un ademán indicándonos el camino hacia la biblioteca. Allí había más luz, una tenue luz amarilla que iluminaba una generosa cantidad de volúmenes.

El hombre se sentó delicadamente detrás de un escritorio y nosotros hicimos lo mismo (había dos sillas).

—¿Qué necesitan? —preguntó en voz baja.

Le comentamos, también en voz baja, qué buscábamos.

—¿No serán periodistas? —preguntó elevando un poco más la voz—. No nos interesa la publicidad, no porque sea mala, sino porque el periodismo deforma todo. Nosotros tenemos una rica historia en nuestro país y no nos gusta que sea pisoteada.

Le aclaramos que no éramos periodistas sino recopiladores de historias.

El hombre se arrellanó en su silla y se arregló la corbata:

—No son los primeros que vienen a preguntar. Últimamente se acercó mucha gente, incluso del Gobierno de la Ciudad. Tengo entendido que están haciendo refacciones en el edificio. A todos les explicamos, y ahora les explico a ustedes, que nosotros no tenemos nada que ver con ese emprendimiento. La
Fede Santa
no tuvo ni tiene contacto con nosotros.

Le comentamos la historia del
Calabria
y la teoría de que Dante descansa verdaderamente en el Barolo.

El hombre pareció dar un leve respingo y cerró involuntariamente los párpados pero contestó rápidamente, siempre en voz baja:

—Un disparate, un verdadero disparate. Les quiero aclarar cuáles son algunos fines de nuestra noble causa. La misma causa que guio al general San Martín, la misma que ofrendó la vida de hombres como los doctores Roque Pérez y Manuel Argerich en la época de la fiebre amarilla y podría seguir indefinidamente. No somos magos, eso es basura. La masonería no es una religión. Deseamos el bien común y estimulamos la reflexión.

—¿Por eso habla tan bajo? —le disparamos.

—Efectivamente —dijo tomando una profunda bocanada de aire—, el silencio estimula la reflexión.

—No le parece un poco ingenuo que…

—No sea intolerante y déjeme terminar el concepto. Además, hoy es jueves y estamos en Asamblea.

Para cambiar de tema lo interrogamos acerca del material de la biblioteca. Libros de ciencias en general. Nada «raro», según sus palabras.

El masón dio por concluida la charla cuando se levantó de su asiento.

Nos condujo otra vez hacia la salida pero antes de abrirnos la puerta nos dio un dato.

—¿Conocen el bar
36 Billares
? Busquen al señor Horacio. Un personaje muy pintoresco. Él tiene muchas historias.

Nos dio la mano y nos sonrió por primera vez.

—Pueden venir cuando gusten —dijo finalmente.

Salimos y el ruido de la ciudad nos golpeó en la cara. El ruido y un cúmulo de dudas.

Canto Cuarto

El
36 Billares
es un muy tradicional bar de la zona. Esta confitería-monumento histórico data de 1894 y mantiene un cálido estilo en madera en avenida de Mayo al 1300. Su nombre se lo dan justamente las 36 mesas de billar y pool que se encuentran entre su planta baja y su subsuelo.

Corroboramos que Horacio existía. Era algo así como una institución. Un gran jugador de pool, entre otras cosas.

A través del personal del bar concertamos una entrevista.

Esa tarde de viernes, lluviosa, pesada, iba a ser una tarde de revelaciones.

Una moza nos llevó hasta el subsuelo. Horacio estaba en plena partida.

—¿Ustedes son los que buscan cosas sobre el Barolo? —preguntó ese hombre canoso, bastante obeso y de voz ronca, mientras le ponía un poco de tiza al taco.

Asentimos.

—Saber es como jugar, muchachos, y no hablo de leer libros sólo, sabiduría de la vida. Hay que observar, ser curioso, preguntar y para saber hay que ser humilde. ¿Ustedes se preguntarán, por ejemplo, cómo voy a meter la negra entre tantas bolas rayada? Observen.

Horacio se apoyó suavemente sobre una de las bandas, probó con su taco e hizo un par de ensayos. Aguantó la respiración y tiró. La bola blanca hizo una comba pasando entre las tres rayadas que, como minas a punto de explotar, regaban el paño, e impactó en la negra. El impulso parecía muy violento y daba la sensación de que esa bola se pasaría. Pero no. Rozó una de las rayadas y al corregir la trayectoria y el impulso, fue a una de las troneras. Hasta sus rivales lo aplaudieron. Después de darse la mano y unos pesos —habían apostado dinero—, Horacio nos invitó a jugar. Después de ver semejante demostración, preferimos pasar.

—Igual, vamos a jugar.

Dispersó las bolas por el paño.

Al principio era el caos, muchachos. Pero ahora juntamos las bolas y les ponemos el triángulo. Tenemos más orden. Por supuesto, si les saco el triángulo y les doy con la blanca, hay caos de vuelta. Pero es un caos que voy reduciendo yo siempre o casi siempre, je, je, je.

No sabíamos a dónde quería llegar.

—Bien, ahora están todas juntas. Voy a sacar todas menos tres. Voy a dejar una en cada esquina. Saco el triángulo. ¿Qué ven?

—Tres bolas equidistantes.

—¿Nada más? Observen. Les doy una ayuda. Si trazamos dos líneas, tenemos algo.

—Una cruz.

—Bien. ¿Y en qué hemisferio estamos?

—Sur.

—Por lo tanto tenemos…

—La Cruz del Sur.

—¿No querían saber por el Barolo?

Seguíamos sin entender.

Horacio guardó su taco en un estuche y tomó una bolsa que estaba a un costado y nos pidió que subiéramos. Café de por medio, prometió que nos contaría algunas cosas.

Nos sentamos en una mesa con vista hacia la calle.

Horacio extrajo algo voluminoso de su bolsa. Era un enorme cuaderno de tapas en cuerina bastante deteriorado. El volumen estaba lleno de recortes, dibujos, fotos y demás anexos.

—Este cuaderno era de mi abuelo. Fue mozo de acá, muy jovencito. Él conoció a Palanti y a Barolo. A ver… En una de estas páginas está la firma de Palanti. Era por esta parte. Esperen. Ya llego. ¡Acá está! ¿Rara, no? Desde chico me hablaba del secreto del Barolo. Tanto jodía que logró interesarme. Desde entonces observé y observo. Y espero.

—¿Qué secreto?

—Este Palanti no tenía ni un pelo de boludo. Por lo que investigué, «el secreto» tiene que ver con la alineación de la Cruz del Sur los primeros días de junio a eso de las ocho menos cuarto de la noche. Algo pasa. ¿Saben la historia de Remigio Lattuada?

Negamos.

Remigio era uno de los porteros del Barolo allá por el 55. Se cuenta que algo sabía porque se subió al faro de la cúpula y se quedó ahí un 4 de junio de ese año, si la memoria no me falla. Al otro día sólo encontraron las ropas. Algunos comentan que los de la Revolución Libertadora lo bajaron de ahí de prepo. Remigio era muy peronista y dicen que quería poner una silueta de Evita y Perón y encender el faro. Pero yo digo que encontró el pasaje.

—¿Qué pasaje?

—Al otro lado, muchachos, al Paraíso. Y si Dios quiere y me da salud, el 2021 es la fecha. Él viene para acá y yo voy para allá sin escalas.

—¿Pero quién viene?

—Dante Alighieri, quién si no.

Canto Quinto

Debíamos aclarar todo.

Nos encontrábamos ante un mito convoy, casi una novela. Un novela al estilo
El código Da Vinci
, que incluía la sección áurea y el número de oro representados por Mario Palanti. Y ante «el secreto», un abismo de misterio.

Cruzamos la calle y esa tarde lluviosa nos aportaba más dudas. Nos esperaba una visita guiada. No era la mejor tarde para volver al palacio. La lluvia se pegaba a la cara y no había forma de evitarla, como tampoco las últimas palabras de Horacio:

—Averigüen si estoy equivocado. En las oficinas que originariamente eran de Barolo, ahora hay unas de la S IDE (Servicio de Inteligencia del Estado). ¿Ustedes creen que es una casualidad? Es algo que no saben cómo manejar.

Cuando llegamos al pasaje Barolo, la visita guiada había comenzado. No teníamos exclusividad del guía. Había un grupo de turistas españoles. El guía les explicaba alguna de las frases en latín que coronaban el techo del pasaje.

El tono del guía apenas disimulaba su monotonía. Era más que evidente.

Cuando subimos al primer piso, la cuestión se puso interesante. Después de relatar más o menos lo que ya nos había contado el arquitecto Eneas B., el guía comentó:

—Este piso, diferente en su estructura del resto, antiguamente se lo reservó Luis Barolo para vivienda o también oficinas.

Era nuestra oportunidad. Preguntamos por lo de la SIDE.

El pálido guía adquirió en segundos la apariencia de un fantasma. El rostro blanco y los ojos súper abiertos. Después se rio, una risa enlatada.

—Realmente, desconozco qué pueda haber ahora fue su respuesta.

Subimos por los ascensores tipo jaula originales hasta el piso 15.

Ante cualquier comentario del guía los españoles decían
coño
o
joder
.

—Vamos a subir hasta la torre, que representa el Paraíso. La construcción tiene una influencia hindú y representa la unión tántrica, en la figura de Dante y Beatrice en la
Divina Comedia
.

Un par de
coños
.

Recorrimos un pequeño pasillo.

Había que subir siete pisos por una escalera o hacerlo por un pequeño ascensor para dos personas.

Optamos por las escaleras.

Lo curioso era que éstas se iban estrechando, el paso era cada vez más angosto, una clara metáfora de la difícil ascensión al paraíso.

Durante los primeros cinco pisos, al salir de los ascensores, había algunas oficinas.

Después de franquear una puerta bajo llave, accedimos a la base de la torre.

Dejamos varios
joder
atrás y tomamos la delantera.

Uno de nosotros en el apuro calculó mal y se dio la cabeza contra una viga. Finalmente y para llegar a la cúspide, el paso era muy limitado y había que esforzarse.

Pero ahí estaba el faro, una estructura considerable pintada de negro, y también estaba la vista, una increíble vista de la ciudad. Y la sensación de estar en un lugar importante.

El guía seguía recitando su lección:

—Hasta la construcción del edifico Kavanagh en 1935, el Barolo fue el edificio más alto de la ciudad.

»Un hecho curioso fue cuando la pelea de Firpo-Dempsey en el año 1929. En esa memorable pelea el argentino Firpo derriba al norteamericano Dempsey del ring, cosa que automáticamente debería darle la victoria a Firpo. Este faro que ven aquí tenía dos colores. Si ganaba Firpo, aparecía verde, si no, rojo. Lógicamente, después de sacarlo del ring, se apresuraron a poner el verde. La gente que seguía atenta la pelea vitoreaba el nombre de Firpo pero como se sabe, al volver Dempsey al ring finalmente le ganó la pelea al argentino.

Aprovechamos para preguntarle por Remigio Lattuada, por la Cruz del Sur y la alineación en junio, por «el secreto».

Nuestro guía estaba acorralado.

Lo que nos contestó amplió aún más el misterio.

—Eso es lo que decía Bastía.

—¿Quién? —preguntamos al unísono.

—El inspector Próspero Bastía. Mejor dicho, el libro que escribió. Ahí se investigan hechos extraños; entre ellos, hay un capítulo dedicado al Palacio Barolo.

Preguntamos de inmediato dónde podíamos conseguir ese libro.

—Vayan a la
Unione e Benevolenza
. En la biblioteca, hay de todo. Ahora si me permiten…

Canto Sexto

—De acá salió todo —nos comentó M
ARÍA
E
LSA
(empleada de la biblioteca Nicolás Repetto perteneciente a la Asociación
Unione e Benevolenza
, que funciona en J. D. Perón al 1300, a una cuadra del edificio de la Masonería Argentina)—. Nosotros guardamos la primera bandera italiana creada por Giusseppe Garibaldi. Hasta tiene manchas de sangre. El pasado está acá, chicos.

Nos mostró ediciones de la
Divina Comedia
y seguimos buscando información sobre Barolo y sobre el tal Próspero Bastía. La bibliotecaria tenía un entusiasmo poco común, todo lo contrario a la experiencia de la otra biblioteca. Era lo opuesto al silencio.

—Yo tenía… este volumen de Ciudadanos Ilustres italianos. Acá está. Barolo. Y por aquí Palanti. Es que en esa época no era como ahora. Cuando moría uno de estos personajes, iba todo el mundo al sepelio. Muchas procesiones salían de la
Unione
.

Mientras la bibliotecaria movía sus dedos como haciendo pases mágicos, nosotros admirábamos las instalaciones.

—Miren, chicos, yo estoy casi segura de haber visto el libro de Bastía. No es la primera vez que me lo piden, pero veo en ustedes un legítimo interés. ¿Pueden pasar mañana?

Estuvimos al día siguiente.

Y allí estaba.

Un libro pequeño de tapa dura, las hojas amarillentas y con fuerte olor a humedad.

Quehaceres y Pareceres
, un título muy poco sugestivo, pero hojeando el índice nos encontramos con un capítulo sobre el Barolo. «E
L PALACIO DE
D
ANTE
» se llamaba.

María Elsa nos contó que, en realidad, el verdadero nombre de Bastía era Battistessa y por eso tenía un lugar en la biblioteca de la
Unione
. No podía precisar si era pariente del fenomenal traductor de la
Divina Comedia
.

En el prólogo aclaraba que él había sido Inspector de la Federal y que de alguna manera, este libro era su legado.

A continuación, extractamos los pasajes más sobresalientes de este extraño trabajo:

¿Acaso nuestro amado país podía ser el núcleo de un acontecimiento único en la historia?

El deseo de trascendencia es inherente a todo ser humano. Si el individuo tiene riquezas y poder, sus posibilidades aumentan. Luis Barolo era uno de ellos. Llegó, como muchos inmigrantes, con grandes ilusiones a cuestas y, en su caso, fueron coronadas con éxito. Con una pequeña fórmula familiar hizo de sus casimires, un objeto de admiración en la sociedad porteña. Cubiertas todas sus necesidades básicas y otras por demás no tan básicas, los problemas en la tierra ya estaban solucionados. Pero Barolo quería ir más allá. ¿Había forma de «comprar» un terrenito en el cielo? Para su buena fortuna, se cruzó con otro italiano, el arquitecto Mario Palanti, un hombre muy consustanciado con el espíritu gótico y convencido de transformar la vida mediante la arquitectura. Pero con una ambición desbordante y picos de delirio muy importantes, y amante del genio, también itálico, Dante Alighieri.

Barolo-Palanti fue a partir de ese entonces la fórmula perfecta.

Si financiaba su obra, Palanti prometía a Barolo inmortalizarlo en un edificio que llevada no sólo su nombre sino que, además, sería uno de los privilegiados en «el gran proyecto». ¿En qué consistía el mismo? En no sólo traer las cenizas del gran escritor, sino ¡traerlo a la vida nuevamente! y a cambio de ello, unas cuantas almas ascenderían sin escalas hacia el Paraíso, entre ellas, la de Barolo.

Desafortunadamente, Luis Barolo falleció antes de ver finalizada la obra. Cuando estuvo terminada, Palanti y su avidez sin límites lo llevaron a cruzar el charco y tantear el Uruguay. Allí encontró a otras dos «víctimas»: los hermanos Salvo. Y en 1929 se erige en la ciudad de Montevideo lo que se llama El Palacio Salvo, muy parecido al Barolo, un poco más alto y con reminiscencias renacentistas.

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