Read Buenos Aires es leyenda 2 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
C
ARLOS
P. (quiosco de diarios y revistas): «Yo llegué a ir a un recital de ellos, fue en un pub, antes que desaparecieran. Me acuerdo que arrancaron con la tercera canción, creo que era la de
Inés
, y me desmayé, o al menos eso me dijeron mis amigos, que me llevaron a casa. Me desperté recién al otro día. Mi vieja me dijo que me pasé toda la noche murmurando cosas. Siempre se comentó que había mensajes satánicos en las canciones de Karras, pero yo nunca le di bola; hasta que me pasó eso».
N
ARCISO
C. (vecino): «Ninguno de los de la banda era legítimamente del barrio. Todos habían venido de otros lados, y acá vivían solos. Yo siempre desconfié de ellos».
Karras habría estado compuesto (casi todos coinciden con este dato) por tres muchachos y una chica, esta última era la voz del grupo. La música que proponían era una variante de
hard rock
. Cuentan que empezaron tocando en el club Sacachispas
[24]
y que de a poco fueron metiéndose en el mundo de los boliches nocturnos. A medida que se iba dando esta transición, las letras de sus canciones comenzaron a hacerse cada vez más oscuras, y el espectáculo brindado cada vez más violento (se dice que hasta llegaron a prender fuego una bolsa llena de muñecos de peluche que casi provocó el incendio de uno de los boliches).
Nos costó dar con D
ESTINO
F
UNESTO
(ya verán por qué denominamos así a esta persona): algunos vecinos lo señalaban como un antiguo integrante de la banda, aunque el suyo habría sido un paso fugaz.
El estribillo de
Inés
no conforma el único ejemplo de la época oscura de Karras. Destino Funesto, según los mismos vecinos, tenía otros.
Nos costó dar con él, pues no parecía estar nunca en la que decían era su casa. Pero perseveramos y llegó un día en el que al fin contestó a la puerta.
Tendría unos cuarenta años. A pesar de una prominente calvicie, sus pelos largos ensortijados (y hasta nos animaríamos a decir que sucios) le cubrían gran parte de la cara. Vestía una ballenera verde, descosida en uno de los hombros, y un pantalón jardinero con la pechera baja. Estaba en ojotas. Con ojos cansados negó en una primera instancia tener alguna relación con Karras. Luego pareció mirarnos con un poco más de interés.
—¿Ustedes son los de los mitos? —nos preguntó.
Cuando le dijimos que sí, nos permitió pasar a su casa.
Si de los cabellos de este personaje nos animamos a decir que estaban sucios, de su casa no podríamos menos que asegurar que era un chiquero.
Entramos por un pasillo custodiado a ambos lados por numerosas cajas de cartón apiladas y humedecidas. En el piso había, aquí y allá, charquitos de un líquido espeso, como aceite, quizás el mismo que había humedecido las cajas. Las paredes estaban decoradas con las más diversas manchas, las había granulosas, chorreantes, esponjosas y de todos los colores. Por tratar de discernir la naturaleza de algunos de los componentes de aquel repugnante popurrí, nos llevamos por delante un plato que estaba apoyado en el piso. El contenido del plato, que supusimos alguna clase de alimento canino, salió despedido. Un conjunto de moscas que comía de aquel alimento se revolucionó y voló hacia otro misterioso rincón de la casa. Dos enormes cucarachas, que también formaban parte del festín, desaparecieron bajo una caja.
En el comedor el panorama no mejoró. En un rincón, junto a un mueble metálico lleno de óxido, había un gran cesto repleto de basura, cuyo contenido había rebalsado esparciéndose por buena parte del piso. O sea que sobre la gastada alfombra que cubría el suelo del comedor, alfombra que en su origen habría sido azul pero que ahora era de un celeste grisáceo, podían verse desde bollos de papel higiénico hasta fetas de fiambre en descomposición. Una de aquellas fetas era el «misterioso lugar de la casa» a donde habían volado las moscas. Aunque, pensándolo bien, éstas podrían ser otras moscas.
Para completar el cuadro, en la mesa alrededor de la cual nos sentamos, había platos con restos de comida, esta vez comida humana: el esqueleto marchito de un racimo de uvas, cáscaras de naranja o mandarina, huesos de pollo, puré…
Nunca quisimos que una entrevista terminara más rápido.
Por suerte, Destino Funesto, fue directo al grano:
—La banda se formó hace un poco más de diez años. No duré ni dos meses en ella. Me curtí a Leila, la minita que cantaba, con el único detalle que era la novia del baterista. Nos cagamos a trompadas con el cornudo ese y me fui a la mierda. Acá en el barrio dicen que tengo grabado un recital, pero es mentira, lo que yo tengo es la cinta de uno de los ensayos.
Destino se puso de pie y fue hasta lo que parecía una montaña de ropa sucia arriba de un mueble. Tiró un par de prendas al piso hasta dejar al descubierto el frente de un equipo de música. De un cajón del mismo mueble sacó un casete y lo puso en el equipo.
La voz de Leila era encantadora. Como si estuviera entonando una especie de ópera-metal, conjugaba salvajismo con entonaciones líricas. Por momentos convertía su canto en una mera recitación, como si estuviera hablando con alguien, entonces alargaba una vocal y retornaba a su tonada ciclotímica, a su himno frenético.
Aquellos discursos entre estrofas eran inentendibles.
Junto a la voz de Leila sonaban guitarra, bajo y batería con el mismo ritmo cambiante.
Un repentino ¡plaf! interrumpió la música. Destino Funesto había detenido la reproducción al mismo tiempo que con la ojota de su pie derecho aplastaba una cucaracha del tamaño de un hámster.
—Hasta acá todo muy lindo —dijo mientras tomaba el casete. Sus dedos jugaron un instante con la cinta magnética, y volvió a insertar la sesión de ensayo en el compartimiento de reproducción. Apretó
PLAY
.
Ahora el tiempo retrocedía. El Universo, al menos en la superficie de aquella cinta, había invertido su ley de causa-efecto, y todo fin de estrofa era, en este nuevo orden, su comienzo, y viceversa. Leila ya no tomaba aire para encarar las exigencias del estribillo, sino que a medida que cantaba sus pulmones se llenaban más y más para, al final del aria, exhalar el aire acumulado.
Como si algo de aquella inversión hubiera alcanzado al Universo más allá del casete, Destino Funesto había abandonado su vista adormilada para fijar en el equipo musical unos ojos que, de tan abiertos, daban la sensación de que ya nunca volverían a parpadear.
La música seguía su perfecto retroceso. Sonaba una extraña nota de guitarra, pero ahora la nota no salía sino que se metía en el instrumento, y luego el guitarrista recibía en la yema de su dedo la vibración de la cuerda.
El parche se tragaba el sonido de un golpe cuando el baterista retiraba el palillo hacia arriba.
—¡Ahora! —gritó Destino, señalando con una uña roñosa el aparato entre la ropa sucia.
Entonces la voz de Leila pronunció algo así como:
Bienvenidos a la mierda del abismo
…, y luego siguió la música retrocediendo, indescifrable.
—¡Ahora! —volvió a bramar el dueño de casa.
… el Maestro escupió sobre tu alma… tu alma ya no es tuya… éste es el rock de Cerbero…
Hubo tres alaridos más de Destino, seguidos de otros tantos mensajes oscuros en la cinta.
Precisemos una cosa: los mensajes no eran claros. «Bienvenidos a la mierda del abismo» había sonado más bien como «Bie-menidos-a-a-cierda-dela-bismo». Luego uno lo hace corresponder con una oración entendible.
Cuando Destino sacó el casete del equipo y lo guardó en el mismo cajón de donde lo había tomado, nos dijo:
—Yo tampoco lo creía, pero cuando desaparecieron los de la banda me puse a revisar y encontré los mensajes. Se ve que no me quedé el tiempo suficiente para que me revelaran lo del Pacto. Y también esta
Inés
, por supuesto. Además de las iniciales del estribillo, si dan vuelta «Inés» les queda «Seni». Seni fue un decorador de tumbas en el Antiguo Egipto. A Leila le encantaban todos los misterios de Egipto.
¿Basta todo esto para asegurar que Karras habría llenado sus canciones, pacto satánico por medio, de mensajes subliminales?
En el mundo de la música, son innumerables los casos de intérpretes que, alguna vez, han sido acusados de incluir en su repertorio canciones con mensajes de este tipo. Los Rolling Stones, Ricky Martin, AC/DC, Xuxa, Pink Floyd, The Eagles; y así podríamos seguir por páginas y páginas, llenándolas de nombres de grupos y solistas musicales señalados por dedos censuradores.
Las fórmulas para poder sustraer dichos mensajes suelen repetirse sin importar el intérprete. Van desde poner en reversa la canción (como hizo Destino Funesto con su grabación), hasta combinar palabras o letras (como en las iniciales del estribillo de
Inés
).
¿Es esta diversidad, entonces, la que corrobora la metida de cola del Diablo o de quien fuere en el ambiente musical?
Algunos no se conforman con negarlo, sino que incluso aseguran que esa diversidad demuestra todo lo contrario.
Los que sostienen esta posición afirman que podemos encontrar cualquier tipo de mensaje oculto en el ámbito que se nos ocurra. Garantizan que es sólo cuestión de tiempo y paciencia, que por el puro azar del ordenamiento aleatorio de los símbolos que estemos estudiando se darán, en un momento o en otro, combinaciones que sugieran un mensaje secreto.
Hubo un caso muy interesante, al que podríamos denominar «Drosnin versus McKay», que ilustrará este punto.
Michael Drosnin es autor del libro
The Bible Code
(
El código secreto de la Biblia
), donde manifiesta que en los textos del Pentateuco encontró mensajes en clave que predicen sucesos que ocurrieron miles de años después de los tiempos bíblicos.
Algunos escépticos le cayeron encima al «iluminado» Drosnin, asegurando que su trabajo sólo se trataba de una simple manipulación de probabilidades, que estaba jugando a la lotería después de haber comprado todos los números.
Drosnin volvió a afirmar que lo que había descubierto en el Pentateuco era estadísticamente imposible desde el punto de vista del mero azar, que las probabilidades eran de 3.000 a 1 en contra. Y entonces lanzó su desafío: «Cuando mis críticos encuentren un mensaje sobre el asesinato del primer ministro israelí Rabin codificado en
Moby Dick
, les creeré».
Pero los escépticos no se acobardaron. El matemático de la Universidad Nacional de Australia, Brendan McKay, no sólo encontró lo del asesinato de Rabin en la novela de Herman Melville, sino que también descubrió mensajes sobre el canciller austríaco Engelbert Dollfuss, el presidente libanés René Moawad, los presidentes norteamericanos Lincoln y Kennedy, la primera ministra hindú Indira Gandhi, y más revelaciones acerca de personalidades como la princesa Diana, Martin Luther King y Leon Trotski.
Luego McKay habría dicho: «Lo extraño hubiera sido no hallar esos mensajes. Lo hice como cualquiera puede hacerlo en un texto suficientemente extenso».
Llevando las palabras del matemático al terreno de nuestro mito: escucharemos «mensajes» en todas las canciones que queramos; más canciones escuchemos, más oraciones satánicas hallaremos. El azar y nuestra percepción invocaran profecías que, en realidad, no existen.
Una vez más estamos ante dos puertas, una para los creyentes, otra para los escépticos. Usted decide por cuál pasar.
Destino Funesto elige la de los creyentes:
—Los mensajes no son joda. Karras hizo un pacto con el Diablo, en serio. La historia arranca hace muchos años, de cuando nuestro barrio fue usado como vaciadero de la basura de los fifí de la Capital. ¡Sí, nos usaron de cloaca esos hijos de puta! La cuestión fue que el padre o el abuelo de Leila encontró, revolviendo en el basural, lo que parecía una moneda pero con la cara de un demonio tallada. Leila me la mostró. De sólo mirarla te corría frío por la nuca. Leila me dijo que era una puerta al Infierno, o algo así; que la iba a usar con los chicos de la banda para ser famosos. Después me la curtí y me rajaron. Pero no tengo ninguna duda, ellos después hicieron el Pacto. Me acuerdo que Leila me dijo: «Robert Johnson tenía una moneda como ésta».
Robert Johnson nació el 8 de mayo de 1911, en Mississippi. De pequeño comenzó tocando el arpa y luego la armónica. Pero sería otro instrumento, la guitarra, lo que lo transformaría en leyenda. Se casó en 1929 con Virginia Travis, pero en 1930 la perdió junto con lo que atesoraba su vientre: su hijo. Johnson, destruido, sólo encontró consuelo en la música. Y en el Infierno, según el mito.
En menos de dos años se convirtió en un guitarrista formidable, sus manos se movían de una manera sobrenatural sobre las cuerdas del instrumento. Se afirmó que para conseguir semejante virtuosismo en tan poco tiempo, Robert Johnson había vendido su alma al Diablo: la había entregado a cambio de un talento nunca visto y ocho años de vida para disfrutarlo.
Efectivamente, el legendario
bluesman
muere el 16 de agosto de 1938, a la temprana edad de veintisiete años, luego de que envenenaran su whisky.
Algunas de sus canciones condimentaron aún más la leyenda.
En
Cross Road Blues
cita un cruce de caminos donde, según algunos, se habría llevado a cabo su encuentro con Lucifer.
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En
Me and The Devil Blues
, otro de sus hits, nombra directamente al Señor del Averno cuando dice
I said hello Satan. I believe it's time to go
.
Se dice también que Keith Richards, luego de escuchar una grabación de Robert Johnson, preguntó cuántos eran los guitarristas. Cuando le dijeron que se trataba de uno solo, el
rolling stone
no lo podía creer.
Si el mito es cierto, el Demonio se deshizo de Johnson luego de cumplir con lo pactado, luego de darle fama y ocho años en el mundo de los vivos.
¿Qué ocurrió entonces con la fama de Karras? ¿Por qué desaparecieron prácticamente en el anonimato?
—Algo salió mal —Destino Funesto tiene una teoría—. Yo me seguí viendo con Leila, a escondidas. No hablábamos nunca de la banda. Salvo la última vez que la vi. Parece que cuando se dieron cuenta de que la cosa funcionaba, se juntaron para tramar cómo podían engañar al Diablo y no entregarle el alma; al menos algo así me contó ella. Típico argentino, pensaron que eran más vivos que el mismo Lucifer. No me caben dudas de que fue por eso que los borraron de un plumazo. ¿Dónde se fueron, si no? El Diablo se los llevó antes de tiempo; eso les pasó, por giles. Se quedaron sin nada, ni fama ni alma.