Read Buenos Aires es leyenda 2 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Apenas dejamos de ver la luz del día entramos en otro mundo. Un mundo gris, de cemento, de cálculos y números.
—El entubamiento se realizó en tres años y fue una obra de ingeniería notable. Se utilizaron 5.000 toneladas de hierro en barra, 20.000 toneladas de cemento…
Una persona del grupo preguntó con razón que, si la obra había sido tan notable, por qué la zona se inundaba aún hoy con cada tormenta.
—Para empezar, para cuando fue realizada la obra, gran parte de las calles eran de tierra o mejoradas y absorbían mucha más agua. Con la pavimentación, eso no ocurría y el agua buscaba su declive natural e iba al Maldonado. Después, por la basura que se acumula en la bocas de tormenta y que obstruye el desagote del agua. Todos, problemas que estamos solucionando.
Era el momento de preguntar por nuestro dragón. El ingeniero nos alumbró con una linterna y se rio un largo rato. Abrió los brazos y utilizando la linterna como un puntero nos dijo:
—Esos cuentos son como los de los cocodrilos de las alcantarillas de Nueva York. En un sistema cloacal como el de esa ciudad podemos encontrar roedores a lo sumo, pero jamás un animal de características semejantes. Además, ya lo hubiéramos detectado. Antes que me pregunte alguien, esos bultos que se mueven al lado de los pilotes son residuos. La Municipalidad los retira una vez a la semana.
Comentamos nuestra experiencia a H
ONORIO
P. y meneó varias veces la cabeza.
«Estos muchachos tienen poca memoria. Hubo inundaciones terribles en estos últimos años. En las del 85 y el 97 se registraron muertos tragados por los desagües. Eso oficialmente. Tengo vecinos que vieron salir algo de las alcantarillas y les puedo asegurar que no era humano. ¿Hasta cuándo nos van a seguir ocultando la verdad? A lo mejor esos seres están en un estado de vida latente, como algunos tipos de ranas, no sé, y cuando aumenta el caudal despiertan. Sea lo que fuere, ahí hay algo y mi padre lo sabía y nunca me quiso rebelar. Lástima que se lo llevó a la tumba».
Un mes después de la entrevista a Páleka, recibimos un nuevo mail en el que reproducía traducida del inglés una noticia de un diario del sur de los Estados Unidos:
¿Animales prehistóricos en el Mississippi?
Como parte de las obras para mejorar la profundidad de este importante río, la empresa DeBones efectuaba trabajos de dragado en el lecho del río cuando fueron atacados por extraños animales acuáticos desconocidos. «Jamás vi algo parecido —declaró Bernie Forrest, empleado—. Me sentí como si estuviera en Jurassic Park. Van a suspender los trabajos hasta saber qué demonios ocurre».
El mail cerraba de esta forma:
Nuestro mundo es mucho más complejo de lo que parece. Sólo hay que tener la sensibilidad para descubrirlo. Y admirar y asombrarse con la Obra de Dios.
Las preguntas se acumulan y nos inundan como el arroyo tormentoso.
Lo único que vemos con claridad en este mito es un mensaje moralizador que es el siguiente: no subestimen a la naturaleza. Y si quieren contenerla, háganlo bien o de lo contrario…
Sus primeras «travesuras»
En la capital Argentina a dos de noviembre de mil ochocientos noventa y seis, a la una y diez de la tarde, ante mi Jefe de la Sexta Sección del Registro, Fiore Godino de treinta y ocho años, casado, domiciliado en Deán Funes mil ciento cincuenta y ocho, hijo de José Godino y de Margarita Celestino, declaró que el día treinta y uno de octubre último, a las siete de la mañana y en su domicilio nació el varón Cayetano Santos, donde lo vi, hijo legítimo del declarante y de Lucía Ruffo, de treinta años, hija de Cayetano Ruffo y de Romina Palafreli.
Con estas palabras, el tomo sexto de los libros de nacimiento del Registro Civil, da fe de la llegada a este mundo de Cayetano Santos Godino.
Se le adjudicaron once víctimas oficiales, aunque se estima que fueron muchas más; cuatro de ellas fatales: dos por estrangulación, una enterrada viva y la otra quemada viva.
Todas sus víctimas fueron niños. La mayoría no alcanzaba los tres años de edad.
Animales mutilados, incendios intencionales y hurtos, también figuran en su prontuario.
Queda bien claro que Cayetano, más conocido como el Petiso Orejudo, de santo tenía sólo el nombre.
Muy lejos de ser recibido en un cálido ambiente familiar, durante los primeros años de su vida debió soportar que su padre, prácticamente desocupado
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, llegara ebrio casi todos los días, y no sólo descargara su furia contra su madre, sino contra él mismo
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o cualquiera de sus hermanos. Además, Cayetano padeció en aquella época una grave infección intestinal que lo tuvo al borde de la muerte en varias ocasiones.
Quizás estos nada gratos primeros pasos hayan engendrado el demonio en el que se terminaría convirtiendo.
Cuando todavía no tenía ocho años, atacó a su primera víctima: Miguel de Paoli, un chiquito de un año y nueve meses. Cayetano lo llevó hasta un baldío, lo golpeó salvajemente una y otra vez, y lo arrojó sobre un grupo de altas espinas. Miguel tuvo la suerte de que un vigilante se percatara del ataque y el incidente no pasó a mayores.
Miguel de Paoli fue atacado el 28 de septiembre de 1904. Al año siguiente le tocó a Ana Neri, de un año y seis meses (la fecha exacta nunca estuvo clara, sólo se sabe que el hecho sucedió en cierto día de 1905). El Petiso la golpeó con una piedra en la cabeza. Como con Miguel, un vigilante frenó el hostigamiento. Las heridas fueron graves y la chiquita padeció sus secuelas durante seis meses. Ana sobrevivió.
La que no sobrevivió fue su siguiente víctima, otra chiquita, de quien ni siquiera se conoce el nombre. Tendría la misma edad que Ana Neri. Habría sido tomada por Cayetano en marzo de 1906 de la vereda frente al almacén
El Destino
, que existía en la intersección de las avenidas Acoyte-José M. Moreno y Rivadavia. Según el mismo Petiso Orejudo, llevó a la criatura hasta un baldío sobre la calle Río de Janeiro, intentó estrangularla, pero finalmente la enterró viva, cubriendo la sepultura con algunas latas.
El único dato que brindaría un nombre para la inocente chiquita es una denuncia por desaparición tomada en la comisaría décima, fechada el 29 de marzo de 1906, de una niña llamada María Roca Face. María nunca fue encontrada.
En ese mismo ario, 1906, al parecer ya con el secreto de su primera víctima fatal en la conciencia, Cayetano fue denunciado ante la policía, más precisamente ante el comisario Francisco Laguarda, por su propio padre, luego de que éste encontrara una caja llena de pájaros muertos bajo su cama matrimonial.
Así consta en el acta policial levantada en aquella ocasión:
En la Ciudad de Buenos Aires, a los cinco días del mes de abril del año 1906, compareció una persona ante el infrascripto, Comisario de Investigaciones, la que previo juramento que en legal forma prestó, al solo efecto de justificar su identidad personal dio llamarse Fiore Godino, ser italiano, de cuarenta y dos años de edad, con dieciocho de residencia en el país, casado, farolero y domiciliado en la calle 24 de noviembre seiscientos veintitrés. Enseguida expresó: que tenía un hijo llamado Cayetano, argentino, de nueve años y cinco meses, el cual es absolutamente rebelde a la represión paternal, resultando que molesta a todos los vecinos, arrojándoles cascotes o injuriándolos; que deseando corregirlo en alguna forma, recurre a esta Policía para que lo recluya donde él crea sea oportuno y para el tiempo que quiera.
La resolución consignada dice:
Se resolvió detener al menor Cayetano Godino y se remitió comunicado a la Alcaldía Segunda División, a disposición del señor Jefe de Policía.
De vuelta al barrio
El Petiso Orejudo no llegó a estar tres meses en la Alcaldía. El 20 de junio retornó al conventillo de 24 de Noviembre 623, donde vivía su familia. Y siguió haciendo de las suyas.
Dos niños sufrieron en carne propia sus morbosas ocurrencias. Ninguno de los dos alcanzaba los dos años de edad.
Al primero, Severino González Caló, casi lo ahoga en una pileta para caballos.
Al segundo, Julio Botte, le quemó un párpado con un cigarrillo.
El 6 de diciembre de 1908 Fiore Godino y Lucía Ruffo vuelven a entregar a su hijo a la policía. Éste fue encerrado en la Colonia de Marcos Paz durante tres años.
El clavo del terror
Cuando Cayetano retorna una vez más a su hogar, lejos estaba de haber sido regenerado. Todo lo contrario: su sed de sangre, dolor y fuego había cobrado una nueva pasión, pasión que lo convertiría en uno de los mitos más trascendentes y aterradores de nuestra ciudad.
El año 1912 fue el apogeo del Petiso Orejudo. El demonio dejó su reguero de agonía infantil por diferentes barrios porteños: Almagro, Constitución, Balvanera, Monserrat, Boedo…; pero sería Parque Patricios el escenario del que se dice fue su crimen más espantoso.
Con respecto a este capítulo en la negra cosecha del Petiso Orejudo, nos llegó un mail a nuestro Buzón de mitos. Su remitente: María de los Ángeles Noya.
He aquí un extracto de dicho mail:
Pensaba acercarles algo acerca del Petiso Orejudo, obvio lo deben conocer… es que nosotros somos de Parque Patricios y mi viejo y yo fuimos al Colegio Bernasconi, que antiguamente era la quinta de Perito Moreno y es ahí donde el Petiso Orejudo mató a un chiquito del barrio, la fecha no la sé bien, pero está en todos lados.
El tema del mito es algo que viene por el colegio, todo chico que estudió ahí sabe del Petiso Orejudo, y siempre que andás por los pasillos laberínticos del Bernasconi tenés que hablar del Petiso, incluso en el teatro del colegio, que es fabuloso, siempre se jode con que el Petiso anda por ahí y que están dibujadas sus iniciales en una pared de cemento del teatro.
Yo sí vi esa pared con las iniciales, está atrás del último telón, pero lo más probable es que las haya hecho algún pibe travieso… y les digo la verdad, no me acuerdo qué decían esas iniciales, si serían las del Petiso (Santos Godino, creo que se llamaba), pero la cuestión es que están, o estaban cuando yo fui, no soy tan vieja, y eso es un mito que va a estar siempre en el colegio…
El dato es cierto: los terrenos donde hoy se alza el Instituto Bernasconi son los mismos que albergaron la Quinta que en 1860 había adquirido Francisco Moreno, padre de «Perito» Moreno.
En 1912 era un baldío lleno de chatarra oxidada y basura.
El 3 de diciembre de aquel año fue el día en que el Petiso Orejudo arrastró hasta la Quinta Moreno a Jesualdo Giordano, de apenas tres años. Una vez allí intentó estrangularlo con un piolín, pero no lo consiguió: la criatura no dejaba de moverse. Entonces lo ató de pies y manos, y lo golpeó repetidas veces con el puño en la carita. Pero Jesualdo no moría.
Entonces el maldito tuvo aquella macabra idea: atravesarle el cráneo con un clavo.
Algunos dicen que Jesualdo ya estaba muerto cuando el Petiso Orejudo llevó a cabo su ocurrencia. Dios quiera que así haya sido. Aunque lo mejor que podría hacer Dios sería retroceder el tiempo y conseguir que Jesualdo demore un poco más en tomar la leche, así aquella bestia orejuda con nombre de santo nunca se lo hubiera llevado mientras jugaba en la puerta del conventillo de Progreso 2585.
Basándonos en el mail de María de los Ángeles, podemos ver cómo la fuerza del mito del Petiso Orejudo no parece haber dejado lugar a una posible leyenda que involucrara al pobre Jesualdo, refiriéndose a su alma en pena o a alguna otra manifestación relacionada con el chiquito. Esa misma fuerza mitológica hace que, aunque el destino último de Cayetano Santos Godino esté documentado, la mínima posibilidad de su presencia acechando en los pasillos o en el teatro del colegio Bernasconi provoque escalofríos en los chicos y en los no tan chicos que lo concurren.
La inscripción
Nos hicimos presentes en el Instituto para corroborar la veracidad de aquella misteriosa inscripción atribuida al Petiso Orejudo.
La persona que nos atendió, perteneciente a la cooperadora, no veía muy placentero el tener que mostrarnos el teatro:
—Ir sola ahí siempre me, dio miedo —nos dijo mientras subíamos las escaleras hacía el Teatro—. Cuando las luces están apagadas, el piso de madera no deja de crujir.
Tuvimos suerte: encontramos al encargado de aquel pequeño coliseo. Le estaba poniendo llave a la pesada puerta del recinto.
Le dijimos que nos demoraríamos tan sólo unos minutos, que queríamos verificar un dato que nos había llegado por mail, una inscripción en una pared.
—Aquí no hay ninguna inscripción —sentenció el hombre—. Pero si van a ser breves, pasen.
Entonces hizo girar la pesada cerradura que un instante atrás había cerrado, y la puerta se abrió.
El teatro era imponente y perturbador. Estaba todo en penumbras, salvo el escenario: una luz, algo más fuerte, lo iluminaba.
Las butacas estaban vacías, sin embargo uno podía sentir el murmurar de un público, como si sus voces hubieran quedado atrapadas rebotando eternamente entre aquellas paredes enormes.
Acompañados por la persona de la cooperadora y el encargado del teatro, nos dirigimos hacia el escenario. Una vez allí, leímos en voz alta un pasaje del mail de María de los Ángeles:
—«Yo sí vi esa pared con las iniciales, está atrás del último telón».