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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda 2 (8 page)

»No niego que mi mente de niño haya magnificado todo, pero sin dudas el tema era serio. ¿De dónde venían? La versión que yo conocía era que venían de Brasil, que formaban parte de una secta».

Pasamos varios meses buscando los posibles orígenes del mito. Y nuestra paciencia rindió sus frutos.

Un ciudadano ilustre vivía en los márgenes de Agronomía. Nos referimos al notable escritor Julio Cortázar, que habitó un departamento en la calle Artigas 3246.

Casi en la misma cuadra vive Mirko, un pintoresco esloveno aficionado a las bebidas fuertes y a contar historias. Y que afirma haber trabado amistad con el escritor.

Entramos en su casa. Nos sentamos en unas sillas desvencijadas y Mirko en un sillón vencido con brazos desgarrados. Dando un vistazo, la casa de Mirko parecía un museo de recuerdos personales. Un museo también venido a menos. Las paredes de ese pequeño comedor exigían una urgente mano de pintura.

Mirko se percató del detalle.

—Desde que mía señora se me fue al otro mundo, no me interesan estas cositas.

Para entrar en conversación preguntamos por el resto de su familia:

—¿Tiene hijos?

—Tengo tres. Pero uno se fue a la Europa. Un hija mía vive en provincia y el otro no viene nunca. Igual, con
Rumen
nos arreglamos.

Mirko dijo algo presumiblemente en esloveno e hizo su entrada el mencionado
Rumen
, un felino algo esmirriado pero de ojos todavía atentos. Ahí comprendimos entre otras cosas, el porqué de los rasguños profundos en el sillón.

Fue en ese momento que aludimos a su supuesta amistad con Julio Cortázar.

Mirko nos miró un momento y luego se levantó de su sillón. Desapareció unos minutos. Al rato, reapareció con dos portarretratos.

—Éste es el de mía señora, Zaza. Como dicen ustedes, de rechupete, ¿no? Nos conocimos en Ljubljana, en la guerra. Yo era empleado en el gobierno y ella trabajaba en la misma oficina. Tuvimos que irnos por los alemanes. Llegamos a un campo de refugiados en la Italia. De ahí vinimos cuando estaba Perón acá.

El octogenario Mirko sacó una botella de
Slivoviča
, un licor de alto grado de alcohol a base de cerezas, típico de la zona, y nos invitó. Mientras nosotros apenas nos mojamos los labios, el esloveno se empinó un primer vaso como si fuera agua. Después de acomodarse su dentadura postiza, descubrió la otra foto:

—Este otra, con Julito. Mira, hasta tiene su valija de maestro.
[14]

Efectivamente, en la foto había un Cortázar joven, muy alto y muy raro, es decir un Cortázar auténtico, y alguien más joven aún, netamente «gringo». La toma en blanco y negro parecía sospechosamente sacada de un diario.

Mirko gesticulaba con sus manos regordetas y rojas y secaba su botella de Slivoviča. Y a medida que su nariz iba tomando el mismo color que sus manos, desarrollaba sus teorías y experiencias ante la mirada expectante de su viejo gato
Rumen
.

Contó que tanto él como Cortázar eran afectos a inventar personajes. Mirko le hablaba sobre la guerra y especialmente sobre los nazis y después disparaban palabras al azar. Recordó en especial un fin de semana en que juntaron sus respectivos felinos de entonces y se les pusieron a hablar. El juego se volvió más creativo cuando Cortázar puso música (era fanático del jazz) y Mirko compartió con él su
Slivoviča
. Ésta sería la reconstrucción aproximada de la tertulia, en esa peculiar manera de hablar arrastrando la erre del gran escritor:

«Ustedes son muy inteligentes. Vos querés hacerme creer que sos un gato pero a través de este lente especial (una vulgar lupa sacada de la biblioteca) te he descubierto. No venís de aquí. Estos pelos no son pelos. Acá se ve muy claro que son antenas mínimas, una pomposa y peluda acumulación de antenas que transmiten, rasgan la cáscara de nuestro espíritu, y llegan al hollejo mismo para descubrir nuestros secretos».

En ese punto, Mirko asegura que él sugiere el nombre de «hombres-gato», e incluso algunos que figuran en libros del escritor.

Sigue Cortázar:

«Son hombres-gato de un mundo yaciente, seres disciplinados y metódicos que leen nuestras mentes para aprovecharse llegado el momento. Los acariciás y tu esencia les queda impregnada en sus pelos-antenas. El ronroneo es como una señal. Avisa que todo está bien y uno, bien merluza, cree que están de lo más felices. Por ahora se hacen los buenos. Sólo por ahora».

Si bien ese fin de semana es el que más recuerda Mirko, los encuentros siguieron.

—Después —insiste—, cuando Julito se fue a París, me habló por teléfono muchas veces. Quería que escribiéramos algo juntos, pero yo de castellano muy poquitito.

Nos despedimos de Mirko y desandando los pasos de Clara, la protagonista del cuento de Cortázar, «Ómnibus», caminamos por Tinogasta y después doblamos por Zamudio para internarnos en el predio de Agronomía propiamente dicho.

Primitivamente propiedad de los jesuitas, ya se la conocía como «Chacra de los Jesuitas». Hacia fines del siglo XVIII, cuando los religiosos fueron expulsados, las tierras pasaron al poder del Estado. Un siglo después, la sostenida expansión agrícola-ganadera dotó a Buenos Aires de lo que se denominaba la Estación Agronómica, que incluía una granja modelo y una Escuela de Agricultura. En 1904, se creó el Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria.

Por otra parte, como también la ciudad se expandía dramáticamente, se le encargó al incansable Carlos Thays el trazado del futuro parque atendiendo a la demanda de un espacio verde. El paisajista francés diseñó un gran óvalo con diferentes ramificaciones en el que se balanceaban los espacios académicos y los lugares de esparcimiento. Finalmente, se construyó la estación del tren Urquiza.

Este espacio, concebido como un pulmón de la ciudad, se transformó en un lugar asfixiante y siniestro, sobre todo en los años del Proceso militar, como veremos más adelante.

En el centro cultural que se encuentra en una de las calles internas, denominada Las Casuarinas, nos esperaba Luciano T., uno de sus principales animadores.

—La historia del hombre-gato me pegó en plena adolescencia. Yo era fanático de los
comics
, así que ese personaje me venía perfecto. Incluso recopilaba todo lo que publicaban de él. Lamentablemente, cuando me mudé del barrio, perdí el material. Me olvidé durante mucho tiempo del tema. Sin embargo, después de divorciarme y de regresar al barrio, recordé la leyenda. Empezó a volverse una obsesión. Las historias se me acumularon y decidí investigar por mi propia cuenta.

Así, Luciano nos hizo una visita guiada por el predio. A medida que avanzábamos, agregaba datos a nuestra investigación.

—Ya de entrada me encontré con obstáculos increíbles. Para recabar datos oficiales me fui a las diferentes comisarías de la zona y todos me decían lo mismo: que me dejara de joder con boludeces. Por supuesto, eso me daba más intriga y recurrí al hermano de un amigo que es de la Federal. A él también le costó conseguir información.

Nos sentamos en uno de los bancos de Las Casuarinas y Luciano desplegó una fotocopia. Nos explicó que era parte de un informe policial clasificado. Aquí extractaremos un fragmento que, de ser una invención, suena muy verosímil y bien escrita, tal vez demasiado:

[…] nos apersonamos con el personal policial. El sospechoso se movía a la violenta carrera por entre los techos de las casas circundantes. Le dimos la voz de alto un par de veces. Realicé una serie de disparos de advertencia a modo disuasivo. El NN hizo caso omiso a las advertencias y con un alarde de preparación atlética saltó de la terraza contigua, superó con su salto la superficie de la calle, pasó por nuestras cabezas y el móvil apostado allí y fue a dar contra un árbol. La impresión general fue que había hecho mal el cálculo. Negativo. Se aferró perfectamente y comenzó a subir hasta la copa. Juzgué rápido su intención. Del otro lado, la casa tenía un piso más por lo que el sospechoso era claro en su intención de alcanzar la terraza y darse a la fuga. Si bien mi visión no era perfecta por ser de noche y el sujeto portar ropas oscuras, pude detectar que el individuo extrajo algo de entre sus ropas. Bulto que interpreté como una escopeta de grueso calibre. Ya no dudé y efectué varios disparos, algunos de los cuales dieron en el blanco. Para mi sorpresa y las de mis subordinados, no produjeron el efecto deseado y el sospechoso siguió su escalada. Finalmente dio otro salto y se afirmó en una saliente de la vivienda y desapareció. La explicación lógica es que poseyera algún tipo de vestimenta blindada integral. Ya que por lo menos un proyectil fue directo a una de sus piernas y otro en el pecho. No es tan explicable por el contrario su cualidad atlética. Lo más probable es que la noche ocultara algún cable o elemento similar que permitiera semejante salto.

Luciano se rascó su barba entrecana y desprolija buscando nuestra aprobación. Siguió su tour.

—El asunto se pone mejor, o peor en realidad. A su derecha tenemos la
granjita
, como le dicen los estudiantes de Veterinaria. Ahí podemos encontrar de todo. A mi izquierda, está el edificio donde trabaja el rector de la facultad. Después les comentaré algo al respecto.

Como si fuera un director de orquesta, Luciano empezó a gesticular cada vez más entrando en una especie de
Allegro
de su relato. Llegamos cerca de otro edificio de la facultad, próximo a las vías del Urquiza. Allí pareció controlar sus gestos. Nos señaló una placa en la que se recuerda a «E
STUDIANTES DESAPARECIDOS EN LA FACULTAD DURANTE LA INTERVENCIÓN DEL AÑO 76
».

¿A dónde nos quería llevar con ese triste recuerdo?

Pasamos la vía, doblamos por otra calle interna y nos adentramos en la espesura. Pasamos la calle de Las tipas, Aguaribay y, finalmente, por Llerena. Luciano señaló otro edificio, el Instituto de Genética.

—Ahí adentro sigue nuestra historia. Los que les voy a contar dejaría a la altura de un enano al mismísimo Josef Mengele
[15]
. No soy original en mencionar las atrocidades cometidas en esos años. Pero por lo que pude averiguar, en esa época acá se experimentaba con los prisioneros.

Por respeto a la memoria de los familiares de los que sufrieron esa página dolorosa de la historia argentina, le exigimos a Luciano que nos dijera a dónde quería llegar.

—Bueno, para ser sintéticos, se quería crear un cuerpo de elite del ejército, que sirviera para todo tipo de combates… y no sólo el urbano. Cuando el régimen cayó, las investigaciones cesaron abruptamente, pero algo se les escapó de las manos. Inventaron el asunto de que eran una secta brasileña, que robaba órganos y toda esa cortina de humo para tapar la verdadera historia.

Luciano se había puesto colorado y sus gestos estaban descontrolados.

—Por supuesto le planteé la cuestión al rector actual y me habló de chapucerías, increíbles chapucerías para difamar el buen nombre de esta institución.

Dejamos a Luciano y sus teorías conspirativas y repasamos otras más racionales, como aquella que decía que varias inmobiliarias habían echado a andar el rumor para que la gente vendiera sus propiedades por valores irrisorios y comprarlas ellas a su vez. Incluso, se hablaba de que habrían contratado a un trapecista de circo para que hiciera esos imposibles saltos acrobáticos y usara botas, claro.

Tampoco nos llamó la atención la gran cantidad de gatos en el predio y nos acordamos en forma urgente de Cortázar y de Mirko…

Se estaba haciendo tarde. Salimos por el portón de avenida de los Constituyentes no sin antes mirar instintivamente las copas de los árboles.

La sombra se materializa.

Es demasiado grande.

Es el fin.

A Camila se le cae el celular.

Su armadura-carpeta es su último recurso.

Apenas se lance sobre ella, tirará la carpeta y saldrá corriendo.

¡Ahora!

La sombra que ya no es, se derrumba sobre la carpeta.

—¡Che, Cami, soy yo! ¿Qué hacés?

—¿Axel?

Ahora los rayos del sol que como piolines se descuelgan entre la arboleda de Agronomía dejan ver su cara.

—Te quería dar una sorpresa, Cami.

—¡Y bien que me la diste, tarado!

Axel y Camila se besan y siguen caminando.

El hombre-gato espera pacientemente. Su leyenda también.

El tiempo está de su lado.

Villa del Parque

Negro el once

«Yo lo vi con mis propios ojos. Fue hace unos cuantos años, en la agencia de Chicho. Yo no soy timbero, lo había pasado a saludar a Chicho, que en paz descanse, y entonces entró el tipo éste con un número en la mano, un número de esos chiquitos, comunes, de talonario. Era el 212, no me olvido más. El tipo se lo dio a Chicho y le dijo: "Jugámelo a la Provincia". Yo pensé: "Qué gil, llega a salir en la Nacional y se pega un tiro". Chicho le preguntó de dónde había sacado el papelito con el número. El tipo le contó que había ido a la librería, había sacado un número para que lo atendieran pero después se arrepintió, tenía mucha gente adelante; entonces se fue de la librería pero conservó el numerito del turno, y ahí estaba, jugándolo a la quiniela. Le jugó bastante, como cincuenta pesos de ahora. El número salió esa noche, nomás: 212 a la cabeza en Provincia. El loco ése se llevó sus buenos billetes. Después Chicho me dijo que era la segunda vez que se lo hacía, la vez anterior había venido con un boleto de colectivo y le había apostado a los tres últimos números de serie. ¡Y también había ganado!».

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