Categoría 7 (24 page)

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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Ignorando sus preguntas, Win se limitó a decir:

—Quiero volver a follarte. Ahora mismo.

Ella enarcó una ceja y apretó los labios.

—Qué sentimiento tan encantador… Gracias, Win. Desgraciadamente, tengo planes para esta noche y tengo que estar en otra parte dentro de media hora. ¿Vas a responder a mi pregunta?

Él dio un paso en su dirección, luego se acercó y deslizó un dedo por su brazo desnudo.

—No, no lo haré. Averígualo tú misma. Eres una chica lista. Vamos, Elle. Una vez más.

—No.

—¿Adónde vas?

Ella apartó la vista y esperó un momento antes de contestar.

—Al Club Union League.

Su mano se detuvo.

—Para llevar aquí sólo un mes, te mueves en los círculos adecuados.

Ella no dijo nada y una sensación de incomodidad flotó en su mente.

—¿Con quién vas a encontrarte?

Ella guardó silencio otro instante, y le devolvió una mirada tan fría como el aire que soplaba por los conductos del aire acondicionado.

—Con Davis Lee —contestó—. Vamos a tomar algo. Tal vez tengas razón, Win. Tal vez pueda averiguar por mí misma qué es lo que te fascina.

Tras un segundo en el que contuvo la respiración, sorprendido, Win reaccionó riendo. «Me está amenazando».

Alejándose de ella, terminó de ajustarse el cinturón, se puso sus zapatos Ferragamo y agarró su chaqueta.

—No me cabe la menor duda de que serás capaz de hacer exactamente eso, Elle, con tu estilo concienzudamente placentero. —Tomó uno de sus pechos con la mano y acercó su rostro al de ella—. Sólo recuerda una cosa, querida. Recuerda quién paga tu salario.

—Siempre lo recuerdo, Win. Vosotros dos.

«Maldita perra». Estaba muy excitado. Acercó su boca a la de ella, apretándola contra la puerta, empujando con sus caderas contra las suyas y pasando su mano libre bajo el vestido para aferrar su trasero desnudo.

Ella no respondió ni lo apartó, pero sus ojos azules lanzaban un fuego helado cuando éste alzó la cabeza. A él no le importaba.

—Me gustan tus juegos, Elle —le dijo, tomando aire—. Son muy sexis, al igual que tú. Y todavía quiero follarte.

Él dio un breve paso atrás y agarró el picaporte de la puerta junto a las caderas de Elle. Ella se apartó.

—El deseo es completamente mutuo, Win —dijo suavemente, sonriéndole con frialdad.

Capítulo 22

La tormenta había permanecido inmóvil casi treinta horas, girando a una velocidad constante y aumentando su circunferencia. Toda vida marina que pudo escapar a la turbulencia bajo la tormenta así lo hizo, dejando a los corales y a las criaturas con menos movilidad para ser golpeadas por la incansable acción de las olas y los detritus que quedaron atrapados dentro del vórtice y que después eran lanzados hacia lo alto o hundidos en las profundidades.

El mar situado en torno a la tormenta se alzó como respuesta y creció desde el centro en círculos concéntricos. Aceleradas por los fuertes vientos, algunas de las olas alcanzarían grandes distancias para disminuir su intensidad en alguna o ninguna parte. Otras mantendrían su energía y llegarían a alguna isla cercana para golpear contra las costas y los arrecifes, que recibían el embate sin resistencia y permitirían ser modificados o sencillamente destruidos. Las palmeras se agitaban y doblaban, algunas cediendo con un crujido tan fuerte como un trueno, otras manteniéndose firmes y soltando sus hojas y frutos como misiles. Los isleños se acurrucaban en estructuras que ahora parecían insignificantes, esperando un respiro mientras escuchaban los violentos cambios que tenían lugar a su alrededor y rezando para que el viento y el agua les perdonara la vida y no destrozara sus pertenencias. Otros, corriendo riesgos o fingiendo coraje, se enfrentaban a la tormenta desarmados, desafiando su superioridad, cuestionando su fuerza, mientras vadeaban las calles inundadas tentando a la suerte. Todos aprenderían una lección para toda la vida.

Un cable de alta tensión, liberado por el viento y animado por el agua, se arqueaba y retorcía en el aire, chasqueando contra el suelo una y otra vez, con las erráticas y violentas sacudidas de una serpiente recién decapitada. Hipnotizado por lo que veía y por las chispas, uno de los hombres empapados por la lluvia observó la agitada danza del cable mientras se aferraba al poste de metal de un sacudido cartel en la vía pública. Por intentar mantenerse inmóvil enfrentándose al aterrorizante viento, reaccionó demasiado lentamente cuando la siseante serpiente escupiendo fuego se le acercó.

El dolor cegador y la parálisis se apoderaron de él mientras la fuerza desatada de Vulcano lo lanzaba por los aires y luego lo aplastaba contra el suelo. Gimiendo, retorciéndose, gritando como si sus tejidos fueran cocidos a fuego lento, finalmente se desembarazó de su furioso y convulsivo abrazo y se quedó tirado, estremeciéndose, en medio de la calle, casi exánime. El cable, un delgado látigo contra el furioso cielo, volvió a chasquear, lanzando su cuerpo exangüe como juguete infantil hacia los ansiosos dedos del mar que lo rodeaba.

Cerca, mudos de incredulidad y terror, los amigos del hombre observaban las crecientes olas que empujaban el cuerpo por la carretera hasta que fue a estrellarse una y otra vez, con creciente ímpetu, contra los afilados restos de un árbol caído. Alentados por un coraje tardío y mera imprudencia, un hombre se apartó del grupo atónito y corrió hacia su amigo, intentando salvar, si no su vida, por lo menos su cuerpo, del anonimato de una tumba líquida.

El viento aullando en sus oídos y las gotas de lluvia que lo golpeaban como pedruscos por una rueda que girara velozmente hicieron que concentrara su atención como nunca lo había hecho hasta entonces, hasta que llegó al humeante cuerpo sin vida. Agarrándolo del cuello de la camisa favorita de su amigo, ahora chamuscada y empapada, intentó arrastrar el cadáver hasta un lugar seguro. Pero al darse la vuelta se detuvo bruscamente para ver, con fascinante horror, las cabezas de sus otros dos amigos, que rebotaban por la calle, como si formaran parte de un macabro juego de bolos. Los cuerpos decapitados permanecían de pie, apoyados contra el derruido edificio por el ensangrentado y retorcido pedazo de tejado de metal que los había protegido a todos unos segundos antes.

Sin poder comprender el infierno que lo rodeaba, el hombre cayó de rodillas y lloró por él mismo, por sus amigos, por el mundo que se llegaba a su fin delante de sus ojos. No se le ocurrió hacer otra cosa.

Lejos de la costa, el agua bajo la tormenta se había agotado al agitarse y había entregado todo su calor. Mientras el agua más fría, se elevaba desde las profundidades, el vórtice, hambriento de más calor, al no encontrarlo, comenzó a desplazarse lentamente, tambaleando la estabilidad de su centro como si estuviera en los estertores de la muerte. Esta leve acción la desplazó significativamente hacia aguas más cálidas y menos profundas, y alentada de tal modo,
Simone
comenzó a crecer nuevamente.

Capítulo 23

Domingo, 15 de julio, 9:00 h, Campbelltown, Iowa.

Como siempre, Carter se sentó al final de la primera fila de bancos de la pequeña iglesia, sosteniendo la mano de su esposa, con la cabeza gacha y los ojos cerrados, mientras el pastor dirigía las oraciones de sus feligreses. Era una antigua costumbre suya establecida para alejar las palabras y dejar que la reverente y familiar cadencia de la voz del pastor sirviera como telón de fondo a sus pensamientos más íntimos.

El hecho de que
Simone
se hubiera detenido no lo complacía. Había estado observando la tormenta detenidamente, manteniendo su impaciencia bajo control. Sabía que realizar acciones adicionales demasiado pronto sería muy arriesgado. Había sido contraproducente nueve años antes con el
Mitch
, y los resultados no habían sido precisamente óptimos. De hecho, esta vez su paciencia había dado su fruto, y
Simone
había comenzado a desplazarse por sí misma la tarde anterior. Y de todas las direcciones que podía haber tomado, había comenzado a moverse en la correcta. No hacía falta corrección alguna. No pudo sino considerarlo como una reivindicación de sus planes.

Como si estuviera flexionando los músculos mientras decidía hacia dónde dirigirse,
Simone
había crecido. El ojo permanecía estrecho y compacto, pero los vientos exteriores se extendían por casi ciento cincuenta kilómetros, y el frente de tormenta ya era descrito como imponente. Había habido informes de daños menores por el viento y el agua y algunas muertes en varias de las islas menores esparcidas por la zona oriental del Caribe.

Ahora que se había decidido por un rumbo —el rumbo correcto— la República Dominicana y Cuba no recibirían un impacto directo, pero las Bahamas seguramente sufrirían mientras la tormenta se trasladaba hacia aguas continentales más cálidas. Una vez que cruzara las Bahamas, Carter sabía que tendría que tomar el mando para asegurarse que la tormenta siguiera su curso. El éxito de una operación tan peligrosa y delicada era una gran preocupación, más que nada porque Raoul se estaba volviendo descuidado.

Las bajas eran una desafortunada consecuencia de muchas de las operaciones, pero la muerte de los excursionistas en el cañón del desierto había resultado ser más que desafortunada. Ese hecho había resultado ser crucial, al estar seguido por la gente del yate que había visto a Raoul pasar sobre la tormenta.

Por si eso fuera poco, los bloggers habían comenzado a hablar sobre un piloto borracho en Puerto Príncipe que había estado contando historias sobre láseres aéreos para crear tormentas. Nadie lo había visto en las últimas cuarenta y ocho horas, y aunque nadie sabía su nombre, suponía demasiadas coincidencias para la presencia de su equipo en la zona. Raoul sabía que no debía dejar rastros que pudieran conducid a la fundación, pero si el piloto había sido un miembro insatisfecho del grupo, pasado o presente, las cosas podrían complicase. Una prostituta europea ya había intentado monopolizar la historia, diciendo que el piloto era estadounidense y que habían estado comprometidos.

La decisión de mantener un solo grupo de trabajo había sido estratégica, pero ahora empezaba a preguntarse si había sido prudente. Menos gente que supiera lo que estaba sucediendo significaba menos vulnerabilidad potencial. Pero también que no había apoyos si algo salía mal, como había pasado últimamente. Eso quería decir que no había alternativa para Raoul, y su capacidad de alterar el resultado de las operaciones. Ya fuera en las condiciones de vuelo o en los cambios de personal, Carter nunca había tenido motivos para cuestionar las decisiones del lacónico británico. Hasta ahora.

Carter oyó el movimiento de la congregación al ponerse de pie para el himno final y los imitó. El sentimiento comunitario que se producía después del servicio siempre había constituido un momento especial para Iris, y después de eso, se irían a casa a pasar una tarde tranquila. Sólo Iris y él.

Y
Simone
.

Domingo, 15 de julio, 15:15 h, Santa Rita, Península de Yucatán, México.

Raoul miró hacia la sombra que se interponía entre él y el sol. Pasó la botella sudorosa de cerveza a su mano izquierda y con la derecha hizo visera para protegerse del reflejo. Recorrió con su mirada el cuerpo esbelto de su copiloto, Carrie —sin apellido—, que se encontraba de pie a su lado con una expresión sombría en el rostro.

—Ya era hora de que llegaras a la playa. Toma una cerveza —murmuró, y luego bajó la mano y miró hacia el mar agitado.

—No es una visita social —respondió ella, dejándose caer en la hamaca junto a la suya.

Volvió a mirarla, esta vez a los ojos.

—¿Qué significa eso?

—Significa que quiero saber qué está sucediendo. —Le entregó un delgado periódico y señaló con un dedo un titular en el ángulo inferior izquierdo.

Agarró el periódico y entrecerró los ojos mientras las oscuras letras danzaban en la página bajo la luz brillante.

«Placas de identificación de un piloto estadounidense encontradas en el vientre de un tiburón».

«Mierda». Dejó el papel sobre un muslo y tomó otro trago de cerveza, mirando hacia el océano.

—Pobre hijo de puta.

—¿No estás interesado en leer el resto del artículo? —le preguntó, con voz neutra.

—¿Qué más quieres que lea? ¿Una excursión de buceo nocturno que salió mal? ¿Ignorar los carteles de «por favor, no alimente a los animales salvajes»? —Se encogió de hombros.

—El Pentágono ha enviado a un equipo a investigar algunos rumores que corren por Haití con respecto al motivo por qué fue asesinado.

—¿Por un tiburón? —Miró la botella vacía que tenía en la mano e hizo señas a un jovencito medio desnudo que arrastraba una maltrecha nevera portátil por la arena.

—Por un inglés.

Raoul completó la transacción, esperó a que el muchacho se alejara y tomó un primer trago helado que fluyó por su garganta antes de responder.

—Era un idiota y un borracho. Sólo Dios sabe en lo que andaba metido. No se presentó cuando tuvimos que marcharnos, así que lo dejamos atrás. No soy una jodida niñera.

—Nadie anda buscando a una niñera. Buscan a un británico bajito con un helicóptero destartalado y mucho dinero.

Se volvió a mirarla.

—¿Quieres que te lleve a tu casa o prefieres que te deje aquí?

Carrie le lanzó una pétrea mirada cuando se puso de pie.

—Mi próximo vuelo es el último. Quiero que me pagues por adelantado.

Con una casi imperceptible inclinación de cabeza, se giró hacia la playa y al cielo.

Capítulo 24

Lunes, 16 de julio, 7:00 h, McLean, Virginia.

—Dime otra vez por qué esto es interesante.

Sin reprimir del todo su exasperación, Jake Baxter miró a Paul Turk, su compañero de jogging. Habían entrado en la CIA al mismo tiempo, y habían coincidido en parte del adiestramiento, y todavía se reunían tres veces a la semana para correr juntos, antes del trabajo. Paul no era meteorólogo, ni siquiera un científico, pero era un hombre listo. Como analista en el Departamento del Crimen Organizado y Narcóticos, conocía cualquier cosa sobre el desarrollo de tendencias, así que, en opinión de Jake, el motivo por el que esta conversación le estaba causando semejantes problemas sólo podía atribuirse a dos cosas: o Paul se hacía el estúpido sólo para fastidiarlo o, más probablemente, su mente estaba concentrada en la rubia con la que había salido la noche anterior.

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