La madre comandante atendió primero a Kiria, utilizando técnicas curativas Bene Gesserit para calmar la respiración de la víctima.
Luego le masajeó la sien herida, tocando con sus dedos en los puntos de presión exactos. La antigua Honorada Matre reaccionó enseguida y finalmente consiguió sentarse.
Dado que ninguna de las tres se había transformado, eso significaba, o bien que no eran Danzarines Rostro, o que la prueba no funcionaba. La inquietud de Murbella iba en aumento, porque en su mente no dejaban de surgir interrogantes. Se encontraba en territorio desconocido. Los Danzarines Rostro podían estar en cualquier parte.
Que no veas una cosa no significa que no esté ahí. Incluso el más observador puede cometer ese error. Hay que estar siempre alerta.
B
ASHAR
M
ILES
T
EG
, debates sobre estrategia
Miles Teg llegó al puente de navegación con un propósito específico en mente. Se sentó en una de las sillas que había ante el panel de mandos, junto a Duncan, que volvió su atención hacia él a desgana. Desde que estuvieron a punto de quedar atrapados en la red centelleante porque él estaba pensando en Murbella, Duncan se había mostrado concienzudo en sus obligaciones, hasta el punto de aislarse. No quería volver a bajar la guardia.
—Cuando morí la primera vez —dijo Teg—, casi tenía trescientos años estándar. Había formas de frenar mi envejecimiento… consumo masivo de melange, ciertos tratamientos suk, secretos biológicos de las Bene Gesserit. Pero decidí no recurrir a ellos. Y ahora me siento viejo otra vez. —Echó un vistazo a aquel hombre de cabellos oscuros—. Duncan, en todas tus vidas ghola, ¿alguna vez te has sentido realmente viejo?
—Soy más viejo de lo que puedes imaginar. Recuerdo cada una de mis vidas y de mis incontables muertes… tanta violencia contra mí… —Duncan se permitió una sonrisa pesarosa—. Pero hubo unas pocas veces en las que tuve una vida larga y feliz, con mujer e hijos, y morí plácidamente mientras dormía. Sin embargo, esto fueron excepciones.
Teg se miró las manos.
—Este cuerpo no era más que un niño cuando partimos. ¡Dieciséis años! Ha nacido y ha muerto gente, pero a bordo del
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todo parece estancado. ¿Hay algo
más
en nuestro destino aparte de esta huida constante? ¿Nos detendremos alguna vez? ¿Encontraremos un planeta?
Duncan escaneó una vez más el espacio alrededor de la nave errante.
—¿Dónde estaremos seguros, Miles? Nuestros perseguidores nunca se darán por vencidos, y cada salto por el tejido espacial es un riesgo. ¿Deberíamos buscar al Oráculo del Tiempo y pedir su ayuda? ¿Hemos de confiar en la Cofradía? ¿Debo llevar la nave de nuevo a aquel otro universo vacío y extraño? Tenemos más opciones de las que queremos admitir, pero ninguna es buena.
—Tendríamos que buscar un lugar desconocido e impredecible. Nosotros podemos seguir rutas a las que ninguna mente podría acceder. Tú y yo podríamos hacerlo.
Duncan se levantó de la silla del piloto y señaló el panel.
—Tu presciencia es tan buena como la mía, Miles. Seguramente mejor, gracias a tu ascendencia Atreides. Jamás me has dado motivos para dudar de tu competencia. Adelante, guíanos a ese lugar. —Su ofrecimiento era sincero.
La expresión de Teg parecía vacilante, pero aceptó. Podía sentir la confianza de Duncan, y eso le recordó sus campañas militares del pasado. Como Bashar, él había llevado enjambres de hombres a su muerte. Ellos aceptaban sus tácticas. La mayoría de las veces, evitaba tener que recurrir a la violencia, y sus hombres habían acabado por pensar que tenía capacidades sobrenaturales. Pero incluso cuando fallaba, morían sabiendo que si el Gran Bashar no podía, es que realmente el problema no tenía solución.
Teg estudió las proyecciones, tratando de hacerse una impresión de la zona donde estaban. Cuando estaba planeando aquello, antes de acudir al puente de navegación, había consumido la ración de especia correspondiente a cuatro días. De nuevo, tenía que hacer lo imposible.
La especia iba haciendo efecto, y Miles veía aparecer coordenadas, dejando que la doble visión de su presciencia innata le guiara. Llevaría la nave a donde fuera necesario. Sin pensárselo dos veces, sin realizar ningún tipo de cálculo de refuerzo, lanzó el
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al vacío. Los motores Holtzman plegaron el espacio, los arrancaron de una parte del espacio y los depositaron en otro lugar…
Teg llevó la no-nave a un sistema solar poco destacable, con un sol amarillo, dos planetas gigantes gaseosos y tres mundos de roca similares próximos a la estrella, pero nada dentro de la zona habitable. En las lecturas no había absolutamente nada.
Y sin embargo, su presciencia le había llevado allí.
Por algún motivo…
Durante casi una hora, estuvo estudiando las órbitas vacías, tanteando con sus sentidos excepcionales, convencido de que su capacidad no les había llevado por el camino equivocado.
Cuando los motores Holtzman se activaron, Sheeana acudió al puente de navegación, temiendo que la red los hubiera vuelto a encontrar. En aquellos momentos esperaba impaciente por saber qué había encontrado Teg. No cuestionó la presciencia del Bashar.
—No hay nada, Miles. —Duncan se inclinó por encima de su hombro para estudiar las mismas pantallas. Aunque no podía demostrar lo contrario, no estaba de acuerdo.
—No…, espera. —Su vista se nubló y de pronto lo vio, no con su visión real, sino a través de un rincón oscuro y aislado de su mente. Siempre había tenido aquella capacidad en sus complejos genes, y despertó a causa de las terribles torturas con la sonda T, que también desataron su capacidad para moverse a velocidades increíbles. La capacidad instintiva de ver otras no-naves era otro de los talentos que Teg había ocultado cuidadosamente a las Bene Gesserit por miedo.
Sin embargo, la no-nave que veía en aquellos momentos era más grande que la nave más enorme que hubiera visto nunca.
Mucho más grande.
—Ahí hay algo. —Mientras se acercaban, no intuyó ningún peligro, solo un profundo misterio. Aquella zona orbital no estaba tan vacía como había pensado en un primer momento. El silencio no era más que una ilusión, un sudario impreciso lo bastante grande para ocultar un planeta. ¡Un planeta entero!
—Yo no veo nada. —Sheeana miró a Duncan, quien meneó la cabeza.
—No, confiad en mí. —Por suerte, el disfraz del campo negativo no era perfecto, y mientras Teg trataba de encontrar una explicación plausible, el campo parpadeó y una mota de cielo apareció por un instante antes de que volviera a quedar oculto.
Duncan también lo vio.
—Tiene razón. —Dedicó a Teg una mirada inquisitiva y reverente—. ¿Cómo lo has sabido?
—El Bashar lleva los genes de los Atreides, Duncan. A estas alturas no deberías subestimarlos —dijo Sheeana.
Mientras la nave seguía acercándose, el campo negativo parpadeó una vez más y les permitió ver una imagen fugaz y seductora de un mundo totalmente oculto, una salpicadura de cielo, continentes marrones y verdes. Teg no podía apartar sus ojos de la pantalla.
—Una red de satélites que generan campos negativos podría explicarlo. Pero el campo es defectuoso, o ha sufrido desperfectos.
La no-nave se acercó al planeta que no estaba allí. Duncan volvió a sentarse en su asiento de mando.
—Es… es casi inconcebible. La cantidad de energía que se necesita es inmensa. Esta gente debe de haber tenido acceso a una tecnología mucho más avanzada que la nuestra.
Durante años, Casa Capitular había permanecido oculta mediante una barrera de no-naves, suficientes para hacerla indetectable en una búsqueda rutinaria, pero se trataba de un escudo fragmentario e imperfecto… que obligó a Duncan a permanecer a bordo de la no-nave en tierra. Sin embargo, aquel mundo estaba completamente rodeado por un campo negativo que lo abarcaba todo.
Mientras Teg guiaba la nave, atravesaron la red invisible de satélites que generaban los campos negativos superpuestos. Por un momento, los sensores orbitales quedaron cegados, pero la tecnología similar de camuflaje del
Ítaca
les permitió atravesarla.
A su espalda, como si a su paso hubieran alterado un delicado equilibrio, el campo negativo del planeta volvió a vacilar, activándose y desactivándose, y luego quedó restaurado.
—Un gasto tan grande de energía habría arruinado a imperios enteros —dijo Sheeana—. Nadie haría algo así porque sí. Está claro que quien sea quiere permanecer oculto aquí. Debemos ser cautos.
Podemos aprender mucho de aquellos que vinieron antes que nosotros. El legado más valioso que pueden dejarnos nuestros ancestros es la conciencia de cómo evitar los mismos errores mortales.
R
EVERENDA
MADRE
S
HEEANA
, diarios de navegación del
Ítaca
La poderosa civilización que en otro tiempo había medrado en el no-planeta estaba muerta. Todo estaba muerto.
Mientras el
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rodeaba el planeta oculto en una órbita cerrada, las púas erizadas de los escáneres captaban ciudades silenciosas, reductos visibles de industrias, asentamientos agrícolas abandonados, complejos de viviendas vacíos. Las frecuencias de transmisiones estaban totalmente mudas, y ni tan siquiera se escuchaba la estática de los satélites repetidores del tiempo o las señales de socorro.
—Los habitantes de este planeta se tomaron muchísimas molestias para esconderse —dijo Teg—. Pero parece que a pesar de todo les encontraron.
Sheeana estudió las lecturas. Ante aquella situación misteriosa, había convocado a varias hermanas para estudiar los datos y sacar conclusiones.
—Los ecosistemas parecen intactos. Los niveles mínimos de polución residual en el aire sugieren que el lugar lleva deshabitado por lo menos un siglo, depende del nivel de industrialización que tuviera. Las praderas y bosques están intactos. Todo parece normal, casi prístino.
La expresión de preocupación de Garimi hizo aparecer profundas arrugas en torno a sus labios y en la frente.
—En otras palabras, esto no fue causado por el mismo tipo de intervención mediante el que las rameras convirtieron Rakis en una bola calcinada.
—No, solo ha desaparecido la gente. —Duncan meneó la cabeza, mientras analizaba los datos que iban apareciendo en las pantallas, incluidos los planos de las ciudades y detalles sobre la atmósfera—. O se fueron o murieron. ¿Creéis que se estaban escondiendo del Enemigo Exterior, que estaban tan desesperados por pasar inadvertidos que ocultaron el planeta entero tras un campo negativo?
—¿Es un planeta de Honoradas Matres? —preguntó Garimi.
Sheeana tomó una decisión.
—Aquí podría estar la clave para saber de qué huimos. Tenemos que averiguar lo que podamos. Si ahí abajo vivían Honoradas Matres ¿qué las hizo huir, o las mató?
Garimi levantó un dedo.
—Las rameras acudieron a las Bene Gesserit preguntando cómo controlamos nuestros cuerpos. Estaban desesperadas por saber cómo las Reverendas Madres manipulamos nuestro sistema inmunitario, célula a célula. ¡Claro!
—Habla claro, Garimi. ¿Qué quieres decir? —La voz de Teg era brusca, la voz de un endurecido comandante de batalla.
Ella lo miró con expresión agria.
—Tú eres un mentat. Haz una proyección primaria.
Teg no se molestó por el comentario. No, en vez de eso, por un momento sus ojos se pusieron vidriosos, luego su expresión volvió a su aspecto habitual.
—Ahhh. Si las rameras querían aprender a controlar sus respuestas inmunitarias, quizá es que el Enemigo atacó con un agente biológico. Las rameras no tenían la habilidad ni los conocimientos médicos para protegerse, por eso necesitaban conocer el secreto de la inmunidad Bene Gesserit, incluso si para ello tenían que eliminar planetas enteros. Estaban desesperadas.
—Tenían miedo a las epidemias del Enemigo —dijo Sheeana.
Duncan se inclinó hacia delante para contemplar la imagen pacífica pero ominosa de la tumba que tenían allí abajo.
—¿Estás sugiriendo que el Enemigo descubrió este planeta a pesar incluso de la presencia del campo negativo y lo sembró de enfermedades que mataron a todo el mundo?
Sheeana señaló con el gesto la gran pantalla.
—Tendremos que bajar y comprobarlo por nosotros mismos.
—No es prudente —dijo Duncan—. Si la epidemia mató a toda esa gente…
—Como ha señalado Miles, las Reverendas Madres sabemos proteger nuestros cuerpos de la contaminación. Garimi puede venir conmigo.
—Es una temeridad —dijo Teg.
—Tanto cuidado y cautela nos han reportado bien poco en estos dieciséis años —dijo Garimi—. Si no aprovechamos esta oportunidad para descubrir algo sobre el Enemigo y las Honoradas Matres, entonces nos mereceremos lo que nos pase cuando vengan a por nosotros.
Garimi guió la pequeña gabarra a través de aquella atmósfera que el tiempo había limpiado y descendió sobre la metrópoli fantasmal. La ciudad vacía era ostentosa e imponente, y estaba compuesta principalmente de elevadas torres y edificios imponentes con una cantidad superflua de ángulos. Cada estructura tenía una marcada solidez, un aire un tanto «llamativo», como si los constructores exigieran grandeza y respeto. Pero se estaban viniendo abajo.
—Extravagancia y ostentosidad —comentó Sheeana—. Denota falta de sutileza, puede incluso que inseguridad en el propio poder.
En su cabeza, la antigua voz de Serena Butler despertó.
En la Era de los Titanes, los grandes tiranos cymek construyeron grandes monumentos para sí mismos. Era su forma de reforzar la imagen que tenían de su propia importancia.
Sheeana supuso que habrían pasado cosas parecidas incluso antes.
—Como humanos, aprendemos las mismas lecciones una y otra vez. Estamos condenados a cometer siempre los mismos errores.
Cuando vio que la Supervisora Mayor la miraba con cara rara, Sheeana se dio cuenta de que había hablado en voz alta.
—Este lugar lleva la marca inconfundible de las Honoradas Matres. Un lujo espectacular pero innecesario. Dominación e intimidación. Las rameras avasallaron a las gentes a quienes conquistaron, pero al final no fue suficiente. Incluso el desmesurado desembolso necesario para generar un campo negativo que se autoalimentara demostró no ser suficiente frente al Enemigo.