Ciudad de Dios (27 page)

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Authors: Paulo Lins

Tags: #Drama, otros

Grande dejó el centro de venta del Bloque Siete bajo la responsabilidad de su compadre Napoleão, que mantuvo buenas relaciones de amistad con Miguelão. Cada uno traficaba con su mercancía sin sentir ninguna envidia por lo que movía o dejaba de mover el otro. La prueba de su actitud respetuosa llegó cuando detuvieron a Miguelão. Napoleão podría haberse quedado con su sector, pero dejó al frente a Chinelo Virado, justamente porque éste había sido camello de Silva, Cosme y Miguelão. Se había criado allí, luchó por el derecho a ser su dueño y no sería él quien se lo prohibiese. Chinelo Virado estaba lo bastante preparado como para ocuparse de la venta y, a pesar de haber crecido junto a maleantes, era discreto y bien educado. No tenía la necesidad de hacer maldades, como le ocurría a la mayoría de los delincuentes; raras veces se dejaba ver armado y trataba bien a los clientes de cualquier rincón de la favela. Los dulces de san Cosme y san Damián que distribuía eran de excelente calidad. Además de dulces, regalaba ropa, libros infantiles, juguetes y material escolar; solía comprar zapatillas de fútbol, calcetines largos y camisas para el Oberom Fútbol Club, equipo de los Bloques Viejos. Con eso, se ganó la simpatía de los habitantes. Su centro de venta era discreto: pocos malandrines en el envasado de la droga para no dar el cante, nada de compinches para que no hubiese traición. Vivía sin enemigos. Cada tanto, enviaba unas bolsitas de marihuana a los rufianes de la zona y a los muchachos de la barriada. Todo el mundo lo apreciaba y lo respetaba.

Inho, desde el primer día de su traslado de la favela Macedo Sobrinho a Ciudad de Dios, salió de la casa de su madrina y se instaló en Los Apês, tras ocupar ilegalmente un piso poco después de que los representantes del gobierno inauguraran los Bloques Nuevos. Se quedaba en la plaza, donde recibía a amigos de su infancia. Insistía en estrechar las manos a los currantes, en dar palmadas en la espalda a los rufianes de la vieja guardia, en tocarles el culo a las putas. ¡Cuánto tiempo sin ver a aquellos que lo habían conocido tratando de hacer girar la peonza, jugando a las canicas, elevando cometas en el cielo! Preguntaba por éste o por aquél, liaba porros para los muchachos de la barriada e iba presentando a Pardalzinho, Madrugadão y Sandro Cenourinha a los nuevos habitantes. Y eso le hacía sentirse bien.

Días después de la inauguración de los Bloques Nuevos, Inho insistió en celebrar sus dieciocho años en el Bloque Siete de los Bloques Nuevos ofreciendo carne a la parrilla y cerveza a sus amigos.

Su hermano mayor, Israel, que también ocupó un piso que no era suyo, se ocupó de llevar a los integrantes del grupo de samba del que formaba parte para animar la fiesta de la mayoría de edad de Inho, quien, ya embriagado, mandó abrir el centro de venta para los amigos y para cualquiera que fuese a comprar droga aquel día: él lo pagaría todo. Llegaba a la mayoría de edad con diez asesinatos, cincuenta asaltos, treinta revólveres de los más variados calibres y respeto de todos los maleantes del lugar. Su liderazgo no provenía solamente de su peligrosidad, sino de sus entrañas, de su voluntad de ser el mejor, así como Ari del Rafa lo era en São Carlos y Grande lo fuera en la Macedo Sobrinho. Ese día regaló revólveres a Biscoitinho, Camundongo Russo y Tuba, amigos de la infancia, y les dijo que conocía un lugar estupendo donde irían juntos a dar un golpe.

La noche superó todos sus límites, la fiesta continuó al llegar el día, más carne, más grifa, más coca y cerveza por la mañana, que había nacido a ritmo de samba sincopada y de partido alto. Como todo maleante que se precie ha de tener dinero para gastarlo hasta que se acabe y, cuando se acabe, ha de comprar lo que quiera pagando en oro, cambió carne por cadenas y cocaína por relojes y pulseras de oro.

Antes de que acabase la fiesta, Inho salió en compañía de Pardal zinho a hurtadillas y entraron en un piso donde todo estaba dispuesto para su llegada. Velas encendidas a Ochalá y Changó, porque Ochalá es padre mayor y Changó es
padre de padre
Joaquín de Aruanda de las Almas, que bajó para iniciar la gira. Pero no sería con él con quien Inho hablaría.

Padre Joaquín subió enseguida, sólo había descendido para iniciar aquella gira y dar abrazos a los hijos de la tierra, enviar recado al caballo y dar órdenes al auxiliar, al
cambone
. No le correspondía trabajar con quien no sirve. Con quien no sirve trabaja Bellaca Calle de Aruanda de las Almas, que descendió después de reñir con otros echús para poder descender. Llegó riendo a mandíbula batiente, descendió ya rompiendo disputa, antes de saludar a los hijos de la tierra sentó sus reales, echó cachaza al suelo y comió fuego de vela, ordenó al auxiliar que doblase los bajos de los pantalones y se abrazó con él, porque Echú tiene que saludar primero al auxiliar, pues éste es quien cuida de él, quien deposita regalos en encrucijadas, quien compra cachaza y velas para poder iniciar la gira, quien deja ofrendas en Colunga Grande, quien mata.

Después dio un abrazo a todos los hijos de la tierra que se hallaban presentes.

Con Echú no se bromea,

en Echú no hay bromas.

cantaba Bellaca Calle de Aruanda de las Almas, saltando a la pata coja.

Inho, en silencio, escuchó el canto que iniciaba el propio Echú y que los fieles acompañaban.

Echú primero dio consulta al auxiliar, pidió matanza y regalos en una encrucijada, anunció que su caminador estaba hermoso, también envió recados para el caballo. Inmediatamente después llamó a Inho para dar consulta.

—¡Yo soy el Diablo, chaval! ¡Yo soy el Diablo! Si quieres yo te saco de ese pozo, eso, te llevo a un lugar más hermoso, eso, pero si tú llegas a caerme mal, pues ya sabes. Yo te doy protección de baleador de tirador, eso, te saco de las garras de las botas negras, eso, te pongo una alarma en el bolsillo y te señalo a los adversarios, eso. ¿No has venido aquí a pedirme eso? ¿Entonces…? Y si intentas ser más listo que yo, te machaco, te meto un tronco de higuera en el culo, eso… ¡Te meto en un traje de madera, eso! Sólo quiero una botella de cachaza y una vela, eso…

Inho intentó hablar.

Pero Bellaca Calle de Aruanda de las Almas no se lo permitió y continuó:

—No hace falta hablador, eso no, piensa en lo que quieres.

Inho cerró los ojos y bajó la cabeza. Sentía la fuerza de Echú, que no bromea porque en él no hay broma, apoderándose de toda la razón que le era permitida. Pardalzinho miraba asombrado a su amigo con una calma descomunal. Inho, allí inmóvil, caminaba por la luz y por las tinieblas, por el centro y por los rincones, por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, recto y sinuoso, por la mentira y la verdad de las cosas. Podría optar por el mundo en el que desearía estar, bastaba con elegir por qué vía quería transitar, a qué juego quería jugar, saldría de aquel pozo o se hundiría cada vez más; de cualquier juego saldría vencedor con la protección de Echú, que no bromea porque en él no hay broma. Era allí donde se forjaba verdaderamente un destino elegido, un destino en el que no habría dudas; en realidad, un destino que la vida había trazado para Inho y ahora vislumbraba entre arreos, con los ojos cerrados y la fe encendida, como la llama de la vela, a la que agitaba el viento que entraba en la sala del piso, encendida como la brasa del cigarro de Echú, del que manaba la luz que rodeaba a Inho.

En el momento en que Echú reinició su discurso, relatando hechos de su vida que sólo Inho sabía, éste abrió los ojos, bebió después la cachaza que Echú le ofrecía y aprendió la oración que Echú le enseñó. Los demás no entendieron una sola palabra. Inho abrazó a Echú y se retiró en silencio. Pardalzinho se fue con él.

Los atracos en la Barra y en Jacarepaguá rendían a Inho dinero suficiente para llevar una vida disipada, a la cual se había acostumbrado. Pero Napoleão y Chinelo Virado derrochaban mucho más dinero que él; las fiestas que celebraban, los dulces que ofrecían con ocasión de la fiesta de san Cosme y san Damián y el dinero para que el bloque Coreado desfilase por primera vez en el quinto grupo apesadumbraban a Inho. Veía que en Allá Arriba los traficantes vendían drogas como si vendiesen caramelos a los niños, daban fiestas que duraban dos o tres días para todo el que quisiera participar y apenas pegaban sello, no salían de la barriada ni se quedaban en el centro de venta, ya que tenían recaderos para traer la droga y camellos para venderla. Y ahí estaba él, el cerebro de los grandes golpes, el que investigaba el lugar para saber la hora exacta del atraco y que por ello se llevaba más dinero en los repartos, el que salía solo para volver con objetos de valor de las casas que robaba, y sin embargo no tenía lo suficiente para ser, además de temido, el más rico. Había notado que el número de porreros se multiplicaba cada día. ¿Qué esperaba para hacerse cargo de los puestos de Napoleão y Chinelo Virado? ¿Qué esperaba para ocuparse de Los Apês, su zona? Concluyó que, si lo planeaba meticulosamente, lo apoyarían de inmediato los compañeros que atracaban con él.

La idea de quedarse con el puesto de Napoleão se le ocurrió cuando se enteró de que Grande había muerto en un tiroteo con la policía en el morro del Juramento, pero tuvo la feliz intuición de postergarlo hasta encontrar el momento oportuno para convencer a sus amigos. La gente quería a Napoleão desde la época de la Macedo Sobrinho; pero, poco después de la muerte de Grande, los policías del Quinto Sector secuestraron a Napoleão, lo mataron e hicieron desaparecer el cadáver.

En realidad, habían hecho el trabajo por él. Bé se hizo cargo del puesto por ser hermano de Grande, pero a partir de ese momento el centro de venta del Bloque Siete no funcionó bien. Bé se gastaba todo el dinero y nunca reponía la mercancía, por lo que se veía obligado a robar para poder comprar la droga. Inho decía que el puesto del Siete estaba descuidado y que, si lo dirigiese él, los drogatas de la zona no tendrían de qué quejarse. Y empezó a hablar con los de la barriada sobre su pretensión de liquidar a Bé.

Su plan consistió en comprar a Bé grandes cantidades de droga al fiado, que nunca pagaba, y en pedirle dinero prestado, que nunca devolvía, con la intención de armar un buen follón y poder matarlo sin quedar mal con los muchachos de la barriada. Sin embargo, Bé no protestaba; por el contrario, lo trataba con respeto y le hacía creer que le tenía miedo.

—Bé me pidió prestada la pistola y después dijo que ya no la tenía —dijo Camundongo Russo a Inho.

Inho esperó a que estuvieran todos sus amigos para decir que Camundongo Russo era un tío estupendo, y que Bé se estaba aprovechando de él sólo porque Russo era muy joven. Camundongo Russo le caía demasiado bien como para dejarlo en la estacada y, si Bé no devolvía el arma a su amigo, tendría que vérselas con él.

Un miércoles por la mañana esperó a que el traficante se despertase y lo llamó para que lo acompañara al Morrinho; le dijo que había guardado allí un kilo de cocaína y que se lo pasaría para que pudiese dar un impulso a su puesto de venta. Israel, que era colega de Bé, vio la muerte en la mirada de su hermano; lo conocía bien y sospechó que Inho pretendía liquidar a Bé en el Morrinho. Israel sacó su pistola y redujo a su hermano como quien reduce a un enemigo. Inho soltó su risa taimada, estridente y entrecortada antes de parapetarse detrás de un poste. Israel ordenó a Bé que se marchase y apuntó el arma contra su hermano. Inho hizo lo mismo. Se batirían en un duelo a muerte. Pero la sangre impuso su voz e Israel desvió la mano en el momento de apretar el gatillo. Inho se reía e insultaba a su hermano, que corrió después de ver a Bé doblar la esquina.

Israel no podía dejar que su hermano matase a un amigo; sabía que, si le pidiera que abandonase esa idea, no le haría caso. Corrió hacia unos chiringuitos y disparó cuando oyó que Inho le ordenaba acabar con esa payasada. Conversaron ásperamente sobre lo que ocurría. Israel lo acusaba de querer resolverlo todo matando, para él todo se reducía a tiros. ¿Cómo iba a matar a Bé así, sin más ni más? Bé era amigo suyo y, además, todo el mundo tenía buen concepto de él. Inho hizo caso omiso de las palabras de su hermano y le previno para que nunca más se metiese con él: la próxima vez, le importaría poco el hecho de que fuesen hermanos, lo mandaría al quinto infierno.

Antes de que Inho diese la espalda a Israel, vio a Vida Boa, su hermano menor, que también se había mudado allí, corriendo hacia ellos, porque le habían dicho que los dos se habían liado a tiros. Vida Boa, receloso, los interrogó. Después de aclararlo todo, alertó a Israel sobre el peligro que había corrido. Inho era capaz de matarlo.

Inho sabía que Bé no volvería, que se las daba de valiente sólo por ser hermano de Grande; no era tan cruel como quería demostrar y sólo alardeaba con quien sabía que no corría riesgos. Llegó al Bloque Siete aún con el revólver en la mano. Pidió a Otávio, un chico de siete años, que llamase a Pardalzinho y, antes de que el niño dejase la peonza en manos de sus amigos, le extendió un billete de diez cruzeiros. El chico cogió el billete, sonrió y salió a toda pastilla.

—¡El puesto ya es nuestro! —dijo Inho a su amigo con alegría.

Pardalzinho sacudió la cabeza.

—Tú no te rindes, ¿eh? —comentó Pardalzinho.

En ese mismo momento, pidió al compañero que cogiese la carga de Bé. Durante todo el día, con la alegría de los vencedores en el semblante, vendió droga. Con un porro encendido en la boca y el revólver en la cintura, Inho atendía a los clientes. Cuando llegaba un conocido, insistía en darle una bolsita de más de cortesía; decía que aquello era como la Macedo Sobrinho, que había pertenecido a un tipo grande y ahora a un tipo menudo pero que, aun siendo menudo, era tan listo o más que Grande.

—¡Este puesto, el de la nueva Macedo Sobrinho, es de un tipo menudo! —decía Inho.

Sí, ahora se llamaría Miúdo, Zé Miúdo, y así despistaría a la policía que conocía la existencia de un tal Inho que no ahorraba víctimas en los atracos y que era considerado peligroso desde la época de Inferninho. «Cambiar de nombre: ¡qué idea tan cojonuda!», pensó. Y comenzó a decir que Inho había muerto, que el puesto de droga de los Bloques Nuevos ahora pertenecía a un tal Miúdo. Los demás delincuentes lo observaban con miedo y admiración. Algunos se sentaban en el bordillo, otros se apoyaban en la pared del Bloque Siete. Ninguno de ellos podría haber adoptado tal actitud, y por eso comenzaron a respetarlo, igual que todos los maleantes de la Macedo Sobrinho respetaron a Grande. Ganaría mucho dinero: los drogatas pululaban en todas partes y había numerosos camellos que venderían la droga.

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