Ciudad de Dios (31 page)

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Authors: Paulo Lins

Tags: #Drama, otros

El sol caldeaba aún más el ambiente, ya bastante tenso por la muerte de los seis traficantes de Allá Arriba. Thiago divisó a Gabriel y a Tonho en el otro extremo del Ocio y pensó en marcharse; quería quedarse solo para idear alguna estratagema que le permitiese acompañar a Adriana por la tarde, pero se percató de que sus amigos ya lo habían visto; tal vez se quitaría aquella historia de la cabeza si charlase un rato con ellos. Se sentó, apoyó la espalda en un pilar, hizo un esfuerzo para cambiar la expresión de la cara y extendió la mano a sus amigos con los ojos entreabiertos a la luz del sol.

—Queríamos comentarte algo. ¿Sabías que va a haber un festival de rock, en una finca en Magé? —preguntó Gabriel.

—No —respondió Thiago.

—¡Joder! ¿Cómo es que no lo sabes, chaval? Más de treinta grupos de rock puro… Lo están anunciando a todas horas por la radio Mundial. ¡Es increíble! Todo el mundo está entusiasmado con la idea de ir allí el viernes y no volver hasta el domingo. Hemos venido para pedirte que, si tú no vas a ir, nos dejes la tienda de campaña, ¿qué me dices, eh? ¡Joder, van a ir unas pibas estupendas! ¿No te apuntas? Voy a llevar diez bolsitas de maría para flipar tres días seguidos… —lo animó Gabriel, exaltado.

—¿Sabes lo que mola un montón en ese festival? —intervino Thiago—. Infusión de hongos. ¡Te bebes una taza, te fumas un porrito, después unas cinco pastillas y te pones como una moto, tío! Yo voy a ir, ¿sabes? Pero en mi tienda sólo caben dos, tengo que conse…

—¡Qué va, chaval, si en tu tienda caben diez! Basta con agenciarnos dos más, conseguir dos faroles de gas, comprar conservas, pan de molde… Primero hay que ver quién va, y luego prepararemos las cosas. Venga, vamos a ver esa tienda enseguida. ¿Está entera? Vamos, vamos a ver cómo es la tienda, ¿vale? —Gabriel hablaba frotándose las palmas de las manos.

Gabriel, siempre con una sonrisa en los labios, tenía una espesa cabellera negra y rizada que le llegaba hasta los hombros, y su cuerpo delgado y nervioso se estremecía cada vez que hacía planes. Tendió la mano a Thiago para ayudarlo a levantarse.

Mientras caminaban hacia la casa de Thiago, los tres empezaron a planear la excursión y a calcular cuánto gastarían en esos tres días. Tenían que avisar a Katanazaka, Busca-Pé, Marisol, Daniel, Bruno, Leonardo, Breno, Paulo Carneiro, Rodriguinho, Chevete y a todas las chicas.

Montaron la tienda en el patio de la casa de Thiago, que se olvidó completamente de su novia. Bastaba con darle una puntada en el lado izquierdo, nada más. Liaron un porro y después fueron hasta la casa de Álvaro Katanazaka a contarle lo del festival, aún más alegres debido al porro que se habían fumado. Siguieron con sus planes mientras saboreaban los ñoquis que doña Tereza Katanazaka había cocinado. Al anochecer, informaron al resto del grupo sobre la excursión y sobre los preparativos pendientes. Nada de cargar mucho peso. Las chicas llevarían la droga. Busca-Pé tenía una tienda y conseguiría dos más de unos amigos del colegio; Daniel tenía un hornillo de gas y todos llevarían bastantes mantas, porque la zona era fría. Todo arreglado: si todas las cosas se resolviesen tan fácilmente, no habría problemas en el mundo. Salieron de la casa de Katanazaka para fumar marihuana en una calle relativamente alejada, se echaron unas gotas de colirio para no dar el cante y volvieron para comer más ñoquis.

Marisol llegó a casa de Katanazaka poco después de que regresaran Thiago, Gabriel y Tonho. Thiago pensó en Adriana, pero la presencia de Marisol le aliviaba un poco: ahora tenía la certeza de que Adriana no estaba con él. No obstante, apenas habló con Marisol; de vez en cuando lo miraba fríamente de pies a cabeza, pero sin fijar mucho tiempo los ojos en su rival, que no se daba cuenta de nada. La madrugada los sorprendió absortos en los videojuegos.

Thiago, a pesar de haberse acostado tarde, se despertó temprano y, como de costumbre, se arregló para salir a correr. Hizo el mismo trayecto del día anterior, pero, en lugar de seguir a su novia, esperó a que ella llegase a la Praga Principal. Caminaron juntos hasta la parada del autobús, donde fijaron un nuevo encuentro en la puerta del colegio. Esta vez, el chico llegó minutos antes de la hora de la salida, vestido con su segunda mejor ropa, debidamente perfumado, y llevando bombones y chicles. Mientras intentaba convencer a su novia para que fuese al festival de rock, deliberadamente evitó agarrarla por la cintura.

Aunque hablaba mucho, observaba a los hombres que pasaban y, cuando alguno la miraba con más insistencia, Thiago primero titubeaba, pero luego disimulaba y seguía adelante. Se detuvo en el mismo bar a comprar cigarrillos; pidió también dos refrescos, puso dos pajitas en cada botella y salió a la puerta del bar, donde su novia estaba esperándolo. Se bebió el refresco a cierta distancia de ella y, para apartarse aún más, se acercó a la persona que se encontraba más alejada en el interior del bar para pedirle fuego y preguntarle algo mientras observaba de reojo a su novia; ésta sonrió a un compañero del colegio que pasaba por allí y que se detuvo para decirle algo, al tiempo que deslizaba la mano por el cuello de Adriana y le acariciaba el pelo. Al ver eso, Thiago se precipitó fuera del bar con la botella de refresco alzada para descargarla con toda su fuerza en la cabeza del gracioso, que se tambaleó y cayó aturdido al suelo. Antes incluso de que el muchacho se levantase, Thiago le propinó un puntapié en la cara y otros tantos en el cuerpo desmayado y ensangrentado. Todo había sido tan rápido que Adriana se quedó petrificada, con los ojos desorbitados; a su cerebro le costaba entender lo que había ocurrido. Rápidamente, un grupo de curiosos se arremolinó alrededor del estudiante; dos hombres intentaron agarrar a Thiago, que tiraba de su novia tratando de salir de allí con ella, pero cada vez había más gentío y le fue imposible llegar hasta Adriana. Entonces, soltó un puñetazo con la izquierda en la oreja del más próximo, meneó el cuerpo para golpear a los demás y amenazó con la botella a los que intentaban seguirlo. Mientras Adriana intentaba ayudar a su amigo, Thiago subió al primer autobús que pasó.

Después de tres paradas de autobús, Thiago bajó por la puerta de atrás, se libró de la botella y se quedó sin saber qué dirección tomar. Pensó en volver a recoger a Adriana, pero no, era mejor esperarla en casa o quedarse en la plaza; otra posibilidad era subir a un autobús que pasase por delante del bar para ver en qué había acabado todo. ¿Habría muerto el tío? Poco a poco comprendió que la había cagado; el sudor se le enfriaba en el cuerpo, y notaba en la espalda un vacío que iba y venía acompasadamente. Una estupidez, lo que había hecho era una estupidez. ¡Cuántas veces había acariciado el pelo de sus amigas, cuántas veces había dado besos a otras chicas que, por añadidura, también eran amigas de Adriana! Se arrepintió. Se quedó deambulando por la zona hasta que decidió subir a un autobús que lo llevase a Ciudad de Dios.

—¿Estás loco? ¿Has visto lo que has hecho? ¡Casi matas al chico! ¡Nunca más, nunca más se te ocurra mirarme!

—¡Pensé que era aquel tío del baile que te estaba tirando los tejos, no me fijé en que llevaba el uniforme del colegio! Si hubiese sabido que era amigo tuyo, no habría hecho nada…

—Y después, cuando se cayó al suelo, ¿no te diste cuenta de que era del colegio?

—Me puse nervioso, no vi nada, yo…, yo…

—¡Basta ya de mentiras, Thiago! Estás con esa manía de los celos desde ayer, no me había dado cuenta hasta ahora…

—¿Qué celos? ¿Qué celos? Me metí en ese lío para ayudarte y ahora te enfadas conmigo. ¡Vale! Pero no importa. Ya me marcho…

Thiago torció por la callejuela con el ánimo aún más derrotado; la mentira no había surtido efecto. Caminaba cabizbajo con pasos cortos, las manos en los bolsillos y los ojos arrasados en lágrimas. Había querido hacer de perro guardián y acabó perdiendo a Adriana. ¡Qué gilipollez, qué celos idiotas! Pero si hablase con Patricinha Katanazaka, la mejor amiga de Adriana, insistiendo en la mentira y mostrándose arrepentido, tal vez la convencería para que intercediera por él ante Adriana. Tenía que hacer las paces antes del festival; era muy arriesgado dejar a aquella belleza sola en medio de un mogollón de hombres, sobre todo ahora que a ella le había dado por fumar marihuana. Algún gracioso le pasaría un porro y después quién sabe qué. Sí, se quedaría un rato en casa y luego llamaría a Patricinha Katanazaka para charlar; incluso estaba dispuesto a hacer el ridículo llorando delante de Patricinha si con ello recuperaba a Adriana. Fue hasta el puesto de Tê, compró una bolsita de marihuana y apretó el paso hasta su casa.

Cerró todas las puertas por dentro, se lió un porro enorme y se acordó amargamente de todos los detalles de la agresión. Si pudiese retroceder en el tiempo, no iría siquiera a recogerla al colegio.

—Dios del cielo, Dios Todopoderoso, por favor, que Adriana vuelva a ser mía… Pero ¿qué hombre no babea por una mujer? Únicamente esos paraibanos o criollos, que sólo pillan mujeres feas. Cualquiera que estuviese con ella tendría celos. ¡Y qué celoso estaba! Ya me gustaría ver si encuentra un novio que la quiera más que yo… No lo encontrará. ¿Y sabes una cosa, Dios mío? No la quiero sólo porque sea guapa y esté como un tren, no, es su sensualidad, esa manera de gozar que tiene, esas manos suaves, su manera de hablar, de bailar, de pedirme las cosas. ¡Por favor, Dios mío, tráemela de nuevo!

Ocho meses, ocho meses de noviazgo habían bastado para queThiago se enamorase como un perrito y se convirtiese en un animal celoso. Lloraba con la cabeza apoyada en la pared.

—Ay, lloraba tanto… Había momentos en que no podía ni hablar. ¡Nunca he visto a Thiago así, chica! Tuve miedo incluso de que le diese algo. No paró de hablar. Dijo que tú no creíste lo que te dijo y que él sólo estaba intentando protegerte. Dijo que su madre podía morirse en ese momento si no era verdad lo que estaba diciendo…

—Pero él podía haberse dado cuenta de que el chico era del colegio: ¡estaba tan cerca, caramba! Le arreó un botellazo y después le pegó una patada en la cara. Ni siquiera me atrevo a volver al colegio; he dicho a todo el mundo que no lo conocía. ¡Menos mal que nadie me ha visto del brazo con él!… Pero, cuéntame, ¿lloró delante de ti?

—¿Que si lloró? Tendrías que haberlo visto. Yo, en tu lugar, iría a hablar con él.

La reconciliación fue fácil: Thiago lloró en los hombros de su novia, pero Adriana le puso como condición que nunca más fuera a recogerla al colegio, cosa que él aceptó de inmediato. También le dijo que no le gustaba esa manía de resolverlo todo a base de peleas y que tampoco quería jaleos como el que organizaron en el baile: un día acabarían matando a alguien. Incluso era posible que se hubiera cargado al compañero del colegio. Thiago asentía con la cabeza al final de cada frase, con un cinismo que lo engañaba incluso a él.

El miércoles, en casa de Katanazaka, ya estaba todo prácticamente listo para la excursión a Magé. Saldrían el viernes por la noche. Sólo faltaba recolectar el dinero para comprar los víveres, cambiar la bombona de gas, conseguir treinta bolsitas de marihuana, tres cajas de pastillas y discutir la compra de la cocaína, que Marisol insistía en que llevaran. Decía que en Estados Unidos todos los jóvenes fumaban y esnifaban, y Estados Unidos mandaba en todo.

—Fíjate, es el mayor país del mundo y el que tiene más gente enganchada en la droga. Joder, cualquier cosa americana es mejor que las nuestras: pantalones, patines,
skates
, relojes y lo que se te ocurra. Y allí uno se siente el rey del mambo… ¡Allí sí que hay buena onda!, ¿me entiendes? ¿Y qué me dices de Woodstock? Un montón de tías inyectándose, esnifando mogollón, fumando marihuana. ¡Fue la tira de días de rock puro, colega! En Estados Unidos no persiguen a los que fuman porros, no. Puedes fumar hasta en la cola del banco. Y si con hierba disfrutas del rock que te cagas, imagínate colocado con nieve. Yo creo que es mejor hablar con los muchachos y que se olviden de comprar esa mierda de conservas y que gasten todo en coca, ¿no te parece? —concluyó sonriendo, como todos los que lo escuchaban.

—A mí también me molaría meterme unas rayitas, pero tiene que ser de la buena, ¿entiendes? Tiene que pegar bien. Ya lo ha dicho Gilberto Gil: cuanto más ambarina, mejor.

—Gil es un porrero de los grandes, ¿no, tío? Lo pillaron en el sur con un montón de marihuana…

—¡No fue el único! También a Caetano, Bethánia y Gal… Esas tías también le dan al porro…

—¿Has visto la película?

—¿Doces bárbaros?
[13]

—Sí.

—No.

—Busca-Pé la vio y dijo que Gil dejó hecho polvo al comisario.

—¿En la película sale entrando en chirona?

—Sí.

—Ah… Entonces lo han hecho sólo para promocionarse.

—¡Qué dices, chaval! ¿Me vas a decir que Gil, Gal y todo ese grupo de bahianos no fuman? Gil es el porrero mayor. Pero yo qué sé… A mí no me gusta mucho su música, no me dice mucho…

—A Busca-Pé, en cambio, le emociona.

—¿Consiguió la tienda de campaña?

—¡Pues claro! Busca-Pé dijo que en su colegio hay un montón de tíos ricos que fuman marihuana en el teatro y en los conciertos; en cualquier concierto de esos tipos se fuma mogollón.

—Janis Joplin murió de sobredosis, ¿no?

—Jimi Hendrix también… Acuérdate de cuando las profesoras repartieron aquel papelito con la foto de los dos y en la parte de atrás decía que habían muerto por ingerir sustancias tósicas.

—¡Tósicas, no! ¡«Tó-xi-cas», tronco!

—Entonces quisimos saber qué era y nos gustó.

—¡Salió hasta en
Fantástico
, tío!

—Es fantástico: coño de plástico, pija con elástico, ¡el show de la vida es fantáaaaastico!

Siempre habían oído decir que el rock, mucho más que un género musical, era una manera de vivir, y por eso mismo se drogaron con maría, cocaína, chute e infusión de grifa durante las setenta y dos horas de rock que duró el festival, haciendo el amor día y noche en Magé. Vieron animales enormes y coloridos, perdieron la noción del tiempo, no se alimentaron, anduvieron sólo con bermudas las tres madrugadas de frío intenso, hicieron el pino, dieron saltos mortales en la cascada, algunos follaron hasta que les salió sangre de los genitales, aplaudían al comienzo de las canciones y se olvidaban de aplaudir al final de los espectáculos, pasaron horas y horas sin pronunciar una sola palabra, bailaron desnudos, cagaron en el río del que bebían agua, tuvieron la constante impresión de que eran las personas más felices del mundo, perdieron tiendas, ropa, hornillos, ollas… En fin, perdieron todo lo que llevaron.

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