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Authors: Eduard Pascual

Tags: #Policíaco

Códex 10 (25 page)

—No recuerda si iba acompañada o no. Podría ser que sí y que el acompañante estuviera curioseando por la tienda. De lo que sí parecía estar muy segura es de que pagó con tarjeta. Tengo que volver allí a eso de las diez para recoger el resguardo del datáfono.

—Perfecto, Sonia —sentenció el cabo—. Casanovas y Gloria están interrogando a la víctima de ayer para tratar de hallar alguna pista más sobre el caso. Puedo adelantaros que la matrícula del Ford Escort es robada, igual que en el primer caso. Del otro vehículo no hay nuevos datos: grande, oscuro y muy viejo, posiblemente de la Europa del Este. Al ser el que cierra la escapatoria por detrás, no hay números de la matrícula, aunque estoy seguro de que eso nos llevaría a un nuevo robo de placas. Domènec, ¿has comprobado cuántas aparecen como sustraídas en los últimos treinta días?

—Sí, demasiadas: 58 en toda Cataluña y unas 15 denunciadas aquí, repartidas entre La Jonquera, Empuriabrava y L’Escala.

—Eso no nos lleva a ninguna parte. De todos modos haz un listado de las que hayan sido denunciadas aquí, en Girona, en Banyoles y en Olot; lo pasaremos a las patrullas por si vieran algo. Nadal, quiero que te enteres de todo lo que puedas sobre el casquillo hallado por científica en el asalto de anteayer y del proyectil que destrozó el pie de ese fulano venido a menos.

—¿Qué quieres saber en concreto?

—Todo. Quiero que vayas a las armerías y te enteres de todos los que hayan comprado munición de ese calibre, máquinas de recarga o productos para realizar uno mismo ese trabajo en casa. Quiero que te enteres de la cantidad de estrías del proyectil, la distancia entre ellas y el ancho y profundidad de los surcos; que hables con intervención de armas de los picoletos y que traten de decirte qué armas cumplen los requisitos. Quiero saber si el casquillo nos revela algún dato inmediato. Todo, Nadal, todo.

Los agentes asintieron y se dispersaron. Sonia telefoneó a la juguetería y habló con la chica que la había atendido el día anterior. Disponían del datáfono.

* * *

Las gestiones telefónicas del sargento Montagut con el departamento de seguridad de Visa arrojaban el nombre de Yara Sarahiba Da Silva y un número de cuenta bancaria que figuraba a su nombre. La cuenta, a su vez, facilitaba un número de teléfono y una dirección de correo postal. En el banco constaba la orden de no enviar correspondencia al domicilio, por lo que cabía suponer que era un domicilio falso.

Flores y Sonia pudieron constatar que la mujer disponía de poco más de 3.000 euros y que realizaba envíos constantes de dinero a su país. A los policías no les costó imaginar a qué se dedicaba la mujer teniendo en cuenta el montante de las operaciones. Bastó una llamada al mosso de inteligencia policial de la comisaría de Figueres para que éste localizara en su base de datos el nombre de la prostituta entre las que había censadas en el local de alterne Lolita’s de la carretera que comunica Figueres con L’Escala.

—Esta noche tendremos que ir de fiesta, ¿te apuntas, o se lo digo a Domènec?

—No, me apunto.

—Hablemos con Paulino, que nos dé los datos de todas las hispanas que tenga, que no serán más de cinco o seis según el analista y, si no sabe nada de ella, la seguimos para ver dónde vive.

—¿Paulino? ¿No estaba en La Nube de La Jonquera?

—Sí, pero desde hace tres meses trabaja para el local del Taxista.

—Qué asco de mundillo.

* * *

Gracias a Paulino se enteraron de que el macarra de la Pantera, como llamaban a Yara en su ámbito profesional, era un ex presidiario cojo con muy mala leche. Hacía poco que había salido de la cárcel, en la que estuvo ocho años por atraco a mano armada a gasolineras. El jefe de seguridad del club desconocía el nombre de ese tipo, pero sabía que las chicas lo llamaban Cojo Manteca cuando hablaban entre ellas. El club no permitía que los chulos entrasen a molestar a sus chicas; el que daba problemas se encontraba con la mujer en la calle; así que solían cumplir con la norma. A Paulino poco le importaba dónde o con quién viviera Yara, siempre y cuando no faltara al trabajo más de un día a la semana y, por supuesto, cuando tenía la regla. Solía llegar al club a las nueve de la noche, un poco tarde teniendo en cuenta que ya hay chicas a partir de las seis, pero la Pantera solía ser la última en marcharse a las seis y media de la madrugada.

—Las chicas se juntan por afinidad, Flores; las brasileñas suelen venir al club juntas. Son una fauna distinta de las del Este, que llegan y se van sin mover la lengua fuera de la bragueta del cliente.

—De todas estas brasileñas, ¿cuántas de ellas viven juntas?

—Ya te he dicho que me importa una mierda con quién viven, pero sí sé que la Pantera tiene mucha amistad con esta otra. —Mostró a Flores la fotocopia de un pasaporte brasileño—. Se llama Lucila.

—Es muy joven.

—Supera la edad, jefe.

—Sólo hace unos meses que cumplió los dieciocho.

—Sí, pero supera la edad. Llegó hace tres semanas y no se despega de su amiga. Aún no trabaja muy bien, pero será una mina porque es una bomba de hembra.

—Nada más, Paulino, muchas gracias, como siempre. Sigue manteniendo esto limpio de macarrones si quieres tener el gallinero tranquilo.

—A mandar, jefe. ¿No vais a tomar una copita? Aún no está abierto, no vais a molestar a ningún cliente con vuestra presencia.

—No, el garrafón me sienta fatal. Gracias de nuevo.

—Qué asco —comentó Sonia una vez fuera del local.

—Lo siento, Sonia.

—No te preocupes, no es la primera vez que visito las alcantarillas de la sociedad, pero no deja de darme asco. Bueno, ¿ahora qué?

—Ahora nos esperamos a ver llegar a la brasileña. Son las siete y media, así que tenemos tiempo de sobra para ir a tomar un café.

—No, gracias, si no te importa prefiero quedarme en el coche.

Yara llegó al Lolita’s Club pasadas las ocho de la tarde, junto con la chica que Paulino había dicho que no se separaba de ella. Un taxi las dejó en la puerta y se marchó de nuevo en dirección a La Escala. Los policías siguieron al taxista hasta la parada de taxis de Sant Pere Pescador, ubicada en la plaza del Ayuntamiento. Se identificaron al conductor y le interrogaron sobre el pasaje que acababa de transportar al club. Resultó que el taxista las llevaba y recogía todos los días desde el puticlub a unos apartamentos de la localidad de Empuriabrava de los que facilitó la dirección. Estaba explicando que antes de recoger a la mayor de las mujeres debía cargar a la más joven en otro lugar cercano cuando fueron interrumpidos por un aviso de la radio policial. Sonia acudió al SEAT Ibiza camuflado para escuchar el comunicado. Puso el motor en marcha e instó a Flores a subir. Él se despidió del taxista agradeciendo su información y solicitándole reserva de cuanto acababan de hablar.

—¡Vamos, Flores! —gritó Sonia.

—¿Qué coño pasa? —preguntó él sentándose en la butaca del acompañante bruscamente.

—Un nuevo atraco. La sala de coordinación policial está distribuyendo el dispositivo de cierre de la comarca.

—¿Algún herido?

—No lo sé, sólo han informado de que el atraco se acaba de producir, otra vez en la carretera de Vilabertran a Vilatenim.

—¿Otra vez los butaneros? Tira para Empuriabrava —ordenó al ver que ella asentía con la cabeza.

—Flores, no creo que sea buena idea. Si son ellos, son cuatro y…

—Tira para Empuriabrava, ¡joder!

—FLUVIA 0 de Códex 10 —llamó Flores por la radio.

—Adelante Códex 10.

—Mire Central, este indicativo está tras una pista positiva sobre estos atracadores. Nos dirigimos a Empuriabrava. Por favor, comunique a la comisaría de Roses que entramos en su territorio.

—Recibido Códex 10. Informen puntualmente de sus gestiones.

El teléfono móvil de Flores sonó casi enseguida. Era el cabo Casanovas.

—¿Adónde te crees que vas, Flores?

—Se equivoca. —Flores cortó la comunicación y azuzó a la mossa—. ¡Vuela, Sonia!

* * *

El sargento Montagut sonrió por lo bajo ante las explicaciones de Casanovas. En la radio, el dispositivo policial se desarrollaba con total normalidad, sin novedades sobre los atracadores a los que se pretendía detener. El cabo Casanovas vas mostraba su cabreo por sentirse fuera de juego en una investigación que, según su propio criterio, le correspondía.

—Te exijo que apartes a ese individuo de mi investigación. Está interfiriendo y no puedo dar un paso sin encontrarme a sus agentes husmeando en este caso.

—Vamos a ver, Casanovas, todos los agentes de esta unidad trabajan para mí, tú incluido. Nadie mueve aquí un dedo sin que yo acabe enterándome tarde o temprano y te puedo asegurar que, aunque no te lo parezca, tú y Flores os estáis complementando muy bien.

—Quieres decir que apruebas que ese madero haga lo que le da la gana.

—No te equivoques conmigo, cabo. Flores hace lo que puede para solucionar un caso de atracos bajo un mismo modus operandi. Tú intentas resolver el caso de una agresión con arma de fuego.

El sargento Montagut se llevó instintivamente la mano izquierda al costado y con la mano derecha se agarró al borde de la mesa.

—¡Monti! ¿Te pasa algo? Siéntate, siéntate.

—Estoy bien. Ya se pasa. Ha sido un espasmo nervioso, no ocurre nada.

—¿Estás seguro? Te has quedado blanco, y gélido.

—Que sí, estoy bien. ¿Qué me decías?

El cabo Casanovas no las tenía todas consigo. Era el cuarto ataque que él presenciaba en aquellos últimos meses.

—He pillado a Nadal apretando a científica para averiguar cosas sobre el arma que disparó contra ese hombre. ¿Seguro que no quieres que te lleve al hospital?

—¿Y qué hay de malo en ello? Mira, métete esto en la cabeza —puntualizó cabreado y sin mencionar lo que le había sucedido—, esta unidad acabará resolviendo este caso, tú estás haciendo lo que puedes en tu terreno y Flores en el suyo. Esto no lo resolverás tú o él, a ese policía las medallas se la traen al pairo, si es lo que te preocupa. Y ahora a trabajar. Dispón al resto de agentes por lo que pueda pasar con el hilo del que tira Flores y déjate de mariconadas de una vez.

—Enviaré un coche a la zona por si acaso.

—Eso está mucho mejor —sentenció el sargento mientras respondía al teléfono móvil—. Montagut.

* * *

El SEAT Ibiza de Flores y Sonia se hallaba escondido tras unos contenedores de basura frente al domicilio de la Pantera. No sabían dónde vivía la prostituta exactamente, pero, en el mes de marzo, Empuriabrava aún no cubría ni una cuarta parte de la ocupación de extranjeros que disponían de un apartamento de veraneo. El segundo piso presentaba movimiento. Sólo controlaban los apartamentos que daban al lado de la calle y en uno de los del segundo piso había luz. Era el único que la tenía encendida.

—Monti, soy yo.

—¿Dónde paras, majadero? —respondió el sargento a través del auricular de su teléfono.

—Es largo de explicar, pero creo que los tenemos. —Flores esperó que Montagut pudiera calibrar la noticia—. ¿Casanovas te toca los cojones, sargento? Mándalo a la mierda, directamente, sin pasar por la casilla de salida y sin cobrar las 20.000 pesetas —se mofó el cabo recreando una de las cartas del juego infantil del Monopoly.

—A la mierda os voy a mandar a los dos como no liméis vuestras diferencias. ¿Qué tienes, Flores?

—Necesito que hagáis las gestiones oportunas con la policía local de Castelló d’Empúries para confirmar la identidad de quién paga el IBI, y los inquilinos, del apartamento situado en la calle del Pi, número 32, segundo piso.

—¿Qué puerta?

—Todas las que haya en el segundo piso. Después, si no es mucho trabajo para la flor y nata de la unidad, quisiera que comprobaseis los antecedentes de las personas que resulten. Y de lo que salga, si sale algo, que lo contrastéis con la oficina de entorno penitenciario.

—¿Habéis localizado los vehículos?

—Aún no, jefe, pero no desesperes. Vamos a hacer esto poco a poco y con buena letra. Primero vuestra información; mientras llega, intentaremos ver la forma de colarnos en el aparcamiento subterráneo de este edificio, porque en la calle no están. Espera un momento.

* * *

El sargento Montagut oyó por su teléfono móvil cómo Flores bajaba la ventanilla automática del coche y se dirigía a alguien en el exterior.

—Casanovas —el jefe de investigadores había salido de su despacho y le pasaba al cabo el papel en el que había anotado los datos solicitados por Flores—, que alguien averigüe todo esto. Es urgente, ¿vale?

—¿Para el florero de la comisaría?

Montagut no respondió. Se había quedado paralizado con el papel tendido en una mano y el teléfono, pegado a su oreja, en la otra. Algo grave pasaba al otro lado del terminal.

* * *

Mientras hablaba con su sargento por el móvil, Sonia le había puesto la mano sobre la pierna para alertarlo de que un hombre de aspecto vulgar se acercaba a su posición. El individuo se había presentado como el jardinero de la finca y se interesó por el motivo que los detenía allí tanto rato. El individuo tenía acento andaluz, Flores se lo imaginó emigrado de Sevilla. Al principio no desconfió de él, pero un jardinero en una finca sin plantas le parecía un poco exagerado como excusa. Un segundo de duda y se encontró con el cañón de un arma apuntándole a la cara. Iba a ser un error carísimo.

—A ver si cambiáis los coches de una puta vez —dijo una voz del lado de la ventanilla de Sonia—, lleváis desde el noventa y siete con los mismos carros. Hala, pon las manos en el salpicadero si no quieres ver los sesos de tu compañera esparcidos por todo el coche. Los dos.

Flores no había cortado la comunicación que tenía en el teléfono. Antes de que todo se viniera abajo, había conseguido deslizarlo por la manga de su jersey. Estaba seguro de que el sargento lo estaba oyendo todo. Tal vez había posibilidades de salir de aquello con el pellejo intacto.

—Sonia, haz caso de lo que dice aquí el pequeñajo. No van a hacer daño a dos policías, ¿verdad, señores?

—Huy, claro que no. Pero, por si acaso, no te fíes mucho de la caballerosidad.

Sonia se dejó hurgar debajo de su chaqueta. El individuo buscaba su pistola, pero se entretuvo tocándole las tetas.

—Quieta, nena —dijo el hombre que metía la mano por su cuerpo—. Menudas tetas tiene esta tía, Sevilla.

—¡No digas nombres,
joer
! —pidió el Sevilla con la cara encogida de pavor.

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