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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cómo ser toda una dama (38 page)

—Los quemaremos en cuanto acabemos —fue subiendo la mano por una pantorrilla y siguió hacia la cara interna del muslo.

Viola se dejó hacer.

—No quiero que acabemos —se llevó una mano a la boca—. Quiero decir… ¡Oh!

Jin sólo pretendía quitarle las ligas. Sin embargo, el simple hecho de tocarla lo enloquecía de deseo y hacía que su cuerpo decidiera por sí mismo, aunque no se arrepentía. Viola era la personificación de la belleza y ya estaba húmeda. Empezó a mover las caderas para frotarse contra sus dedos.

—Ahí —la oyó susurrar. Había cerrado los ojos y echado la cabeza hacia atrás—. Quiero que me toques ahí.

La acarició con delicadeza y después con menos delicadeza a medida que sus jadeos aumentaban y que separaba las rodillas. Al instante, comenzó a frotarse contra su mano, suplicándole con el cuerpo y gimiendo. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. El éxtasis transformó la expresión de su cara y a él le provocó una dolorosísima erección. Viola gimió y siguió frotándose contra él con los labios separados.

Al final, se dejó caer contra él.

—Yo… yo… —farfulló mientras intentaba recuperar el aliento y le echaba los brazos al cuello—. No quiero volver a hacerlo de pie y vestidos.

—La verdad es que sólo trataba de desnudarte.

—Pues no has hecho un gran trabajo que digamos —le brillaban los ojos. Comenzó a desabrocharle el chaleco—. Las damas y los caballeros llevan demasiada ropa —le bajó la prenda por los hombros.

—Tal vez sea para disuadirlos de practicar esta actividad en concreto —repuso él, que se quitó el chaleco al tiempo que ella le sacaba la camisa de los pantalones para pasársela por la cabeza.

Viola le colocó las manos en el pecho y clavó la vista en ellas. En él.

Jamás había estado tan preparado para poseer a una mujer, ni siquiera con ella en las ocasiones previas.

—Oh, Jin —musitó—. Si todos los caballeros fueran como tú, las damas necesitarían un sinfín de prendas de ropa más para disuadirlas de desnudarse en plena calle todos los días.

Eso le arrancó una carcajada, aunque fue un sonido un tanto ahogado.

—Gracias, supongo.

—De supongo nada, es un cumplido en toda regla —susurró ella mientras exploraba su torso con las yemas de los dedos, avivando el deseo de que esas manos lo tocaran por todos lados.

Sin embargo, notó algo diferente en sus caricias.

Le aferró una muñeca y le volvió la mano para observar su palma a la luz del fuego.

—Tu piel…

Ella tomó su mano y se la llevó al pecho para que se lo cubriera mientras exhalaba un suspiro.

—Me la han lijado para quitarme los callos —se llevó la mano a la espalda—. Las damas no tienen callos. Pero da igual, porque con callos o sin ellos, no soy capaz de quitarme sola este dichoso vestido. Y ahora mismo detesto ser una dama. Jin, desnúdame. Por favor, desnúdame.

—Te veo muy educada en tus exigencias —deslizó las manos hasta su espalda y comenzó a desabrocharle los diminutos ganchos.

—Pues sí. No me ha gustado en absoluto que los invitados que han asistido a la fiesta jamás digan «gracias» o «por favor». ¿Acaso no saben que se cogen más moscas con miel que con…? ¡Oh! —apoyó la espalda en sus manos—. Gracias. Eres mucho más rápido con el corsé que Jane.

—Tengo buenas razones para serlo —la besó en el cuello al tiempo que la despojaba de la seda, del encaje y de la resplandeciente tela hasta que sólo quedó una fina camisola, que ella se quitó y arrojó al suelo.

—Gracias a Dios. Ya no necesito más tus servicios… en ese ámbito.

Un sonrojo virginal cubrió las mejillas de la hermosa mujer que tenía a horcajadas sobre el regazo, desnuda salvo por las medias y las ligas. Mientras la contemplaba, Jin llegó a la conclusión de que tal vez estuviera temblando. Por primera vez en su vida, si no le fallaba la memoria. Temblando.

—¿Viola? —susurró, si bien apenas se escuchó por encima de los atronadores latidos de su corazón.

—¿Qué? —murmuró ella mientras le pasaba un dedo por la cintura, aunque se detuvo en la bragueta de los pantalones—. ¿Qué?

—Estaré a tu servicio, me pidas lo que me pidas.

Ella parpadeó varias veces con rapidez y tragó saliva. Después, cerró los ojos y lo acarició lentamente.

Ponerse al servicio de Viola fue lo más natural del mundo.

Viola trazó el contorno de sus pectorales y de los músculos de sus brazos en primer lugar. Dicha exploración le resultó muy satisfactoria, si bien despertó el deseo de morderlo. Y de lamerlo. De modo que lo hizo, con suavidad. Como vio que lo complacía, disfrutó en gran medida del momento mientras lo obligaba a echarse hacia atrás hasta que lo tuvo apoyado sobre los codos. De esa forma la tarea de acariciarlo era más sencilla. Jin estaba hecho a la imagen de un dios. Como la estatuilla de su faraón, pero mucho más grande, claro. Y más caliente. Acariciarlo de esa forma, saborearlo a placer, también la excitó a ella.

—Viola —lo oyó decir con voz tensa.

Ella levantó la cabeza nada más escucharlo. Jin tenía la vista clavada en el techo y respiraba con dificultad.

—¿Pasa algo malo? —le colocó las manos en el torso y fue ascendiendo por su cuerpo para besarlo en el mentón. El roce áspero de la barba le resultó maravilloso.

—Al contrario —sus ojos eran como dos zafiros líquidos. Azules como el mar—. Aunque corra el riesgo de parecer impaciente, estoy…

—¿Impaciente?

—Ansioso por consumar el momento.

—Eso es lo mismo.

—No del todo —le colocó una mano en la nuca y tiró de ella para besarla, tras lo cual murmuró contra sus labios—: ¿Te importaría no discutir en este preciso instante? —la soltó para quitarse los pantalones.

Viola se estremeció por entero.

—Por supuesto —contestó, apresurándose a mirarlo de nuevo a los ojos. Al hacerlo, vio que tenía una expresión burlona—. Quería decir que por supuesto que discutiré si deseo hacerlo o si hay un motivo de peso para…

Jin la instó a sentarse en su regazo y, de repente, no encontró motivo alguno para discutir con él.

Hicieron el amor. Sin discusiones. Él no se burló de ella, ni la torturó, como era su costumbre. Sin embargo, sí se puso a su servicio, si bien ni siquiera necesitó pedirle nada.

Tal vez fue esa entrega por su parte lo que alteró el deseo que sentían el uno por el otro. O tal vez fue el asombro que Viola sentía en lo más hondo al contemplar la belleza y la seriedad de esos ojos azules mientras la acariciaba. Porque al cabo de unos minutos no hubo risas, ni réplicas ingeniosas, ni exigencias, ni educadas muestras de gratitud. Sólo se escuchaban suaves gemidos de placer por ambas partes, un placer entregado y compartido en la misma medida, y los atronadores latidos de sus corazones al llegar al borde del abismo más sublime.

Viola se lanzó a dicho abismo de buena gana. O más bien se había lanzado hacía ya varios meses, comprendió en ese momento, y jamás podría salir de él por más que lo intentara. Jin la abrazó con fuerza, rodeándola con los brazos y con la cara enterrada en un hombro. Estaba tenso, al borde del éxtasis al que quería llevarla. Viola le acarició la espalda.

—¿Jin?

Él la miró a los ojos y la intensidad de esa mirada la dejó sin aliento. También había distanciamiento y dolor.

Eso la alarmó.

—¿Jin?

Él se la quitó del regazo, la dejó sobre la mullida alfombra y volvió a penetrarla. Al entrar en ella, gimió, tras lo cual salió de nuevo de su cuerpo para embestir una vez más.

—¡Oh! —exclamó Viola. Era maravilloso. Mucho más que maravilloso.

Se aferró a sus hombros y se acopló al ritmo de sus caderas. La cadencia y la fuerza de sus envites aumentaron, hasta que acabó aferrándose al borde de la alfombra, con el cuerpo arqueado para recibirlo, para instarlo a ir más rápido, presa de un deseo frenético. Apenas podía respirar mientras su cuerpo lo acogía, abrumado por el placer. ¡Por un delicioso placer! Hasta que lo abrazó por la cintura y lo obligó a hundirse hasta el fondo en ella. Una y otra vez.

El éxtasis fue arrollador, mucho más satisfactorio y brutal que en otras ocasiones.

—¡Ooooh! —gimió ella.

—¡Dios, Viola! —Jin se estremeció con los músculos duros por la tensión.

Viola tomó una honda bocanada de aire y lo abrazó por los hombros, invitándolo a tumbarse sobre ella.

Sin embargo, no tardó en apartarse.

—Te estoy aplastando —adujo. Sus músculos se habían relajado, pero su voz parecía tensa.

—No me importa —«
En absoluto
», añadió Viola para sus adentros.

—Da igual —se alejó de ella y se quedó sentado sobre los talones. Su mirada, sin embargo, no la abandonó. Sin dejar de mirarla a los ojos, dijo en voz baja—: Señorita Carlyle, es usted una preciosidad.

Pese al cansancio y a la completa satisfacción que sentía, Viola logró esbozar una pícara sonrisa.

—Caballero, a estas alturas conozco muy bien los huecos halagos de los hombres. Sólo lo dice con la esperanza de llevarme a la cama.

Jin esbozó el asomo de una sonrisa y la alzó en brazos.

—Más vale tarde que nunca —replicó.

La dejó sobre las mantas y Viola se acurrucó bajo ellas. Su piel sudorosa acusaba el frío nocturno, ya que el fuego se estaba apagando. Jin diría algo razonable o tal vez algo desquiciante, y se marcharía. Y ella se pasaría los siguientes cuarenta años de su vida intentando recomponer su destrozado corazón.

Sin embargo, no se marchó. Se acostó a su lado, tal como había hecho en el hotel, y cerró los ojos. Pareció la cosa más natural del mundo. Sin embargo, el mundo de Viola quedó patas arriba.

Con los nervios a flor de piel, siguió despierta, observándolo durante mucho rato. Su apuesto rostro no se relajó durante el sueño, más bien adoptó un rictus severo a la mortecina luz de las brasas. Poco a poco, Viola descubrió lo que no había visto antes: un hombre cansado y preocupado, como si durante el sueño no pudiera ocultar lo que jamás revelaría despierto.

Verlo así la conmovió. Quiso saber qué lo preocupaba. Ansió acariciar esa preciosa boca para aliviar la tensión de su mandíbula. Ansió abrazarlo y decirle que no tenía por qué enfrentar a solas sus preocupaciones.

Claro que a él no le gustaría en absoluto que lo hiciera. Era un hombre que no necesitaba a nadie. Viola empezaba a asimilarlo, y eso la apenaba más de lo que habría imaginado.

No obstante, se inclinó hacia él, cediendo al deseo de acariciarle una mejilla.

—¿Siempre te cuesta trabajo dormirte? —le preguntó él con voz ronca.

Viola se apartó con un respingo.

—Creía que estabas dormido.

—Como deberías estarlo tú.

El corazón comenzó a latirle tan rápido como cuando se lo encontró en el pasillo, pero con un anhelo mucho más poderoso.

—Tengo miedo de dormirme y de no encontrarte cuando me despierte —confesó con un hilo de voz.

Jin abrió los ojos, y la ternura que vio en ellos no sólo la dejó sin aliento, sino que le robó el alma. Llegó a la conclusión de que también era el dueño de esta, no sólo de su corazón.

Lo vio colocarse de costado para acariciarle una mejilla mientras le pasaba el pulgar por los labios.

—No me iré.

—Es lo que siempre haces —no le importó revelar sus cartas de esa forma. Lo amaba demasiado.

—Viola, si tú no quieres, no me iré.

Ansiaba preguntarle si se refería a esa noche o a esa semana. No obstante, el valor que había demostrado durante el secuestro, las tempestades, el sufrimiento y la soledad, la abandonó. Se sentía incapaz de enfrentar su respuesta porque ignoraba cuál era. Esa noche quería, durante un precioso instante, estar sólo con él e imaginarse que sería para siempre.

Se inclinó hacia él y lo besó en los labios. Jin la aferró por la nuca para besarla con dulzura y delicadeza, de modo que imaginó que sentía algo por ella. Claro que también poseía un corazón negro capaz de engañarla y hacer que se ilusionara de esa manera. Si fuera una mujer debilucha, podría acabar destrozada cuando la abandonara. Por suerte, estaba hecha de una pasta más dura.

Se apartó de él, se arropó hasta la barbilla con el corazón y los pies doloridos, y por fin se durmió.

Capítulo 26

La despertó antes del amanecer con una lluvia de besos. Empezó por la boca y continuó por las mejillas y el cuello, excitándola poco a poco; aunque eso cambió cuando su mano se posó sobre un pecho. Con las puntas de los dedos, le acarició el pezón antes de proceder a hacerlo con la lengua. Ella gimió para hacerle saber que le gustaba, lo abrazó por la cintura y aún con los ojos cerrados, lo acogió en su cuerpo.

Esa ocasión fue diferente. Conocían sus cuerpos, se habían familiarizado con su piel y con su calor, de modo que se movieron lentamente, deleitándose con su unión. No había urgencia ni prisas, sólo la perfección de saberse un solo ser.

Al principio.

Al cabo de un rato, los invadió el mismo frenesí que experimentaron en el armario de la ropa blanca. Sin embargo, disfrutaron del momento, con mucho entusiasmo, pese a lo temprano que era y a que seguían adormilados.

—Yo… —Jin suspiró contra su pelo—. No era mi intención que pasara esto.

—¿De verdad? —pasó las manos por sus anchos hombros y por la espalda, deseando que nunca abandonara ese lugar entre sus piernas, y con la sensación de que en lo tocante al recato, era un fracaso absoluto—. La cama no ha estado golpeando la pared como me temía. ¿Te has dado cuenta?

—No —su voz sonaba muy ronca—. Sólo podía verte a ti.

Le dio un vuelco el corazón, algo ridículo, porque era evidente que sólo podía verla a ella. ¿Qué hombre no haría lo mismo dadas las circunstancias?

Vio que un mechón de pelo oscuro caía sobre esos ojos azules mientras que sus labios esbozaban una sonrisa torcida.

—Sólo quería besarte.

—Admítelo —la bravuconada tal vez la salvaría—. No tienes control sobre tus actos en lo que se refiere a mí —sin embargo, al mirar sus ojos risueños, dudó de la efectividad. Ya nada podía salvarla.

—Tengo poco control —convino él—. Aunque lo suficiente para marcharme antes de que aparezcan los criados —se apartó de ella, se puso los pantalones y, tras recoger la camisa, regresó a la cama para sentarse a su lado—. ¿Estás satisfecha?

Viola puso los ojos como platos al escucharlo.

En los labios de Jin se adivinaba una sonrisa traviesa.

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