—Es admirable que lea el periódico, señorita Lucas.
Bajo una buena cantidad de pecas de la que ninguna dama querría alardear, las mejillas y la barbilla de Diantha se aferraban a la redondez infantil, aunque esa no era la única reminiscencia pueril de su persona. Sin embargo, sus ojos no perdieron el brillo.
—A papá no le gusta el periódico, pero yo aprendí a disfrutar de él en la Academia Bailey, por supuesto.
—Por supuesto —los ojos plateados del señor Yale relampaguearon.
—Señor Yale, debería beber menos y leer más el periódico.
—¡Diantha!
—Serena, sólo digo que los caballeros jóvenes y apuestos no deberían arruinar sus vidas de esta manera. Hay muchas alternativas a la depravación, por si no lo sabe.
—Para una dama de… —el señor Yale se interrumpió y frunció el ceño—. ¿Qué edad tiene, señorita Lucas? Si no le molesta que le pregunte, claro.
—Dieciséis años y casi nueve meses.
—Para una dama de dieciséis años y casi nueve meses, señorita Lucas, tiene mucho que decir.
El rostro de la muchacha evidenció una inocente sorpresa.
—¿Por qué no iba a tenerlo?
El señor Yale enarcó las cejas.
—Ciertamente, ¿por qué no? Es admirable.
—Acaba de decir que es impertinente.
—Jamás. Y si lo hice, debió de ser por un lapsus. Le ruego que me perdone.
La muchacha frunció los labios con gesto escéptico.
—No es sincero.
—Casi nunca. Pero me resulta admirable una mente bien informada, señorita Lucas, aunque vaya acompañada de la impertinencia —con una sonrisa torcida, se puso en pie, les hizo una reverencia a las tres y se alejó.
Serena le dio unas palmaditas en el brazo a su hermanastra.
—No le hagas caso, Diantha.
—La señorita Yarley de la Academia Bailey dice que los caballeros siempre beben más de la cuenta. Le aseguré que papá no lo hace, pero que mi verdadero padre sí lo hacía, así que tal vez la señorita Yarley sí está en lo cierto en el caso de algunos caballeros —clavó la mirada en el señor Yale con curiosidad y algo más.
Lady Fiona tocó unas cuantas notas y Viola desvió la vista hacia el piano una vez más.
Jin la estaba mirando.
Apartó la mirada al punto, y el vacío de su interior jamás le pareció más inmenso. Más allá de las puertas de la terraza, las nubes de tormenta se agolpaban sobre el océano, doradas en la parte inferior por el roce de los rayos del sol poniente. Se puso en pie y atravesó las puertas que daban a la terraza. A su alrededor todo tenía un tinte rosado, y se obligó a apreciar la belleza tal cual hacía cuando estaba al timón.
—¿Echas de menos tu alcázar? —su voz ronca le llegó por encima del hombro.
Se quedó sin aliento, pero se volvió hacia él.
—Por tu culpa.
Jin le hizo una reverencia.
—Yo también me alegro de verte, Viola.
—Supongo que esperas que te haga una genuflexión.
—Creo que esa es la costumbre —sus ojos relucían.
A Viola se le encogió el estómago.
—He aprendido a hacerlo, que lo sepas. Además de otros muchos logros propios de una dama.
—No me cabe la menor duda.
—¿Para qué me has seguido? ¿Para molestarme?
—Sólo quería saludarte. Pero me alegraré si consigo algo más con tan poco esfuerzo.
—Mira, me muero de la risa. ¿Lo ves?
—Lo veo —a juzgar por el brillo que apareció en sus ojos mientras examinaba su peinado y sus ojos, sus palabras tenían un significado más profundo.
No podía soportarlo, no cuando lo deseaba tantísimo.
—No me mires así.
—¿Cómo? ¿Como a una mujer guapa que está delante de mí y…? —se detuvo—. Creo recordar que ya tuvimos una conversación parecida.
En el hotel, cuando llegaron a Puerto España, antes de que todo su mundo cambiara.
—Me miras así porque me han estirado el pelo y empolvado y ahora ya ni me reconoces.
—Al contrario, eres muy reconocible e irracional.
—Je vous en prie —hizo una genuflexión, abrió el abanico y se golpeó la nariz. Que procedió a frotarse con una mano.
Esa boca perfecta esbozó una minúscula sonrisa.
—¿Has aprendido francés en un mes?
—Où est-ce qu'on peut danser?
La sonrisa se ensanchó.
—¿Sabes lo que quiere decir eso?
—Sí, pero las únicas frases, además de estas dos, que he memorizado son «Las gambas están deliciosas» y «¿Habrá juegos de cartas esta noche?». Por cierto, si bailamos, seguro que te piso, algo que me daría mucho placer. ¿Por qué me has llamado irracional? Esta vez.
—Sabes que te consideraba guapa antes de esta noche. Te lo dije.
Y allí estaba ella, en la terraza de la mansión de un conde, acalorada en lugares donde ninguna dama debería sentirse acalorada dadas las circunstancias, y deseando arrojarse a sus brazos con desesperación.
Debería decir algo para espantar la desesperación que la embargaba, para espantarlo a él antes de que mandara a hacer gárgaras a la alta sociedad y también a su orgullo al pegarse a él como un molusco a una roca.
—El señor Yale es mucho más sutil que tú cuando coquetea.
—No estoy coqueteando contigo, Viola.
«
¡Ay, Dios mío!
» ¿Por qué había vuelto? Le dolía, y no sabía qué hacer para que dejara de dolerle.
—Él me llama señorita Carlyle.
En ese momento, algo relampagueó en sus ojos. Algo no del todo seguro.
—¿Quieres que vuelva a llamarte señorita Carlyle?
—No —contestó demasiado deprisa.
—Viola…
Algo en su voz, un deje inseguro tal vez, hizo que su corazón diera un vuelco, de modo que replicó de mala manera:
—¿Qué? —porque el tumulto de emociones no era bien recibido.
Jin enarcó las cejas y emitió un sonido, como si fuera a replicar. Pero se contuvo y apretó los labios, que quedaron convertidos en una fina línea.
—No.
No deseaba saber lo que él quería decir con ese «no», ni por qué no había respondido. No podía ser nada bueno, y hasta la sangre que corría por sus venas temblaba.
—No… ¿qué?
—No, no voy a igualar tu idiotez con una idiotez de mi cosecha. He salido para saludarte y para decirte que te he echado de menos.
El corazón se le subió a la garganta.
—¿En… en serio?
—Sí.
El horizonte se tragó el sol y el color rosado abandonó el cielo, derramando un tono perlado sobre la suave pendiente del jardín de Savege Park y los muros de la casa. Sin embargo, ya estuvieran a la luz rosada o a cualquier otra, sus ojos seguían siendo preciosos y su mandíbula, firme; y a Viola no le gustaba la sensación de estar a punto de caer rendida a sus pies como gelatina derretida sobre la terraza.
Intentó esbozar una sonrisa desdeñosa.
—Tuviste tu oportunidad, Seton.
Él enarcó una ceja.
—Esto no lo he echado de menos.
—Vaya —Viola se esforzó por mantener una fachada desinteresada—. Estoy segura de que dentro puedes encontrar una compañía más agradable.
—No me cabe la menor duda —su boca volvió a esbozar esa sonrisilla minúscula, y las estrellitas reaparecieron.
—Mi hermana, por ejemplo —dijo, para ocultar su malestar—. Parece que le caes muy bien, aunque sólo Dios sabe por qué. Y, por supuesto, también está lady Fiona.
—Parece que me estás despachando como si aún fuera tu segundo de a bordo.
—Te estoy despachando como a un hombre con quien una dama no desea hablar.
—Mmmm —a la postre, él sonrió.
Y esa sonrisa se le clavó en las entrañas como un puñal.
—¿Por qué sonríes?
—Aquel día, cuando me dijiste en el barco que sólo eras una mujer, dijiste la verdad. Una… —hizo una pausa—. Una mujer —se volvió y echó a andar hacia las puertas de la terraza.
La asaltó el deseo de agarrarlo del brazo para detenerlo, para que permaneciera a su lado bajo la penumbra del crepúsculo. Para, sencillamente, tocarlo. Deseaba tocarlo más de lo que había deseado otra cosa durante semanas. O tal vez durante toda su vida.
—¿Qué has hecho en Londres? —preguntó de repente.
Él la miró por encima del hombro.
—Nada de importancia.
—Creía que tenías asuntos que tratar allí. ¿Por qué has vuelto?
Su mirada se tornó seria una vez más.
—Para saldar una deuda.
—Con lord Savege, relacionada conmigo, por supuesto. Pero él ha estado en Londres. ¿No lo viste allí?
—No.
Jin regresó junto a ella hasta que se quedó muy cerca. Tanto que tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo. La brisa del crepúsculo hizo que un mechón de pelo ocultara sus ojos. Lo vio inspirar hondo, aunque ella apenas podía respirar.
—¿Eres feliz aquí, Viola?
—Menuda sorpresa. No me imaginaba que te importase.
—Me importa.
—Si fuera así, no me habrías obligado a volver.
—La apuesta —replicó él, en voz muy baja— fue idea tuya, por supuesto.
Le ardían las mejillas. De hecho, le ardía todo el cuerpo. Él estaba muy cerca, demasiado, pero era incapaz de apartarse. Quería estar más cerca todavía. Ese cuerpo masculino irradiaba una tensión expectante mientras le recorría la cara con los ojos, y era como si la estuviera tocando con los dedos, como si le estuviera acariciando las mejillas, las cejas y los labios. Era incapaz de apartar los ojos de esa boca perfecta. Quería que la besara con todas sus fuerzas. Quería volver a hacer el amor con él. Jamás había deseado hacerle el amor con tanta desesperación. Y quería que la abrazara, que no la soltara jamás.
—¿Eres feliz? —repitió él en voz baja.
El momento era tan íntimo que sintió un nudo insoportable en el estómago. Retrocedió un paso y cruzó los brazos por delante del pecho.
—Claro, como si en el fondo te interesara saberlo.
En el mentón de Jin apareció un tic nervioso y su mirada se endureció.
—Si no me interesara, no te lo preguntaría. Pero al parecer la niña malcriada ha vuelto y me voy a quedar sin respuesta —se apartó de ella.
Viola quería gritarle que no era una niña, sino una mujer, y dicha mujer estaba sufriendo. Pero se limitó a tragar saliva para aliviar el nudo de su garganta mientras se preguntaba si las verdaderas damas permitían que los caballeros las hicieran sentirse al borde de la muerte. Si estuviera en su barco…
Si estuviera en su barco, no permitiría que le echara un sermón antes de alejarse.
Lo siguió. Tal vez él sabía que iba a hacerlo. La estaba esperando en el umbral de las puertas de cristal, unas puertas que ni siquiera imaginaba que podían existir hasta que llegó a esa casa donde muchas otras cosas le resultaban desconocidas, salvo él.
—Estoy… —buscó las palabras adecuadas—. Me siento… demasiado sedentaria —al fin y al cabo, era cierto. Y no podía contarle lo que albergaba en su corazón. Era mejor que pensara que lo odiaba por haber cambiado su vida. Cualquier cosa que no le hiciera pensar que él había ganado—. No estoy acostumbrada a estar tanto tiempo en un sitio.
—Era de esperar.
—¿No vas a decirme que me acostumbraré enseguida? ¿Que me olvidaré de mi vida anterior?
—¿Por qué iba a decirlo? Nunca deseé que fueras infeliz, Viola, sólo que te reunieras con tu familia. Si deseas retomar tu vida en América, no te lo impediré, y sospecho que ni lady Savege ni ninguna otra persona lo hará. Te quieren y sólo desean tu felicidad.
No se lo dijo mirándola a los ojos, sino con la vista clavada en sus mejillas, en su frente y en su boca. Sobre todo en la boca, ya que sus ojos volaban una y otra vez al lunar del labio inferior. Recordaba su lengua en ese punto. Y el recuerdo le aflojó las rodillas. Y también la instó a entornar los párpados.
—Jin, siento ser tan respondona —se apresuró a decir.
—Viola, no me he expresado bien —su voz parecía más ronca—. No puedo quedarme mucho tiempo. Mi barco… Verás…
Viola tenía los nervios de punta.
—¿Está anclado en Londres?
—Sí —inspiró hondo, haciendo que su pecho se hinchara.
Viola se agarró al pomo de la puerta que tenía detrás con manos temblorosas.
—¿Matthew, Billy y Matouba también están allí?
—Sí. Tengo que estar en Malta en breve.
—¿Malta? —no. ¡No! ¿Cómo podía mirarla de esa manera y decirle al mismo tiempo que se iba a marchar tan lejos? ¡Y sin ella! Meneó la cabeza.
—Viola, yo…
—Espero no interrumpir.
Jin se volvió hacia el barón, pero ella era incapaz de apartar la vista. Esos ojos azules tenían una mirada extraña y a ella no le latía el corazón con normalidad. Se moría por saber lo que había estado a punto de decir. En su barco, no habría semejantes interrupciones. Pero no podía lanzarle una sonrisa deslumbrante al barón y ordenarle que abandonara el puente.
—Milord —Jin hizo una reverencia.
—Me alegro de tener la oportunidad de hablar con usted en privado, señor Seton —los ojos castaños del barón ya no lucían su habitual expresión afable. Cogió la mano de Viola y se la colocó bajo el brazo—. Ha traído a mi hija de vuelta a casa. Se lo agradezco de todo corazón.
—Ha sido un honor para mí, señor.
—Tengo entendido que es usted marinero —pronunció esa palabra como si fuera basura.
—Sí, señor.
—Y que conoce a mi yerno desde hace años, desde que ambos eran muy jóvenes.
—Así es.
La mirada de Viola voló a la cara de Jin, pero él estaba concentrado en el barón. Eso no se lo había contado.
—Ahora que ha devuelto a mi hija al seno de su familia, el Almirantazgo seguro que tiene otra misión para usted —un brillo receloso asomó a los ojos del barón.
—Pronto pondré rumbo al Mediterráneo oriental. Su hija fue muy amable con mi tripulación en el trayecto hasta Inglaterra —comentó Jin con tanta serenidad que ella estuvo a punto de creérselo—. Sólo quería transmitirle los buenos deseos de mis hombres.
—En ese caso, supongo que se marchará pronto de Savege Park, antes de que llegue el invierno y la navegación sea peligrosa. Supongo que la suya es una visita muy breve —el barón asintió con la cabeza, satisfecho—. Pero me alegro de haber tenido la oportunidad de agradecérselo en persona.
Jin hizo otra reverencia.
—Ahí está el mayordomo —dijo el barón con voz más distendida—. La cena está servida y, gracias a usted, señor Seton, tengo el placer de llevar a mi hija del brazo —la miró con una cálida sonrisa y la alejó de él.