De hecho, mucho se temía que sus amigas y su hermana conocían muy bien lo desgarrada que se sentía. Estaban tan pendientes de ella que la ponían de los nervios. Era imposible disfrutar de las maravillosas vistas de Londres con semejante estado de irritación; además, Viola detestaba sentirse así. Necesitaba algo de actividad para espantar su mal humor.
Con eso en mente, tras llevar cuatro días residiendo en Londres, acompañó a Serena y a Alex a una cena, tras la cual se celebraría un baile. Y bailó. Les pisó los pies a distintos caballeros. Ninguno se burló de ella ni se echó a reír, aunque quizá lo más desolador fue que, cuando terminó la música, ningún caballero perfecto apareció por el pasillo, la estrechó entre sus brazos y le hizo el amor.
Jin se había ido. Mientras que ella vivía como una dama, cuando en realidad no lo era, cuando no tenía el menor vínculo con lo que había vivido durante tantos años. Y eso era el desastre en el que había convertido su vida.
A la tarde siguiente, al otro lado de las ventanas del salón, se admiraba un maravilloso paisaje teñido de gris y dorado, en el que las terrazas parecían bronce bruñido contra las columnas de humo gris. Sin embargo, ella no podía disfrutar de dicho paisaje. Estaba sentada en un sillón, con el bastidor en el regazo y un libro sobre la mesita auxiliar que tenía al lado, pero era incapaz de apartar la mirada del cristal mientras deseaba con todas sus fuerzas regresar al alcázar de la
Tormenta de Abril
. Porque allí podría rebelarse contra la soledad que seguía atormentándola aún, a pesar de estar en Londres, rodeada por las personas a quien quería. Por todas menos una.
Cuando Serena le tocó el hombro, dio un respingo, tirando el bastidor al suelo.
—Lo siento —su hermana se sentó en el diván emplazado frente a ella. Era una imagen preciosa, verla así sentada con un vestido de seda aguamarina con perlas bordadas.
—¿Vas a salir esta noche?
—Sí. Ya te hablé de la velada musical durante el desayuno. He venido para decirte que el carruaje estará listo enseguida, pero veo que no estás arreglada —ladeó la cabeza.
—Lo siento, Ser. Me parece que esta tarde no estoy de humor para nada.
Su hermana le tocó el dorso de la mano.
—Vi, ¿te encuentras mal? Me refiero a si eres infeliz.
Él también le había preguntado eso, le había dicho que era incapaz de mantenerse apartado de ella y después se había ido.
—Me alegro mucho de estar contigo, Ser. Y con Alex y con Maria. Y mañana conoceré a Kitty y a lord Blackwood. Después de todo lo que me habéis contado de la hermana de Alex, estoy impaciente por conocerla.
Serena le apretó la mano.
—Pero ¿eres feliz?
La pregunta le provocó un nudo en la garganta.
—Él me trajo aquí —susurró, dejando que las palabras por fin brotaran de sus labios— y tú me has convertido en una dama, pero nunca seré una. No, de verdad, por mucho que me esfuerce. Por fuera, puede que me frote la cara con zumo de limón y que toque el arpa (aunque lo haga fatal), pero por dentro sigo maldiciendo como un marinero —clavó la mirada en el atardecer, que teñía el cielo de tonos rosas y grises, una vez desaparecido el dorado—. Pero no puedo regresar a mi antigua vida. Ser, ¿dónde está mi sitio ahora?
—¿No quieres esto, Vi?
—Sí, lo quiero —agachó la cabeza y se llevó las manos a los ojos—. Pero lo quiero más a él.
—¿Te refieres al señor Castle? —Serena parecía escéptica.
—Me refiero al señor Seton.
Tras un breve silencio su hermana dijo:
—Ay, Vi.
—Lo sé —gimió antes de ponerse en pie de un salto y acercarse a la ventana, lo más cerca del crepúsculo que podía—. Lo sé, de verdad que sí. Creo que lo supe nada más verlo —se aferró a la cortina de brocado y apoyó la frente en la tela—. Sin embargo, para él sólo he sido una presa de la que obtener un botín —y placer transitorio. Al menos le había dado eso. Tal vez incluso le había proporcionado cierto entretenimiento. Le gustaba hacerlo sonreír, le gustaba ver estrellitas. Pero jamás volvería a disfrutar de esa alegría.
—¿Un botín?
Viola se sentó en el alféizar acolchado.
—El botín que Alex le pagó por encontrarme y traerme de vuelta a casa.
Serena se acercó a ella.
—Alex no le ha pagado un sólo chelín, Vi.
—Claro que sí.
—No, no lo hizo. Además, aunque Alex se hubiera ofrecido a pagarle, Jinan no lo habría aceptado. Por Dios, si es más rico que Creso. Creo que más rico incluso que mi marido, después de todas las noches que Alex pasó en las mesas de juego. ¿No lo sabías?
Viola tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—No —consiguió decir con un hilillo de voz—. No lo sabía —meneó la cabeza—. Pero ¿por qué pasó tantos meses buscándome y se tomó tantas molestias para convencerme de que volviera si no lo hizo por el dinero de Alex?
Serena se sentó a su lado.
—Yo diría que era al revés. Jinan creía que estaba en deuda con Alex.
—¿Que él estaba en deuda?
—No tendría que ser yo quien te contara esto, pero creo que debes saberlo. De niño, Jinan fue esclavo durante dos años. Alex, que no era mucho mayor que él en aquella época, consiguió liberarlo.
Viola respiraba con dificultad.
—Pero eso pasó hace veinte años.
—Veo que lo sabías.
—Pero no sabía que Alex estuvo involucrado.
—Jinan te buscó por mí, porque creía que era la única forma en la que podía pagarle a mi marido. Por supuesto, Alex jamás esperó ningún pago ni lo pidió. Jin no tenía que hacer nada.
Viola se puso en pie y cruzó la estancia, muy alterada de repente.
—Y todo este tiempo he creído… —no podía pensar—. Nunca…
Su regreso a Inglaterra había sido más importante para él de lo que suponía. Había entendido el amor que su amigo sentía por su mujer y, de alguna manera, también el vínculo entre Serena y ella cuando eran niñas. Era un hombre que estaba tan sólo como se podía estar, tanto por la tragedia de su vida como por decisión propia, pero había decidido saldar su deuda de aquella manera. Porque Alex le había dado lo más importante para él.
Sentía un dolor muy profundo, por el niño que fue y por el hombre en el que se había convertido. Y lo quería con desesperación.
—Viola, ¿vas a vestirte para salir? —la voz de Serena sonaba rara.
Se volvió hacia su hermana y se tragó la desdicha.
—Ser, de verdad que no tengo ganas de…
—Por favor, vístete. Me gustaría hacerle una visita a Kitty antes de la fiesta de esta noche. No tienes que arreglarte para la velada. Te dejaremos en casa después de visitar a lady Blackwood.
—Muy bien —echó a andar hacia la puerta, con la cabeza gacha y sin importarle en lo más mínimo adónde iba.
Jane la enfundó en un vestido adecuado para realizar visitas mientras rezongaba que Viola debería dormir con rodajas de pepino en los ojos para mitigar la hinchazón. Viola se desentendió de ella y se reunió con su hermana y con su cuñado en el vestíbulo. Serena y el conde entablaron una conversación banal mientras recorrían en carruaje las dos manzanas que los separaban de casa de lord y lady Blackwood, que aunque era más modesta que su mansión, seguía siendo bastante grande.
La dama que los recibió era tan elegante como su entorno, alta y delgada, con pelo oscuro y ojos grises muy parecidos a los de su hermano, y ataviada con un exquisito vestido azul. Se acercó a Viola, le cogió ambas manos y la besó en las dos mejillas.
—Me moría por conocerte —tenía la voz más hermosa que Viola había escuchado en la vida, y sus risueños ojos echaban por tierra el aura de superioridad—. Y no sabes cuánto me alegro de que ahora seamos familia.
—Gracias, milady.
—No, no, soy Kitty. Y yo pienso llamarte Viola, la hermana perdida que nunca tuve —le lanzó una sonrisa traviesa a Serena y le guiñó un ojo—. La otra hermana perdida —miró a su hermano—. Leam no está en casa. Ha salido. Está tratando de encontrar a Wyn, que está desaparecido y, por cierto, a quien has hechizado, Viola. Hasta tal punto que jura que jamás volverá a mirar a una dama a menos que tenga un conocimiento intrínseco del mar y que no desee pintar acuarelas.
Viola deseó ser capaz de sonreír. Consiguió esbozar una sonrisa temblorosa.
—Espero que esté bien.
—Se deja ver muy poco últimamente, así que no lo sabemos, y eso nos preocupa —Kitty le soltó las manos—. Pero al menos, antes de desaparecer esta vez, nos habló del tiempo que ha estado en Savege Park y nos habló de ti. Por supuesto, fue mucho más comunicativo que Jinan, que seguro que tenía muchas más cosas que contar pero que se mostró, como era de esperar, mucho más parco en palabras —torció el gesto—. Uno nunca sabe lo que Jin piensa o hace, ¿verdad, Alex?
El conde se apoyó en la repisa de la chimenea con los brazos cruzados.
—Muy pocas veces —miró a Viola.
Tuvo la extrañísima sensación de que todos esperaban que ella hablase a continuación. De modo que se armó de valor para evitar que le temblara la voz al hacerlo.
—Supongo que estaba muy ocupado preparándose para zarpar. Tal vez ahora que está en pleno océano, tenga más tiempo para escri… escribir cartas —titubeó—. Yo siempre llevaba un cuaderno de bitácora, por supuesto. Y, a veces, escribía cartas —esa última frase fue apenas un susurro. Le costaba hablar de él. El hecho de que, al parecer, su familia y amigos lo conocieran tan bien y lo apreciaran tanto fue un descubrimiento muy doloroso.
Se hizo el silencio. Miró a su alrededor y se percató de que Kitty miraba a Alex con el ceño fruncido. El conde asintió con la cabeza.
—Viola —dijo Kitty—, Jinan no está en mitad del océano. Al menos, todavía no. Está aquí, en Londres.
—¿Aquí? —miró a Kitty antes de desviar la vista a Alex—. ¿En Londres?
—Sí.
—Me dijo que iba a zarpar, que pondría rumbo a Malta para… —se le quebró la voz—. Me mintió.
—No del todo. Puede que entre en sus planes, llegado el momento.
—¿Y hasta entonces? —pero la verdad poco importaba. Jin había abandonado Devonshire sabiendo, casi con toda seguridad, lo que ella sentía—. ¿Qué está haciendo en Londres?
—Está buscando a su familia, Vi —dijo Serena en voz baja.
A Viola le dio un vuelco el corazón.
—¿Qué familia? Me dijo que su madre murió hace mucho tiempo.
Serena meneó la cabeza y se encogió de hombros. Viola tampoco encontró respuesta en los rostros de Alex y de Kitty.
—Supongo que me alivia saber que no soy la única persona con la que comparte tan poco de sí mismo —masculló, arrancándole una sonrisa a Alex y una mirada dulce a Serena.
Kitty, en cambio, siguió muy seria.
—Viola, sé que es difícil comprenderlo, pero Jinan es un buen hombre. Está haciendo lo que cree que es lo correcto. Si le tienes afecto, como creo que es el caso, debes confiar en él.
Una hora más tarde, mientras se paseaba de un lado para otro en su dormitorio, las palabras de Kitty seguían resonando en su cabeza. Tal vez él creía estar haciendo lo que le parecía correcto, pero ¿tenía que hacerlo solo? Tal vez no la quisiera ni la necesitara. Pero ella lo quería y deseaba ayudarlo. Ansiaba ayudarlo, tal como él la había ayudado a ella.
Y lo haría.
Serena y Alex no sabían dónde se encontraba, como tampoco lo sabían Kitty y lord Blackwood. Al parecer, Jin vivía como una sombra en Londres. Sin embargo, Viola conocía los muelles mucho mejor que su aristocrática familia. Si su barco seguía amarrado en el puerto, lo encontraría. Por supuesto, no podía ir vestida como Viola Carlyle.
Se dirigió al armario, rebuscó en el fondo y encontró sus pantalones, una camisa y un chaleco. El desafío de escapar de la casa y de llegar a los muelles sin la que descubrieran los solícitos criados de su hermana no era fácil. Se estaba poniendo el zapato izquierdo al tiempo que se metía los faldones de la camisa por los pantalones y sacando la cabeza por la ventana para estudiar la enredadera que cubría esa pared de la casa cuando Jane entró en el dormitorio.
La doncella jadeó.
Viola dejó caer el zapato.
Jane entrecerró los ojos y retrocedió hacia la puerta.
—Ni se te ocurra.
Jane apretó los labios.
—¿Adónde cree que va?
—A los muelles.
—No conseguirá salir.
—Claro que sí —echó a andar hacia ella, cojeando con un zapato de menos—. Y tú me vas a ayudar.
—Ah, no, no lo haré.
—Ya lo creo que lo harás, porque si no, le diré a lady Savege que le robaste una corbata al señor Yale y que la escondes entre tu ropa interior.
Jane se llevó las manos a la boca.
—No se atrevería —chilló.
—Claro que sí —ladeó la cabeza—. Bueno, ¿qué prefieres? ¿Ayudarme o no volver a encontrar un puesto de trabajo entre la alta sociedad?
Jane la fulminó con la mirada. Pero la ayudó.
Viola pensó que comenzaba a pillarle el tranquillo a eso de ser una dama.
Primero encontró a Matouba. Fue bastante fácil. El lacayo al que Jane había sobornado con favores íntimos (seguramente escogido para tal fin porque con su pelo negro y sus ojos oscuros se parecía a cierto galés) le buscó un carruaje de alquiler a Viola. Una vez que consiguió salir por la puerta trasera mientras dicho criado y Jane distraían a los demás criados, fue un trayecto muy corto hasta los muelles.
Se caló bien el sombrero y entró en la primera taberna que encontró, y allí estaba Matouba. Su piel oscura resaltaba contra el cuero del chaleco y la madera de la mesa, pero se puso en pie enseguida y sus blanquísimos ojos se clavaron en ella al punto. La suerte irlandesa de su padre la acompañaba. O tal vez fuera su padre quien guiaba sus actos. Fionn había sido lo bastante taimado como para tener éxito en su plan. Después de todo, le había robado una niña a un barón. Recuperar la familia de un hombre debía de ser pan comido.
Se abrió paso entre la multitud.
—Me alegro de verte. ¿Dónde están Mattie y Billy? Y lo más importante, ¿dónde está él?
Matouba se comportó, ya que se llevó una mano al ala del sombrero para saludarla antes de cogerla del brazo y arrastrarla a la calle sin mediar palabra. Viola se zafó de su mano. La luz que iluminaba la puerta de la taberna se reflejaba en los adoquines, y las carcajadas y las voces procedentes de los locales se escuchaban por todas partes. Era el distrito de los marineros y ella se encontraba en su salsa. Sin embargo, era evidente que a Matouba no le hacía gracia su presencia. Sus ojos no dejaban de mirar a su alrededor, y estaba muy cerca de ella, protegiéndola con su cuerpo en mitad de la calle a oscuras.