Alex entró y cerró la puerta tras él. Estaba muy serio.
—Vivirá. Por los pelos.
Jin volvió la cara hacia la ventana tras la cual se extendía el mar, aunque apenas se distinguía por la lluvia.
Alex atravesó la estancia.
—El médico casi ha acabado. Le ha suturado las heridas y le ha enmendado las fracturas que buenamente ha podido…
—No quiero escucharlo.
Tras él se oyó el tintineo del cristal.
—Te dije que te tomaras un brandi.
—Vete al cuerno y llévate el brandi. ¿Cómo está la muchacha?
—Asustada. El médico dice que se curará. La señora Tubbs y Serena la están cuidando —Alex se acercó a él y le colocó el vaso en las manos—. Bébetelo. Después, te serviré otro y te lo beberás también. Te beberás la botella entera.
—Alex, no me trates como si fuera un niño, o acabarás siendo el tercer paciente del doctor.
—Me gustaría que lo intentaras —el conde se apoyó en su escritorio, un mueble enorme de caoba con la parte superior de mármol, adecuado para un aristócrata, de la misma manera que lo era esa mansión.
Jin, en cambio, no era adecuado.
Soltó el vaso.
—He estado a punto de matarlo. Podría haberlo matado.
—El hecho de que pudieras hacerlo y no lo hayas hecho es muy significativo —Alex cruzó los brazos por delante del pecho, relajado—. Sé por qué lo hiciste.
—No lo sabes.
—Sospecho que soy la única persona que puede saberlo. Por si no lo recuerdas, conocí a Frakes.
Jin apretó los dientes.
—No sabes ni la mitad.
—Sé lo que les hizo a aquellas muchachas mientras estaban encadenadas a bordo —dijo Alex, aludiendo al horrible recuerdo con ligereza—. Tú me lo contaste. Yo sólo tenía doce años y jamás había escuchado nada semejante. Pero tú lo habías presenciado con nueve años y, encadenado como estabas, poco pudiste hacer para evitarlo. Entiendo perfectamente lo que debió de suponer para ti.
—Lo más importante, por cierto, es lo que todo aquello supuso para él.
—¿Te refieres a Frakes? —Alex lo miró directamente a los ojos—. ¿Cuándo?
—Cuatro años después.
Se produjo un largo silencio.
—Fuiste tras él, ¿verdad?
Alex lo conocía. Quizá no tan bien como Mattie, pero lo suficiente.
—Fui tras él. Lo encontré.
—Lo mataste a sangre fría.
—¿A Frakes? No —la lluvia repiqueteaba contra los cristales—. Lo castré —clavó la mirada más allá de la lluvia—. Me resultó apropiado.
—¡Por el amor de Dios, Jin! —exclamó Alex—. Sólo eras un crío de trece años.
—Un crío de trece años muy fuerte y listo. Y también era el animal que Frakes me dijo que era. Sólo me limité a demostrárselo.
—Eras joven y estabas enfadado. No podrías haber entendido lo que estabas haciendo.
—Le habría hecho lo mismo hoy a Seamus Castle si hubiera llevado un cuchillo encima.
—No lo habrías hecho.
—¡Maldita sea mi estampa! —se tapó los ojos con una mano y respiró hondo, luchando contra las náuseas provocadas por la ira y la desesperación—. Sí lo habría hecho —no pensaba engañarse a sí mismo. Nunca lo había hecho, por muchos mares que hubiera surcado ni por todos los esclavos que hubiera liberado. Ni por la perfección de la mujer con la que decidiera olvidarlo todo. Apartó la mano—. Ese es el hombre que soy.
—Jin, eres un buen hombre.
—Y tú, amigo mío, vives en un mundo de fantasía —se acercó a la ventana—. ¿Castle va a presentar cargos?
—Lo dudo. Su tío y su primo están furiosos, y avergonzados. Y con razón. Puesto que Carlyle es el magistrado…
—¿No lo eres tú?
—No. Pero Carlyle está dispuesto a aceptar tu palabra y la de la muchacha por encima de la de Castle. Así que no hay de qué preocuparse.
—Yo no estaría tan seguro.
—Pues deberías estarlo. Carlyle es un hombre razonable.
—No puedo quedarme aquí —pronunció esas palabras para convencerse de ellas, aunque no deseaba irse. Lo único que deseaba era librarse del miedo que lo atenazaba—. No debería quedarme y tengo asuntos pendientes en otro lado.
—¿En Londres?
—En otro sitio —caminó hacia la puerta.
—La verdad, me ha sorprendido que te hayas quedado tanto tiempo con nosotros. No recuerdo que lo hayas hecho nunca.
Jin se detuvo con la mano en el pomo de la puerta y enfrentó la mirada de su amigo.
—Alex, estoy enamorado de Viola.
El conde se sentó en el escritorio, despacio.
—Ah. Eso lo explica todo —frunció el ceño—. Carlyle se muestra muy protector con ella, sí. ¿Le has dado motivos para…?
—No.
Alex asintió con la cabeza.
—De acuerdo. Es asunto tuyo. Pero no sé qué vas a conseguir yéndote ahora.
Alguien llamó con urgencia a la puerta antes de abrirla. Jin se apartó justo cuando Viola entraba en tromba.
—¿Dónde…? —se detuvo al verlo—. Aquí estás —siguió y miró a su cuñado—. Hola, Alex. Serena te está buscando.
El conde se apartó del escritorio y se acercó a ellos.
—En ese caso, será mejor no hacerla esperar. Jin, despídete de mi mujer antes de irte. Tu marcha la entristecerá.
La puerta se cerró con un chasquido metálico.
—¿Te vas? —Viola se había quedado muy blanca—. ¿Te vas a Avesbury para comprarte un chaleco que no esté manchado de sangre? ¿O te vas… te vas?
—Ya es hora de marcharme, Viola.
Esos ojos oscuros lo miraron con expresión alterada.
—Dejando a un lado lo que me dijiste hace unas horas, que no te irías si yo no deseaba que lo hicieras, dime que eres capaz de darle una paliza de muerte a un hombre y ensillar tu caballo para marcharte el mismo día. No puedes hablar en serio.
—Ha violado a una criada.
—¡Ya lo sé! Acabo de escuchar la historia de labios de Jane, a quien se lo ha contado la tercera camarera, a quien se lo contó la fregona que lo sabía porque se lo dijo la cocinera, a quien se lo había dicho la señora Tubbs, que se enteró por la pobre criada en persona. ¿Y sabes por qué ha tenido que pasar la información por tanta gente hasta llegar a mí? Porque todo el mundo en esta casa, salvo tú, cree que soy virgen, porque eso es lo que son las damas solteras en esta sociedad —la histeria pareció abandonarla de repente y encorvó los hombros—. Lo siento. Estoy enfadada. Todo el mundo lo está. Aidan, sus padres y Serena, por supuesto, porque los ha invitado creyendo que yo…
—Tienes derecho a estar enfadada. Hace muchos años que conoces a Seamus.
La vio fruncir el ceño.
—Cuando Aidan no estaba, Seamus solía arrinconarme en cualquier sitio para manosearme los pechos… sin invitación. Alguien debería llevárselo al establo y darle algo más que una simple paliza. Por lo que le hizo a esa muchacha deberían castr…
—¡No, Viola!
—¿No, qué? —le preguntó, acercándose a él—. Siento mucho que fueras tú quien los sorprendiera. Lo siento por ti. Pero Seamus Castle es un mal hombre. Nunca se lo he dicho a Aidan porque me daba la impresión de que estaban muy unidos. Pero esa familia haría bien en dejarlo a su suerte. O mejor sería que lo enrolaran en la Armada donde aprendería lo que es la crueldad.
—¿Qué sabrás tú de crueldad?
Ella parpadeó.
—¿Cómo?
—No sabes nada. Nada —dijo en voz muy baja, alentado por el fuego que le quemaba las entrañas—. Y es mejor que nunca lo sepas. No sabes nada porque nunca has tenido que mancharte las manos mientras Fionn y su tripulación se aseguraban de que siempre estuvieras a salvo.
—¿Cómo dices? —parpadeó varias veces—. ¿De qué estás hablando? No tienes ni idea de lo que han hecho mi padre o mi tripulación.
—He pasado un mes en alta mar con hombres que te conocían desde hacía años. ¿Crees que no he descubierto unas cuantas cosas sobre Violet Daly y su padre?
Esos ojos violetas lo miraron de arriba abajo. Tenía las mejillas encendidas.
—¿De qué estás hablando?
—¿Sabes que Fionn quería que volvieras a Inglaterra? Hizo todo lo que pudo para protegerte de la dura realidad de su vida y para devolverte a la vida de la que te arrancó. Para devolverte al lugar donde pertenecías. Pero tú, arrogante y testaruda como eres, no le hiciste ni caso. Cada vez que te ofrecía la oportunidad, tú la rechazabas.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando. ¿Quién te ha contado todas esas mentiras?
—No son mentiras. Es la verdad y me la han contado hombres que fueron leales a su capitán hasta el momento de su muerte. Sólo quería lo mejor para ti. Todos lo querían.
—Como te atrevas a soltarme ahora que he capturado tan pocas presas durante estos años porque mi tripulación me estaba engañando, te juro que voy a por el cuchillo del marisco si no encuentro mi puñal antes y te lo clavo donde más te duela.
—Tu padre obligó a Castle a prometerle que se casaría contigo y te traería de vuelta a Inglaterra cuando él muriera. Creía que cuando pisaras suelo inglés de nuevo, querrías regresar con tu familia.
Viola estaba boquiabierta.
—Mentira. Eso es ridículo.
—Tengo en mi poder una carta de tu antiguo segundo de a bordo. Tu padre le encargó que le contara a Aidan la verdad sobre tu familia después de que os casarais, para que él te instara a regresar. ¿
Loco
acostumbra a mentir, Viola?
—¿Una carta? ¿Por qué narices tienes una carta de
Loco
? ¿Es que me has estado espiando?
—Es uno de mis múltiples talentos —adujo él, aunque Viola no reparó en sus palabras.
—
Loco
debió de malinterpretar las cosas. A mi padre le gustaba inventarse historias. Era un marinero —sin embargo, Viola parecía estar luchando consigo misma para no creer lo que le había dicho.
La expresión de esos ojos violetas le decía que estaba rememorando todas las ocasiones en las que Fionn la había alentado a volver a Inglaterra, y su afán por oponerse. Eso bastaba para Jin. Sin embargo, distanciarse de ella era más doloroso de lo que había imaginado. Aunque no podía tenerla, tampoco quería arrojarla a los brazos de Aidan Castle.
—¿Sabías si Aidan planeaba regresar a Inglaterra?
Viola frunció el ceño.
—Pensaba que seguiría unos cuantos años más en las Indias. Me sorprendió que decidiera viajar tan pronto después del incendio.
—Tanto como le sorprendió a él, sospecho.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó con los ojos entrecerrados—. ¿Te comentó algo? Aquel día después del incendio, cuando os vi hablando en el hotel, estabais muy raros. Te dijo algo, ¿verdad? Y me lo ocultó.
Jin podría contarle la verdad, pero en ese caso sería incapaz de alejarse de ella y eso que ya le resultaba difícil. Así que buscó con mucho tiento las palabras que sellarían su destino.
—Viola, te he mentido desde el día que nos conocimos. Sin embargo, sigues confiando en mí.
—No lo entiendo. Tú no me has mentido —replicó, con el corazón en la garganta y temblando.
Jin se limitó a mirarla con esa mirada distante y fría. Sin mediar palabra, caminó hasta la puerta y se marchó.
Viola se quedó paralizada por el asombro en un primer momento.
Después, salió de la estancia a la carrera y le preguntó a un criado:
—¿Hacia dónde se ha marchado el señor Seton?
El hombre señaló con un dedo.
Lo alcanzó cuando bajaba la escalera por la que se accedía a la avenida de entrada, vacía en ese momento de carruajes. A lo lejos, las suaves colinas verdes estaban salpicadas de árboles y ovejas. Viola lo siguió deprisa, evitando los charcos.
—No creas que puedes hacer un comentario tan misterioso y marcharte sin más.
Jin se detuvo.
—Mi comentario no ha sido misterioso. Pero por si sirve de algo repetirlo: te he mentido. En varias ocasiones. ¿Te parece fácil de entender ahora?
Viola se aferró las manos para evitar aferrárselas a él. La lluvia caía sobre ellos.
—Así sí. Es fácil de entender —decidió desterrar la incertidumbre—. Pero no creo que eso importe mucho.
—No crees —repitió él, que se pasó una mano por la cara y soltó un hondo suspiro—. Viola, vuelve a la casa, el lugar al que perteneces.
Viola tiritaba por el frío de la lluvia que le empapaba los brazos y por la certeza de que esa discusión no estaba relacionada con Aidan ni con su tripulación ni con su barco. Era sobre ese hombre, la vida que había llevado y la que deseaba llevar. Una vida muy distinta de la que ella había conocido y que la asustaba un poco. Pero él no la asustaba. Porque ya formaba parte de ella.
—Es por Seamus, ¿verdad? Si lo hubiera pillado yo, Jin, también le habría dado una paliza de muerte. De haber tenido la fuerza suficiente para hacerlo, claro.
Jin se acercó tanto a ella con una sola zancada que vio cómo se deslizaban las gotas de agua por su mentón y por sus labios, lo que atrajo su ávida mirada.
—Viola, ¿por qué me desafiaste con la apuesta en el barco? Después de quince años en alta mar, ¿sigues sin entender a los hombres como yo? ¿De verdad no nos entiendes?
Ella sintió una opresión en el corazón. No había otros como él. Era único.
—Te desafié porque… porque quería volver a casa —le tembló la voz—. ¿Eso es lo que querías escuchar? Añoraba mi vida de una forma insoportable, pese a todos los años transcurridos y por más que intentara fingir que no lo hacía. Anhelaba recuperarla —con la misma intensidad que lo deseaba a él. En aquel entonces, creyó que no podría perder.
Pero había perdido y en ese momento volvía a hacerlo. La expresión distante de esos ojos azules se lo dejaba bien claro. Como también se lo dejaba lo que le había hecho poco antes a Seamus. Esa vida lo estaba matando. Si Jin quería, podía ser un caballero. Tanto por su educación como por sus modales. Pero él descartaría esa opción. Y también la rechazaría a ella si decidiera abandonar su vida en Inglaterra y volver al mar.
Viola se apartó de él.
—¿Por qué volviste a Savege Park si sabías que te irías de nuevo? Y no me digas que lo hiciste para saldar la deuda que tenías con Alex, porque podrías haberlo visto en Londres.
—Viola, volví porque no podía mantenerme lejos de ti. Ahora mismo, aunque deseo irme de este sitio y tengo asuntos pendientes en otro lugar, me resisto a hacerlo por ti. Sólo por ti —lo dijo de una forma en absoluto romántica, más bien furiosa. La misma furia que parecía brillar en sus cristalinos ojos.
De todas maneras, a Viola se le aflojaron las rodillas.