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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Conjuro de dragones (33 page)

Controla el agua, comentó para sí. La corona emitió un claro zumbido, y los ojos de la elfa se abrieron de par en par. ¡La corona le respondía! Feril cruzó el barranco a toda velocidad, agitando las piernas con fuerza mientras el agua se apartaba a su paso. Se concentró en los dedos, los extendió ante el rostro, y contempló cómo el agua corría veloz por entre sus manos.

«La Corona de las Mareas —pensó—. ¡Sí, podría controlar las mismas mareas con esto! Pero ¿qué es lo que hará sobre el agua? ¿Cómo puede ayudar a Palin?»

Agitó las piernas para dirigirse al arrecife, sin percatarse de la presencia de la sombra que acababa de separarse del barranco para seguirla.

La criatura se impulsó tras la kalanesti, a la que en las oscuras aguas había confundido con una insolente elfa marina. Al gran dragón no le gustaba que los elfos dimernestis se alejaran de su reino subacuático, y se comía a aquellos que tentaban su cólera.

Al coronar el arrecife, Feril notó que el mar empezaba a calentarse. Desconcertada ante esta nueva sensación, se dijo que tal vez fuera un efecto secundario producido por la utilización de la corona. A lo mejor...

Jadeó cuando el agua caliente inundó sus agallas. ¡No! No era la corona. Era otra cosa. Casi demasiado tarde, giró en redondo para mirar a su espalda, y se quedó boquiabierta, mientras el calor aumentaba tanto que resultaba casi imposible de soportar.

El enorme dragón parecía un monstruo marino sacado de un cuento infantil. Feril se dijo que debía de medir más de veinte metros desde el puntiagudo hocico a la punta con afiladas púas de su cola. El largo corpachón negro carecía de patas e iba acortando distancias; escamas verde oscuro le cubrían el cuello y la testa, en tanto que escamas de un verde más claro revestían su mandíbula inferior y estómago.

En cuanto Piélago abrió las fauces, Feril percibió cómo la corriente se encrespaba con violencia y el agua arremolinaba a su alrededor. Jadeó, incapaz de respirar aquellas aguas tan calientes, y se dobló sobre sí misma a causa del insoportable dolor. Sintiéndose a las puertas de la inconsciencia, extendió los dedos hacia la corona y la rozó.

«¡No! —chilló en silencio—. ¡No puedo rendirme! ¡No puedo dejarme cocer antes de que Palin haya tenido una oportunidad de usar la corona!»

Pensó en el agua, que hervía a su alrededor, y deseó que se enfriara. Y en cuestión de segundos así fue. La Corona de las Mareas había llevado a cabo el portento.

No obstante, el dragón estaba tan cerca ahora que veía sus irisados ojos azules, y la kalanesti se imaginó reflejada en sus órbitas. Movió las piernas con rapidez, concentrándose en la corona, mientras el dragón se acercaba aun más, amenazador; el cuerpo ondulante del ser se abrió paso por entre las aguas, las fauces bien abiertas, e intentó morderla con avidez; afilados dientes de madreperla centellearon bajo la luz que se filtraba desde la superficie.

Ella agitó las piernas con más fuerza, al tiempo que gesticulaba con los brazos y lanzaba un chorro de agua más intenso en dirección a Piélago. Feril se arriesgó a echar una mirada por encima del hombro, y descubrió sorprendida que la potencia del agua había empujado ligeramente hacia atrás al dragón; así pues, se concentró en los chorros de agua que creaba y consiguió hacer retroceder un poco a la criatura contra un afloramiento rocoso cercano al arrecife.

Un aullido se dejó escuchar en el agua, y Feril se dio cuenta de que la cola del dragón había quedado ensartada en una aguja de coral. Piélago volvió a bramar, y el agua hirvió a su alrededor y destruyó a las pequeñas criaturas, el coral y la roca viva de la zona, al tiempo que proyectaba una oleada de un calor insoportable en dirección a Feril.

La kalanesti nadó con mayor rapidez, utilizando la Corona de las Mareas para aumentar sus energías, en un intento de poner distancia entre ella y la criatura.

Al cabo de un instante sintió una oleada de renovado calor en el agua que la envolvía y comprendió que Piélago había conseguido liberarse. El agua aparecía teñida de hirviente sangre oscura. El dragón abrió la boca y rugió, tras lo cual salió disparado al frente, azotando furiosamente el agua con la cola.

Feril redobló el movimiento de sus piernas, sin dejar de concentrarse en la corona para seguir lanzando los chorros de agua. Al mismo tiempo proyectó la mente hacia la vida vegetal cercana, y fusionó sus sentidos con las plantas en solicitud de ayuda. Había usado el hechizo en innumerables ocasiones en tierra firme y supo instintivamente que también funcionaría allí.

Las algas, las frondas, el plancton y el coral blando respondieron, y se estiraron para arrollarse a la cola del dragón. Un espeso bancal de algas se alzó para enroscarse al musculoso cuello del reptil.

El dragón aulló enfurecido, revolviéndose como una fiera. Abrió las fauces y descargó otra ráfaga hirviente que la elfa apenas consiguió enfriar. Entonces la kalanesti se detuvo y se mantuvo flotando, con la mirada fija en el dragón, mientras pasaba los dedos por la franja coralina y centraba sus pensamientos en las plantas.

«Creced», deseó.

Intensificado por la corona, el conjuro cobró vida, y los efectos fueron sobrecogedores. Las algas doblaron su tamaño, y enseguida volvieron a doblarlo. El blando coral se multiplicó y rodeó a Piélago. El plancton espesó, ocultando casi por completo al ser.

«Creced —continuó ella—. Más.»

Escuchó con claridad el grito del dragón, que resultó dolorosamente intenso, incluso en el agua. Notó cómo la maleza se estrechaba alrededor de la garganta de Piélago y le impedía absorber la nutritiva agua.

«Más fuerte. Creced.»

La vegetación se estiró, ocultando ahora todo rastro del dragón. Luego, en un instante, se marchitó y murió. Feril la contempló boquiabierta mientras el corazón le latía con violencia. El reptil había encontrado la energía suficiente para lanzar otra bocanada más de su aliento devastador y había acabado con todas las plantas que lo rodeaban.

Los inmensos ojos del dragón se entrecerraron, y una vez más volvió a arremeter contra ella. Feril dio la vuelta y tomó lo que creía era dirección este, lejos de donde sabía que se encontraba el
Narwhal.
No podía arriesgarse a correr hacia el barco en busca de seguridad, no cuando el dragón podía destruir con facilidad la pequeña nave.

Usó la corona para proyectar chorros de agua desde sus piernas y brazos, esforzándose por ganar tiempo. Entonces se sintió impelida al frente, no por sus propios medios, sino por Piélago; se vio lanzada, dando volteretas en el agua, contra una afloramiento coralino. Feril se esforzó por frenar su velocidad, pero chocó contra el arrecife. Sus ojos se cerraron.

El dragón contempló con curiosidad a la inconsciente elfa. No era azul, como los dimernestis, pero era una elfa, y poderosa. ¿Procedente de la superficie? ¿De un barco?

* * *

Dhamon descubrió otra elevación y enfocó el catalejo hacia ella. Algo en ella resultaba diferente. Era verde oscuro, tal vez negro. Puede que se tratara de una ballena. La elevación se aplanó, y él la perdió de vista. Una ballena, en especial una grande, podía crear problemas si se acercaba demasiado; incluso podía hacer zozobrar el
Narwhal.

—¿Dónde estás? —musitó Dhamon—. ¿Dónde?

La proa del barco se alzó de improviso, levantándose hasta tal punto que la nave quedó prácticamente posada sobre el timón de popa. Dhamon se aferró a la barandilla, pero sus pies perdieron apoyo y quedaron suspendidos en el aire, al tiempo que una lluvia de agua increíblemente caliente le azotaba el rostro.

Un puñado de esclavos liberados que se encontraban en cubierta resbalaron en dirección a popa, y sus manos buscaron con desesperación algo a lo que sujetarse.

—¡No! —Jaspe rodó dando volteretas al cabecear la nave.

Usha, situada en mitad del barco, tendió las manos para sujetarlo a él y el cetro. En el último momento sus dedos se cerraron alrededor de la brillante empuñadura, en tanto que la otra mano conseguía agarrar la pernera del pantalón del enano. Pero la tela se desgarró, y Jaspe cayó de cabeza. Enseguida, Usha sintió que también ella resbalaba. Oyó cómo las cuadernas de la nave crujían, escuchó los gritos de sorpresa que surgían bajo cubierta. Se vio lanzada en pos de Jaspe, y ambos chocaron contra el cabrestante.

—¡Yo te sujeto! —aulló el enano. Pasó un rechoncho brazo por la cintura de la mujer, sujetando el otro al cabrestante—. ¡No sueltes el cetro!

Ella abrió la boca para contestar, pero en su lugar emitió un grito de sorpresa. La parte delantera del barco descendió con gran estrépito y golpeó contra el agua; la sacudida arrancó a ella y a Jasper de su asidero, al tiempo que provocaba gritos lastimeros en los antiguos esclavos. El enano fue el primero en incorporarse, y luego ayudó a Usha a hacer lo propio.

—¿Qué fue eso? —inquirió ella.

—No lo sé. —Se llevó las manos al estómago al notar cómo una sensación de náusea empezaba a embargarlo—. Pero pienso averiguarlo. —Se apoyó en el cabrestante mientras paseaba la mirada en derredor—. ¡Dhamon! —Jaspe dirigió un vistazo hacia la proa, donde un Dhamon empapado, con el rostro enrojecido y lleno de ampollas, intentaba incorporarse.

El caballero guardó el catalejo en el bolsillo y desenvainó una espada larga que llevaba sujeta a la cintura, una de una docena de armas que él y Rig habían descubierto bajo cubierta. Retrocedía despacio, sin apartar la mirada del agua.

—¡Rig! —vociferó Dhamon—. ¡Rig, sube aquí arriba!

—Desenredad las jarcias —ordenó Jaspe a los antiguos esclavos, al tiempo que él y Usha corrían hacia Dhamon—. Y sujetaos bien. Creo que esta vez tenemos serios problemas.

»
¿Qué es? —inquirió el enano, tomando el cetro de manos de la mujer.

—Pensé que se trataba de una ballena —respondió Dhamon. Se pasó la mano libre por el rostro, y frunció el entrecejo cuando los dedos tocaron las ampollas—. Pero no lo creo. Me parece que...

—¡Dragón! —chilló Usha. La mujer señalaba a babor—. ¡Es un dragón!

—¿Qué? —Era la voz de Rig—. ¿Un dragón? —Fiona iba detrás de él, con Groller pegado a ella.

—¿Qué ha sucedido? —Ampolla se abrió paso rápidamente entre ellos. Los cabellos de la kender estaban azules; tenía el rostro manchado de harina azul, y su túnica evidenciaba restos de algún mejunje pegajoso de color amarillo—. ¿Hemos chocado con algo?

—¡El dragón! —repitió Usha.

La cabeza de Piélago afloró entonces a la superficie, y todos pudieron verlo. Las fauces eran mayores que el
Narwhal,
y los dientes, gruesos como el palo mayor de la nave. Clavó los azules ojos en el navio, y se elevó más en el agua.

El sinuoso cuello, que resplandecía en tonos verdes y negros bajo el sol de la mañana, resultaba extrañamente bello. Estiró la testa a un lado y a otro, abrió la boca, y lanzó sobre el
Narwhal
un chorro de vapor.

Furia
aulló. El lobo acababa de aparecer en cubierta y corría hacia la barandilla cuando le cayeron encima las primeras oleadas del abrasador aliento. El animal perdió el equilibrio, se puso a aullar, y se arrancó grandes mechones de pelo.

—¡Piélago! —aulló Ampolla mientras se palpaba los bolsillos en busca de la honda—. Dije que quería ver un dimernesti, no un dragón —masculló para sí—. No deseaba en absoluto ver un dragón. No, no. En absoluto.

—¡Si esa cosa se acerca al barco, estamos perdidos! —chilló Rig. Sacó unas dagas del cinto y, sosteniendo tres en cada mano, se apuntaló junto a la barandilla de babor y aguardó a que el dragón se pusiera a tiro.

Dhamon estaba junto al marinero, con una pierna pasada por encima de la barandilla.

—Intentará hundir el barco.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Rig se quedó mirando a su compañero cuando éste pasó la otra pierna por encima de la barandilla.

—Tomar la iniciativa y daros la oportunidad de que la nave se haga a la vela. Ya he luchado contra un dragón, ¿lo recuerdas? Saca al
Narwhal
de aquí. —Luego sin una palabra más, Dhamon saltó al agua y empezó a nadar torpemente en dirección al dragón, sin soltar la espada. Rig estaba demasiado asombrado para contestar.

Era cierto que Dhamon se había enfrentado a Ciclón, el gran Dragón Azul que descendió sobre el
Yunque
cuando éste estaba atracado en el puerto de Palanthas. Aquélla fue una batalla que costó la vida a Shaon, la persona a quien el marinero amaba. Rig había culpado a Dhamon de la muerte de Shaon y había afirmado que, si el caballero hubiera permanecido con los Caballeros de Takhisis y continuado como compañero de Ciclón, Shaon habría seguido viva. Pero la verdad era que Dhamon había combatido contra el Azul. Rig lo había visto luchar con él sobre las colinas de Palanthas, había presenciado cómo el caballero y Ciclón se precipitaban a un profundo lago.

—¡Estas cosas no van a servir de nada! —masculló el marinero mientras arrojaba las dagas contra el dragón. Tan sólo una consiguió clavarse en el cuello de la criatura; el resto cayó al agua, y el marinero se dijo que la pequeña hoja no debía de significar más que un pinchazo para el animal—. Jaspe! ¡Leva el ancla! ¡Fiona, iza las velas! —Ordenó a los antiguos esclavos que vigilaran el timón, mantuvieran los aparejos tensados, y avisaran a los hombres de la bodega.

Tras todo esto, corrió a proa, en busca de la única balista del
Narwhal.
Abrió un cofre sujeto a la cubierta, y empezó a sacar saetas.

—Los cuchillos no te hicieron daño, pero éstas quizá sí —aulló.

En el centro del barco, Fiona desplegó las velas con la ayuda de Usha y los esclavos liberados. La nave se movió pero enseguida se detuvo, sujeta por el ancla. Las mujeres miraron en dirección a popa, donde Jaspe y Groller tiraban de la cuerda del áncora.

—Daos prisa, Jaspe —lo apremió Usha.

—¡Bien! —vitoreó Fiona, al contemplar cómo el ancla surgía de las aguas; pero de inmediato sacudió la cabeza—. ¡No! —chilló al semiogro, a pesar de saber que no podía oírla y que, aunque pudiera, sus palabras no lo disuadirían. Efectivamente, terminada su tarea, Groller hizo lo impensable: saltó al agua y comenzó a nadar en dirección a Dhamon y el dragón impeliéndose con sus largos brazos.

—Pero ¿qué cree que está haciendo? —exclamó Usha, atónita.

—Ayudar a Dhamon —respondió Fiona, solemne, al tiempo que dirigía la mano a su espada—. Sabe que sólo hay una balista y que Rig la utiliza.

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