Constantinopla (19 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

El 8 de septiembre del 780 murió León, después de un breve reinado de algo menos de cinco años, cuando tenía treinta años. Su hijo de diez años le sucedió con el nombre de Constantino VI, e Irene era la reina regente. Casi de inmediato, Irene empezó maniobrar para conseguir la restauración de los íconos. No era tan fácil como podía haber pensado. Durante el medio siglo de dominio iconoclasta, la administración de la Iglesia había caído casi por entero en manos de iconoclastas. Estos altos eclesiásticos, incluso el patriarca, se vieron obligados a dimitir y fueron sustituidos por iconodulas.

El ejército, mientras tanto, orgulloso por las victorias de los emperadores iconoclastas, era mas iconoclasta que nunca. Sin duda, Irene parece que debilitó deliberadamente al ejército disminuyendo las asignaciones militares (como esto significaba reducción de impuestos, tuvo la ventaja añadida de hacerla más popular entre los civiles). Pero cuando Irene intentó celebrar un concilio ecuménico de la Iglesia, en el 786, para revocar la iconoclastia, los soldados, airados, lo disolvieron.

Irene tuvo que intentarlo de nuevo. En septiembre del 787 consiguió convocar el Séptimo Concilio Ecuménico de Nicea. Como era de esperar, en este nuevo concilio se cambiaron totalmente las decisiones del concilio celebrado por Constantino V. Se restauró el culto a los iconos, pero había una pequeña restricción: no se permitían estatuas, o a lo sumo sólo en bajorrelieve (en última instancia, esta medida destruyó el arte de la escultura en el imperio, y en siglos posteriores también en Rusia, puesto que este país heredó su cultura de Constantinopla).

La iconoclastia no desapareció de repente, por supuesto. Aguantó durante algunas décadas, e incluso de vez en cuando reaparecía de forma benigna. Pero con el tiempo fueron destruidos todos los libros escritos en defensa de la posición iconoclasta, y por esta razón no sabemos nada sobre ella salvo los testimonios de sus encarnizados enemigos.

La victoria de los iconodulas tenía algunos curiosos límites. Pese a que los monjes se salieron con la suya frente a los emperadores, no significó que la Iglesia hubiera derrocado el césaro-papismo. Aunque el emperador fuera iconodula, dominaba la Iglesia tanto como los otros.

Además, la victoria iconodula no cerró la brecha con Occidente que sesenta años de iconoclastia habían ensanchado. Nunca más se celebró un concilio al cual asistieran tanto el clero de Oriente como el de Occidente para debatir una serie de problemas mas eclesiásticos.

La victoria iconodula tuvo también un efecto serio y nocivo en el desarrollo intelectual del imperio. Desde que Justiniano cerrara la Academia de Atenas, el mundo de la erudición había ido perdiendo fuerzas. Los desastres que sobrevivieron bajo el gobierno de Heraclio y los dos cercos de Constantinopla habían endurecido la vida del imperio y no dejaban espacio para el desarrollo intelectual.

En torno al 750 Juan Damasceno escribió doctamente sobre teología, y se le considera el primer escritor cristiano que intentó coordinar la filosofía aristotélica con la teología cristiana (cinco siglos antes se habían hecho intentos parecidos en Europa occidental). La obra de Juan, sin embargo, no se escribió en el imperio, sino en el califato, porque era el Islam y no la cristiandad, quien durante la temprana Edad Media ofrecía las mejores condiciones externas para la erudición.

Después de la Controversia Iconoclasta, la Iglesia oriental avanzó profunda y definitivamente hacia el callejón sin salida y la muerte en vida que representa la inmutabilidad. La larga lucha contra la iconoclastia había asustado tanto que provocó una reacción permanente. Debido a ello se frenó cualquier posibilidad de crecimiento intelectual. El Imperio Bizantino disfrutó todavía de períodos de florecimiento cultural, pero siempre como rica conservación del pasado, y nunca como brillante evolución de lo nuevo. El resultado fue que, después de la época de Justiniano, el Imperio Bizantino nunca produjo libro alguno que haya tenido gran difusión ni un nuevo movimiento filosófico, ni tuvo nunca un científico. Y cuando llegó el momento de que la Edad Media floreciera en una nueva cultura que avanzó mucho más allá que las obras de los antiguos, fue en Occidente, y no en Oriente, donde se produjo ese florecimiento.

El nuevo imperio en Occidente

En los tiempos del Séptimo Concilio Ecuménico, el emperador Constantino VI tenía cerca de veinte años y quiso poner fin a la regencia. Irene se opuso. Aplastó con firmeza el intento de Constantino, y exigió que el ejército le jurara fidelidad a ella sola.

No obstante el ejército todavía no se había reconciliado con las ideas iconodulas y era muy hostil a Irene. Se sublevó y forzó el reconocimiento de Constantino VI como emperador por derecho propio. Irene fue desterrada.

Pero Constantino no tenía criterio. Por alguna razón, le dio por pensar que le gustaría tener a su madre a su lado, y en el 792 la hizo volver del exilio. Es posible que quisiera a su madre, pero desde luego ella no le quería a él. Realmente es una de las parodias más monstruosas de la maternidad que se encuentran en la historia. Empezó inmediatamente a intrigar contra él.

Constantino, que se había colocado al alcance de Irene, puso después un arma en su mano. Tenía una esposa llamada María, y una amante, Teodota. A nadie le preocupaba eso, pero Constantino, en un arrebato de amor, se divorció de su esposa en el 796 y se casó con su amante. Al querer ser honrado y regularizar su situación, ofendió a todos los beatos del imperio. El partido de Irene se fortaleció inmediatamente, y antes del 797 ella detentaba suficiente poder como para mandar que su hijo fuera apresado y cegado. Vivió en la oscuridad, y ni siquiera se sabe exactamente dónde murió. Su ceguera supuso, sin embargo, el fin de su reinado, y también de la dinastía Isaúrica, que había contado con cuatro emperadores que ocuparon el trono durante sólo ochenta años.

Después de cegar a Constantino (acto que aquella madre amorosa mandó llevar a cabo con una brutalidad inusitada), Irene se proclamó emperador, asumiendo el título masculino porque se negó a buscar a un hombre a través del cual pudiera gobernar. Esta situación irregular duró cinco años, desde el 797 hasta el 802, y tuvo repercusiones en la historia occidental.

Casi toda la cristiandad occidental estaba sometida a los reyes francos, y los francos no reconocían a las mujeres como gobernantes. Una mujer emperador les parecía una contradicción en sus términos, y según su modo de pensar, el trono imperial estaba vacío. Debido a una coincidencia de la historia, en el mismo momento que el Oriente estaba gobernado por una mujer, el Occidente estaba dominado por el monarca franco más importante de todos: Carlomagno.

En aquel momento el papa era León III, y tenía diversas razones para tomar medidas que parecieran razonables si se consideraba vacante el trono imperial. Por una parte, Roma era la sede original del imperio, y en comparación Constantinopla era una recién llegada. En todo caso, debía haber un emperador en Roma y más aún si no había ninguno en Constantinopla. Además, ya que el papa estaba libre del dominio del emperador de Constantinopla, ¿por qué no iba a tener un emperador propio?

Por consiguiente, el día de Navidad del año 800, el papa León III coronó a Carlomagno como emperador romano. De nuevo, y por primera vez en más de tres siglos, había un emperador romano tanto en Occidente como en Oriente. Sólo existía una diferencia, y era vital. El papa no tenía ningún derecho, ni en teoría ni por tradición (al menos, en opinión de los bizantinos) para coronar a un emperador. Para Irene, era una simple usurpación del título, y fue por sí misma una causa de guerra.

Carlomagno lo sabía muy bien, y hasta cierto punto lamentaba su coronación, en especial porque no le apetecía la idea de tener que agradecer el título al papa. Siempre dijo que la coronación fue maquinada sin su conocimiento.

Estamos tan acostumbrados a leer libros planteados desde una perspectiva occidental, que nos dicen que Carlomagno era extremadamente poderoso (sobre todo en comparación con otros monarcas occidentales anteriores y posteriores), que tal vez parezca extraño que Carlomagno no tuviera especiales ganas de luchar contra el Imperio Bizantino. Los bizantinos tenían el mejor ejército de Europa y eran mucho más fuertes, tanto económica como militarmente, que el desvencijado Imperio Franco de Carlomagno; en realidad, Carlomagno era muy consciente del atraso intelectual y cultural de su reino y estaba muy impresionado por el lejano esplendor de Constantinopla. Gobernaba una gran parte de Italia, y la arquitectura bizantina que encontró en ella se encuentra imitada en la catedral que mandó construir en su propia capital, Aachen, muy al norte.

Algunos propusieron que Carlomagno se casara con Irene, uniendo así las dos mitades de la cristiandad. ¿Pero para qué serviría que un anciano de sesenta años se casara con una mujer de cincuenta? No podían tener hijos y si era así, ¿quién les sucedería? Por lo tanto, hubo guerra, más bien esporádica, puesto que no existían muchos lugares donde los dos imperios pudieran encontrarse para luchar.

Irene nunca fue popular en el ejército. Como los árabes, los búlgaros, y para colmo los francos rodeaban hostilmente al imperio, se hizo todavía menos popular. Por mucho que se llamara a sí misma emperador y mantuviera la ficción de la masculinidad, no podía dirigir un ejército. Así que en el 802, una conspiración de generales bien organizada la apresó discretamente y coronó a Nicéforo I, su tesorero, en su lugar. La metieron en un convento en la isla de Lesbos, y allí terminó tranquilamente su vida un año después.

El cascanueces búlgaro-árabe

Una cosa es evidente al hacer de un honrado tesorero un emperador. Está acostumbrado a administrar dinero y conoce la miseria de no tener bastante. La primera preocupación de Nicéforo fue, por lo tanto, realizar reformas en un sistema gubernamental que se había desmoronado mientras Irene se dedicaba a las cuestiones religiosas y a intrigar contra su hijo.

Esto significaba reducir las pérdidas y recaudar los impuestos con mayor rigor, y por supuesto volvió impopular a Nicéforo. En especial, gravó las propiedades de los religiosos, y en consecuencia los monjes le odiaron intensamente. Los monasterios seguían poseyendo vastas tierras y la preocupación de los monjes por sus bolsillos fue siempre capital. Fueran cuales fueran las necesidades nacionales, las tesorerías monásticas tenían que permanecer intactas.

Nicéforo dio también los pasos esenciales para frenar lo que consideraba una guerra innecesaria con Carlomagno. No había posibilidad de obligar al monarca franco a abandonar el título de emperador, así que ¿por qué no llegar a algún tipo de compromiso? En el 803, Nicéforo y Carlomagno firmaron una paz que dejaba formalmente el sur de Italia y la costa iliria en manos del Imperio Bizantino. De todos modos, ambos lugares estaban demasiado lejos como para que lo francos pudieran llegar hasta ellos. Otra fuente más probable de conflictos era Venecia, que estaba rodeada de territorio franco sin embargo, también quedó en poder de los bizantinos. Todo ello fue un logro razonable de Nicéforo, que exprimió al máximo a los francos sin reconocer aún su título imperial.

Nicéforo tuvo menos suerte con el Islam. La dinastía Omeya se extinguió y el Islam cayó bajo la dinastía de los monarcas Abasidas, en torno al 750. Estos trasladaron su capital desde Damasco hasta Bagdad, más al este. Gobernaron todo el vasto imperio islámico, salvo España en el extremo occidental, y con ellos los árabes se fortalecieron de nuevo. Su fuerza nunca fue suficiente para llevarles hasta Constantinopla, pero sus incursiones en Asia Menor eran cada vez más peligrosas y duras. En el 786 el más famoso de los abasidas, Harún al-Rashid (célebre por su papel en los cuentos de las
Mil y una Noches
) accedió al trono.

Irene había decidido pagar grandes tributos a los abasidas para evitar sus incursiones en el imperio. Para el alma ahorrativa de Nicéforo, un tributo tan grande era insostenible. Por consiguiente, envió una carta a Harún al-Rashid para anunciarle que iba a dejar de pagarlo.

La contestación de Harún es insólita en los anales de la diplomacia. El texto completo decía: «En nombre del Dios misericordioso, Harún al-Rashid, jefe de los fieles, a Nicéforo, perro romano. He recibido tu carta, hijo de infiel, y no escucharás mi réplica, sino que la verás». Harún organizó rápidamente una invasión de Asia Menor, hizo retroceder a los ejércitos bizantinos y obligó al emperador a una paz humillante. El tributo tuvo que continuar.

Pero si aumentaron las presiones árabes, también lo hicieron las de los búlgaros. El cascanueces búlgaro-árabe volvió a funcionar plenamente. En el 808 un jefe vigoroso llamado Krum apareció a la cabeza de los búlgaros. Sus primeras victorias se produjeron frente a los últimos restos de los ávaros, que habían sido una muy seria amenaza para el imperio dos siglos antes. Bajo los golpes de Krum, los ávaros desaparecieron de la historia para siempre.

En relación con los bizantinos, no obstante, los búlgaros parecían mejores que los ávaros. Krum sostuvo una dura guerra contra el imperio y Nicéforo tuvo que pasar los últimos años de su reinado haciendo campañas en los Balcanes. Por dos veces, Nicéforo logró ocupar su capital, pero la capital de una sociedad tribal no era el equivalente a Constantinopla. La capital búlgara no era ningún centro estratégico, y puesto que sus ejércitos seguían luchando, los bizantinos sencillamente tuvieron que retirarse las dos veces.

Por fin, en el 811, en una gran batalla en las montañas, los bizantinos sufrieron una seria derrota. Por primera vez desde la fundación de Constantinopla, un emperador moría en el campo de batalla, y los monjes del imperio celebraron esta catástrofe nacional con salvaje alegría.

Durante unos cuantos años, dominó la confusión entre los bizantinos. Staurakio, hijo de Nicéforo, sucedió a su padre, pero también fue herido en la misma batalla en que murió aquél, y el nuevo emperador falleció tan sólo unos meses después. Le sucedió Miguel I, yerno de Nicéforo. Miguel estaba lleno de buenas intenciones, pero fue un monarca débil y dominado por los monjes.

El partido monástico llevaba tiempo bajo la dirección de Teodoro Studita (se llamaba así porque era prior del monasterio de Estudion en Constantinopla). Se había dedicado con gran energía a reformar los monasterios y a promover la mayor piedad y ascetismo. Su rígida moralidad le llevó a desaprobar a voces el matrimonio de Constantino VI con su amante, y ello fue causa de sus dos exilios. Teodoro Studita era un iconodula convencido, por supuesto y actuó duramente para aniquilar cualquier huella de la iconoclastia. Esto era del agrado de Miguel, que tuvo a Studita como su consejero principal.

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