Cruising (32 page)

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Authors: Frank García

No dijo más, se incorporó un poco y me embistió primero con suavidad y luego con fuerza. La metía y sacaba con gran rapidez y las gotas del sudor de su cuerpo caían sobre mi espalda. Su olor me envolvió y la pasión que destilaba me embriagó. Nos acomodamos los tres para follar con más comodidad. Óscar llevaba el ritmo y de esta forma, yo penetraba al otro chico. Giré mi cara y Óscar me besó.

—Te deseo cabrón y te voy a inundar.

—Sí. Quiero sentir tus abundantes chorros dentro de mí.

Me agarró por la cintura. Le había calentado con aquellas palabras y mi culo ardió con la fuerza que me penetró hasta que todo su semen quedó dentro de mí. Se tumbó sobre mi espalda empapado en sudor y rodeándome con sus brazos.

—¿Por qué si tú te corres no te despiertas? —le pregunté.

—Porque es tu sueño, no el mío.

Deseaba eyacular en el culo de aquel tío que me calentaba como un volcán, pero sabía lo que sucedería. No. Hoy estaba dispuesto a disfrutar del sexo en toda su plenitud. Estaba rodeado de tíos desnudos, fogosos. Sementales ardientes en busca de pollas y culos y yo por fin había sentido la penetración de dos de ellos. No me había dolido ¿Sería producto del sueño? Si así era, quería sentirme lleno por todos lados y aquel deseo se materializó. Poco a poco los chicos fueron acercándose a donde nosotros estábamos. Ya no sabía a quien estaba penetrando o comiendo la polla. No miraba hacia atrás cuando un nuevo rabo llenaba mi culo y lo satisfacía como él deseaba ser saciado. El semen de cada uno era el lubricante perfecto para que nuevos rabos, más grandes y más gruesos fueran entrando. Cuerpos llenos de sudor. Brazos rodeando mi cuerpo. Pierna y pies que lamía. Bocas que llenaban de saliva la mía. Culos ofreciéndose a mí polla que se sentía cada vez más excitada y caliente. Espaldas húmedas cuyos regatos de sudor resbalaban por sus pieles provocándome nuevas sensaciones. Calor humano unido a más calor humano. Gemidos, susurros, palabras que muchas veces no se entendían y otras se perdían en el espacio. Me vi rodeado de todos aquellos cuerpos. Sentí el aroma de cada uno de ellos y el olor a macho que nos invadió y excitó a todos aún más. Mi cabeza se asomaba entre trozos de carne que en un primer instante me costaba diferenciar, pero en realidad me daba igual. Mi polla siempre estaba ocupada, por una boca, por un culo, por unas manos masturbándola. Mi boca saciando el apetito irrefrenable de quien la poseía en ese momento y mi cuerpo sudaba y sudaba. Ardía y mis manos ya no sabían que acariciaba pero no dejaban de hacerlo. Alguien me penetró con fuerza y me embistió como un toro sin compasión. Mi culo estaba tan caliente que lo recibió complacido. Le pude ver por unos momentos, cuando parte de toda aquella carne de todos aquellos chicos abrieron una ventana a mis ojos. Sus ojos eran azules como el cielo. Su sonrisa embaucadora y su cuerpo el de un buen macho. Separó mis piernas todo lo que pudo y me la metía y sacaba de golpe. Por su frente caían gotas de agua que iban resbalando por su mejilla. Su torso lampiño y ligeramente bronceado brillaba con intensidad. Levanté un poco la cabeza, deseaba ver como su rabo entraba y salía de mí.

Era una polla gruesa y grande. Con un pubis abundante y negro. Le miré con deseo y él entendió que deseaba más. Me giró sin sacarla y ya tumbado, él colocó sus manos a cada lado de mi cuerpo y me folló con todas sus fuerzas. Sentí el estallido dentro y como su líquido abrasaba aún más mi interior. La sacó de repente y se tumbó boca arriba abriendo sus piernas. No lo dudé. Las coloqué sobre mis hombros y se la metí de golpe. Gritó de placer y le follé como él lo había hecho. Entonces algo extraño ocurrió: todos los chicos se levantaron rodeándonos. Elevé a aquel cabrón que me había provocado tanto placer y yo se lo estaba devolviendo y se sentó encima de mí. Colocó sus manos en mi pecho y galopó, galopó mientras el semen de todos aquellos chicos caía sobre mi cuerpo. Chorros abundantes de leche me inundaban y tomé aquella polla y le masturbé. Su rostro cayó hacia atrás y su esperma llegó hasta mi cara. Galopó con más fuerza y no pude evitar llenarlo interiormente. Me maldije y miré a Óscar. Éste sonrió mientras aquel líquido llenaba el culo del chico y me desperté.

Afortunadamente estaba boca arriba y liberado del edredón, que seguramente con todo el ejercicio en el sueño, mi cuerpo lo había lanzado al suelo. Me encontraba empapado en sudor, con la respiración sofocada y mi vientre oliendo al semen que de mi polla, aún erecta había lanzado. Pasé la mano por el líquido como si de una crema hidratante se tratara y restregué toda mi piel con él. Mi cuerpo olía aún al deseo y a los machos con los que estuve en el sueño o simplemente era mi propio olor. En aquellos instantes era difícil razonar. Cerré los ojos y suspiré. Los abrí de nuevo y miré el reloj. Aún era pronto para levantarme. La habitación permanecía caliente por el efecto de las estufas, por lo que me dejé llevar de nuevo por el sueño.

Estado puro

Cerré los ojos y una luz cegadora lo iluminó todo. Poco a poco me acostumbré a ella y me encontré en un lugar agreste, sin vegetación, con un suelo árido y quebradizo. Mis botas militares, a cada paso que daba, quebraban el suelo, saltando pequeños trozos de barro seco al aire y manchándolas de polvo. Llevaba puesto un pantalón de cuero negro corto, el arnés y unas gafas estilo policía con cristales verdes de espejo. Caminaba entre aquella desolación, sintiendo el calor asfixiante de un sol desértico, provocando que mis poros desprendiesen un sudor abundante, resbalando por la piel. El viento silbaba a mi alrededor y entre aquel silbido, aquel sonido, escuché una voz que me llamaba.

—¡Frank! ¡Frank! ¡Espérame!

Me giré encontrándome con Óscar caminando en mi dirección. Me detuve hasta que estuvo al lado. Vestía un arnés de cuero rojo conjuntado con sus botas y el bóxer bien pegado a sus fornidas piernas. Relucía como un ángel en aquella mañana, en aquel lugar sin vida.

—¿Dónde estamos?

—En tus sueños. Me llamaste en la noche y decidí venir.

—En realidad no te llamaba. Antes de quedarme dormido estaba pensando en ti. Desde que te conocí en aquel sueño te he estado buscando por los lugares que frecuento los fines de semana.

—Últimamente he salido poco. Demasiado trabajo y al llegar a casa, sólo deseaba descansar y desconectar. ¿En qué pensabas? Ya sabes que puedo escucharte en los sueños, pero no en la vida real.

—Sí —sonreí—. No lo olvido: el viajero de los sueños.

—Me gustó que me llamaras así. Pero aún no has respondido a la pregunta.

—Cada vez que cierro los ojos para entrar en el maravilloso mundo de los sueños, pienso en ti y en que no busco un sueño contigo, busco una realidad. Además —miré alrededor—, si quisiera un sueño contigo, no sería en un lugar como éste.

—Nuestra mente es compleja y crea lugares motivados por el estado de ánimo.

—Pues hoy he tenido un buen día. Nada alteró la normalidad de las horas vividas.

—Pero el espíritu no está tranquilo. Algo lo altera.

—Tal vez tengas razón. Tal vez los miedos me sigan acechando y deseo dejarlos en el olvido. Quiero empezar una nueva vida junto a alguien con quien compartir mis sueños despierto, mis momentos felices y los que no lo son tanto, reírnos juntos y sufrir, porque nadie se libra de sufrir en esa tierra que nos sustenta. Pero a la vez…

—A la vez el cuerpo te pide guerra y gozar y disfrutar de esa materia que la naturaleza te ha otorgado. Hoy estás muy provocativo, muy sensual. Desde el momento en que te vi, despertaste el animal que llevo dentro y decidí vestirme parecido a ti.

—Estás muy bueno así. Ese bóxer te marca perfectamente cada volumen del deseo que esconde.

—Te ayudaré a olvidar, a sentir lo que buscas.

Su arnés cayó al suelo y el bóxer desapareció. Su desnudez se presentó como la de un ser celestial y al mirar mi cuerpo, también estaba desnudo. Nos acercamos y al abrazarnos, nos besamos. Recordé aquel beso. El primer beso que nos dimos bajo el melocotonero y su saliva resultó como néctar de frutas salvajes estallando en mi boca. Caímos sobre aquel suelo reseco y agreste y nuestras manos acariciaron cada contorno de nuestra piel. Una piel que ya conocía y despierto deseé volver a encontrar para sentir. Los cuerpos sudaban y se entrelazaban entre sí. Amándose y deseándose. Tumbado sobre él me sonrió. Acaricié su rostro y separó las piernas. Esta vez no jugué con su ano, pues al rozar mi glande con él, lo sentí húmedo y preparado para acceder a su interior, como así hice. Lo penetré hasta que el pubis rozó su piel y al suspirar los dos, la mente se liberó de toda duda.

El suelo se fue cubriendo de un manto de hierba suave y fina, que acarició nuestras pieles. El polvo del ambiente se convirtió en miles de esporas cernidas por la suave brisa que nos acompañaba. Los árboles se alzaron a lo alto cubriendo en parte aquel sol abrasador. Escuchaba el sonido de su corazón a la vez que el agua de una cascada fluyendo y cayendo en un pequeño estanque, mientras la naturaleza cantaba a nuestro alrededor.

Hoy no me follaba a Óscar, aunque no se lo diría e intentaría que no se notara. Hoy sentía algo especial: el deseo del hombre que buscaba y no encontraba, pero tampoco debía de saberlo. Si algo surgía, esperaba que fuera de forma natural, no provocado por un par de sueños, donde la fantasía no tiene fronteras.

Entraba y salía de aquel volcán de fuego que era su ano. Abrasaba la piel de mi polla en cada embestida Sus gemidos y los míos rompían el silencio del lugar. Me incorporé sin dejar de penetrarlo y en pocos movimientos estaba sentado sobre mí, abrazados los dos. Mis nalgas acariciadas por el suave tapiz de la hierba fresca y sus manos deslizándose, tras encontrar el equilibrio entre los dos, por la espalda. La penetración en aquella postura resultaba más suave y relajante al sentir su pecho pegado al mío, los corazones latiendo acorde el uno con el otro y las manos palpando la espalda del otro. Las bocas encontrándose y sintiendo el calor de los labios y el elixir del fluido de su interior, mientras las lenguas hablaban su lenguaje especial. Dejé de penetrarlo. Sonrió.

—¿Miedo a correrte?

—No. Quiero que ahora seas tú el que actúes. Que me hagas gozar.

Me tumbó sobre la hierba y se dejó caer encima. Me besó con pasión y su polla se restregó con la mía. Las dos muy duras. Me abrazó y rodamos por aquel prado. Me miró tras detenernos:

—Gírate y dame ese rico culo. Me gusta degustarlo antes de que mi polla goce de él.

Lo hice. Tomó con sus manos mis nalgas, las acarició, las azotó y separándolas metió su lengua y boca. El movimiento de su lengua contra mi ano me provocaba una gran excitación y pronto cedió a su deseo. Se incorporó, enfiló el glande y la metió hasta el fondo sin detenerse, al igual que hiciera yo. Suspiré. Pero él no me penetraba con el deseo que yo hice, sino con fogosidad. Embestía como un animal furioso provocándome un calor interno que me hacía gemir sin control. Me pidió que me agarrase a su cuello y me levantó.

Crucé mis piernas alrededor de su cuerpo y caminó hasta que me sentó sobre un columpio sostenido entre dos árboles. Me extrañé y sonrió.

—Siempre he deseado follarme a un tío en un columpio al aire libre.

Las cadenas de aquel columpio comenzaron a moverse atrás y adelante según las embestidas de Óscar. Elevó mis piernas colocando mis pies en las cadenas y él se subió a la tabla, donde yo estaba medio tumbado, asentando un pie a cada lado de mí. Con los brazos provocó que el columpio tomara altura yendo de atrás adelante mientras me seguía follando. Sentí que volaba, por la sensación del ir y venir y la penetración salvaje de Óscar. Ambos sudábamos a raudales. Las gotas de él caían sobre mi cuerpo y su garganta profería un sonido de animal excitado. Me miraba con cara de deseo. Sonreía y a la vez apretaba los dientes mientras aquel columpio surcaba los aires. Cada vez más alto. Desafiando la gravedad. ¿Gravedad? Aquella postura y aquellos movimientos acrobáticos circenses, no serían factibles en tierra firme. Pero qué más daba. Me estaba follando a saco. Entrando su rabo y saliendo y dejándome el culo como nunca lo sintiera. Sí. No era el Óscar del primer sueño. Ya conocía mis fantasías, sabía de mis deseos y tras haber entrado por primera vez en mis entrañas, ahora buscaba complacerlas. Sentí que me corría y controlé aquella sensación. No deseaba despertarme. Él eyaculó en el interior. Óscar sacó su rabo y se bajó del columpio sujetando mis piernas para que no se movieran. Metió la lengua en el agujero que su polla había dejado y lamió la leche que iba saliendo. Aquel esperma que inundara por unos segundos mi interior y ahora bebía como líquido embriagador. Me incorporó. Sus labios estaban húmedos, pegajosos y oliendo a macho. Su boca se pegó a la mía y saboreé la fragancia de su ser.

Dejó caer su cuerpo sobre el césped y yo me dejé deslizar del asiento hasta quedar sobre su torso. Mientras nos relajábamos, acarició mi cabello y yo su pecho. Mi mente estaba fuera de sí y él perdido en sus pensamientos.

—Has controlado muy bien la corrida. Me alegro. No deseo que aún te despiertes. Quiero seguir follando contigo.

—Cabrón. Tengo el culo ardiendo. Me has follado como un animal.

—Somos dos animales cuando el sexo nos domina. Quiero que luego me revientes el culo de placer. Que me folies como si te fuera la vida en ello.

—Menos mal que esto es un sueño, en la vida real no te aguantaría.

—En la vida real nos daremos más placer, porque despiertos seremos nosotros mismos.

—Eso quiere decir que nos veremos.

—Te buscaré cabrón. Necesito saber cómo eres en la realidad.

—En la vida real tendrás que tener cuidado con mi culo. Aún es virgen.

—Mejor. Así seré yo quien entre por primera vez. Lo malo que como te guste como aquí. Te perderé.

—No. Te aseguro que contigo tengo más que suficiente.

—Quiero que seamos pareja, pero que descubramos todos los placeres del sexo no sólo entre nosotros, sino con quien nos ofrezca nuevas propuestas. ¿Qué me dices?

—Acepto.

Aquella afirmación me extrañó, pues no era yo de esos.

Creía en la pareja de dos y sin compartir, pero Óscar… Óscar era distinto y me gustaba su vicio, su forma de ser, de entregar y entregarse. Sí, tal vez sería interesante explorar nuevos campos ¿Por qué limitarnos? Si el cuerpo te pide marcha y se puede aguantar, démosle marcha. A nadie tenía que rendir cuentas, por lo tanto, sería yo mismo acompañado por aquel semental, con olor a macho, con un cuerpo deseado y una forma de follar que me enloquecía.

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