Read Dame la mano Online

Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (44 page)

—¿Y se quedaron allí hasta…?

—Más o menos hasta las seis de la mañana. Luego volví a casa. No quería que mi casera se enterara de que no estaba, y a esas horas ella suele dormir profundamente. Una vez en el piso, me duché, me cambié de ropa y más tarde salí a dar un largo paseo. Hacía muy buen tiempo.

—Así pues, pasó la noche con Karen Ward.

—Sí.

—¿Y ella estuvo de acuerdo a pesar de saber que tiene usted intención de casarse con otra mujer?

—Por supuesto que estaba de acuerdo. Si no, no me habría dejado entrar en su casa.

Para Valerie, la situación estaba absolutamente clara. Fiona Barnes había acertado de lleno con sus insinuaciones. El interés que tenía Dave Tanner en Gwen Beckett estaba calculado, su única intención era hacerse con la granja de los Beckett. No solo eso, sino que además seguía viéndose con su ex novia, una joven estudiante. A Valerie le había llamado la atención lo atractiva que era. Sin duda la encontraba más adecuada para un tipo tan cosmopolita como Dave Tanner, mucho más que la discreta e inexperimentada Gwen Beckett. Sin embargo, la ex sabía de la existencia de Gwen y debía de estar pasando un calvario, pero seguía aferrada a la esperanza de reconquistar a Dave Tanner, por eso permitía que él la utilizara a su antojo.

Y a Valerie le quedó clara otra cosa, además: Dave Tanner no había abandonado en absoluto su propósito de casarse con Gwen Beckett. Porque Karen Ward podría haberle proporcionado una coartada que lo habría exculpado de inmediato del asesinato de Fiona Barnes. A pesar de lo difícil de su situación en el caso, hasta entonces había renunciado a valerse de esa coartada ante la policía por miedo a perder a Gwen. Tenía ante él la oportunidad de empezar una vida nueva. Tal vez para él todo dependía de aquello.

Comprobaría la declaración de Tanner, pero estaba casi segura de que había dicho la verdad.

—De acuerdo, señor Tanner —dijo mientras se levantaba—. Puede irse. Por mi parte, de momento no tengo más preguntas. Hablaremos con la señorita Ward y con el barman del Golden Ball. Supongo que los dos confirmarán su declaración.

Dave también se levantó. No dijo nada, pero Valerie supo qué pregunta le rondaba por la cabeza.

—Por lo que a mí respecta, señor Tanner, no tengo motivos para informar a su entorno acerca de esto. Si confirmamos su declaración acerca de la noche de los hechos, quedará definitivamente fuera de la lista de sospechosos. Como comprenderá, tendré que redactar un informe, pero será para uso interno de la policía.

Tanner sonrió. Su sonrisa fue cálida y llena de vida. Valerie pensó que Karen Ward era una tonta por dejarse utilizar de ese modo, pero al mismo tiempo comprendió que le costara tanto renunciar a un hombre como aquel. ¿Cuándo había sido la última vez que un hombre le había sonreído a ella de ese modo? Demasiado tiempo como para poder recordarlo. Rápidamente apartó esos pensamientos de su cabeza.

—Gracias, inspectora —dijo Dave mientras le tendía la mano.

Ella la aceptó.

—No me corresponde en absoluto emitir juicios morales acerca de su situación, señor Tanner. Pero le daré un consejo: decídase por un camino y sígalo de forma consecuente. Cualquier otra opción… terminaría por no funcionar.

Valerie se sorprendió al ver el gesto serio que adoptó él de repente.

—Lo sé. Y una vez más, inspectora: gracias. Por todo.

Tanner salió del despacho.

Ella se quedó mirándolo un poco más de lo necesario y enseguida se reprendió por ello. ¡Basta, Valerie! Ese tipo de hombres convierte en desgraciadas a las mujeres, está más claro que el agua. Concéntrate en el caso.

Reek tenía que ir al Golden Ball de inmediato. Y luego intentaría ponerse en contacto con Karen Ward.

Y si no había sorpresas, Dave Tanner quedaría fuera del caso del asesinato de la vieja Barnes.

El teléfono de Valerie sonó. Era el sargento Reek.

—Inspectora, tengo a Jennifer Brankley por la otra línea. ¿Puedo pasarle la llamada? Dice que es urgente.

¿Que la señora Brankley la llamaba por teléfono? ¿Qué quería?

—Claro que sí —dijo—. ¡Páseme esa llamada!

Tal vez empezaran a moverse las cosas de una vez en esa historia.

14

—Esas fotografías son realmente… sospechosas. Muy sospechosas —dijo el sargento Reek.

Revisaron el contenido del cajón del piso de Stan Gibson con rigor científico, pero no encontraron nada que pudiera acercarlos un poco a la resolución del caso. Sin duda, las fotos mostraban a Amy Mills. Y no había duda de que Stan Gibson —en el supuesto de haber tomado las fotos él mismo— había estado siguiendo a la joven. Debió de haber dedicado todo su tiempo libre a ir tras ella y a fotografiarla siempre que se le había presentado la ocasión. Además le había contado a Ena Witty que la había estado espiando mientras la chica estaba en el piso de Linda Gardner, con la ayuda de un telescopio.

Tras la llamada de Jennifer Brankley, Valerie estaba desconcertada. Todo aquello no podía ser una simple casualidad. El tipo vivía justo enfrente de la casa en la que Amy Mills había pasado la última tarde de su vida. Y le había contado a su novia actual que había observado a Amy Mills en sus quehaceres más íntimos una vez a la semana mientras esta última trabajaba como niñera. Y luego estaba el cajón de la cómoda lleno de fotografías de la víctima.

¡Cualquiera diría que ese Gibson no era más que un chiflado inofensivo!

Y sin embargo, no había sido fácil obtener la orden de registro.

Valerie había acudido a casa de Ena Witty para verla a ella y a Jennifer Brankley. Ena Witty estaba blanca como el yeso y parecía completamente desequilibrada puesto que acababa de descubrir que su nuevo novio tal vez era un criminal peligroso, pero Valerie se vio obligada a admitir que incluso la mujer más enérgica y segura de sí misma habría quedado tan fuera de combate como Witty ante una constatación así. Jennifer Brankley al menos parecía mantener los nervios a raya. Además había tenido la presencia de ánimo necesaria para llevarse consigo un puñado de aquellas fotos antes de salir del apartamento del sospechoso y gracias a eso Valerie tenía en sus manos, literalmente, un buen argumento para mostrar al juez.

—Todo ha ido muy rápido —había dicho Jennifer—. Yo tenía verdadero pavor de que Gibson pudiera entrar de repente por la puerta. Cogí las fotografías, Ena recogió algunas de las cosas que aún tenía en el apartamento y luego salimos pitando de allí.

Valerie había hablado con Ena Witty con sumo tacto.

Si bien lo que más quería en el mundo era obtener la máxima información en el menor tiempo posible, la joven parecía tan impactada que le pareció conveniente tratarla con especial cuidado.

—¿Le contó que había estado observando a Amy Mills a través de un telescopio mientras esta cuidaba a la hija de Linda Gardner?

—Sí. Me lo dijo varias veces. Y también me mostró el telescopio. Lo tiene en el salón. ¡Estaba orgulloso de haber podido verla tan bien!

Y luego estaban las fotos… Valerie sabía que tenía que entrar en aquel apartamento. A ser posible, antes de que Stan Gibson se oliera el peligro y pudiera deshacerse del material que lo incriminaba.

—Pero él no volvió a casa mientras ustedes dos estaban allí, ¿verdad? —preguntó Valerie—. ¿O mientras se marchaban del apartamento llegaron a verlo?

—Nosotras al menos no lo vimos —replicó Jennifer—, y creo que nos habría llamado, si nos hubiera visto. ¿Sabe?, yo tenía mucho miedo a causa de la lluvia. Ena dice que Stan Gibson está en una obra en Hull, pero cuando diluvia como ahora suelen pararse todas las obras. Creí que podía volver en cualquier momento.

—Comprobaremos dónde se encuentra —dijo Valerie—. En algún lugar debe de haberse metido. Señorita Witty, con toda seguridad tendré que volver a hablar con usted durante el día de hoy. ¿Piensa quedarse aquí, en su casa?

—Por supuesto. Yo… no sabía adónde ir. Tengo miedo. Se enfadará tanto, inspectora… Tal vez no tenga nada que ver con el asesinato de Amy Mills. Nunca me perdonará que haya acudido a la policía para…

—No había otra salida, Ena, ya se lo he explicado antes —dijo Jennifer con un tono amable, y Valerie reconoció que era exclusivamente a Jennifer Brankley a quien tenía que agradecerle que alguien hubiera informado a la policía acerca de la conducta más que sospechosa de Stan Gibson. Sola, Ena Witty jamás habría podido dar ese paso. Habría seguido debatiéndose y dudando hasta que Stan Gibson hubiera reparado en la inquietud de su novia y, como mínimo, habría puesto las fotografías a buen recaudo—. Por ahora me quedaré con Ena —dijo Jennifer en voz baja mientras acompañaba a Valerie Almond hasta la puerta—. Creo que no es un buen momento para dejarla sola.

La situación se presta a ello, pensó Valerie; le sienta bien sentirse útil. Ya no está tan tensa. Parece más tranquila y serena.

Al juez no le había entusiasmado en absoluto que la inspectora le solicitara una orden de registro para el apartamento de Gibson. Entretanto ya eran más de las cuatro, y al juez le habría gustado marcharse a casa y no tener que ocuparse en el último momento de un problema especialmente incómodo. Si Gibson no era más que un ciudadano inofensivo que tan solo tenía una manía extraña, los medios de comunicación saldrían con algo como «violación de los derechos fundamentales» en caso de que llegaran a enterarse del asunto.

—¿No tiene nada más que ofrecerme que esa simple sospecha? —le había preguntado el juez, malhumorado.

Ella le había señalado las fotos que había esparcido sobre la mesa.

—¡Esto es más que una simple sospecha! ¡Estas fotografías son hechos! Siguió a Amy Mills durante semanas, meses, y la fotografió a escondidas.

—¡Mientras no haya quejas de la afectada, no es ningún delito del que podamos ocuparnos!

—La afectada no puede quejarse. Está muerta.

—Inspectora…

—Estuvo observando el piso de enfrente con un telescopio. Estaba obsesionado con ella. Está más que claro que se dejó llevar por su obsesión. Es posible que en sus fantasías la considerara la mujer de sus sueños y que, al ver que no compartía su entusiasmo, la matara a golpes. Eso explicaría el enorme odio y la rabia desenfrenada del crimen. Es justo lo que se espera de un hombre rechazado que previamente… —Señaló las fotografías—. ¡Que previamente se hubiera volcado en un mundo de fantasías estrafalarias!

—¡Eso no son más que sospechas por su parte!

—Pero quizá pueda probarlas si consigo entrar en su apartamento…

—¿Por qué no interroga primero a Gibson?

—En este momento no está localizable. El sargento Reek se ha puesto en contacto con la empresa de construcciones para la que trabaja Gibson. Hoy ha acudido a una obra en Hull, pero debido a la lluvia han tenido que parar de trabajar a mediodía. Sin embargo, nadie sabe adónde ha ido a continuación. El capataz dice que unos cuantos trabajadores han propuesto tomar algo juntos, es posible que haya ido con ellos.

—Eso no está prohibido.

—No. Pero cuando vuelva a casa intentará ponerse en contacto con su novia enseguida. Y descubrirá que algo no va bien porque la joven está completamente fuera de sí. ¡Quiero registrar su apartamento antes de que Gibson tenga la oportunidad de destruir lo que puede representar una pista para mí!

El juez soltó un gruñido. La ley contemplaba la autorización de registros domiciliarios siempre y cuando hubiera cierta probabilidad de confiscar material que constituyera una prueba en relación con un hecho delictivo. En esos casos cabía la posibilidad de registrar una vivienda sin informar previamente a su ocupante, en el supuesto de que pudiera probarse que la previa notificación pudiera conllevar la destrucción del susodicho material.

Valerie se jugó el último triunfo que le quedaba. No era un argumento contundente, pero sí una pequeña pieza más en el rompecabezas.

—El sargento Reek ha descubierto algo más, señoría. La empresa en la que Gibson está en nómina también es la responsable de las obras de los Esplanade Gardens. Gibson trabajaba en ese proyecto. De allí salieron las dos vallas que alguien movió para impedir que Amy Mills pudiera tomar el camino más corto de vuelta a casa y viera necesario, por lo tanto, pasar por la parte más solitaria y oscura del parque.

—Cualquiera que pasara por allí podría haber movido las vallas. Cualquier estúpido jovenzuelo, cualquier vagabundo. No es necesario que fuera alguien que estuviera trabajando en la obra para tener acceso a ellas.

—No. Pero es más probable que fuera alguien que trabajara allí quien, tras tenerlas todo el día delante, acabara inspirándose y utilizándolas para redirigir a su antojo los pasos de Amy Mills. Señoría, si tomamos cada uno de los puntos por separado, las posibilidades son remotas, muy remotas, lo acepto. Pero todos unidos nos hacen sospechar muy seriamente de Stan Gibson. Creo que una orden de registro está más que justificada en este caso.

Al final había conseguido el maldito papel. Tal vez solo porque el juez había querido largarse a casa de una vez y había comprendido que la inspectora Almond no daría su brazo a torcer, que lo retendría en su despacho hasta conseguir la orden de registro. Valerie podía llegar a ser muy tenaz, sobre todo en esos momentos en los que se encontraba entre la espada y la pared y, al fin, veía un indicio que tal vez le permitiría avanzar algo en la investigación. O que incluso podía representar el éxito.

Aunque más tarde, ya en el domicilio de Gibson, no le pareció que así fuera. Habían encontrado el trípode con el telescopio que le habían descrito y unas quinientas fotografías. Pero nada más.

No basta para acusar a alguien de asesinato, pensó Valerie.

Fuera empezaba a oscurecer. El día llegaba a su fin.

La lluvia amainó.

Cuatro agentes habían puesto el apartamento de Gibson patas arriba, sin obtener resultados concluyentes, además. A Valerie le entraron ganas de llorar de frustración. Ese día ya había tenido que borrar a Dave Tanner de la lista de sospechosos. Y en ese momento, al parecer, ya podía despedirse del siguiente aspirante al título, antes incluso de que hubiera llegado a ostentarlo.

—Todo esto no alcanza ni mucho menos para acusarlo de asesinato —dijo con desánimo.

Reek no podía sino darle la razón.

—Ni siquiera para una orden de arresto, si quiere saber mi opinión —dijo él.

Valerie negó con la cabeza.

Other books

Love Beyond Oceans by Rebecca Royce
A Touch of Crimson by Sylvia Day
Día de perros by Alicia Giménez Bartlett
Nothing Is Terrible by Matthew Sharpe
Apollo's Outcasts by Steele, Allen
No Sin in Paradise by Dijorn Moss