Dame la mano (47 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Chad parecía un poco turbado.

—La granja ocupa todo mi tiempo y mis fuerzas. Papá debería ocuparse de la casa, pero… —Dejó la frase inacabada. Era más que evidente que su padre no se ocupaba de ello en absoluto.

Al final, puse el salchichón y el pan en la despensa, puesto que al no tener ventanas estaba más oscura y ligeramente más fresca que la casa.

—Mañana debemos comprar hielo sin falta —le dije. Por mi tono de voz, parecía que ya me hubiera convertido en la ama de la casa.

Chad me dio la razón.

—Lo haré. Te lo prometo.

Estábamos uno delante del otro, mirándonos. Y entonces pensé: Dímelo ahora, dime que me amas. ¡Dime que puedo quedarme para siempre! Por favor. No permitas que esta noche tan especial desaparezca sin más.

Sin embargo, él no dejaba de lanzar miradas sombrías hacia la mesa. Estaba furioso con su padre, eso estaba claro, y tal vez ya ni siquiera pensaba en lo que acababa de ocurrir allí abajo, en la cala.

De repente me di cuenta de lo que me había desconcertado en todo momento.

Faltaba algo. Algo que sin duda habría notado nuestra llegada y que ya debería haber aparecido.

—¿Y dónde está Nobody? —pregunté.

Chad bajó la mirada. Se hizo un silencio inquietante en la cocina. Pude oír un ruido en alguna parte, probablemente en la despensa. Un ratón, supuse.

Casi angustiada, repetí la pregunta:

—¡Chad! ¿Dónde está Nobody?

13

—Sí, bueno… —dijo Chad—. Es que ya no podía ser.

Nos sentamos a la mesa de la cocina, justo bajo la lámpara, cuya luz confería a Chad un aspecto cansado y encanecido, y probablemente a mí también. Chad abrió una botella de cerveza y me ofreció un trago, pero yo lo rechacé. Me había tomado muy en serio el propósito de evitar cualquier contacto con el alcohol.

El atardecer había dado paso ya a la noche. El olor a podredumbre en la cocina y la humedad de la casa consiguieron que me sobreviniera la sensación de que estaba a punto de descubrir algo terrible. Tuve un escalofrío. De repente me sentí mal.

—¿Qué significa que ya no podía ser? —insistí.

Chad fijó la mirada en su vaso de cerveza.

—Ya no era el chico que tú recuerdas. De repente creció mucho y pasó a ser demasiado grande para su edad. No sabemos exactamente su edad, pero supongo que debe de tener catorce o quince años. Le falta poco para convertirse en un hombre.

Pensé en aquel chiquillo larguirucho, rubio e infantil. Solo habían pasado tres años y medio desde que lo había visto por última vez, pero era evidente que podía haber cambiado mucho en ese tiempo. Aunque me costaba imaginarlo.

—Sí… ¿y?

Chad levantó la mirada hacia mí.

—Fiona, mentalmente no ha crecido. Tenía la inteligencia de un bebé, y estaba claro que eso ya no cambiaría. Mi madre siempre decía que algún día acabaría por despertar, pero es absurdo. Nobody es un retrasado mental, sin lugar a dudas.

—Pero eso no es nuevo —dije yo.

—Porque lo conociste como a un niño. Entonces estaba limitado, era inofensivo. Pero eso cambió. Fue… —Chad se detuvo de golpe.

—¿Qué? —pregunté. Cada vez estaba más angustiada.

—… fue en marzo de este mismo año —dijo Chad—, cuando una joven se dejó caer por la granja. No la conocíamos, buscaba empleo y los otros granjeros la mandaron aquí. Trabajo teníamos de sobra, pero no podíamos pagarle. En cualquier caso, tuvimos que decirle que no, pero cuando se disponía a marcharse… Nobody salió de la casa. Como ya te he dicho, la mujer era muy joven. Ni siquiera debía de haber cumplido veinte años. Y tenía el pelo largo y rubio, muy bonito.

Intuí lo que iba a contarme.

—¿Y Nobody…?

—Salió corriendo hacia ella y con una sonrisa en el rostro la agarró por el pelo. Además empezó a emitir esos sonidos incomprensibles con los que siempre intentaba comunicarse. La joven parecía muy asustada e intentó apartarse, pero él volvió a cogerla por el pelo. Y luego por los pechos. Baboseándola. Estaba… Era la primera vez que lo veía de ese modo, estaba excitadísimo. Al final, la joven se echó a gritar. Conseguí separar a Nobody de ella y mantenerlo sujeto mientras la muchacha salía corriendo tan rápido como podía. Le pegué una bronca descomunal, pero él no hacía más que sonreír, y apenas lo hube soltado empezó a frotarse frenéticamente la entrepierna con las dos manos. Era repugnante. Él era repugnante.

Tragué saliva.

—Eso… eso suena bastante terrible.

Chad se inclinó hacia delante.

—Y además iba a peor. Tenía la sexualidad de un hombre, pero la inteligencia y la mentalidad de un chiquillo. Quiero decir, que era incapaz de controlar sus instintos. Ni siquiera sabía lo que le ocurría. Era un peligro para cualquier mujer que pudiera cruzarse en su camino. Y papá y yo no podíamos pasarnos el día vigilándolo.

En ese momento creí saber lo que Chad iba a contarme y me relajé un poco. Al fin y al cabo habíamos hablado ya muchas veces acerca de esa posibilidad.

—Lo habéis entregado a un hogar para niños —dije—. Sin lugar a dudas era lo más sensato que podíais hacer.

Chad fijó la mirada de nuevo en el vaso de cerveza.

—Un hogar… Sí, pensamos en meterlo en un hogar para niños. Pero había un problema…

—¿Por qué? —pregunté.

Chad levantó la mirada de nuevo hacia mí y me di cuenta de que empezaba a ponerse furioso, en parte por mi insistencia y en parte porque lo obligaba a contarme toda la historia en lugar de dejarlo en paz y simplemente olvidar a Nobody y su destino.

—¡Dios mío, Fiona, no seas ingenua! No puedes llevarte a un adolescente como Nobody a un hogar para niños y limitarte a decir hola, vive con nosotros desde hace casi seis años pero ya no podemos más, ahora os lo quedáis vosotros. Quiero decir, que enseguida se nos habrían echado encima las autoridades. Es que desde el principio de toda esta historia las cosas no se han hecho bien. A Nobody no deberían haberlo evacuado contigo. Mi madre no debería haber accedido a acogerlo en la granja. Y él no debería haber crecido aquí como si se tratara, por así decirlo, de un secreto de familia.

Me acordé de aquella oscura noche de noviembre de 1940, de la pequeña oficina de correos de Staintondale, al otro lado de los prados. De lo asustados que estábamos todos, acurrucados en el suelo.

—Sin embargo, fueron las acompañantes del transporte las que estuvieron de acuerdo con que Emma lo acogiera —alegué yo—. En ese momento tampoco sabían adónde llevarlo. Tenían que esperar a que las altas instancias les dijeran el lugar y luego ponerse en contacto con nosotros. Si no lo hicieron, no es culpa nuestra.

—Pero mi madre sí debería haberse puesto en contacto con ellos en cuanto se dio cuenta de que se habían olvidado o de que hacían la vista gorda. Ella no tenía ningún derecho sobre Nobody. No era su hijo, ni siquiera estaba bajo su tutela. No era más que el otro niño, que es como mi padre lo llamaba. Tú sí estabas oficialmente con nosotros pero él no, bajo esas circunstancias no debería haber dejado que pasaran los años.

—Ella quería protegerlo. Lo hizo con buena intención.

—Pero después de su muerte, mi padre debería haber hecho algo al respecto. No sé con exactitad qué fue lo que se lo impidió. La desidia con la que se lo toma todo desde entonces, o alguna especie de lealtad hacia mi madre. Lo que fuera. Luego terminó la guerra, yo volví y tampoco hizo nada. Y por algún motivo… a mí tampoco se me ocurrió hacerlo. Supongo que en cierto modo nos habíamos acostumbrado a tenerlo aquí y lo cierto es que no molestaba. Hasta que… sucedió aquello. Entonces vi con claridad que era como una bomba de relojería, que tendríamos serias dificultades en lo sucesivo. Esa joven podría habernos denunciado. Tuvimos mucha suerte de que no lo hiciera.

Me incliné hacia delante.

—¿Dónde está Nobody? —pregunté de nuevo poniendo énfasis en cada palabra. Poco a poco, empecé a temer que lo hubieran ahogado en la bañera o que lo hubieran lanzado al mar.

—Surgió una oportunidad —dijo Chad—. Mi padre quería vender su viejo arado e hizo correr la voz por la comarca. Un granjero de Ravenscar vino a vernos por ese motivo. Entonces fue cuando vio a Nobody, que como de costumbre merodeaba cerca de nosotros.

—¿Y?

—Preguntó quién era. Mi padre le contó el problema por encima. Un niño que vino a parar a la granja después de que lo evacuaran durante la guerra. Que era huérfano y no tenía parientes. Que no sabíamos qué hacer con él… El granjero, Gordon McBright se llama, dijo que necesitaba urgentemente mano de obra. Nosotros se lo advertimos, por supuesto. Le dijimos que no se le podía encargar ninguna tarea porque era incapaz de comprender nada, que daba más trabajo del que hacía. Papá incluso le advirtió acerca de su enorme apetito, que no se correspondía en absoluto con su capacidad para trabajar. Pero ese tal McBright seguía diciendo que Nobody podía servirle, de manera que papá y yo acabamos por aceptar.

La pregunta era inevitable:

—Nobody… no se fue por voluntad propia, ¿verdad?

Chad se puso de pie súbitamente. Aquella parte de la historia parecía sacarlo de quicio más que todo el resto. Me dio la espalda mientras respondía.

—No. No se fue por voluntad propia.

Seguro que intentó resistirse. Que gritó, que forcejeó. La granja de los Beckett era su hogar, probablemente el único lugar en el que se sentía seguro y tal vez incluso protegido. Chad y Arvid lo habían dejado en manos de un completo desconocido para que se lo llevara. Yo conocía bien a Nobody y sus intensos arrebatos emocionales. Chad ni siquiera era capaz de mirarme a los ojos.

Tuvo que ser una escena horrible.

—Pero… —empecé a decir después de tragar saliva.

Chad se volvió hacia mí, esta vez con la cara desfigurada por la rabia.

—¡Maldita sea, no me eches un sermón ahora! —me espetó, a pesar de que yo no había sido capaz de articular más que un temeroso «pero»—. ¡Fuiste tú quien nos metió en este lío! ¡Fuiste tú quien lo trajo! ¡Y luego pasaste varios años lejos de aquí, no tienes ni idea de lo que he llegado a verle hacer a esa criatura tan enorme como anormal! Y a ti nadie te ha pedido cuentas por ello. Entonces eras una niña, pero ahora ya has cumplido diecisiete años. ¡Te ha salido bien! ¡Qué sabrás tú de los disgustos que nos ha traído a mi padre y a mí! Nobody debería haber ido a una escuela especial para niños como él. A un hogar, un asilo. Debería haber sido atendido por especialistas. Y en lugar de eso, ha crecido aquí como si se tratara de una especie de animal salvaje. ¡Nos habrían atormentado y habríamos acabado frente a un tribunal!

De repente, bajó la voz de nuevo.

—Mira a tu alrededor, Fiona —dijo con amargura—. Aquí luchamos por sobrevivir. Mi padre no ha hecho prácticamente nada desde la muerte de mi madre, y yo estaba en el frente. Todo está abandonado y estropeado, y la culpa no es más que nuestra. No quiero tener que vender estas tierras. Trabajo como un esclavo de la mañana a la noche. Lo último que necesito es tener que preocuparme por más problemas. No quiero pasar por una inspección administrativa que acabe obligándome a buscarme un abogado al que ni siquiera podría pagar. Solo por meter a Nobody en un hogar y revelar su existencia. ¿Qué alternativa tenía? ¿Qué se quedara aquí? ¿Hasta que terminara violando a alguna mujer? ¿Hasta que terminara matando a golpes a alguien solo para conseguir quitarle algo? ¿Qué podría contarle a la policía? Fiona, es muy fácil criticar las cosas desde fuera, pero ¿qué habrías hecho tú en mi lugar?

Me puse de pie y me acerqué a él. Quería demostrarle que lo comprendía, que no estaba contra él. ¡Todavía lo amaba!

—Lo siento —dije—, no quería que tuvieras la impresión de que te estaba acusando. ¡Cómo podría hacerlo! Estoy segura de que no te resultó nada fácil tomar esa decisión.

Chad negó con la cabeza.

—No. No lo fue.

Nos quedamos de pie, uno delante del otro. Chad estaba temblando.

Quería preguntarle algo, sin embargo temía que mi pregunta pudiera provocarle otro arrebato de ira, puesto que el primero lo había provocado un simple «pero». Aun así, me atreví.

—Pero… ¿por qué se metió en esto ese tal Gordon McBright? También él podría llegar a tener problemas si Nobody cometiera un disparate.

Chad se encogió de hombros.

—Ya se lo advertimos. Con todo, dijo que para él eso no suponía ningún quebradero de cabeza.

—No puede tenerlo siempre encerrado. O atado.

Chad volvió a encogerse de hombros, pero se mordía los labios al mismo tiempo. De repente tuve la impresión de que en aquello consistían precisamente los temores que más lo atormentaban y sobre los que no quería hablar: en la posibilidad de que fuera eso lo que Gordon McBright pensaba hacer con Nobody, encerrarlo o atarlo cuando no lo necesitara para trabajar. Que pudiera tratarlo como a un esclavo.

—¿Cómo… es ese Gordon McBright? —pregunté con los nervios de punta.

—En el fondo no lo conozco de nada —replicó Chad mientras miraba a través de la ventana la oscuridad de la noche.

—Pero lo has visto.

Estaba clarísimo que Chad no estaba dispuesto a responder a esa pregunta.

—Da igual.

—¿Dónde vive?

—En los alrededores de Ravenscar. Por las afueras. En una granja solitaria.

Ravenscar no caía muy lejos de Staintondale, solo había que seguir la costa en dirección a Whitby.

—Podría ir a visitarlo —sugerí—. A Nobody, quiero decir. Así conocería a McBright.

—¡No lo hagas! Nobody se volvería loco si te viera. Y McBright…

—¿Sí?

—Azuzaría a los perros contra ti o te dispararía con la escopeta. Reaccionaría muy violentamente si alguien se acercara a su granja. No se entiende con el resto de la gente. Dudo que te dejara aproximarte a menos de doscientos metros de su propiedad.

—¿Cómo lo sabes?

—Pregunté acerca de él a un par de personas de Ravenscar —murmuró Chad, disgustado.

¿Cómo habían podido, tanto él como Arvid, dejar a Nobody en manos de un individuo como aquel?

No me atreví a preguntarlo en voz alta porque temía que Chad montara en cólera de nuevo. Para él era como si lo estuviera poniendo entre la espada y la pared, se sentía obligado a justificarse y al intentarlo se veía claramente atormentado por los remordimientos de conciencia al pensar en lo que habría sido de Nobody. Yo compartía ese sentimiento; sí, me resultaba imposible ocultar el horror que me producía aquello. Nunca había sentido un afecto especial por Nobody, no había sido más que una carga para mí, pero había formado parte de mi vida en la granja de los Beckett y con la madurez de los diecisiete años que tenía entonces comprendía mejor la responsabilidad que también yo tenía sobre aquel chico desamparado.

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