Dame la mano (69 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Valerie se quedó sin aliento.

—¡No es posible! ¡No puede ser verdad! ¿Por qué no me ha dicho nada acerca de eso?

Stephen pareció angustiarse aún más.

—Le dije a Leslie que le hiciera llegar esos papeles. Estaba convencido de que, fuera lo que fuese lo que había descubierto en ellos, no podía mantener el secreto. Pero ella… tenía dudas. Fiona… su abuela salía bastante mal parada en el asunto. Leslie sintió escrúpulos de que la gente pudiera acceder a lo que había leído allí.

—La abuela de Leslie murió asesinada, por el amor de Dios. ¡Debería haberme hecho llegar todo, absolutamente todo lo que pudiera tener algún tipo de relación con Fiona! —exclamó Valerie—. ¡No puedo creerlo! Es posible que…

—¿Sí? —preguntó Stephen.

—Es posible que Chad Beckett también esté en peligro. Al fin y al cabo parece que estaban implicados los dos en el mismo enredo, si no lo he entendido mal. —Sacó la llave del coche del bolso—. Voy ahora mismo a la granja de los Beckett.

—Por favor —dijo Stephen—, ¿puedo ir con usted? —Al ver que dudaba, añadió—: Si me dice que no, iré de todos modos en mi coche, inspectora. No se librará de mí con facilidad.

—De acuerdo —dijo Valerie mientras corría ya hacia su coche—. Suba.

Stephen la siguió y vio que la inspectora, mientras subía al coche, llamaba por teléfono para pedir refuerzos.

21

Enseguida vieron el coche de Leslie, mientras Valerie aparcaba el suyo en medio del patio. Junto a él había otro vehículo; a la inspectora le pareció que era el coche de los Brankley. Dentro de la casa había luz. La puerta estaba abierta. Apenas Valerie hubo detenido el coche, Stephen salió de él, dispuesto a echarse a correr hacia la casa, pero la agente se lo impidió.

—No. De momento debe quedarse aquí. Quién sabe lo que está sucediendo ahí dentro. Me acercaré a la casa.

Él obedeció, pero en cuanto vio que Valerie había llegado a la puerta de la casa, fue tras ella.

Valerie entró por el pasillo bien iluminado.

—¿Señor Beckett? ¿Señorita Beckett? Soy la inspectora Almond. ¿Dónde están?

De repente, oyó una voz de hombre.

—¡En el salón! ¡Rápido!

Valerie recorrió el pasillo y se detuvo frente a la puerta del salón, desde donde pudo ver el cuerpo inmóvil de Chad Beckett tendido en el suelo. Junto a él estaba arrodillado Colin Brankley, que le apartaba una y otra vez los mechones grises de la frente mientras llamaba al anciano por su nombre.

—¡Chad! ¡Despierte, Chad! ¿Qué ha pasado?

—Señor Brankley —dijo Valerie.

Él se dio la vuelta.

—Lo hemos encontrado así, inspectora. Estaba aquí tendido. Creo que le han disparado.

—¿Dónde han estado durante las últimas horas? —preguntó Valerie mientras se arrodillaba también junto a Chad, que estaba completamente pálido e inmóvil, lo que no presagiaba nada bueno.

—Fuimos a Leeds. Jennifer quiso que nos marcháramos a casa esta misma tarde. Pero…

Antes de que pudiera continuar, apareció Stephen y apartó a Colin hacia un lado.

—Déjeme ver, soy médico —dijo mientras le buscaba el pulso.

—No tenían autorización para marcharse sin más —respondió Valerie con todo cortante.

Stephen levantó la cabeza.

—Está muerto —dijo—. Desangrado. Por una herida de bala, al parecer.

—Dios mío —dijo Colin, conmocionado.

—Que nadie toque nada más —ordenó Valerie.

Stephen se puso de pie. Valerie notó que estaba desesperado.

—¿Dónde está Leslie? —preguntó súbitamente a Colin.

—Aquí no está. Solo hemos encontrado a Chad, no hay nadie más en la casa —replicó Colin. A continuación, fue él quien frunció la frente—. ¿Quién es usted?

—Stephen Cramer. El ex marido de Leslie. El coche de Leslie está ahí afuera. Tiene que estar por alguna parte.

—¿Dónde está su esposa, señor Brankley? —preguntó Valerie.

Colin miró a su alrededor, desconcertado.

—Hace un momento estaba aquí. Tal vez esté mirando por la casa otra vez.

—Quédense aquí —ordenó Valerie a los dos hombres. Sacó su arma y le quitó el seguro—. Voy arriba.

—No hay nadie en la casa —dijo Colin—. Hemos mirado en todas las habitaciones.

—Prefiero comprobarlo yo misma —respondió Valerie.

Una vez hubo salido de la habitación, Colin y Stephen se miraron fijamente por encima del cadáver de Chad.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Stephen en voz baja.

—Hace unos días asesinaron a Fiona. Y ahora a Chad. Dios santo, ¿quién es el demente que está haciendo todo esto?

—No lo sé —dijo Colin.

—Es por toda esa historia, ¿no? La de Fiona y de Chad. Debieron de estar envueltos en un asunto muy turbio, y es evidente que alguien estaba tan enfadado con ellos que ha acabado con los dos.

—¿Conoce usted la historia? —preguntó Colin.

Stephen negó con la cabeza.

—Lo único que sé es que tiene algo que ver con cierto lío en el que ambos estuvieron implicados. Eso es todo lo que Leslie me contó.

Colin no replicó nada.

Valerie volvió al salón.

—No hay nadie.

—Pero ¡Jennifer tiene que estar por alguna parte! —dijo Colin, asustado.

Hizo ademán de salir hacia el pasillo. Valerie se lo impidió.

—Señor Brankley, ¿quién había en la granja cuando usted y su mujer han decidido marcharse?

—Chad —dijo Colin—. Y Gwen. Y Dave Tanner.

Valerie expulsó el aire bruscamente entre los dientes.

—¿Tanner?

—Había estado esperando a Gwen. Quería decirle que su relación había terminado. Me ha parecido sensato. Pero también ha sido el motivo por el que Jennifer ha querido volver poco después de que llegáramos a Leeds. Le entró una especie de pánico cuando le conté lo de Tanner. Lo primero que pensé es que le preocupaba Gwen, que no fuera capaz de superar la separación. Pero luego me dijo que quien le preocupaba era Dave Tanner, y yo no he comprendido por qué.

—¿Le ha explicado por qué le preocupaba?

—No. Se lo he preguntado, pero me ha dicho que me lo contaría más tarde. Creo que pocas veces la había visto tan nerviosa. Luego hemos llegado aquí, hemos encontrado a Chad muerto… Bueno, al principio hemos pensado que solo estaba gravemente herido, pero al verlo aquí tendido y dado que el coche de Leslie Cramer estaba fuera… Hemos mirado en todas las habitaciones, y no había nadie más. Entonces han llegado ustedes… —Miró a su alrededor, desamparado—. ¿Dónde está Jennifer?

—¿Dónde está Leslie? —preguntó Stephen.

—Tal vez Jennifer esté fuera echando un vistazo por los cobertizos —dijo Valerie.

Se esforzaba por mostrarse tranquila, pero la situación le parecía digna de una pesadilla. Un asesino cuya identidad no estaba clara rondaba por allí, había un hombre muerto tendido en el suelo, otro hombre y tres mujeres más habían desaparecido y encima era de noche. Tanto en sentido literal como en sentido figurado, no tenía la situación ni mucho menos controlada. Rezaba por que llegaran de una vez los refuerzos, y solo esperaba conseguir que aquellos dos hombres tan alterados y preocupados mantuvieran la calma, pues intuía que lo único que querían era salir a buscar a sus respectivas mujeres. A Valerie le horrorizaba la posibilidad de que ellos dos también acabaran desapareciendo en la oscuridad.

—Hace un momento Jennifer aún estaba aquí —repitió Colin una vez más.

—Quédense con Chad —insistió Valerie, que ya les había dado esa orden unos minutos antes. Procuró que su voz sonara clara y firme, para poder mantener a raya a los dos hombres como mínimo un rato—. Voy a dar una ojeada fuera.

—¿Cuándo llegarán los refuerzos —preguntó Stephen.

—En cualquier momento —aseguró Valerie.

Sabía que lo más sensato sería esperar, más que nada para seguir el reglamento. Era muy arriesgado rondar por allí fuera sola. Pero estaba convencida de que Colin y Stephen no mantendrían la calma si se quedaban todos a esperar junto al cadáver de Chad. Los dos hombres acabarían perdiendo los nervios en cualquier momento y saldrían a buscar a las mujeres por sus propios medios.

—Vuelvo enseguida —dijo Valerie.

22

Jennifer se movía con rapidez a pesar de que era de noche. Estaba tan acostumbrada a pasear con Cal y con Wotan a última hora de la noche o a primera hora de la mañana, antes incluso del amanecer, que sus ojos reaccionaban bastante bien en la oscuridad. Sin embargo, le costaba reconocer el camino. El cielo cubierto de nubes, que no dejaba entrever la luna ni las estrellas, no le facilitaba las cosas. Allí fuera, a campo abierto, podía avanzar con pasos firmes; lo más crítico llegaría al otro lado del puente colgante. El descenso al barranco en esas circunstancias, sin siquiera una linterna, era una verdadera locura, pero decidió no pensar en ello todavía. Cuando llegara ya decidiría cuál sería la mejor manera de proceder.

El corazón le latía a toda prisa, los pulmones le dolían. Estaba en forma, pero no tanto para mantener aquel ritmo durante los trechos de subida. Curiosamente, no dudó ni un momento de la dirección que había tomado. Conocía bien a Gwen; seguro que ella había bajado a la cala.

Gwendolyn Beckett.

Se sentía culpable, notaba el peso de la culpa como si fuera una rueda de molino que le lastraba el alma, y se habría echado a llorar si hubiera podido permitirse ese lujo. Si al final resultaba ser Gwen la que estaba dejando aquel rastro de sangre, la que había matado a golpes a Fiona y había disparado a Chad, la que tenía algo que ver con el hecho de que Dave Tanner no estuviera en la granja y que también Leslie, cuyo coche estaba aparcado en el patio, hubiera desaparecido, si Gwen era la responsable de todo aquello, entonces Jennifer también tenía la culpa. Parte de culpa, más bien.

¿Por qué no había dicho nada?

No es que hubiera tenido una sospecha concreta durante todo el tiempo. De haber sido así, habría acudido a la policía, tal vez llena de dudas, pero convencida de todos modos. Pero en muchos momentos durante los últimos días le había parecido fuera de lugar sospechar de Gwen. ¿Había sido ella la que había matado a golpes a una anciana a la que conocía de toda la vida y con la que en cierto modo se había criado? ¿A una anciana que, junto con su padre, lo había sido todo para ella?

Y luego estaban los archivos impresos que Gwen le había dado al principio de aquellas vacaciones de otoño.

—Léete esto, Jennifer, por favor. Ahí hay cosas… No sé qué pensar de ello… ¡No sé qué hacer!

Tras el asesinato de Fiona, Jennifer casi se había sentido aliviada de poder aferrarse a la idea de que era allí donde había que buscar la solución al enigma. En el otro chico, el que llegó a la granja durante los años de la guerra, que convertía en culpables a Fiona y a Chad. No eran culpables de haber cometido nada con premeditación, pero sí de cierta negligencia que impedía liberarlos de toda culpa.

Gwen también le había hablado de Semira Newton.

—He estado buscando por internet —le había dicho—. Semira Newton fue quien encontró a Brian Somerville. En una granja perdida, medio muerto. El dueño de la granja la sorprendió, era un loco y le pegó una paliza que la dejó lisiada para toda la vida.

Y más adelante:

—Semira aún está viva, es una anciana que vive en Robin Hood‘s Bay. La he encontrado en el listín telefónico, tiene que ser ella. ¡No creo que haya muchas personas que se llamen Semira Newton por aquí!

El caso parecía claro. Como es natural, Jennifer le recomendó que acudiera a la policía, pero Gwen casi se había echado a llorar al oírlo.

—Eso lo revolverá todo. Han pasado casi cuarenta años, nadie sigue pensando en esa historia. ¿Es necesario ponerle tanta presión a Fiona a estas alturas? Y mi padre… es mayor, la pierna le duele siempre… ¿Crees que tengo derecho a hacerle algo así?

Colin también había creído que lo mejor era acudir a Valerie Almond, pero había descartado aquella posibilidad a petición expresa de Jennifer. Perplejo, Colin había recurrido a Leslie. Se habían ido pasando la responsabilidad de uno a otro, y nadie había optado por la única decisión correcta: informar de inmediato a la policía, porque los sentimientos de Gwen respecto a su padre y a Fiona quizá fueran decisivos en una situación como esa.

Y durante todo ese tiempo Jennifer había pensado: Vamos, hombre, no habrá sido Gwen. Ella no tiene nada que ver con el asunto. ¡Me habría dado cuenta!

Pero en ningún momento desaparecieron del todo las dudas que la indujeron a proteger a Gwen frente a la policía justo después de saberse que se había producido el asesinato.

Es mejor que se sienta segura de nuevo enseguida, había pensado Jennifer; al fin y al cabo Gwen tenía motivos para haberla matado, después de lo que Fiona había dicho durante la cena de compromiso, y no estaba de más tomar precauciones.

Jennifer se detuvo unos momentos encorvada hacia delante y con los brazos en jarra para recuperar el aliento.

Se obligó a respirar profundamente para no quedar agotada de un momento a otro.

Volvió la mirada atrás, hacia la granja, pero no consiguió ver más que la oscuridad de la noche. Al parecer, Colin no la había seguido. Jennifer había aprovechado el momento en que su marido, absolutamente horrorizado, se había arrodillado junto a Chad. Con el pretexto de ir a buscar vendas, Jennifer había salido de la casa como una exhalación. Él jamás le habría dejado ir sola, habría querido acompañarla o le habría pedido explicaciones, pero… ¿Qué podía decirle? ¿Que el temor instintivo de que Gwen pudiera ser una asesina se había introducido en ella como un diminuto aguijón venenoso? ¿Que ese aguijón poco a poco se había hecho más grande y doloroso hasta que, en los minutos que habían transcurrido desde que habían llegado de nuevo a la granja, se había extendido por todo su cuerpo y casi le impedía respirar? ¿Que temía por la vida de Dave Tanner y de Leslie Cramer y que no pensaba esperar a que llegara la policía, a la que Colin sin duda alguna habría querido informar de inmediato? También se ocuparía de pedir una ambulancia para Chad. En la granja, de momento, no la necesitaban.

Siguió corriendo con las últimas fuerzas que le quedaban.

Sabía que era la única que conocía lo que se escondía tras la fachada de Gwen, podría decirse que desde la primera vez que Colin y ella habían pasado las vacaciones en la granja de los Beckett. Jennifer no solo había visto a aquella mujer amable, simpática y algo ingenua cuya vida parecía estar exenta de altibajos, también había visto que no tenía ninguna perspectiva de futuro y que, sin embargo, parecía satisfecha con lo que la rodeaba: aquel paisaje maravilloso de extensos prados y de libertad, el mar con sus colores siempre variados, ese cielo que parecía más lejano y alto que en ninguna otra parte, los agrestes acantilados y, en algún lugar entre las rocas, aquella pequeña cala por la que le encantaba pasear. Su padre, al que tanto amaba y cuidaba. Aquella casa tan desastrosa como acogedora. Era una vida al margen del mundo, lo que la gente busca de vez en cuando, cuando se ve superada por el estrés de la rutina cotidiana, las preocupaciones, las prisas y los problemas. Gwen estaba instalada en ese entorno para siempre. Cualquiera la habría envidiado, a primera vista.

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