Dame la mano (63 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

¿A pesar de la oscuridad?

En la casa no se veía ninguna luz encendida, aunque eso no significaba nada, porque tampoco podía ver las ventanas de la parte trasera de la casa desde el patio. Llamó a la puerta por formalidad, como siempre, y luego entró en la casa sin más.

Encendió la luz.

Por algún motivo, tuvo la sensación de que la casa estaba vacía, como si no hubiera ni un alma dentro.

Los perros, pensó Leslie; en realidad son los perros, los que faltan. Si esperas que dos dogos enormes y vivarachos vengan a recibirte y a lamerte la cara, es normal tener la sensación de estar entrando en un mausoleo al ver que eso no ocurre.

Se preguntaba por qué le había venido a la cabeza la idea del mausoleo, pero enseguida decidió dejar de pensar en ello. Era mejor no dejarse llevar por ningún tipo de fantasías aterradoras.

—¿Dave? —intentó gritar. Sin embargo, su voz sonó demasiado baja. Se aclaró la garganta—. ¿Dave? —repitió, esta vez más alto—. ¿Chad?

Nada ni nadie se movía. Leslie recorrió el pasillo, se asomó a la cocina y encendió también la luz de esa estancia. Vacía. Desordenada. Tan mugrienta y caótica como siempre. No obstante, parecía como si nadie se hubiera preparado la cena.

El salón contiguo también estaba vacío. Por el olor a leña quemada, Leslie supo que el fuego había estado encendido en la chimenea durante el día. Vio que aún brillaban un par de rescoldos entre las cenizas. A continuación descubrió dos tazas de café vacías y por algún motivo eso la tranquilizó. Dos tazas de café y fuego en la chimenea, lo asoció a una atmosfera de normalidad y tuvo la impresión de haberse perdido las últimas horas.

Volvió a salir del salón y reparó en el resplandor que se filtraba por las rendijas de la puerta del despacho. Respiró hondo. Había alguien en casa.

Llamó y entró sin esperar respuesta. De repente sintió un gran alivio al ver a Chad sentado, con la vista clavada en la pantalla del ordenador. Hacía un frío gélido en aquella pequeña habitación, pero el anciano parecía no darse cuenta de ello, a juzgar por su fina camisa de algodón y por sus pies descalzos, enfundados en unas simples pantuflas de fieltro, sin calcetines. Estaba tan concentrado en su ordenador que se sobresaltó cuando Leslie se dirigió a él.

—¿Chad?

Pareció como si volviera de repente de otro mundo. Se quedó mirando fijamente a Leslie como si no comprendiera nada y aún tardó un par de segundos en hablar:

—Ah, eres tú, Leslie.

—Perdona si te he asustado. He llamado a la puerta, pero…

—Estaba muy concentrado —explicó Chad.

Ella no logró ver qué era lo que Chad estaba haciendo, pero lo supuso.

—¿Las cartas de Fiona?

—He vuelto a leerlas —dijo Chad—. Antes de borrarlas. No sería bueno que… llegaran a manos de otras personas.

Leslie se abstuvo de contarle que todo su entorno más cercano conocía ya al detalle el contenido de aquellas cartas.

—Vengo de ver a Semira Newton —dijo, y observó cuál era la reacción de Chad al oír pronunciar ese nombre. Fue como si de repente se le cayera una máscara.

—¿Ah, sí?

—Es una mujer muy enferma y sufrida.

—Sí —dijo Chad.

—¿Sabías que Brian Somerville sigue vivo?

—Lo suponía.

—¿No crees que podrías…? Quiero decir, que yo podría llevarte…

—No.

Leslie lo miró. Chad no apartó la mirada, pero se mantuvo impenetrable.

—¿Estás solo? —preguntó Leslie después de pasar un momento simplemente mirándose el uno al otro—. ¿Dónde están Jennifer y Colin? ¿Dónde está Dave? ¿Y Gwen?

—Jennifer y Colin se han marchado a casa. De repente. Por la tarde.

—Y eso ¿por qué?

—Estas vacaciones no debían de ser de su agrado. Es comprensible.

—¿La inspectora Almond está al corriente de ello?

—Ni idea.

—¿Y Dave?

—Les apetecía salir a pasear. A él y a Gwen.

—¡Ya está bastante oscuro fuera!

Chad miró por la ventana. Al parecer no se había dado cuento todavía de que había empezado a caer la noche.

—Es verdad —dijo, sorprendido—. ¿Qué hora es?

—Las siete y cuarto.

—¿Ya? —Chad se pasó la mano por la cara. Tenía los ojos enrojecidos por el cansancio y la lectura intensa—. Entonces hace bastante rato que se han ido. Creo que eran las cinco y media cuando salieron.

—De eso hace casi dos horas. ¿Todo iba bien entre los dos?

Leslie se preguntó si lo habría hecho: si Dave le habría dicho a Gwen que la dejaría. ¿O habría esperado para decírselo mientras paseaban? ¿O tal vez habría decidido apartarse de nuevo de lo planeado?

—No lo sé —dijo Chad—. Supongo… Bueno, ¿por qué no tendría que ir bien?

Ella lo miró fijamente y pensó: Gwen podría morir frente a tus ojos y ni siquiera te darías cuenta. No comprendes hasta qué punto corre peligro, porque no sabes apreciar ni a tu propia hija, no le dedicas ni un solo momento. Nunca te ha interesado conocer más a fondo al hombre con el que ella quería pasar el resto de la vida. Ese hombre que, según se mire, puede acabar siendo tan peligroso para ella. No te das cuenta. ¡Nunca te das cuenta de nada! No percibes el amor que te ha profesado toda su vida, ese amor tan desesperado de una hija por un padre que, tras la prematura muerte de la madre, pasó a ser su único pariente con vida. Ese amor que nunca has merecido.

—Chad, hoy mismo, a mediodía, has dicho que la policía ha estado aquí y ha preguntado por Dave Tanner. Entretanto, me he enterado de que lo están buscando. No tiene coartada para el momento del asesinato de mi abuela. Mintió a la policía en su declaración.

Chad se limitó a mirarla. Ese letargo en el que vivía sumido sacaba a Leslie de sus casillas.

—¡Chad! ¡La policía lo está buscando! ¡Incluso han venido aquí, a buscarlo! ¿Dejas que tu hija salga a pasear con él como si nada y dos horas más tarde todavía no te preguntas si todo debe de ir bien entre ellos?

—¿Qué tiene de sospechoso Tanner? —preguntó Chad.

Leslie ya no pudo seguir conteniéndose.

—Sus mentiras. Por eso, algo que la policía ya sabe, y por otra cosa que solo sé yo. Dave Tanner conoce toda la historia acerca de ti y de Fiona. Lo de Brian Somerville y Semira Newton. Todo eso que tienes en el ordenador él lo sabe.

Al menos había conseguido vencer la indiferencia del anciano, que de repente pareció desconcertado.

—¿Cómo se ha enterado? ¿Se lo diste a leer tú? ¿O fue Fiona?

—Eso no tiene importancia. En cualquier caso, él fue a ver a Semira Newton antes que yo, incluso. Parece que la historia le interesa.

Leslie supuso que a Chad le rondaban la cabeza más o menos las mismas cosas que a ella, pero se dio cuenta también de que, al mismo tiempo, el anciano consideraba que todo aquello eran desvaríos.

—¿Por qué motivo podrían interesarle a Tanner esas viejas historias? —preguntó.

—Es astuto —dijo Leslie— y necesita dinero. Con urgencia. Me temo que le da igual la forma de conseguirlo.

—¿Crees que fue él quien mató a tu abuela y que Semira Newton le pagó por ello? —preguntó Chad.

—Fue a verla ayer. Por lo tanto, esa teoría no coincide con la secuencia de los hechos, pero es posible que haya una explicación. No sé qué pensar, Chad. Solo tengo clara una cosa: el tipo que al parecer mató a Amy Mills no fue el asesino de Fiona. Valerie Almond dice que tiene una coartada. A diferencia de Dave, que se la inventó.

—Entonces llama a la policía —dijo Chad—, y diles que vengan a buscar a Dave y a Gwen. Ya se nos ocurrirá qué hacemos.

Leslie consideró un momento el consejo de Chad antes de negar con la cabeza.

—Saldré a echar un vistazo yo misma. Si no he vuelto dentro de media hora, llama a la inspectora Almond, ¿de acuerdo? Toma. —Sacó la tarjeta del bolso y se la puso en la mano a Chad—. Es el número de teléfono de Valerie Almond. Y ten cuidado. Será mejor que cierres la puerta con llave.

—¿Por qué tendría que…?

Leslie perdió la paciencia y le gritó.

—¡Porque corres un gran peligro si esto acaba siendo una cuestión de venganza, por eso! Estás tan metido en esto como Fiona, al menos. ¡A ver si te queda claro de una vez!

Chad hizo una mueca de disgusto; estaba enervado, aunque Leslie tuvo la impresión de que parecía más tranquilo de lo que estaba en realidad. A él tampoco le gustaba aquella situación, si bien no debía de ser el miedo lo que más le preocupaba. Detestaba que lo arrancaran de su letargo, que lo sacaran de ese mundo propio en el que vivía ensimismado. No había pasado ni una semana desde el asesinato de Fiona, pero en los pocos días que habían transcurrido desde entonces había tenido que hablar con más personas que durante los últimos diez años. No dejaban de pasar cosas nuevas, siempre había alguien que quería algo de él. Debía de sentirse asediado, acosado. Era un anciano al que no le apetecía lo más mínimo cambiar su forma de vivir, a pesar de que hubieran matado a golpes a una amiga de toda la vida y la hubieran lanzado al fondo de un barranco por la noche, a pesar del peligro que corría él mismo y de que su hija se hubiera sumergido en la oscuridad acompañada de un hombre impenetrable. Leslie se dio cuenta de que Chad había recibido su petición de esperar media hora antes de avisar a la policía como una exigencia exagerada. Ese hombre vivía su rutina y desde hacía décadas había decidido no volver a mirar a derecha o a izquierda. Su padre debió de haber sido parecido, tal vez no hubiera nada que Chad pudiera hacer para cambiar esa manera de ser casi autista. Lo llevaba dentro.

Lo sorprendente habría sido que se hubiera preocupado por Brian Somerville, pensó Leslie. Es incapaz de hacer algo así. Es absolutamente incapaz de ponerse en el lugar de otras personas y en otras situaciones para comprometerse con algo o con alguien.

—¿No tendrás una linterna para dejarme? —preguntó Leslie.

Chad se puso de pie, arrastró los pies por el pasillo y cogió una linterna de un estante en el que había bufandas, guantes y gorros criando polvo.

—Toma. Debería funcionar.

Por suerte, así era. Las pilas aún tenían carga.

—Perfecto —dijo Leslie—. Echaré una ojeada por el patio y por los alrededores. Recuerda lo que te he dicho: ¡cierra la puerta con llave!

Chad refunfuñó, pero una vez fuera de la casa, Leslie oyó que obedecía la orden que le había dado.

Algo no encajaba y, mientras cruzaba el patio en dirección a lo que habían sido los establos con la linterna en la mano, Leslie se preguntó por qué no había avisado a Valerie Almond de inmediato. La inspectora debía de estar esperándola sentada en una pizzería y pronto empezaría a preguntarse dónde estaba Leslie. ¿No habría sido mejor avisarla enseguida? Del mismo modo que habría sido mejor responder sin titubeos a la pregunta que ella le había hecho acerca de Dave Tanner. ¿Por qué tampoco lo había hecho?

Sabía cuál era la respuesta, como también sabía que nadie la habría encontrado convincente, ni siquiera ella misma: porque Dave Tanner le gustaba. Porque lo consideraba un amigo, al menos desde la pasada noche. A pesar de que le hubiera mentido; dos veces, de hecho. No quería denunciarlo. Quería hablar con él. Preguntarle por qué era incapaz de decir la verdad de una vez respecto a aquella historia tan peligrosa. Quería pedirle que acudiera por su propio pie a la policía.

Leslie no tenía ninguna duda de que accedería a hacerlo si realmente era el asesino de Fiona. Aunque tal vez Gwen corría un peligro aún mayor y ella estuviera desperdiciando allí un tiempo muy valioso.

En realidad no era más que media hora. Ya había llegado hasta los establos. Iluminó el interior.

Aparte de los cachivaches amontonados medio oxidados, los establos estaban vacíos; allí no había nadie y no parecía que hubiera habido nadie. No había huellas en el suelo cubierto de polvo y de suciedad acumulados durante años.

Leslie se apartó para toser y entonces alzó la mirada hacia la casa. Volvía a estar a oscuras. Puede que Chad se hubiera encerrado de nuevo en el despacho. Debía de estar borrando las cartas de Fiona del ordenador, creyendo poder borrar así también todas sus culpas. Un clic con el ratón y asunto resuelto.

Después de considerarlo durante unos segundos, Leslie decidió seguir buscando por los alrededores de la granja.

Tomó el camino que conducía a la playa.

15

Las nubes ocultaban hasta el último resquicio de luz de la luna, pero la linterna que Chad le había dado emitía una luz potente y clara. Leslie podía seguir el camino sin problemas. Sabía que a Gwen le encantaba la playa y que siempre que salía a pasear lo hacía por allí. Cabía esperar que Dave y ella todavía estuvieran acurrucados en alguna roca, hablando. Aunque había refrescado mucho. Tal vez iban bien abrigados. O quizá estaban tan absortos en la conversación que ni siquiera habían notado el frío y la humedad.

Leslie se detuvo un momento, sacó el teléfono móvil y pulsó una tecla para iluminar la pantalla. No había cobertura, tal como sospechaba. Daba igual. Faltaban solo diez minutos para que hubiera pasado ya media hora desde que había salido, y Chad llamaría a Valerie. La policía se encargaría de ese asunto. Leslie había dado a Dave otra oportunidad durante treinta minutos. Lo que sucediera pasado ese tiempo sería una irresponsabilidad.

No encontró a nadie mientras recorría a toda prisa los prados, tan solo una bandada de urogallos que surgió espantada de unos matorrales, pero aparte de eso era como si se hubiera quedado sola en el mundo. Lo más probable era que se hubiera equivocado por completo. ¿Qué le hacía pensar que Gwen y Dave todavía estaban por los alrededores? El coche de Chad seguía aparcado en su lugar habitual, pero también podía ser que hubieran cogido el autobús. Tal vez habían ido a Scarborough, se habían metido en un pub y estaban aferrados a sendas pintas de Guinness para superar aquella situación tan opresiva. Pero ¿haría Dave algo así, cuando en realidad lo que intentaba era deshacer un compromiso? ¿Se llevaría a la desdichada novia a la ciudad cuando eso implicaba tener que acompañarla a casa después? De repente a Leslie se le ocurrió otra posibilidad: ¿y si Dave estaba desde hacía rato en su casa, en la de Fiona, y Gwen vagaba sola entre la oscuridad, desesperada, agotada, deprimida y profundamente herida? Soltó una maldición en voz baja porque hasta entonces no se le había ocurrido llamar a su casa para descartar esa posibilidad. Sacó el móvil una vez más, aunque sin muchas esperanzas. En efecto, todo seguía igual: sin cobertura.

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