Dentro de WikiLeaks (13 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

De las dos posibles formas de compromiso político esa era mi preferida. Se puede criticar a posteriori los errores cometidos, por ejemplo en el servicio de peaje para camiones o la industria farmacéutica alemana. O bien, se puede influir en el proceso en curso. En esta ocasión habíamos aprendido que era necesario superar cierto umbral de percepción en los medios de comunicación para poder cambiar algo. Y para ello lo mejor era, lamentablemente, personalizar un problema con un cara y un toque individual.

En la conferencia HAR 2009 intentamos trasladar a un foro mayor aquella acción política cuyo ímpetu habíamos percibido en Alemania. Nuestro objetivo era dar vida a un movimiento político que opusiera resistencia a las medidas de censura en Internet en todo el mundo.

HAR es la abreviatura de Hacking at Random (Pirateo aleatorio) y para los
hacker
s
es algo así como un Woodstock, un festival de gran relevancia que tiene lugar cada cuatro años en diferentes ubicaciones de los Países Bajos. La conferencia HAR es una buena oportunidad para conocer gente y dar impulso a temas de actualidad. Julian y yo teníamos tres ponencias programadas, entre ellas un debate sobre la cuestión de la censura.

Junto con mi novia y uno de nuestros dos técnicos, nos desplazamos a Vierhouten en un gran Mercedes Sprinter blanco, apenas una semana antes de que comenzara el festival el 13 de agosto. En nuestro equipaje llevábamos una enorme tienda. Me sentía especialmente orgulloso de la bandera azul celeste con el logotipo de WikiLeaks, que había encargado por Internet a una empresa textil: en un palo de seis metros de altura ondeaba una bandera de casi dos metros de largo. Contábamos además con dos tiendas para fiestas, mi unidad solar móvil, un montón de luces y una bola de discoteca. Nuestro equipaje incluía además una nevera, hamacas, un sillón hinchable y un colchón.

El campamento se estableció en un gran recinto con prados y bosques, que normalmente es un camping al que acuden familias en sus vacaciones. Ayudamos a instalar las unidades de energía, la red de información y las tiendas en las que tendrían lugar las conferencias, y colaboramos en el tendido de kilómetros de cables y fibra óptica sobre los árboles para que nadie pudiera tropezar con ellos. Para aquellos cinco días de conferencias se creaba una ciudad completa, con todo lo necesario, incluida una conexión a Internet de 10 GB, que en los próximos días transferiría la mayor parte del tráfico europeo en la red en dirección Vierhouten.

Los preparativos son casi lo que más me gusta de estos campamentos. Me parecía estupendo volver a trabajar al aire libre con personas reales.

El tiempo fue fantástico. Solo hubo una tormenta una noche, debido a la cual el agua de la lluvia penetró en las baterías del equipo de energía solar. Se produjo un cortocircuito y por poco se quema toda la instalación. Pero eso lo descubrimos a la mañana siguiente.

Julian llegó dos días antes de la conferencia. Puso su tienda en el lugar más recóndito, y luego se dispuso a vagabundear por el recinto. No parecía tener muchas ganas de ayudarnos.

En aquel campamento todos llevaban consigo teléfonos DECT, conectados entre sí mediante una red propia. De ese modo los asistentes a la conferencia podían contactar unos con otros o llamar a los amigos que se habían perdido entre el gentío. Por supuesto, también era posible usarlos para llamar por teléfono en todo el mundo.

Se podía reservar un código de cuatro dígitos para cada teléfono DECT. Yo elegí el código LEAK. Para Julian había reservado el código 6639, es decir MNDX, que representaba Mendax, su antiguo nombre de
hacker
. Creo que se alegró mucho. Recuerdo que durante una conferencia en 2008 en Berlín, alguien del público había reconocido a Julian en la tribuna y le había llamado en voz alta: «¡Eh, Mendax!». En la cara de Julian podía leerse su alegría. En el congreso celebrado en diciembre de 2007, cuando nos vimos por primera vez, era seguramente el mejor
hacker
de todos con diferencia, y él se pavoneaba en consecuencia. Creo que se sentía un tanto decepcionado de que casi nadie le reconociera.

No oí su teléfono ni una sola vez durante la conferencia. Pero nunca cargaba la batería, y tampoco parecía interesarle demasiado.

Al margen de los muchos actos programados, siempre había alguna fiesta. En nuestra tienda había una bola de discoteca y música, y por la noche cocinábamos todos juntos. Bajo ella se reunían unas veinte personas, aunque solo fuera porque estábamos tan bien equipados. Mi novia tuvo la oportunidad de relajarse, estaba contenta de poder tenerme cerca durante tantos días. Se mecía en la hamaca o se pintaba las uñas de los pies con los colores del arcoíris. Se encargaba además de recaudar fondos para las compras y ayudaba en la cocina. Todos estaban encantados con ella.

Nuestro técnico fue el que más pareció alegrarse con aquella excursión. Se sentía muy a gusto en la naturaleza, entabló nuevas amistades y dejó de pensar en el mañana. Se me ocurrió entonces que deberíamos hacer algo juntos con mucha más frecuencia. Hacía mucho bien fijar la vista en un par de árboles, y no siempre en la pantalla del ordenador.

Un periodista preguntó en una ocasión a Marvin Minsky, experto en inteligencia artificial y uno de los primeros en defender la hipótesis de que algún día los ordenadores estarán conectados directamente por cable con nuestro cerebro, cuándo nos despediríamos finalmente del mundo real para entrar en el virtual. A lo cual contestó que mientras fuéramos capaces de mirar hacia el exterior, después de haber pasado dos horas ante el ordenador con las mejores imágenes en 3D, para observar un árbol y maravillarnos atónitos ante aquella realidad tan fantástica y rica en detalles, a buen seguro no pasaría algo semejante.

A Julian se le ocurrió entonces que quería dar otra conferencia. Pero no había contado conmigo, a pesar de que hasta entonces siempre habíamos dado las conferencias juntos. Se fue a un hotel, porque según me dijo allí podía prepararse mejor y además quería volver a revisar minuciosamente su ponencia con un conocido suyo.

Por una parte me alegré de que por lo menos se hubiera presentado dos días antes de la conferencia, en lugar de dos minutos antes, como casi siempre. Sin embargo, me hubiera gustado haberlo sabido antes. Aquellos numeritos improvisados y espontáneos a lo kamikaze en la tribuna me destrozaban los nervios. Hoy en día, a menudo acudo a las apariciones en público sin haberlas preparado previamente, puesto que a estas alturas conozco la temática al dedillo. Me he vuelto mucho más espontáneo. Con frecuencia los oyentes me dicen después que les encantó escucharme y que mi exposición les pareció viva y desenfadada. Esto debo agradecérselo a Julian. Desde que empezamos a dar conferencias juntos, dejé de preocuparme de que algo pudiera ir mal, de que el proyector se incendiara o la tribuna se derrumbara.

Había veces que secuestrábamos la tarima. Cuando el organizador no había previsto nuestra participación, pero creíamos que debíamos estar incluidos en el programa, sencillamente saltábamos al estrado sin preguntar antes. Así fue por ejemplo en junio de 2008, cuando Julian y yo asistimos a la conferencia de Global Voices (Voces globales) en Budapest. Global Voices es una red universal de
bloggeros
, que traducen
blog
s y periodismo ciudadano en todos los idiomas, para divulgar sus contenidos y defenderlos contra la censura. En aquella conferencia esperábamos hacer nuevos contactos que pudieran apoyarnos a la hora de dar a conocer nuestras filtraciones al mundo. Para ello simplemente creamos nuestro propio punto del programa y repartimos folletos de forma previa a nuestro asalto a la tribuna, durante una ponencia oficial.

Una vez concluida la conferencia, Julian habló con un representante del Open Society Institute (OSI) de George Soros, que le preguntó de dónde sacábamos el dinero para WikiLeaks, y dio a entender que el OSI subvencionaba proyectos como el nuestro. Según Julian, este se interesó también por nuestra lista de necesidades, y comentó que no debíamos ser modestos. Por lo que sé, tampoco conseguimos nada.

Dimos tres conferencias en el ámbito de la HAR. Nuestro objetivo era llamar la atención al nuevo movimiento internacional sobre el tema de la censura en Internet. Fui moderador de una mesa redonda al respecto. Compartí la tribuna con Julian y Rop Gonggrijp, un ciberactivista neerlandés, que posteriormente también nos ayudaría en la publicación de
Asesinato colateral
, además de Franziska, y el artista y ciberactivista padeluun, de la asociación para la protección de datos Foebud de Bielefelder, así como una informante y ex agente del MI6 de Gran Bretaña.

Todos estaban de acuerdo con la teoría de que los políticos de todo el mundo preparaban leyes de censura, pero también por todas partes había personas que intentaban oponerse a ello. Asimismo, consideraban conveniente adoptar un enfoque internacional y centralizar la resistencia. Tras el coloquio se nos acercaron muchos oyentes que querían demostrar su apoyo. Creamos una lista de correo que debería cimentar la base de un movimiento global.

Pero en eso se quedó. A lo mejor, lo que faltó en aquel movimiento fue un líder, un abanderado que hubiera podido entusiasmar a más gente. Quién mejor que yo podía saber que en estos casos siempre es necesario un idealista que vaya en cabeza.

Además de la creación de un movimiento global anticensura, en la HAR me encargué de otro cometido, tal vez el más duro de mi vida. Había encargado camisetas con el logotipo de WikiLeaks sobre un fondo blanco, porque pensé que nuestro logo así resaltaría más, y además nos ahorrábamos un par de céntimos por unidad. Fue una estupidez. Las camisetas blancas no se venden, sobre todo en un mundillo en el que las camisetas negras casi forman parte del código de indumentaria. Ni siquiera yo me pondría en la vida una camiseta blanca.

Había encargado doscientas cincuenta unidades, casi cuatro cajas llenas. Apiladas una sobre otra habrían alcanzado tres metros de altura. Ahora tenía que intentar reducir aquel montón monstruoso. Hoy seguro que se venderían como artículos para fans por diez veces su precio, pero entonces no las quería nadie.

Tenía que asaltar literalmente a la gente al pasar por nuestro stand, para intentar convencerles de que comprasen una camiseta por cinco euros. A mis compañeros tampoco se les daba mucho mejor que a mí. De haber tenido que dedicarnos al comercio, ya nos hubiéramos muerto de hambre. Mi novia era demasiado sincera para venderle a alguien una camiseta tan horrible sin tener mala conciencia. Julian, por su parte, prefería iniciar una profunda conversación con los posibles compradores sobre el estado de las cosas en el mundo. Así que allí estaba, parloteando o buscando camorra. Nadie se acordaba ya de las camisetas.

Por muy poco escapamos a la ruina. El merchandising de WikiLeaks a buen seguro no nos sacaría de nuestras dificultades financieras.

Poco después se nos concedió un premio relacionado con el arte. La fundación donante era Ars Electronica, que cada año celebra un festival en Linz. En mi opinión, aquello era una estupidez, que empezó además de forma muy divertida.

De hecho es necesario presentar una solicitud para poder optar a un galardón de este festival de los medios de comunicación. Cada año se presentan miles de artistas. A nosotros, con toda seguridad, no se nos hubiera ocurrido nunca.

Recibimos una carta de los organizadores. En primer lugar enviaron un par de correos con informaciones sobre el premio, que eliminamos de inmediato. El arte no nos interesaba en absoluto. ¿Qué querían de nosotros? Sin embargo, siguieron llegando cada vez más correos. Finalmente se nos preguntó si no queríamos presentarnos. ¿Acaso querían darnos un premio? El modus operandi nos pareció un tanto extraño. Por otro lado, creíamos que los personajes de aquel mundillo intelectual y artístico, relacionado con la alta tecnología, eran capaces de todo. Leímos por encima las descripciones de los trabajos premiados del año anterior, y ya no nos extrañó nada. Todo aquello nos hizo pensar en algunas citas del cómico Helge Schneider, o en artículos de la revista Titanic, aunque evidentemente iba en serio. No parecía demasiado relevante para la sociedad. ¿Dónde encajaba WikiLeaks?

Pero puesto que los responsables de Ars Electronica habían insistido tanto, envié un par de folios con información general de WikiLeaks a Linz. ¡Sorpresa! Recibimos una invitación para asistir en Austria a la ceremonia de entrega de premios el 4 de septiembre de 2009.

Como solo nos pagaban una habitación de hotel, Julian y yo tuvimos que compartir una cama de matrimonio. En comparación con las pensiones de mala muerte en las que nos solíamos alojar, el Hotel Wolfinger se nos antojó el Ritz. Con todo el encanto austríaco y además muy chic. Como un reflejo involuntario hice amago de quitarme los zapatos en cuanto pisé el elegante parqué de madera de la habitación. Y lo que era aún peor, sentí incluso el impulso de ordenar, antes de que se me pasaran las ganas, puesto que allí donde Julian y yo permanecíamos más de cinco minutos, enseguida parecía como si la maleta llena de ropa hubiera explotado y alguien hubiera tendido cables y teléfonos por encima como decoración. Después me consoló el pensamiento de que los demás artistas probablemente no eran mucho más ordenados.

Habíamos iniciado aquel viaje con la esperanza de conocer a un par de bichos raros, pero acaudalados, del mundo del arte, con los que pudiéramos crear una red social mediante la cual recaudar fondos. Llevábamos una vida bastante espartana. Tuve que poner cinta americana alrededor del portátil para que la batería no saliera de su receptáculo. Un par de zapatos nuevos hubieran hecho de Julian otro hombre. No obstante, hicimos todo lo que pudimos para pulir nuestra imagen ante la escena artística. Yo me puse unos zapatos de cuero negro decentes. Julian llevaba un abrigo entallado de paño negro, de corte probablemente femenino, que le iba un poco pequeño. Me recordaba a Phantomias poco antes de despegar, pero de alguna manera había conseguido estar verdaderamente elegante.

Perdí a Julian de vista antes de que se realizara la entrega de premios, que tuvo lugar en el centro de congresos Brucknerhaus. Quizás estuviera paseando por el río o hubiera vuelto al hotel, puesto que no le gustaba aquel ambiente.

No se perdió nada. En mi opinión, fueron premiados proyectos completamente absurdos, y por último el presentador anunció que habíamos ganado el segundo premio, sin mencionar siquiera nuestro nombre. La enorme sala en la que tuvo lugar aquella gala estaba llena de señores en traje y damas en vestido de noche. Una de las primeras filas estaba ocupada por aproximadamente veinte de los patrocinadores, y entre estos y el público estaban sentados los artistas con su indefectible peculiar indumentaria. Pero el acontecimiento fue para nosotros bastante improductivo, puesto que nadie se enteró de quiénes éramos en realidad. Tampoco conseguimos un cheque importante de los ricos y extravagantes artistas. La ceremonia me pareció además completamente forzada. Por lo menos pude comprarme un reloj que funcionaba con bioenergía procedente de una planta, el único proyecto que me gustó. Por lo demás, solo vi y escuché a personas enamoradas de sí mismas, que hablaban sobre sus banales proyectos, de los que por supuesto se vanagloriaban.

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