Dentro de WikiLeaks

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

 

"Dentro de Wikileaks":
Domscheit-Berg, ex-portavoz de WikiLeaks y principal colaborador de Julian Assange, revela detalles secretos relacionados con los métodos de trabajo de la organización más controvertida del mundo.

En septiembre de 2010, Daniel Domscheit-Berg escribió sus últimas líneas como portavoz de WikiLeaks en un chat en el que anunciaba que se iba. Atrás habían quedado unos años muy intensos, “los más intensos de mi vida”, puntualiza el propio Domscheit-Berg. Años en los que fue la mano derecha de Julian Assange y pieza fundamental en el desarrollo, despegue y consolidación de la plataforma que ha cambiado el modo de entender la verdad que nos ofrecen los medios.

El proyecto WikiLeaks fue creado para dar a conocer al mundo los entresijos de gobiernos, empresas y organizaciones en su lucha por ejercer y mantener el poder. La idea original consistía en la transparencia absoluta de la información y el derecho del ciudadano a conocerla. Destaparon casos como el de la banca suiza Julius Bär, el crash económico que llevó a Islandia a la bancarrota o las muertes de civiles a manos de soldados americanos en Afganistán. Con el tiempo ese criterio fue mutando y se convirtió en raíz del desencuentro entre Julian Assange y Daniel Domscheit-Berg, pero lo que ocurrió Dentro de WikiLeaks, solo los dos lo saben y ahora Domscheit-Berg lo desvela.

Daniel Domscheit-Berg

Dentro de WikiLeaks

Mi etapa en la web más peligrosa del mundo

ePUB v1.1

adruki
28.05.12

Título original:
Inside WikiLeaks

Daniel Domscheit-Berg, 2011.

Redacción: Tina Klopp

Traducción: Ana Duque de Vega y Carles Andreu Saburit

Editor original: adruki (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

A todos aquellos que tanto han arriesgado

para hacer un mundo más transparente y más justo.

A todos los que revelaron secretos.

Nota preliminar

En 2007, cuando empecé a colaborar con WikiLeaks, me encontré inmerso de nuevo en un proyecto cuyo principal objetivo era actuar como mecanismo de control del poder ejercido a puerta cerrada. La creación de una plataforma que ofreciera transparencia, allí donde esta estuviera vetada, me pareció al mismo tiempo una idea tan simple como genial.

Durante el tiempo en que participé en WikiLeaks aprendí de primera mano que la combinación de poder y secretismo conduce en última instancia a la corrupción. Con el transcurso de los meses, WikiLeaks fue evolucionando en una dirección que empezó a resultar inquietante para la mayoría de los componentes del equipo, y que nos condujo a abandonar el proyecto en septiembre de 2010. Con anterioridad a esa fecha, había albergado la esperanza de que mis opiniones, expresadas diplomática y públicamente en forma de crítica moderada, condujeran a la supervisión del poder de WikiLeaks y al de un solo hombre, del mismo modo que en el caso de otras organizaciones.

Pero sucedió exactamente lo contrario. Mientras una pequeña parte de la opinión pública, familiarizada hacía ya tiempo con WikiLeaks, ponía en tela de juicio su evolución desde un punto de vista crítico, el origen de la idea se perdió en la vorágine del espectáculo que ofrecía la plataforma de las revelaciones y su fundador. Julian y WikiLeaks, una simbiosis inseparable que se convirtió en un fenómeno pop. Lo que se debe sobre todo al vacío informativo relacionado con esta reservada organización que hace gala de transparencia.

Como tantos otros, a los cuales ofrecimos una plataforma para sus revelaciones, tomé la decisión de sacar a la luz lo que se ocultaba en el interior. No me resultó fácil, puesto que durante mucho tiempo me debatí entre mis sentimientos de lealtad y mi propia responsabilidad moral.

En WikiLeaks solíamos decir que únicamente un correcto registro histórico podía hacer posible una mejor comprensión del mundo. Con este libro he tomado la determinación de realizar mi aportación a este ideal.

DANIEL DOMSCHEIT-BERG

Enero 2011

Prologo

Me quedé mirando fijamente el monitor. La pantalla negra, salpicada de letras verdes. Tras mis últimas líneas todavía aparecieron un par de anotaciones. Pero ya no me interesaban. Ya había escrito mis últimas palabras. No había nada más que decir. Era el final, para siempre.

Julian no había participado en el
chat
, o por lo menos no había respondido. Tal vez también estuviera sentado ante el ordenador, impasible, estupefacto o inquieto, en algún lugar de Suecia o dondequiera que se encontrase en ese preciso momento. No podía saberlo. Solo sabía que no volvería a hablar con él nunca más.

El Zosch, el bar de la esquina, acababa de cerrar y oí que los últimos clientes salían achispados para dirigirse hacia el tranvía. Faltaba poco para las dos de la madrugada del 15 de septiembre de 2010. Dejé el ordenador encima del escritorio y me tumbé sobre los cojines del sofá en la sala de estar. Abrí una novela de Terry Pratchett y empecé a leer. ¿Qué hace uno en semejante situación, qué harían otros? Leí durante horas. Me quedé dormido en algún momento, todavía vestido, con los calcetines que me había hecho mi abuela y el libro sobre mi vientre. Recuerdo el título: Buenos presagios.

¿Cómo hace uno para dejar su trabajo, cuando el lugar en el que trabajaba era todo su mundo? ¿Cuando no hay colegas a los que se les pueda estrechar la mano como despedida? ¿Cuando solo hay dos líneas verdes escritas a toda velocidad en inglés, que hacían del todo imposible mi regreso? ¿Cuando todavía no le han dado «la patada» que le pone de patitas en la calle?

«Estás despedido», me había comunicado Julian por escrito hacía ya algunas semanas.

Como si fuera el único con poder de decisión. Ahora por fin, todo había acabado.

Me desperté a la mañana siguiente y todo tenía el aspecto habitual. Mi mujer, mi hijo, nuestro acogedor caos, todo seguía como siempre. Los rayos del sol iluminaban el mismo rincón de la sala a través de la ventana. Y sin embargo, todo era distinto. Una parte de mi vida, que en su día parecía augurar un futuro prometedor, se había convertido para siempre en pasado, se había perdido para siempre.

Había terminado mi relación con la persona con la que había compartido los últimos tres años de mi vida, por el que había dejado mi trabajo y desatendido a mi compañera, mi familia y mis amigos.

El
chat
había sido durante años mi principal vía de comunicación con el mundo exterior, a menudo la única durante días, cuando trabajaba en una publicación concreta. No volvería a entrar en él. Julian me había denegado el acceso a mi cuenta de correo hacía ya algunas semanas. Había llegado incluso a amenazarme con la policía. En lugar de firmar el contrato de confidencialidad, tal como me habían recomendado otros componentes del grupo, ahora escribo este libro.

En su día Julian y yo fuimos los mejores amigos, o como mínimo algo muy parecido (a fecha de hoy no estoy seguro de que exista una categoría semejante en su mente). En realidad, ya no estoy seguro de nada en lo que a su persona se refiere. A veces le odio, hasta tal punto que tengo miedo de mí mismo, de la posibilidad de ejercer la violencia física en caso de que vuelva a cruzarse en mi camino. En otras ocasiones pienso que necesita mi ayuda, lo cual no deja de ser absurdo después de todo lo ocurrido. En mi vida he conocido a nadie con una personalidad tan fuerte como Julian Assange. Tan liberal. Tan enérgico. Tan genial. Tan paranoico. Tan obsesionado con el poder. Tan megalómano.

Creo poder decir que hemos pasado juntos los mejores momentos de nuestras vidas. Y soy consciente de que es algo que no podemos recuperar. Ahora que han transcurrido un par de meses y los sentimientos se han aplacado, pienso que así tenía que suceder. Pero debo admitir abiertamente que no cambiaría estos últimos años por nada en el mundo. Por nada en absoluto. Mucho me temo incluso que, de poder volver atrás, haría lo mismo.

¡He vivido tanto! He podido adentrarme en los abismos y he jugado con los engranajes del poder. He comprendido el funcionamiento de la corrupción, el blanqueo de dinero y quién mueve los hilos en el mundo de la política. En mis llamadas telefónicas tuve que utilizar solo teléfonos encriptados a prueba de escuchas, viajé por todo el mundo y recibí los abrazos de personas agradecidas en Islandia en plena calle. Un día comía una pizza con el famoso periodista Seymour Hersh, el siguiente salíamos en las noticias de la noche y el tercero estaba sentado al lado de Ursula von der Leyen, en el mismo sofá. Tuve mucho que ver en la actuación llevada a cabo por activistas a través de Internet para impedir una pésima ley de censura en Alemania, y también colaboré con ellos cuando prepararon el camino para una ley propicia para la libertad de información en Islandia.

Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, era mi mejor amigo. Gracias a WikiLeaks se ha convertido en algo semejante a una estrella del pop, en una de las figuras mediáticas más cautivadoras y disparatadas de los medios de comunicación actual.

Aquello que en el pasado nos unió, a Julian y a mí, fue el convencimiento de que un mejor orden mundial es posible. En el mundo con el que soñábamos no había sitio para mandatarios ni jerarquías, y nadie podría basar su poder en la ocultación de conocimientos a otras personas, lo cual constituiría el principio para una interacción en igualdad. Esa era la idea por la que luchamos, el proyecto que juntos desarrollamos y que veíamos crecer con el mayor orgullo.

Con el paso del tiempo, WikiLeaks fue convirtiéndose en algo grande, mucho más de lo que en 2007 hubiera podido imaginar. Me uní al proyecto casi por casualidad, como consecuencia de mi curiosidad. Éramos un par de jóvenes pálidos obsesionados por la informática, cuya inteligencia había pasado inadvertida, que de repente se convirtieron en personajes de la vida pública y que enseñaron qué es el miedo a políticos, empresarios y altos mandos militares del mundo. Es probable que también hayamos protagonizado sus pesadillas. Con seguridad no pocos han deseado que nunca hubiéramos existido. En el pasado, esta fue una sensación agradable.

Hubo épocas en las que apenas dormía dominado por la impaciencia de todos los sucesos apasionantes que tendrían lugar al día siguiente. Hubo un tiempo en el que cada mañana acontecía algo que me hacía creer que el mundo sería un poco mejor. No hay ironía en mis palabras, estaba realmente convencido. Para ser más exactos, debo decir que aún hoy sigo creyendo en ello. Estoy seguro de que el proyecto era genial. Tal vez demasiado genial para funcionar a la primera.

Pero tampoco pude dormir tranquilo durante mis últimos meses en WikiLeaks. Esta vez no era debido a la expectación, sino al miedo, miedo ante el próximo desastre, miedo a que el proyecto nos estallase en las manos, de que algo decisivo fuera mal de nuevo, de que una de nuestras fuentes estuviera en peligro, de que Julian iniciara durante la noche un nuevo ataque hacia mí u otros de los que antes fueran sus más cercanos confidentes.

En su introducción a la última filtración, Julian escribió que los despachos diplomáticos de los embajadores norteamericanos revelarían las contradicciones entre la imagen pública y lo que sucedía a puerta cerrada. Las personas tenían derecho a saber qué sucedía entre bastidores.

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