Dentro de WikiLeaks (23 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

En los 76.000 documentos restantes aparecían muchos menos nombres. Varios medios independientes realizaron verificaciones posteriores y todavía encontraron un centenar de nombres.

Estábamos trabajando a toda máquina, cuando en la tarde del día siguiente Julian apareció de repente en el
chat
. Según dijo, «quería deciros hoy lo de los nombres». A continuación, nos envió una larga lista de tareas pendientes:

J: 1. Mañana hay que estandarizar los URL. Se han unificado los nombres: «Diarios de guerra de Kabul» y «Diarios de guerra de Bagdad».

J: 2. Hay que comprobar si en la base de datos de Afganistán hay información que afecte a informantes inocentes. Dichas informaciones se encuentran sobre todo en los
threat reports
. Hay bastante trabajo para eliminarlas.

J: 3. Es necesario realizar un sumario y noticias de prensa.

J: 3.5. Nuestras comunicaciones internas deben ser uniformadas. Deben distribuirse Satellite Pagers, si están disponibles, y SILC/IRC variantes como alternativa.

J: 4. Debe comprobarse de nuevo la infraestrucutra de distribución.

J: 5. Es necesario eliminar el campo correspondiente a la clasificación, de las versiones de la base de datos de Afganistán proporcionada por nosotros.

J: 6. He creado una versión SQL completa de la base de datos; debe estar disponible como archivo descargable.

J: 7. Compartición de archivos
.torrent
[4]
/ reparto previo de archivos.

J: 8. Es necesario convertir los servidores de e-mail en máquinas robustas.

J: 9. Debe uniformarse el equipo de prensa/contactos.

J: Todo esto ES NECESARIO para que no fracasemos.

J: Y ahora lo necesario si queremos hacer justicia.

J: 10. He desarrollado junto con
The Guardian
el
front-end
basado en Perl con funciones de búsqueda. Debe distribuirse también como archivo descargable (más adelante entraré en más detalles).

J: 11. Hay que hacer un vídeo de introducción de 3 minutos. Dispongo del personal necesario para las tareas de grabación y edición, pero queda pendiente la parte gráfica (p.ej. Google Earth, imágenes terrestres).

J: 12. Las personas [periodistas], que han trabajado con esta información deben ser entrevistados para que expliquen sus métodos y la calidad / las limitaciones de la información. De 10 a 20 minutos cada uno. No es necesaria ninguna preparación. Ya he asignado esta tarea en Londres, pero todavía falta Berlín y Nueva York. Es la manera más rápida de conseguir una «guía» para el material, y sirve además para crear una relación de igual a igual entre WikiLeaks y nuestros tres grandes interlocutores.

J: 13. El equipo de prensa debe consolidarse y necesitamos una lista de expertos que puedan hablar sobre el tema con fundamento (no solo nosotros).

J: 14. Debe comprobarse el sistema de donativos y hacerlo más transparente. Debe mencionarse la dirección postal en Australia para el ingreso de cheques, etc., y probablemente también es conveniente que aparezca la cuenta bancaria .au [australiana].

Respondí lo que todos pensaban: «Faltan cuatro días para publicar». Sin la lista de Julian ya teníamos bastante presión. Como era de suponer, la noche antes de la publicación todavía no habíamos acabado.

The Guardian
publicó la información
on-line
sin contar con nosotros.
The New York Times
esperó, porque no se atrevían a ser los únicos en publicarla en el mercado de los Estados Unidos. Nuestros interlocutores de
Spiegel
me llamaban continuamente para saber cuándo pondríamos en circulación el material en la red. Era el caos.

En el momento en que la maquinaria de los medios se puso en marcha, ya no le importó a nadie que hubiéramos echado a perder la acción concertada y que nuestra publicación fuera con retraso respecto a los medios. El mundo exterior, por lo que sé, no supo nada de nuestros problemas internos. Nadie se imaginaba el caos reinante en la etapa preliminar.

Un portavoz del Pentágono declaró en una conferencia de prensa que WikiLeaks tenía «las manos manchadas de sangre». Sin embargo, se ha demostrado que hasta la fecha ni un solo informante ha sido perjudicado debido a la publicación de aquellos informes. Más tarde se ha sabido que el Ministerio de Defensa estadounidense no tardó en clasificar la información como inofensiva en un comunicado interno.

Fueron los medios quienes nos indicaron que no debíamos permitir la circulación de los
threat reports
. No habíamos profundizado en el contenido de los documentos, puesto que correspondía a los periodistas realizar dicha tarea. No obstante, Julian apareció más tarde ante las cámaras para elogiar el proceso de minimización de daños.

También nuestros técnicos trabajaron cientos de horas. Por ejemplo, transformaron todo el material a formato KML, para poder visualizar en Google Earth el desarrollo cronológico de los incidentes. Pero tuvieron que darse por satisfechos con una frase de agradecimiento en el
chat
.

En todo el mundo se inició un amplio debate sobre la posibilidad de que aquella publicación hubiera podido perjudicar a alguien. No se habló demasiado sobre el contenido, con excepción de la primera oleada de los medios, que se habían preocupado de examinar los documentos, y la segunda, en la que otros periódicos realizaron sus análisis tan pronto tuvieron la posibilidad de ver el material.

Julian se había propuesto acabar con una guerra. Por desgracia, faltaba mucho camino por recorrer. Teníamos la esperanza de que los documentos cambiarían por completo el punto de vista sobre la operación militar. Creíamos que en el momento en que resultara evidente que en Afganistán se habían cometido muchas injusticias, la gente se manifestaría y exigiría a sus gobiernos la interrupción de los ataques y el regreso de los soldados.

El hecho de que no se produjeran consecuencias concretas y de que no se iniciara un nuevo debate social de la noche a la mañana, cuestionando el sentido de aquella guerra, con toda probabilidad se debió a la increíble cantidad de datos incluidos en el material. Aquella recopilación de documentos era demasiado extensa y compleja como para que la gran mayoría pudiera participar en el debate. Por otra parte, precisamente en los 14.000 documentos que no habíamos publicado se encontraba el material más explosivo. Casi todos los artículos publicados por
Spiegel
,
The Guardian
y
The New York Times
tomaban como punto de partida aquellos documentos. En última instancia, los tres medios que fueron nuestros interlocutores sacaron el máximo partido a aquellos archivos de los que tenían la exclusiva, mientras que la competencia tuvo que conformarse con los restos.

Por supuesto, nadie puede echar en cara a los periodistas, en tanto que individuos independientes, que buscaran una buena historia y que desearan tener la exclusividad. Con la mayoría de ellos mantengo relaciones cordiales. Pero la manera de funcionar de los medios, su afán por conseguir informaciones en exclusiva, el intento continuo de sacarnos lo máximo posible, y esa mezcla de curiosidad permanente y amistosa autosuficiencia, a veces me sacaba de mis casillas.

Todavía recuerdo aquellos tiempos en los que nadie nos conocía, cuando tenía que telefonear a los distintos medios para llamar su atención sobre un buen material. Entonces, no me devolvían la llamada, ni respondían a mis correos. En un principio, muchos de los periodistas alemanes hicieron valoraciones muy críticas y escribieron ingeniosos análisis sobre los problemas asociados a nuestra plataforma. Era algo normal. Hubo otros, sin embargo, que cambiaron de opinión al darse cuenta del interés que podían generar gracias a nuestro material. Entonces empezaron a adularnos. Lo cual me pareció muy extraño.

Cada vez con mayor frecuencia, en los debates acerca de las filtraciones de aquella época se nos criticaba que WikiLeaks arremetiera contra los Estados Unidos como principal enemigo. Y sin embargo, había situaciones en otros lugares de la Tierra que también merecían ser sacadas a la luz pública. En efecto, todas las publicaciones importantes del año 2010 estaban relacionadas con aquella potencia mundial.

Era debido a varias razones. El antiamericanismo de Julian se alimentaba del simple hecho de que los Estados Unidos estaban implicados en la mayoría de conflictos políticos del mundo. Además, en el caso de muchas operaciones, se sospechaba que los Estados Unidos participaban en la guerra movidos por intereses económicos. Un argumento de peso al respecto era su intromisión en la política de otros países. Por descontado, eso no excluía la necesidad de criticar a los gobiernos que cometen crímenes contra su propia población.

Ese era uno de los motivos. Otra de las razones era bastante más trivial: las dificultades idiomáticas. Ninguno de nosotros sabía hebreo o coreano. A menudo, nos resultaba bastante difícil comprender el significado de un documento en inglés. Julian tampoco sabía idiomas. A pesar de que aprovechaba su superioridad como único anglófono nativo en nuestros debates internos para tergiversar hábilmente en su favor los temas que le resultaban desagradables con disquisiciones minuciosas sobre el significado de palabras concretas, con frecuencia no podía recordar el nombre de los medios de comunicación extranjeros, ni tampoco el de nuestros correligionarios. En una entrevista en televisión que concedió tras mi cese en WikiLeaks, incluso se le anudó la lengua al intentar decir mi apellido. Hubiéramos tenido que buscar más voluntarios que nos ayudaran con las traducciones. Pero hacía tiempo que habíamos fracasado en nuestro intento por integrar a simpatizantes en tareas mucho más elementales.

Mucho más relevante era el tercer y último motivo: en los Estados Unidos habíamos encontrado nuestro mayor adversario. Julian Assange no perdía su tiempo con los débiles, sino que había escogido a la nación más poderosa del mundo como enemigo. Su propia importancia se medía por la de su enemigo. ¿Por qué tendría que buscar pelea en África o en Mongolia, o con la casa real de Tailandia? Acabar en la cárcel en África o Tailandia, o desaparecer con un bloque de hormigón en los pies en un río de Rusia, resultaba bastante menos atractivo que informar a la opinión pública mundial, con el emocionante respaldo de los medios, de que los Estados Unidos le habían echado al cuello a sus servicios secretos. Aquella estrategia era garantía de éxito en los titulares.

El mayor problema de la publicación de los
Diarios de Guerra de Afganistán
radicaba en que Julian había abierto su caja de Pandora para mostrar a los medios el material restante. Aquello nos ligaba a los mismos interlocutores. Y nuestro plan de seguir controlando el proceso se convirtió en una farsa.

The New York Times
, por ejemplo, no había incluido nuestro
link
en su artículo, tal vez por miedo a tener problemas legales. Pero ya poseían todo el material sobre Irak. Hubiera sido muy difícil publicar los siguientes documentos sin ellos.

Unas semanas después,
The Washington Post
publicó un amplio reportaje titulado «La América secreta», en el que se ponía de manifiesto el trasfondo de la industria armamentística. Los artículos abrían los ojos a los lectores sobre el tremendo crecimiento del que se había beneficiado este sector como resultado de la lucha contra el terror. La información era excelente. No sé cómo
The Washington Post
la había obtenido, pero toda aquella cobertura informativa, junto con los documentos y mapas
on-line
, demostraban una impresionante eficacia, que además procedía de su propia redacción. Cuando
The Washington Post
me preguntó si podrían tener acceso a los 14.000 documentos restantes, pensé que sería una colaboración muy sensata. Les hubiera facilitado con agrado aquel material, como retribución por el excelente trabajo realizado. Pero Julian impidió que llegáramos a un acuerdo: «Ya nos hemos comprometido con los otros tres, no podemos engañarles», fue su explicación.

Me arrepiento de no haber sabido actuar para conseguir otros logros por mi parte. Para Julian, el concepto de compromiso o de acuerdo, de todos modos, no tenía demasiado valor. Con frecuencia él mismo me había dicho que no se trataba de alterarse por las ideas de los demás, sino de participar activamente en la construcción de la realidad. Más adelante, redefiniría el supuesto compromiso de exclusividad con los medios, y entre otras cosas facilitó también a Channel 4 los documentos de Afganistán, contraviniendo todos los acuerdos.

Tampoco quería dañar la imagen de WikiLeaks, haciendo que nos vieran como interlocutores informales. Me debatía en el dilema de aquellos que se atienen a las reglas y al mismo tiempo tienen que tratar con alguien que las utiliza, sobre todo como argumentos, cuando encajan en sus planes.

Nuestras propias pretensiones de publicar inmediatamente el material del que disponíamos, y de seguir siendo independientes a la hora de tomar decisiones, se me antojaban ahora ridículas. Y los medios nos tenían exactamente donde querían. Podían sacar provecho del material de forma exclusiva, mientras nosotros teníamos atadas las manos.

Nuestros técnicos desarrollaron en un plazo muy breve de tiempo un software muy ingenioso, que nos permitió ampliar el círculo de ayudantes, siguiendo el principio «los amigos de los amigos», en el proceso de redacción. Cada uno de ellos tenía acceso a un pequeño paquete de datos a través de una interfaz
front-end
de la red, y por tanto solo podían ver una sección del juego de datos completo. De esa forma, cientos de voluntarios podían visualizar y trabajar simultáneamente en los documentos. Para cada documento contábamos como mínimo con dos voluntarios, y cada una de las modificaciones efectuadas se protocolizaba. Todos funcionaban a la perfección, y pronto los 14.000 documentos restantes estuvieron pulidos.

El conflicto entre Julian y yo seguía ahí, a pesar de que nuestra colaboración diaria se desarrollara de forma paralela. Empecé a hablar con Birgitta en el
chat
sobre ello, porque me sentía como si estuviera dando palos de ciego sin saber lo que Julian tenía en mente. Tan pronto como Julian y yo volviéramos a tirar juntos del carro, sería posible encarrilar de nuevo WikiLeaks, o al menos eso creía yo.

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