Dentro de WikiLeaks (24 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

A finales de junio, Birgitta me contó a través del
chat
una conversación que había mantenido con Julian. Le había exigido que no volviera a confiar en mí, y me había calificado de «adversario».

D: Eso no tiene ningún sentido.

B: No, él cree que va más allá, que quieres hacerte con WikiLeaks.

D: ¿Más allá? Eso es basura.

B: Dinero y fama.

D: Sí, claro. Jajaja. Esto ya lo hemos aclarado con todos los demás. Y estamos todos de acuerdo en que es basura.

B: Ya lo sé.

D: El único que no lo ha entendido es J, ya lo solucionaremos. Creo que sé por qué piensa así.

B: Eso espero. ¿Por qué?

D: Por algunos comentarios que hice, por ejemplo, en relación con el dinero. En una ocasión discutimos porque había gastado parte de ese dinero.

B: Cree que estás retirando grandes cantidades de dinero regularmente.

D: Le dije que, si él no quiere hablar conmigo, gastaré dinero en gastos necesarios, sobre todo teniendo en cuenta que el dinero aquí, en .de [Alemania] en gran parte es resultado de mi trabajo.

D: LOL [laugh out loud] (carcajadas). He retirado quizá 15-20K [entre quince y veinte mil] de esa cuenta, como mucho, y todo ese dinero fue destinado a servidores que necesitábamos, o cosas semejantes, guardo todas las facturas.

B: Le he pedido una y otra vez que se reúna contigo para aclarar todo este asunto.

De forma paralela, tuvimos que oponer resistencia a la presión cada vez mayor del exterior. El 30 de julio de 2010 publicamos en el dominio de los documentos de Afganistán, así como en varios sitios de bolsas de intercambio, un archivo de 1,4 GB encriptado con el título «insurance.aes256». El encriptado de material especialmente delicado, para proceder a su posterior distribución, era una medida más que sensata que debíamos haber puesto en marcha mucho antes.

Ni siquiera yo mismo sabía qué era lo que los técnicos habían guardado en aquel archivo. Estaba codificado con el sistema de encriptación simétrico AES256, que ofrecía una protección relativamente inmune ante los intentos de desciframiento. Pero la idea de colgarlos en la red, no me pareció tan genial.

En un principio, con aquel archivo de seguridad queríamos evitar que alguien desmantelara WikiLeaks o intentara secuestrar a alguien del equipo para sacarle de la circulación con el fin de impedir la publicación de más documentos. Al igual que otros depositan sus conocimientos ante un notario, nosotros lo hicimos en la red.

No sin gran esfuerzo, copié el archivo en lápices de memoria USB, y lo envié a centenares de personas de mi confianza en todo el mundo. Entre ellos, políticos de los verdes, periodistas y otras personalidades, en las cuales suponía que podía confiar.

Para ello compré diferentes lápices de memoria USB y muchos sobres distintos, marrones, blancos, grandes, pequeños, y fui a correos con un montón cada vez, para asegurarme de que era imposible interceptar todo aquel cargamento. En algunos casos, los entregué en mano. A cada lápiz USB acompañaba una carta, con fecha del 20 de julio de 2010:

Consigna de datos

Apreciado amigo,

Nos dirigimos a ti en un acto de confianza. Junto con esta carta encontrarás un lápiz de memoria USB, que contiene información en un archivo encriptado.

Antes de que se produzcan los desafíos a los que nuestro proyecto tal vez deberá hacer frente en las próximas semanas, te enviamos esta información, además de distribuirla a otras personas y entidades dignas de confianza en todo el mundo. De esta forma nos aseguramos de que pueda llegar a los medios de comunicación, y por tanto al gran público, independientemente de lo que pueda suceder. Al mismo tiempo, cumple la función de reaseguro para que no le suceda nada al proyecto o a nosotros mismos.

En caso de que algo vaya mal, se desencadenará un segundo mecanismo que hará pública la clave de este material para poder descifrar el archivo, y de este modo garantizar que no todo fue en vano.

Rogamos no comenten a nadie la recepción de esta carta y de los datos. Hay mucho en juego.

Recibe un cordial saludo, y muchas gracias.

WikiLeaks

Los técnicos trabajaron mientras tanto en una solución para que las contraseñas se publicaran automáticamente en caso de que pasara algo. Este método recibe el nombre de
Dead man switch
.
[5]
En ese momento no sabía que existía un plan para publicar el archivo también en la red y distribuirlo en varias plataformas de descarga. De haberlo sabido, me hubiera opuesto a ello. Incluso aunque el proceso de descodificación del archivo sin contar con la clave hubiera requerido mucho tiempo, no se podía descartar la posibilidad de que alguien lo consiguiera.

Al consignar aquel archivo, nuestra intención era accionar los resortes políticos. Creo que como mínimo conseguimos que el personal del Departamento de Estado pasara un par de noches sin dormir ocupados con un archivo encriptado, que hacía las veces de «seguro», de acceso público en la red, en una plataforma de intercambio de archivos
.torrent
. Por lo menos no era uno de los problemas habituales reseñados en sus manuales. Y tampoco podía resolverse con el envío de un portaaviones.

No puedo decir con certeza si ese mecanismo de seguridad interesó a alguien o si impidió la detención de algún miembro de WikiLeaks. En todo caso, todos creímos firmemente que serviría. Con posterioridad, cuando Julian sufrió una detención preventiva en Londres a causa de la investigación abierta en Suecia sobre ciertas acusaciones, este manifestó a su abogado que habría que considerar la «opción termonuclear», refiriéndose a la posibilidad de hacer pública la clave del «seguro-archivo» en caso de que Julian fuera extraditado a Suecia.

Por descontado, esa no era su finalidad. El «seguro-archivo» debía proteger a los trabajadores amenazados y a nuestros documentos, y no estaba pensado para que Julian esquivase las investigaciones en un país democrático, sobre todo cuando se trataba de un asunto puramente privado.

La necesidad fundamental de semejante mecanismo de seguridad se confirmaría más adelante, cuando Jake Appelbaum fue detenido e interrogado al entrar en los Estados Unidos. La única falta en la que había incurrido fue dar una conferencia sobre WikiLeaks en representación de Julian, seguramente porque este último creyó que era importante que WikiLeaks estuviera presente. Aquello bastó para que al llegar a los Estados Unidos le confiscaran el portátil, le cachearan y le tuvieran detenido varias horas. Después le gastábamos bromas maliciosas, diciéndole que todos los contactos que tuviera guardados en su móvil tendrían los mismos problemas que él si viajaban a los Estados Unidos.

Este incidente fue muy desagradable para Jake. En comparación, las aventuras de las persecuciones de Julian eran más bien anecdóticas. En mayo de 2010, los funcionarios de aduanas le retiraron el pasaporte en cuanto entró en Australia. Aquel supuesto escándalo se difundió por todo el mundo a través de todas las agencias. El contratiempo dio pie a que Julian concediera varias entrevistas en la televisión australiana, en las cuales declaró que ya no se sentía seguro en ninguna parte. Yo había visto su pasaporte y la verdad es que estaba destrozado. Así que alguno de los funcionarios querría comprobar que en efecto se trataba de un documento oficial y no de papel reciclable. De todos modos hay que decir que a los pocos minutos Julian había recuperado su pasaporte.

Como consecuencia, Julian declaró que ya no podía salir de Australia con garantías de seguridad, que le parecía demasiado peligroso. Recuerdo que coincidió con la propuesta de dar una conferencia ante el Parlamento Europeo, en un acto informativo acerca de la censura en Internet. Julian solicitó que se le invitara a él, en vez de a mí, con el argumento de que los servicios secretos no le importunarían si viajaba bajo la protección del Parlamento Europeo. Puesto que el Parlamento esperaba su comparecencia, nadie se atrevería a secuestrarle o asesinarle. «Necesito cobertura política», era su discurso. Siempre pensé que como mucho nos seguirían un par de estudiantes radicales o simpatizantes del derechista NPD (Partido Nacional Demócrata de Alemania), para darnos una paliza. Nadie secuestraría un avión de pasajeros australiano para dejar fuera de circulación a Julian Assange.

Por entonces, Julian empezó a tratar con un joven islandés de diecisiete años, involucrándolo cada vez más en el proyecto, algo que todavía hoy no deja de sorprenderme. Con anterioridad nos había prevenido contra aquel joven, afirmando que era un mentiroso y que no era digno de confianza. Julian quería evitar a toda costa que habláramos con él. Por ello me sorprendió aún más que le ofreciera una dirección propia de correo en WikiLeaks. Aquel era un privilegio reservado a muy pocas personas, entre diez y veinte, no más. Julian le compró dos portátiles e incluso le regaló uno de los criptófonos.

Además, Julian tuvo un comportamiento negligente en lo que a nuestras medidas de seguridad se refiere. Los correos dirigidos al joven de diecisiete años, así como los destinados al que sería más adelante portavoz, Kristinn, eran reenviados automáticamente a sus respectivas direcciones de
gmail
, con la comodidad como única justificación. Me preguntaba si realmente debíamos poner tan fácil a los americanos que leyeran nuestras comunicaciones internas. Y de ser así, ¿por qué no renunciábamos a los caros criptófonos?

Julian también se volvió cada vez más descuidado a la hora de mantener el secreto de los documentos. Le facilitó al islandés todo el material de los Cables para que pensara en«cómo podría editarse desde el punto de vista gráfico». Por descontado, no cayó en la cuenta de que hubiera sido mejor no encargarle una tarea tan delicada.

El islandés proporcionó aquel material a la prensa, entre otros a la periodista Heather Brooke de
The Guardian
. Más tarde se justificaría diciendo que se había cuestionado la manera de optimizar la influencia política de dicho material, y por esa razón «había tenido que hablar con un par de personas sobre ello».

Aquel factor humano, el deseo de difundir conocimientos secretos y de este modo revalorizarse un poco como persona, recurriendo a la prensa si era necesario, no era nada nuevo. Por eso precisamente había que ser muy prudente a la hora de hacer circular una información. ¿Acaso no lo habíamos aprendido ya?

Julian era extremadamente paranoico, sobre todo en cuanto a su seguridad personal y, sin embargo, de repente bajó la guardia. Cuando se enteró de aquello, envió a Ingi y Kristinn para que hablaran con él. Pero de qué servía si la información ya había sido divulgada. Los islandeses hicieron que firmara una declaración en la que decía que le habían sustraído los documentos de forma ilegítima. El simple hecho de asociar su nombre con aquellos documentos era muy peligroso.

Aquel joven de diecisiete años suponía un riesgo de seguridad cada vez más elevado. Julian escribió en Twitter que el joven había sido detenido varias veces por la policía. Y él nos dijo que la policía le había preguntado por WikiLeaks, y que le habían enseñado fotos para interrogarle sobre personas concretas. Julian también lo escribió en Twitter. Sin embargo, no fue posible comprobar aquellos hechos, y la policía de Islandia los desmintió. En todo caso, el misterio de WikiLeaks se avivó considerablemente con los relatos sobre el acoso y las detenciones.

Durante el año 2010, Julian viajaba cada vez con más frecuencia acompañado de guardaespaldas. Quizás eso le hacía sentirse más importante. En algún momento llegué a pensar que la peor hecatombe imaginable para Julian sería que me detuvieran antes que a él. Tal vez por eso se enfadó tanto al ver mi verdadero nombre en el timbre de la puerta.

Nuestra relación no mejoró, después de que en abril me dijera que si me la jugaba y ponía en peligro a nuestras fuentes, me perseguiría y me mataría: «
If you fuck up, i will hunt you down and kill you
». Es cierto que lo dijo en una situación de mucho estrés. A veces, lo que me decía parecía dirigido contra él mismo. En otra ocasión dijo que yo suponía un riesgo para la seguridad, porque «no podría soportar un interrogatorio». Me pregunté entonces por qué película se había dejado llevar Julian en realidad. ¿Acaso visualizaba mentalmente a un policía que me apretaba las clavijas, mientras yo escribía una confesión de un folio, que haría que le condenasen a muerte?

En una ocasión Julian me había contado que de tanto en tanto se iba a pasar un tiempo al campo. En soledad total podía concentrarse en él mismo y cargar pilas, en lo que él llamaba proceso de «puesta a punto». Allí no podía hablar con nadie y se limitaba a vivir el día a día. Según decía, realmente necesitaba semejante retiro cada dos o tres meses, como mínimo. Cuando pienso en los últimos dos años, no recuerdo que se tomase ni un solo día entero para estar en la naturaleza, ni siquiera un rato para pasear por un parque.

Muchas de las personas que le vieron en conferencias o con motivo de alguna de sus visitas, me comentaron que Julian tenía mal aspecto, y que daba la impresión de estar reventado. La verdad es que no le entendía, por qué era necesario trabajar con tanta presión. Había algo que le impulsaba a actuar así, pero no podría decir qué era exactamente. En 2010 publicamos copiosas filtraciones, una tras otra, como si el diablo redivivo nos pisara los talones. Tal vez aquella presión era el resultado del nuevo material que nos había llegado durante los últimos meses.

Ya me había anunciado que no disponíamos de tanto tiempo como antes para tratar cada detalle, que habíamos crecido demasiado, que el proyecto había tomado un cariz muy serio como para seguir trabajando con tranquilidad. Tal vez también lo que le gustaba era que las cosas tuvieran el carácter más destructor, radical y trascendental posible.

Mi punto de vista era diametralmente opuesto. Ahora que cada vez éramos más conocidos y que los documentos cada vez eran más explosivos, debíamos ser cautelosos. Hubiéramos podido aprovechar la pausa que nos impusimos a finales de 2009 para seguir desarrollando nuestra estructura interna. Y hubiéramos tenido que encargarnos más bien de filtraciones de menor relevancia, hasta que nuestra infraestructura hubiera sido sólida.

También me preguntaba si Julian en realidad tenía miedo de algo: si le impulsaba una preocupación para mí desconocida, o si el nuevo material se había convertido en algo demasiado peligroso para él. Solía decir que debíamos deshacernos de los documentos. Manifestaba una gran inquietud, diciendo que de lo contrario nos «machacarían». Por otra parte, nunca me pareció que Julian tuviera miedo de nada. El miedo pertenecía a una categoría de características que en su caso no parecía en absoluto acentuada. Así que tampoco tenía que superarlo.

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