Dentro de WikiLeaks (32 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

Asistí con el ánimo dividido al espectáculo de quienes, después de la filtración, empezaron a atacar las páginas web del Postfinance suizo, de Amazon, PayPal, MasterCard, Visa o Moneybookers. Todas esas empresas declararon de repente que, a raíz de la mala prensa que el proyecto se había granjeado por su enfrentamiento con el Ministerio de Asuntos Exteriores estadounidense, no estaban en situación de cumplir los contratos de servicios que habían firmado con WikiLeaks. Liderando los ataques estaban los chicos de Anonymous. La crítica contra esas empresas estaba justificada y esa era la única forma que los atacantes tenían de tomar partido político. Sin embargo, los ataques en la red contra la fiscalía sueca ponían de manifiesto que alguien no había sabido seleccionar los objetivos con la debida precisión.

Periodistas de todo el mundo, encabezados por Gavin MacFadyen del Centre for Investigative Journalism, se unieron para defender a Julian. MacFadyen publicó una declaración de la International Federation of Journalists en su página web. Según esa declaración, la Federación estaba «muy preocupada por la salud» de Julian, pues «Assange se ha visto obligado a esconderse; sobre él pesa una causa internacional por una acusación de coacción sexual en Suecia».

Tras la publicación de los telegramas, la justicia australiana estudió también presentar una demanda contra Julian. Más de 4.000 personas firmaron una carta (promovida inicialmente por 200 políticos, académicos, abogados, artistas y periodistas) para protestar contra la demanda.

El 10 de diciembre,
The Guardian
publicó una carta firmada, entre otros, por el periodista australiano John Pilger, la escritora A.L. Kennedy y el ex embajador y activista político Craig Murray: «El Gobierno de los Estados Unidos y sus aliados, en colaboración con su medios afines, han iniciado una campaña contra Assange, que ha terminado en la cárcel, donde se enfrenta a la amenaza de una expulsión del país por unas dudosas acusaciones. Es indudable que con ello se persigue su extradición a los Estados Unidos . Exigimos su liberación inmediata, que se retiren todos los cargos contra él y que termine la censura contra WikiLeaks».

En tan solo 48 horas, 45.000 personas firmaron una carta
on-line
que la organización de Internet GetUp! había colgado en la red el 8 de diciembre. La petición exigía al presidente estadounidense y al fiscal general Eric Holder que «defendieran la presunción de inocencia y la libertad de información» en el caso Assange. La carta se publicó como anuncio en
The New York Times
y en
The Washington Post
.

La periodista Miranda Devine, más allá de apelar a los derechos políticos, hizo un llamamiento público para la defensa de Assange y se refirió al «carácter especial» de la denuncia que se había presentado contra él en Suecia: «Nadie se cree que Julian Assange se encuentre en la actualidad en una prisión británica por ser un violador».

Entre los numerosos nuevos amigos de Julian estaba también Michael Moore, que ya se había puesto en contacto con nosotros con motivo del vídeo
Asesinato colateral
. Curiosamente, Julian consideraba que el director y activo crítico de sociedad era un idiota, y lo tenía mentalmente archivado en la categoría de «teóricos de la conspiración». Moore pagó 20.000 dólares de fianza, gracias a los cuales Julian pudo abandonar la prisión.

Julian también contó con las comprometidas palabras de la feminista Naomi Wolf, que se posicionó públicamente a su favor. En una ocasión le recomendé a Julian el ciclo de conferencias de Wolf con motivo de su libro
Give Me Liberty: A Handbook for American Revolutionaries
, pero él lo tildó de «palabreo banal».

Lo gracioso es que todas estas personas eran estrellas que habían acudido al rescate de Julian Assange en un gesto de magnificencia. En cambio, me imagino lo que debía pensar Julian de algunos de sus defensores: que eran tontos útiles, «
junior
s», unos simples quiero y no puedo.

Creo que muchas de esas personas consideraron que quedaría muy guay ir por ahí con una pegatina de «
Support
Julian Assange» en la solapa. Por eso celebraban cada ocasión en que alguien atacaba a los americanos.

Julian describió su detención como el resultado de una campaña de difamación. El procedimiento judicial tenía como verdadero objetivo su extradición a los Estados Unidos, previa escala en Suecia. Cuando fue liberado tras pagar la fianza, estalló la euforia entre sus defensores reunidos en la sala del tribunal, lo mismo que entre quienes se manifestaban ante el edificio del Palacio de Justicia. Julian levantó los brazos en gesto victorioso y, a continuación, se instaló en libertad condicional vigilada electrónicamente en la finca de su amigo Vaughan Smith, situada al sureste de Inglaterra.

En las puertas de la finca lo esperaban cada día un tropel de acólitos y periodistas. Julian había anunciado que la siguiente filtración de diez mil documentos relacionados con la crisis económica iba a conllevar la caída de un banco norteamericano, pues los informes documentaban «prácticas no éticas» e «infracciones monstruosas». Ante sus seguidores, reunidos al otro lado de la verja del jardín de la casa de campo, prometió que el ritmo de publicaciones iba a aumentar, que su organización era indestructible y que estaba preparada para resistir aquel «ataque de decapitación». Yo me pregunto a qué material se refería, por qué vías lo consiguió y dónde lo tenía guardado. Por el bien de todos los implicados, espero que lo almacene de forma segura.

En cualquier caso, desde la publicación de los telegramas, Julian se mostraba mucho menos agresivo en sus apariciones públicas que en los meses precedentes. La Nanny hablaba desde hacía tiempo de que iba a encontrarle un asesor de relaciones públicas.

He observado que en la página web de WikiLeaks se han introducido una serie de cautelosas reformulaciones. Así, en lugar de: «El envío de material confidencial a WikiLeaks es seguro, fácil y está protegido por la ley», ahora puede leerse: «El envío de documentos a nuestros periodistas está protegido por la ley en las mejores democracias». En el apartado
Submissions
(envíos) puede leerse desde hace un tiempo: «En WikiLeaks aceptamos una amplia gama de material, aunque no pedimos nada en concreto». También la palabra «clasificados» ha desaparecido de la descripción de los documentos que la organización desea recibir.

Cada vez que veo a Julian en las noticias y en la prensa me doy cuenta de lo mucho que ha envejecido en poco tiempo. Aquella sonrisa infantil ha desaparecido de su rostro. Últimamente aparece con la ropa más planchada, es posible que su aspecto sea cada vez más elegante, pero cada vez se parece más a un jefe de empresa. Me resultaba más simpático cuando iba con mochila y con unos vaqueros gastados.

Entre tanto, me invitaron a un programa de
Stern
TV, lo que me dio la oportunidad de presenciar el circo mediático desde el otro lado.

Antes del programa, uno aguarda en una pequeña sala de espera para los invitados hasta que dan el aviso de inicio del programa. Junto a mí, y en calidad de experto, estaba el suizo Thomas Borer. El ex embajador es conocido, sobre todo, porque en el año 2002 la prensa sensacionalista le lanzó una serie de acusaciones infundadas y fue relevado de su puesto de embajador en Berlín con gran revuelo público.

Borer se me acercó y me saludó con las siguientes palabras: «Tengo en muy alta estima a las personas con valor cívico». Pero la frase no terminó ahí: «En parte porque dicen que yo lo tengo». Borer actuaba con la soltura típica de los políticos, hablaba con el pecho ligeramente hinchado y con una voz tan sonora como le era posible.

Tuvimos una reunión previa en el despacho de Günther Jauch, el presentador, para saber cómo discurriría el programa. Borer y yo nos sentamos cada uno en nuestra butaca. Yo tenía el íntimo convencimiento de que el periodista más famoso de Alemania iba a formularme alguna pregunta indiscreta; creía que, en comparación con los invitados habituales de Jauch, yo era un tipo poco convencional y estaba seguro de que iba a someterme a un buen interrogatorio. Sin embargo, Jauch despachó la planificación del programa con dos o tres frases: «Primero le preguntaré a usted, luego a usted, y por último conversaremos los tres con calma…», nos explicó Jauch. Y, dicho eso, Borer y Jauch se enzarzaron en la conversación que de verdad les interesaba: los precios de las mansiones en el Zürichsee y el Schwielowsee, dos zonas residenciales de las afueras de Potsdam.

Me aburrí soberanamente. Se estaba produciendo una avalancha de revelaciones confidenciales y aquellos dos tipos hablaban ni más ni menos que de la situación inmobiliaria en los lagos de las afueras de la capital.

Los medios estaban ansiosos por oír mis críticas, pero decidí actuar con cautela. Cuanto más generales y neutrales eran mis respuestas, más insinuantes eran sus preguntas. Me hice el firme propósito de no dejarme seducir.

En mi opinión, lo que le faltaba al debate era una separación racional entre los diversos motivos de crítica a WikiLeaks. Un asunto tan complejo no se puede ventilar con un par de frases sentenciosas.

Por descontado, en el fondo Julian merece que lo apoyen. Es un escándalo que políticos y periodistas norteamericanos inciten al asesinato de Julian delante de las cámaras. Lo que hay que evitar, ante todo, es que se le extradite a los Estados Unidos; eso supondría sentar un precedente gravísimo y no puede suceder en ningún caso. Sin embargo, aún nadie me ha podido explicar cómo alguien puede oponerse a que Julian acuda a declarar a Suecia y, si se da el caso, comparezca ante un tribunal.

Julian no puede ni debe eludir este proceso, que no tiene nada que ver con WikiLeaks, sino con las experiencias privadas de Julian con dos mujeres, ya que supondría incurrir en un claro caso de abuso de poder, algo que, en cualquier otra situación, WikiLeaks intentaría evitar.

En un documental australiano se ve a Julian tras su aparición en el programa de entrevistas de Larry King. Su vista vaga por su retrato en las portadas de la prensa internacional y, de repente, sumido en sus pensamientos, Julian dice:

—Ahora soy intocable en este país.

—¿Intocable? —le pregunta el periodista, sorprendido.

—Intocable —repite Julian.

—¿No le parece una afirmación algo arrogante…? —responde el periodista.

Julian parece ofenderse ante la pregunta, pero pronto se da cuenta de que eso alteraría la imagen relajada que pretende dar, por lo que reacciona con un comentario gracioso:

—Bueno, por lo menos durante unos días.

No, Julian, no hay nadie intocable.

Y no me cabe en la cabeza cómo alguien puede pensar lo contrario, ni que sea durante un segundo.

Personalmente, y por el bien de todos los implicados, deseo que las diligencias informativas en Suecia tengan un desarrollo justo. De hecho, no veo motivos para que no sea así: Suecia no es precisamente un país famoso ni por los linchamientos, ni por las injerencias americanas, ni por los procesos judiciales poco transparentes. Si Julian ha actuado correctamente, algo que yo doy por sentado mientras no se demuestre lo contrario, no tiene por qué temer nada.

Entre tanto, la policía australiana ha archivado todas las causas contra WikiLeaks porque no ha podido apreciar ninguna violación de las leyes australianas. En cambio, los intentos de los Estados Unidos de llevar a Julian y otros colaboradores de WikiLeaks ante la justicia para impedir futuras publicaciones parecen estar tomando otro cariz. Los jurisconsultos aún no han logrado ponerse de acuerdo en si las leyes permiten una acusación de ese tipo y si eso no implicaría, por ejemplo, tener que demandar también a los medios que publicaron el material. Pero esa vía toparía de pleno con el derecho a la libertad de expresión y la primera enmienda.

Julian podría ser encausado también en virtud de la llamada Ley de espionaje (
Espionage Act
), a la que él mismo se refirió hace ya tiempo. Para ello, sin embargo, el Ministerio de Justicia debería demostrar que Julian actuó con la intención premeditada de causar daño a los Estados Unidos. La verdad es que no soy capaz de imaginar qué pruebas podrían corroborar ese extremo; no soy ningún experto en leyes, pero una acusación de esta índole me parecería absurda y dañina.

En la actualidad, el Departamento de Estado intenta demostrar que Julian tuvo un papel activo en la adquisición de la información. Eso implicaría poder acusarlo de cómplice de la fuente. Y, desde luego, eso significaría también que Manning, aún en prisión preventiva, (y siempre en el caso hipotético de que fuera él quien obtuvo los documentos militares) se vería exonerado de toda culpa. En cualquier caso, si Julian hubiera asumido un papel activo en la obtención de la información, habría actuado claramente en contra de la visión que teníamos de la plataforma.

Está claro que nadie debería ser perseguido por haber proporcionado información al público, ya se trate de un informador o de una plataforma de noticias confidenciales como WikiLeaks. Todos los periodistas, editores, políticos y demócratas deberían velar por la aprobación de una ley clara en ese sentido (véase la IMMI).

Al mismo tiempo, en mi opinión, no cabe duda alguna de que la publicación de los telegramas fue una decisión importante y correcta. Y, en ese sentido, saldré siempre en defensa de la seguridad de los implicados.

Cuando algunas partes (fundamentalmente los medios que no participaron en su publicación) afirman que los telegramas no tienen sustancia informativa, me pregunto qué es importante para algunas personas y si no es cierto que los periódicos van llenos de resultados de fútbol y cotilleos de famosos. ¿No es digno de mención que un ministro de Defensa libanés desee que Israel bombardee su país para poder arremeter contra Hezbolá? ¿No tiene interés que una potencia mundial como Estados Unidos no solo se dedique a dañar a la ONU política y públicamente, sino que además la espíe de forma sistemática? ¿O que la secretaria de Estado Hillary Clinton pida a sus diplomáticos información sobre los altos cargos de la ONU, una información que incluye contraseñas de las cuentas de correo electrónico, detalles biométricos y números de tarjetas de crédito? A mí, que el ex presidente afgano fuera detenido en Dubai con una maleta con 52 millones de dólares en efectivo (¿cómo lograría meter tanto dinero en una maleta?) y que a continuación lo volvieran a soltar me parece una información muy digna de ser publicada.

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