Dentro de WikiLeaks (6 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

Los empleados de los locutorios estaban acostumbrados a los personajes lúgubres que deseaban hacer una llamada telefónica de forma anónima, pero yo me salía de lo corriente. En casa tengo aún cientos de tarjetas SIM, que guardo en botes de carretes de fotos. Lo más práctico para mis necesidades, sin embargo, eran las tarjetas SIM ya registradas que podían adquirirse bajo mano en cualquier tienda del Westend. A veces me compraba varios números consecutivos, buscaba en Internet alguna familia numerosa que hubiera colgado fotos de una fiesta de aniversario en un
blog
y utilizaba sus nombres y direcciones para registrar todas las tarjetas SIM de una tacada. En lo tocante a cuestiones de seguridad, yo era un profesional; quien me llamaba podía estar seguro de que no nos escuchaba nadie.

Asimismo, cuando se trataba de enviar documentos tomábamos grandes medidas de seguridad. Nos encargábamos de que, antes de llegar a nuestras manos, los documentos con informaciones explosivas dieran tantos rodeos, pasaran por tantos procesos de cifrado y de eliminación de la identidad y llegaran con tanto ruido de fondo como fuera posible, para que nadie lograra seguirles la pista. Ni siquiera nosotros mismos podíamos contactar con nuestras fuentes, por mucho que se tratara de algún asunto urgente. Nuestros remitentes no dejaban rastro alguno en la red, ni la menor huella dactilar, ni un solo
byte
que pudiera delatarlos.

Tampoco debían temer posibles juicios. Al contrario, deseábamos fervientemente una denuncia por parte de la Cienciología. Estábamos seguros de que las demandas de la secta no prosperarían y de que, en cambio, un proceso judicial atraería mucha más atención sobre los espectaculares documentos que habíamos publicado, como ya había sucedido con Julius Bär. Casi cada mes había en todas las grandes ciudades alguna acción de protesta contra la Cienciología. En una de ellas, Anonymous exhibió una pancarta en la que podía leerse: «
Sue WL, you faggots
». Denunciad a WL, mariquitas.

Sin embargo, los representantes de la secta demostraron ser más inteligentes que nuestro rival bancario. O a lo mejor tuvieron la suerte de llegar después de Julius Bär, cuya demanda demostró ante los ojos de todo el mundo que quien nos demandaba se exponía a una derrota segura.

A mí, personalmente, me fascina el culto que se ha creado alrededor del fundador de la Cienciología, L. Ron Hubbard. Existen imágenes y grabaciones antiguas que muestran al otrora escritor de ciencia ficción dando conferencias en universidades. Allí contaba a los oyentes que tenía millones de años y que viajaba de planeta en planeta por todo el Universo para velar por la justicia. Al principio los asistentes se reían, pero hacia el final de las grabaciones tenía uno la impresión de que entre el público y Hubbard se había establecido una relación francamente amigable. Hubbard tenía un talento especial, era un narrador capaz de seducir a su público, sabía reírse de sí mismo y, entre lo uno y lo otro, contaba las historias más estrambóticas.

En su momento, Julian y yo hicimos muchas bromas acerca de lo útil que nos habría resultado crear una religión, ya que habría resuelto muchos de nuestros problemas. Así, por ejemplo, si los documentos que nos parecían más importantes no llegaban a suficiente gente, podríamos mandar a un equipo de adeptos que irían puerta por puerta leyendo nuestras filtraciones: «¿Conocen este capítulo? Trata sobre la red de aprovisionamiento de aguas de su ciudad: ¡un caso de corrupción multimillonaria!».

Los chicos de Anonymous nos echaron una mano en la filtración de la Cienciología y ordenaron la
wiki
de tal forma que los lectores pudieran manejar el caudal de documentos. En todos los casos se trató de colaboraciones voluntarias.

Pero había otros contingentes de material que precisaban de un trabajo similar. No era nada fácil motivar a personas externas para que colaborasen con nosotros y éramos conscientes de que, a largo plazo, iba a sernos imposible gestionar toda la información sin ayuda. Constantemente aparecía alguien en el
chat
que nos ofrecía su ayuda, pero ¿cómo podíamos saber que se trataba de personas que compartían nuestras mismas ideas? ¿Y si se dedicaban a divulgar cuestiones relativas a la seguridad?

Fundar una religión nos habría facilitado mucho las cosas. Por regla general, los colaboradores de la Cienciología eran personas sumamente motivadas a pesar de que vivían y trabajaban en unas condiciones atroces. La Cienciología se lo arrebató todo a muchas personas que, cuando se quedaban el dinero, debían echar mano de sus casas, objetos de valor o seguros. Si alguien prefería contribuir de otra forma, podía realizar trabajos para la Cienciología, a cambio de los cuales recibía algo de calderilla y muy pocos días de vacaciones.

Entre tanto, me preguntaba si, durante los últimos meses, WikiLeaks no se habría convertido también en un culto religioso o, por lo menos, en un sistema que apenas toleraba la contestación interna. Si algo fallaba, había siempre motivos externos, el gurú era intocable y no se le podía cuestionar. Estábamos sometidos a una amenaza externa constante y eso reforzaba la cohesión interna. Si alguien expresaba excesivas críticas era castigado con una privación de la comunicación o amenazado con posibles consecuencias. Y los compañeros de armas debían saber tan solo lo que fuera necesario para desempeñar la tarea en la que trabajaban en cada momento.

Cuanto menos, puede decirse que Julian había comprendido perfectamente lo que se escondía detrás del fenómeno del culto religioso, algo que quedaba clarísimo después de leer los documentos sobre la Cienciología.

Primeras experiencias con los medios

Prácticas religiosas y confidencialidad, artimañas legales y marketing: es innegable que aprendimos muchas cosas de las personas a quienes nos enfrentamos. Más tarde, Julian quiso aplicar a nuestras finanzas tácticas similares a las del banco de Zúrich. Asimismo, corrimos un tupido velo ante nuestras propias estructuras y convertimos nuestro equipo en un gran misterio, lo mismo que la Cienciología. A finales de 2010, y en su huida de las autoridades suecas, Julian buscó asilo en Suiza, país al que habíamos puesto en la picota por sus miserables leyes bancarias y sus medrosas actitudes políticas. Por otro lado, los discursos de Julian fueron impregnándose de la jerga militar. Ya no me preguntaban nunca dónde estaba nuestro técnico, sino si estaba AWOL,
away without leave
, poco menos que una acusación de deserción. Cuando decidimos eliminar los nombres de los informadores del ejército norteamericano de los documentos relacionados con la guerra de Afganistán, lo denominamos «
harm minimization
», minimización de daños.

El siguiente ámbito en el que pronto nos convertimos en expertos fue el de la prensa. Los medios de comunicación nos enseñaron cómo se puede manipular la opinión pública.

Hasta ese momento habíamos tenido ya las primeras experiencias con la prensa escrita y la radio, y no todas habían sido buenas. Así, por ejemplo, habíamos aprendido que en situaciones de crisis es preferible distraer la atención del público a invertir energías tratando de desmentir las debilidades y los errores propios, o intentando justificarlos con argumentos, algo que exige una inversión de recursos excesiva. Al principio me dedicaba a informar de todos los errores por pequeños que fueran, pero pronto me di cuenta de que la opinión pública olvida muy deprisa. Era mucho mejor ignorar los problemas; lo importante era la siguiente historia. Mientras hubiera algo nuevo sobre lo que escribir, nadie preguntaba por los errores pasados.

Así, por ejemplo, un periodista del
taz
cuestionó que nuestros servidores y nuestra estructura legal en Suecia estuvieran preparados para soportar una verdadera prueba de carga. En concreto, hizo referencia a las salvaguardias que prometíamos a nuestros informadores. Ciertamente, alrededor de ese asunto existía un hueco legal que nos suponía un quebradero de cabeza. Al final, el periodista empezó a aportar pruebas cada vez más concluyentes de que nuestra estructura no era ni mucho menos inexpugnable.

Cuando le comenté el problema a Julian, este reaccionó de forma arisca y a la defensiva.

«Ese periodista no se ha informado bien», me espetó. Más tarde publicó un
tweet
: «El artículo que se ha hecho correr sobre la protección de las fuentes de WikiLeaks es falso». El asunto quedó zanjado.

La estrategia se fue ampliando: había que presentar las cosas de forma tan confusa y desconcertante como fuera posible para que resultaran incomprensibles. Hice un esfuerzo consciente por explicar determinados detalles técnicos a los periodistas de la forma más enrevesada posible. A menudo, estos no querían admitir que no sabían lo suficiente y terminaban por rendirse, exhaustos. Se trataba del principio fundamental del terrorismo y de la burocracia: si el enemigo no es capaz de encontrar ningún punto donde asestar el golpe, no podrá atacarte. Los servicios de atención al cliente actuales funcionan de forma similar: si alguien quiere presentar una queja y no encuentra a ningún responsable del problema, no le quedará más remedio que tragarse la rabia.

En nuestro caso, lo importante no era tanto cómo algo había sucedido
realmente
, sino cómo lo vendíamos. Preocuparse por un problema o adoptar una postura pública respecto a este significa, de entrada, reconocer su existencia en tanto que problema. Visto con perspectiva, era sorprendente cómo Julian podía aplazar un problema simplemente ignorándolo.

Con el tiempo aprendimos también con qué periodistas debíamos trabajar para lograr que una noticia recibiera la mayor atención posible. En caso de duda, dábamos preferencia a aquellos periódicos y programas que nos permitían llegar a un público más numeroso y diverso, por delante de otros que estaban más informados y eran capaces de formular preguntas más inteligentes, pero a cuyos lectores ya no teníamos necesidad de convencer.

En cualquier caso, la colaboración con los grandes medios de comunicación no siempre estaba exenta de problemas. A finales de 2009 publicamos más de diez mil páginas de los contratos secretos de Toll Collect. En dichos contratos entre el gobierno alemán, Daimler, Deutscher Telekom y la empresa francesa de autopistas Cofiroure, el gobierno alemán prometía a las empresas que conformaban el consorcio empresarial que debía gestionar el sistema de peaje en autopista para camiones unos réditos absolutamente ilusorios de un 19 por ciento. El montante final ascendía a más de un millón de dólares, una suma inalcanzable que, en último término, iba a tener que sufragar el contribuyente. Las partes habían decidido no hacer público el contenido del acuerdo.

En su momento, decidimos entregar la información a dos periodistas para que pudieran explotarla en exclusiva. La experiencia nos decía que era preferible que las informaciones muy complejas (y el material de dicho contrato era sumamente complejo) llegaran al público a través de una versión más digerible elaborada por los medios. De este modo, podían resultar igualmente explosivos; en cambio, si nadie se ocupaba de hacer llegar los documentos al público, estos quedaban muertos de la risa en nuestra página web. Elegimos a nuestros dos socios: por una parte el periodista especializado en tecnología Detlef Borchers, que había escrito a menudo sobre ese mismo asunto para la editorial Heise, especializada en temas informáticos, y por otra Hans-Martin Tillack, un periodista laureado con numerosos galardones y colaborador habitual de la revista
Stern
.

A través de
Stern
creíamos poder llegar a un gran público; por aquel entonces la revista contaba con siete millones de lectores y era distribuida por la plataforma Lesezirkel, que lo repartía en peluquerías y salas de espera, y garantizaba así un gran número de lectores.

Me reuní con Tillack en su oficina de Berlín, situada en el Hackescher Markt; desde la quinta o la sexta planta que ocupaba su oficina, había una vista fantástica del bullicioso Mitte berlinés. Tillack estaba sentado ante una librería, con los brazos cruzados delante del pecho. Era un hombre impaciente, absorbido por completo por su papel de periodista estrella con experiencia. Tillack, de cuarenta y nueve años, puntuaba muchas de mis frases con un «sí, sí…» antes incluso de que yo hubiera terminado de pronunciarlas.

Saqué la copia del contrato de Toll Collect de mi cartera. Aunque a mí me trataba como a un principiante, en aquel momento detecté un gran interés en su mirada. Tillack prometió mencionar a WikiLeaks en un lugar destacado de su artículo.

«Y estoy seguro de que encontraremos la forma de dar a WikiLeaks el reconocimiento que se merece para su entera satisfacción», me dijo en el correo electrónico que me escribió después de la reunión.

Lo importante, para mí, era que explicara cómo funcionaba la plataforma y de qué trataba este proyecto. Sin embargo, cuando volví a llamarle para preguntarle si necesitaba que le proporcionásemos algún otro tipo de información, reaccionó con irritación y me dio a entender que no tenía intención de ceñirse a lo que habíamos acordado.

Cuando por fin se publicó la noticia, nos llevamos una gran decepción. El artículo sugería que la historia se basaba principalmente en las investigaciones del periodista. Faltaba toda la información básica sobre WikiLeaks y me llevó un buen rato encontrar el «lugar destacado» que nos había prometido: «Los documentos fueron entregados a los gestores de WikiLeaks, página especializada en documentos secretos que tiene intención de colgarlos íntegros en la red».

Hice un esfuerzo por calmarme. ¿Por qué me alteraba tanto lo que había hecho Tillack? No volveríamos a trabajar nunca más con él y listos. De hecho, el correo con el que había respondido cuando le escribí por primera vez para informarme sobre sus progresos ya lo decía todo:

«Eso es todo lo que he conseguido. Mis jefes me preguntaron qué necesidad teníamos de citar siquiera a WikiLeaks. Sin embargo, como estos documentos tienen una dimensión muy distinta a los de una empresa farmacéutica alemana,
[3]
en este caso no se publicarán en el
Wirtschaftswoche
, sino en
Stern
, ¡que vende un millón de ejemplares y cuenta con siete millones de lectores! Saludos, Hans-Martin Tillack».

A pesar de todo, también hemos tenido muy buenas experiencias con algunos medios de comunicación: el
Wirtschaftswoche
, por ejemplo, se ciñó a todos los acuerdos adquiridos, lo mismo que el
Zeit Online
en el caso del informe de la policía militar alemana sobre el bombardeo de dos camiones ci
Stern
a secuestrados en el Kunduz afgano.

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