Hago una pausa antes de seguir adelante.
—La principal es que a partir de ahora, desde este mismo momento, tendrás que buscar otra manera de subirte la autoestima. Vas a dejar de atormentar a todo el mundo para sentirte mejor, porque eso es lo más rastrero y vil que una persona puede hacer. Y si esta experiencia, este revés social, no te lo ha demostrado, entonces no sé qué lo hará. Ahora que has experimentado lo que es estar al otro lado, ahora que sabes de primera mano lo que se siente cuando te dan de lado y te tratan tan mal como tú solías tratar a todo el mundo, supongo que no querrás que la gente vuelva a pasar por eso. Pero puede ser que sí que quieras. En realidad, contigo nunca se sabe.
Sigue sentada con los hombros encorvados, y su cabello forma una cortina entre nosotras. Su cabeza sube y baja mientras entrechoca las puntas de sus carísimas sandalias de diseño, la única señal de que me escucha, de que me toma en serio. Es todo lo que necesito para continuar.
—Porque la cosa es que eres lista, bonita y tienes todos los privilegios con los que todo el mundo sueña. Eso en sí mismo serviría para darte poder. Así que tal vez, solo tal vez, en lugar de comportarte como una pequeña avariciosa e intentar robar todo aquello que sabes que no puedes tener, podrías concentrarte en encontrar una forma de utilizar tus talentos para ser un buen ejemplo para los demás. Tal vez te parezca anticuado, quizá pienses que soy ridícula, pero hablo totalmente en serio. Si quieres volver a ser la estrella de este instituto, eso es exactamente lo que debes hacer. De lo contrario, no te ayudaré. Por lo que a mí respecta, puedes pasarte el resto del año así, y ni Damen ni yo moveremos un dedo para ayudarte.
Respira hondo y luego nos mira. Suelta un suspiro y hace un gesto negativo con la cabeza.
—¿Habla en serio? —le pregunta a Damen—. ¿Lo dice de verdad?
Damen responde con un asentimiento antes de rodearme la cintura con el brazo para acercarme aún más.
—Dice la verdad. Así que es mejor que la escuches y tomes nota, si crees que debes hacerlo.
Vuelve a suspirar y se toma un momento para observar el instituto que antes solía gobernar y que ahora le da miedo. Resulta evidente que no está convencida ni por asomo, que solo está dispuesta a acceder porque ha tocado fondo y no tiene nada que perder, pero al menos es un comienzo.
A mí me sirve.
Así pues, le concedo unos instantes para que asimile las cosas y espero a que se vuelva hacia mí y asienta con la cabeza.
—Vale —le digo—. En ese caso, tienes que empezar por…
Si me hubiera salido con la mía, habría empezado en aquel mismo momento. Y Damen y yo la habríamos visto acercarse a Honor para poner el plan en marcha.
Pero Stacia necesitaba más tiempo.
Tiempo para pensarse las cosas; tiempo para acostumbrarse a la idea. Aunque sin duda quería recuperar su posición en la cima, estaba tan poco acostumbrada a pedir disculpas que al final no solo tuvimos que esforzarnos para persuadirla, sino que hizo falta ayudarla a encontrar las palabras adecuadas.
La presioné un montón e intenté convencerla de que iba a hacer lo correcto, pero lo cierto es que no esperaba que funcionara. Al menos, no de inmediato. Me interesaba más que se acostumbrara a la idea de ser una persona mejor y, para ser del todo sincera, debo admitir que también quería que tuviese la certeza absoluta de que había hablado muy en serio.
Mi ayuda tenía ciertas condiciones. Si la quería, tendría que ganársela.
No estaba dispuesta a tener que soportar sus maldades otra vez.
Así pues, a la hora del almuerzo, cuando Haven y sus secuaces salen de clase y descubren que Damen, Miles, Stacia y yo estamos sentados en su mesa… bueno, no saben muy bien qué hacer.
Y es obvio que Haven no tiene ni idea de qué hacer conmigo.
Pero Honor tampoco, ya que estamos.
Se quedan de pie, incómodos, y observan con incredulidad cómo Craig y sus colegas avanzan despacio hacia nosotros para aceptar el sitio que Damen acaba de ofrecerles. Responden al gesto con un «Hola» y asienten, algo que en apariencia parece sencillo, pero que es algo que sin duda jamás habrían hecho antes.
Y aunque Haven sigue donde estaba, con las manos temblorosas a causa de la furia y los ojos rojos entornados, finjo no darme cuenta. Ignoro la nube tormentosa de odio que emana de ella.
—Puedes unirte a nosotros si quieres, siempre que te comportes, claro —le digo.
Pone lo ojos en blanco, murmura una retahíla de obscenidades entre dientes y se da la vuelta para marcharse. Da por hecho que su manada de esbirros la seguirá, pero el poder que ostenta sobre ellos ya no es el que era. Se debilita por momentos. Y, para ser sincera, resulta bastante claro que todos están más que hartos de ella. Así que cuando aceptan la oferta de Damen y se unen a nosotros, Haven se vuelve hacia Honor con los ojos en llamas, exigiéndole que haga su elección.
Y justo cuando Honor empieza a alejarse de nosotros para acercarse a ella, Stacia se levanta de su asiento de un salto.
—Honor, espera… Yo… ¡Lo siento mucho!
Las palabras son tan estridentes, tan incómodas, tan extrañas en ella que a Miles le da un ataque de risa y me veo obligada a darle un apretón (fuerte) en la rodilla para que se calle.
Stacia me mira con el ceño fruncido en una expresión suspicaz, como si dijera: «¿Ves? Lo he intentado, pero ¡no funciona!».
Sin embargo, yo me limito a señalar a Honor con la cabeza. Vemos cómo se detiene, cómo se da la vuelta, cómo inclina la cabeza y nos mira con expresión interrogante. Titubea entre sus dos supuestas mejores amigas, aunque ninguna le cae muy bien.
Duda durante tanto tiempo que Haven se marcha a toda prisa. Y aunque siento la tentación de ir tras ella, no lo hago. Quizá lo haga más tarde, pero ahora no. Porque ahora tenemos que acabar con esto.
Le hago una señal a Stacia con los ojos, con la mente. Empujo mi energía hacia ella y la animo a seguir adelante. No puede parar ahora, aunque el territorio le resulte desconocido y aterrador.
Y un momento después, se marchan juntas.
Caminan la una al lado de la otra mientras Honor enumera su larga lista de reproches, todas buenas razones por las que Stacia debería disculparse, y esta escucha con paciencia, tal y como le he dicho que debía hacer.
—¿Estás espiándolas? —dice Miles, que me golpea con el codo antes de señalarlas con el dedo.
—¿Debería? —le pregunto.
—Pues claro que sí. —Entorna los párpados—. ¿Y si no es lo que piensas? ¿Y si traman algo contra ti?
Me limito a sonreír mientras observo cómo cambia el aura de Stacia, que se vuelve más vibrante con cada paso que da. Sé que todavía tiene un largo camino por delante, y que es posible que nunca llegue a la meta, pero estoy segura de que las auras nunca mienten. Y la suya muestra un comienzo casi decente.
Doy un sorbo del elixir y miro a Miles.
—La confianza tiene que ser recíproca. ¿No fuiste tú quien me dijo eso?
A
unque tiene toda la pinta de convertirse en una situación de lo más incómoda, Damen insiste en que vayamos a Mystics & Moonbeams. Y esta vez, justo antes de bajar del coche y entrar, soy yo quien le plantea si de verdad quiere seguir adelante con esto.
—Llevamos cuatrocientos años eludiéndonos, Ever —me recuerda—. ¿No crees que ya es hora de establecer un alto el fuego?
Asiento con la cabeza. Por supuesto que ya es hora, pero no tengo nada claro que Jude vaya a pensar lo mismo. Es mucho más fácil ser lógico y razonable en estas cosas cuando formas parte del bando ganador.
Sostiene la puerta abierta para que yo pase. Veo a unos cuantos clientes habituales en la tienda: a la mujer que colecciona figuritas de ángeles; al chico que siempre nos pide que consigamos un equipo de grabación de auras, aunque, por lo que he visto de la suya, se sentiría decepcionado con los resultados; y a la anciana que siempre está envuelta en un hermoso resplandor morado, a quien Ava está ayudando con los CD de meditación. Jude está sentado tras el mostrador, dando pequeños sorbos de su café. Su aura llamea en el momento en que nos ve, en especial a Damen, pero se calma enseguida.
Suelto un suspiro de alivio. Sé que solo ha sido el resultado de una reacción antigua e instintiva, el tipo de reacción que tardará algún tiempo en desaparecer. Pero algún día, si Damen se sale con la suya, lo hará.
Damen avanza por delante de mí, impaciente por empezar con el asunto. Se dirige al mostrador con una sonrisa amable y suelta un suave «Hola» mientras Jude da otro sorbo de su café. Espero de verdad que no crea que hemos venido aquí para restregárselo por las narices.
—Me preguntaba si podríamos hablar. —Damen señala la parte trasera de la tienda—. En algún lugar privado.
Jude duda unos momentos. Da una serie de sorbos pensativos antes de tirar el vasito de plástico y conducirnos a la oficina. Se acomoda tras el viejo escritorio de madera mientras Damen y yo tomamos asiento en las dos sillas que hay enfrente.
Damen se inclina hacia delante con una mirada penetrante y una expresión vehemente, decidido a ir al grano.
—Supongo que debes de odiarme —dice.
Sin embargo, si a Jude le han sorprendido esas palabras, no lo demuestra. Encoge los hombros, se reclina en la silla y apoya las palmas de las manos sobre el abdomen. Sus dedos juguetean sobre el colorido símbolo del mandala estampado en su camiseta blanca.
—No te culparía si lo hicieras —añade Damen, que no aparta la vista de Jude—, porque no hay duda de que he cometido varios actos detestables en los últimos… —Me echa un vistazo rápido. Todavía no se ha acostumbrado a decirlo en voz alta, aunque cada vez lo hace mejor—. En los últimos seiscientos años. —Deja escapar un suspiro.
Los dos miramos a Jude, que se reclina al máximo en la silla y alza la vista hacia el techo. Une la yema de los dedos de ambas manos durante un instante y luego las separa para volver a incorporarse.
—En serio, colega, ¿cómo es? —pregunta mirando a Damen a los ojos.
Damen entorna los párpados, y yo me remuevo con incomodidad en mi silla. Ha sido una mala idea. Nunca deberíamos haber venido.
Pero Jude se inclina hacia delante, apoya los codos en el escritorio y se aparta las rastas de la cara.
—De verdad, ¿qué se siente? —añade.
Damen asiente y suelta un ruidillo entre un gruñido y una risotada. Se relaja al instante, y la tensión desaparece de su rostro mientras se apoya en el respaldo de la silla. Encoge los hombros, cruza las piernas a la altura de la rodilla y empieza a golpear la suela interna de la chancla contra el talón.
—Bueno, supongo que se podría decir que ha sido un poco… —Hace una pausa para buscar la palabra adecuada—. Largo. —Se echa a reír, con lo que aparecen arruguitas en las comisuras de sus ojos—. Se me ha hecho muy, muy largo, la verdad.
Jude lo mira y asiente con la cabeza para dar a entender que le gustaría oír más. Damen juguetea con el bajo deshilachado y roto de sus viejos vaqueros desgastados, decidido a complacerlo.
—Y, si te soy sincero, en ocasiones también ha sido agotador. A veces, más bien frustrante… en especial cuando te ves obligado a cometer los mismos viejos errores una y otra vez, con las mismas excusas pobres. —Niega con la cabeza, perdido en un torrente de recuerdos que la mayoría de la gente solo podría descubrir en los libros de historia. Su expresión se transforma al instante, se ilumina con una sonrisa—. Y me refiero solo a los errores que he cometido yo. —Mira a Jude a los ojos—. Sin embargo, también hay momentos de tal belleza y alegría que… bueno, que hacen que todo merezca la pena.
Jude mueve la cabeza arriba y abajo, en un gesto más pensativo que de afirmación. Es como si estuviera asimilando la información, sopesando la respuesta de Damen.
Pero eso basta para que Damen continúe.
—¿Por qué, te interesa? ¿Quieres probar?
Jude y yo lo miramos con los ojos abiertos como platos, sin saber si habla en serio o no.
—Porque puedo arreglarlo. Conozco a un tipo…
Y no es hasta que sus labios se curvan en una sonrisa cuando me doy cuenta de que está de guasa, y me permito soltar un suspiro de alivio.
—La cosa es… —dice Damen, ya serio de nuevo— que, al final, es casi lo mismo. Puede que yo haya vivido cientos de años y tú quizá vivas tres cuartos de siglo, pero al final ambos nos preocupamos por lo que tenemos justo delante… o, muy a menudo, por lo que parece fuera de nuestro alcance.
Nos quedamos en silencio mientras las palabras flotan entre nosotros. Me miro las rodillas, demasiado incómoda para posar la vista en cualquier otro lugar. Sé que hemos venido para esto, que Damen está dispuesto a ofrecer cualquier explicación o disculpa que Jude pueda exigir.
Pero Jude no se mueve más que para coger un clip perdido que encuentra encima del escritorio. Lo dobla y lo retuerce hasta que pierde por completo su forma original.
Al final levanta la vista, dispuesto a hablar.
—Lo entiendo. —Pasea la mirada entre nosotros, aunque se concentra en mí hasta que levanto la cabeza y lo miro a los ojos—. De verdad que sí. —Su expresión es tan sincera que tengo la certeza de que habla en serio—. Pero si habéis venido a disculparos o a intentar arreglar… lo que sea… será mejor que lo olvidéis.
Contengo la respiración, y Damen se queda completamente inmóvil, a la espera de que continúe.
—No voy a mentiros: para mí, esto es una mierda. —Intenta soltar una carcajada, pero no le sale muy bien. No le sale del corazón—. Aun así, lo entiendo, de verdad. Sé que no es una cuestión de jugar limpio o no. Sé que no es por tu inmensa riqueza o por tus trucos de magia. Y también sé que no fue justo por mi parte fingir que lo era. Porque lo cierto es que Ever no es tan superficial. Tampoco lo era Evaline, ni ninguna de las demás. —Me mira fijamente, y sus ojos están tan llenos de calidez y afecto que me resulta imposible apartar la mirada—. La única razón por la que jamás tuve la menor oportunidad con ella es que jamás estuve destinado a tenerla. El destino siempre estuvo de vuestra parte.
Suelto el aire muy despacio mientras mis hombros se hunden y mi vientre se relaja liberando la tensión que ni siquiera me había dado cuenta de que mantenía.
—Y el fuego… —empieza a decir Damen, desesperado por explicarle eso también.