Desafío (30 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Me sigue con la mirada. Siento el peso de sus ojos a mi alrededor, una horrible mezcla de furia, preocupación y miedo.

Los pensamientos son cosas. Cosas hechas a base de una forma de energía palpable. Y los suyos se me clavan directamente en el corazón.

Me siento fatal por todo lo que acaba de ocurrir, pero no puedo preocuparme por ese problema ahora. Ya habrá tiempo de sobra para eso más tarde. Sé con certeza que tendré que esforzarme un montón para idear una manera de arreglar las cosas con ella, pero en estos momentos mi única preocupación es encontrar a Haven.

Salgo del camino de entrada hacia la calle, convencida de que por fin soy libre, pero me encuentro de repente al señor Muñoz, que aminora la velocidad de su Prius y se dirige directamente hacia mí.

Genial, murmuro por lo bajo mientras él baja la ventanilla y me llama.

—¿Va todo bien? —pregunta con expresión preocupada.

Me detengo un segundo para responder.

—En realidad, no. Lo cierto es que casi nada va bien. Ni por asomo.

Arruga la frente y echa un vistazo a la casa.

—¿Puedo ayudar?

Niego con la cabeza y me dispongo a marcharme, pero lo pienso mejor y vuelvo a girarme hacia él.

—Sí, dígale a Sabine que lo siento, por favor. Que siento muchísimo todo lo que ha pasado… todos los problemas que le he causado. Siento muchísimo haberla herido. Seguramente no se lo creerá. Es más que probable que no acepte las disculpas, y no puedo culparla por ello. Pero de todas formas… —Encojo los hombros. Me siento estúpida por haberle contado todo esto, pero eso no impide que continúe—: Ah, y si eso falla, siempre puede darle esto…

Cierro los ojos y manifiesto un enorme ramo de narcisos amarillos. Sé que no debería haberlo hecho. Sé que con esto solo he conseguido engendrar un montón de preguntas que no tengo tiempo de responder, pero se lo entrego y añado:

—Son sus favoritas. Pero no le diga de dónde las ha sacado, ¿vale?

Me largo antes de que pueda reaccionar, antes de ver la estupefacción de su rostro.

Aunque ya he perdido más tiempo del que podía permitirme, me tomo un instante más para hacer aparecer un BMW negro igual que el que conduce Damen. Soy consciente del desconcierto y el estupor de Muñoz, que me observa por el espejo retrovisor. Veo su boca abierta y sus ojos a punto de salirse de las cuencas. Justo en el momento en que salgo a toda velocidad, su expresión parece decir «¿De verdad he visto lo que creo que he visto?».

Me dirijo hacia la autopista de la Costa pensando que ya me encargaré de él más tarde. Acelero en las curvas e intento averiguar dónde podría haber ido Haven.

Se me encoge el estómago en el instante en que la respuesta aparece en mi mente.

La camisa.

Ahora que tiene lo que quería (gracias a la intervención de Sabine), no piensa cumplir su parte del trato. Me odia tanto que prefiere destruir lo que quiero, lo único que le pedí a cambio del elixir, a pesar de que tiene un gran valor sentimental para ella.

Estoy casi segura de que no tiene ni idea de por qué es importante para mí, pero eso da igual. En lo que a Haven respecta, el mero hecho de que lo quiera, el mero hecho de que estuviera dispuesta a hacer un trato para conseguirla, es razón más que suficiente para destruirla.

Lo sé por la forma en que me miró. Puede que estuviera débil y desequilibrada todavía, pero había tomado el elixir necesario para pensar y actuar con lógica.

Así que cuando me ofrecí a darle un buen número de botellas de elixir si ella a su vez me daba algo a cambio, se limitó a encogerse de hombros.

—Está bien. Lo que sea. Venga, suéltalo ya. ¿Qué es eso que necesitas con tanta desesperación? —me dijo.

—Quiero la camisa —respondí antes de situarme justo delante de ella. Vi que entornaba los párpados, así que me apresuré a añadir—: La que Roman llevaba puesta la última noche. La que me arrebataste de las manos antes de amenazarme y pedirme que me marchara.

Me miró llena de suspicacia, y supe por su expresión que todavía la conservaba. Pero también me quedó claro que no tenía ni idea de para qué la quería, qué significado podía tener.

Mi única esperanza es que eso siga igual, al menos hasta que la camisa esté a salvo entre mis manos.

—¿Te refieres a la camisa que llevaba puesta la noche en la que lo mataste? —me preguntó con expresión atónita.

—No. —Hice un gesto negativo con la cabeza y me esforcé por mantener la voz firme—. Me refiero a la camisa que llevaba puesta la noche en la que, por desgracia, Jude lo mató por accidente. —La miré fijamente para asegurarme de que contaba con toda su atención y añado—: Quiero que me des esa camisa de lino blanco, y será esa misma camisa, porque te aseguro que si me entregas una falsificación me daré cuenta, Haven. Te daré todo el elixir que necesites a cambio de la camisa.

Se quedó mirando la caja que yo acababa de llenar con todo el elixir que tenía en casa, la caja que le había prometido como muestra de mi disposición a cumplir mi parte del trato. Deseaba negarse con toda su alma, pero estaba tan asfixiada por su dependencia, por el ansia, que al final aceptó a regañadientes.

Asintió con la cabeza para dar su consentimiento.

—Está bien. Trato hecho. Lo que quieras. Pero acabemos de una vez con esto, ¿vale?

Y fue entonces cuando bajamos las escaleras. Haven había cogido una botella para beber durante el camino y yo acarreaba la caja para protegerla, decidida a mantenerla lejos de su alcance hasta que el intercambio fuese cosa hecha.

Pero Sabine llegó a casa y lo estropeó todo.

Dejo escapar un suspiro mientras me concentro de nuevo en el presente. Me planteo pasarme por su antigua casa, la casa en la que todavía viven sus padres y su hermano pequeño, pensando que podría haberla guardado allí porque es el último lugar en el que alguien la buscaría. Pero de repente siento la abrumadora urgencia de dirigirme a otro lugar.

No sé si se trata de alguna especie de mensaje, de algún tipo de señal, o si no es más que una poderosa intuición, pero decido seguir adelante de todas formas. Cada vez que paso por alto un impulso me arrepiento de ello, así que esta vez realizo un giro de ciento ochenta grados y hago caso a mis instintos.

Me decepciona bastante terminar en un lugar que ya he examinado. Que he registrado con Miles. Pero no pienso dejar que eso me detenga, así que me encamino hacia la puerta. A pesar de que Haven ha reclamado esta casa como suya y lleva meses viviendo aquí, yo sigo considerándola la casa de Roman, y en cuanto me acerco afloran a la superficie un montón de recuerdos.

Recuerdo todas las veces que he venido aquí antes. Las veces que derribé la puerta, las veces que luché con él, las veces que estuve a punto de sucumbir a sus hechizos, la noche que Jude lo mató… Pero intento olvidarme de esos recuerdos mientras me abro camino entre el laberinto de muebles. Las cosas de la tienda están aquí, de modo que apenas queda hueco para pasar por el pasillo que conduce al salón.

El salón también está abarrotado, así que tardo un rato en examinarlo todo. Recorro con la mirada los armarios antiguos, los sofás de seda y terciopelo, y la brillante mesita de metacrilato, que parece un despojo de los ochenta. Veo un montón de óleos con marcos dorados apilados contra la pared del fondo. Hay prendas de ropa, procedentes de diferentes períodos y con varios siglos de antigüedad, desperdigadas por casi todas las superficies disponibles, entre ellas la barra donde Roman guardaba las copas de cristal en las que servía el elixir. También está el sofá en el que intenté seducirlo tomando el aspecto de Drina, cuando estaba bajo el influjo de la llama oscura que moraba en mi interior. El mismo sofá en el que le di de beber a Haven el brebaje especial de Roman aquella noche que lo cambió todo.

Cuando dirijo la mirada hacia la chimenea encendida, veo a Jude agazapado. Parece asustado, confundido, derrotado y aturdido. Haven está delante de él, con la camisa manchada en una mano y el brazo de Jude en la otra. Ha recuperado cierta similitud con su aspecto anterior (por lo menos sus dientes se han regenerado), aunque todavía está muy lejos de ser la antigua Haven. Y sigue consumida por la furia y por la dependencia del elixir.

—Vaya, vaya… —dice al tiempo que se vuelve hacia mí y me mira con los ojos enrojecidos—. ¿De verdad creías que podrías engañarme?

Sacudo la cabeza. Estoy tan confundida como ella. No sé qué está pasando.

Jude se encoge, todavía en sus garras. Está claro que le horroriza que lo hayan pillado haciendo… bueno, lo que estuviera haciendo. No logro entender por qué está aquí.

¿Acaso ha averiguado la verdad sobre la camisa, la promesa que encierra? ¿Intentaba conseguirla para hacernos a Damen y a mí una especie de oferta de paz?

O peor, y más probable: ¿está aquí para robarla y destruirla? ¿Solo fingió ser amigo de Damen y perdonar el pasado? ¿En realidad no había renunciado a su venganza final y tenía todo esto planeado desde el principio?

Antes de que pueda impedirlo, Haven se abalanza sobre él. Con la energía del elixir que hay en su interior, el elixir que yo le he proporcionado, le suelta el brazo para agarrarlo del cuello y lo levanta del suelo hasta que los pies de Jude se agitan en el aire. Sacude la camisa con la otra mano para mostrármela.

—¿Qué coño está pasando aquí? —pregunta.

—No lo sé —respondo con un tono de voz grave y firme. Me acerco a ella poco a poco con las manos en alto, donde pueda verlas—. De verdad. No tengo ni la menor idea de lo que quiere Jude. Tal vez deberías preguntárselo.

Echa un vistazo a Jude, que tiene los ojos desorbitados y el rostro amoratado, y lo deja caer de golpe, sujetándolo deprisa por el brazo para evitar que huya mientras él escupe, tose y lucha por recuperar el aliento.

—¿Vosotros dos planeasteis esto? —Haven me fulmina con la mirada.

—No. —Miro a Jude y me pregunto por qué siempre tiene que aparecer en el peor momento posible.

Por qué siempre lo estropea todo.

De una cosa estoy segura: no es casualidad. Las casualidades no existen. El universo es demasiado armonioso para tanta aleatoriedad.

Entonces, ¿por qué? ¿Por qué cada vez que estoy a punto de conseguir lo que quiero aparece Jude y me arruina los planes?

Tiene que haber algo más. Alguna razón que explique esto. Pero la verdad es que no tengo ni idea de cuál puede ser.

Haven levanta la camisa y la examina en un intento de descubrir para qué la quiero, por qué Jude se ha arriesgado tanto para conseguirla, qué significado puede tener para alguien que no sea ella.

Pero cuando nos mira (y descubre que Jude observa la mancha y que yo lo observo a él), lo entiende todo.

La bombilla se enciende en su cabeza y todas las piezas encajan de golpe.

Y le entra un ataque de risa.

Se ríe con tantas ganas que apenas puede tenerse en pie. Se inclina hacia delante, apoya una mano en la rodilla y se sacude entre carcajadas mientras se palmea los muslos. Al final, se serena un poco y logra incorporarse.

—Ahora lo entiendo todo. —Sujeta la camisa con la punta de los dedos y esboza una sonrisa diabólica—. Todo. Pero, por desgracia para ti —dice, señalándome con el dedo—, o, quizá, incluso para ti… —Señala a Jude con la cabeza—. Parece que tienes una importante decisión que tomar, Ever.

Capítulo treinta y siete

S
e da la vuelta y nos mira a ambos.

—¿Sabes?, al principio llevaba la camisa conmigo a todas partes. Allí donde iba. Al instituto, a la tienda… incluso dormía con ella para no alejarme nunca de su esencia. —Encoge los hombros—. La consideraba mi última conexión con Roman… El último recuerdo que me quedaba de él. Pero ahora ya no pienso lo mismo. Todo lo que ves aquí es mío. Roman nunca pensó que moriría, así que no se molestó en hacer testamento. Esta es mi conexión con Roman.

Sacude la camisa en el aire, y el tejido ondea con delicadeza mientras ella señala la colección de antigüedades. Utiliza la otra mano para sujetar a Jude con más fuerza y añade:

—Esta casa, estas cosas, todo esto… me pertenece. Mire donde mire, tengo recuerdos de él, así que ya no necesito ninguna estúpida camisa. No. Ahora eres tú quien la necesita, Ever. Es por esta mancha, ¿verdad? La mancha que dejó el asqueroso antídoto que habrías conseguido de no haber sido por este tío.

Aprieta aún más el brazo de Jude. Él se encoge, pero se niega a gritar, se niega a dar a Haven la satisfacción de saber que le está haciendo daño.

—Y parece que ahora lo ha vuelto a hacer —continúa. Se vuelve hacia Jude y chasquea la lengua mientras niega con la cabeza—. Si este tío no se hubiera entrometido, ahora estarías viviendo tus «felices para siempre», ¿no es así? O, al menos, eso es lo que tú te piensas. Voy a preguntarte una cosa: ¿todavía estás dispuesta a mantener tu versión? ¿Todavía estás dispuesta a culparlo a él de todo?

La miro fijamente. Mi cuerpo está tenso, preparado para lo que sea, pero me niego a responderle. Me niego a caer en la trampa que pueda haber preparado.

Sin embargo, ella se limita a poner los ojos en blanco. Está claro que mi silencio no le ha hecho cambiar de opinión.

—Bueno, de todas formas da lo mismo, porque lo hecho, hecho está. No te hace falta saber lo que ocurre realmente. Creíste de verdad que la respuesta estaba aquí. —Sacude de nuevo la camisa—. En la enorme mancha verde de una camisa de lino blanco. Creíste de verdad que podrías examinarla en algún laboratorio o, mejor aún, llevarla al laboratorio de ciencias del instituto y conseguir algún crédito extra por identificar todos los componentes y dar por fin con la receta que os permitiría a Damen y a ti… «copular como conejos», como diría Roman.

Suelta una carcajada y niega con la cabeza, dejando a la vista el tatuaje del uróboros. Me mira con lástima, como si no pudiera asimilar tanta estupidez.

—Dime, Ever, ¿cómo lo he hecho hasta ahora? ¿Voy bien encaminada? —pregunta con sorna.

Me observa con detenimiento, pero, aunque se ha acercado bastante a la verdad, no pienso responder, y me esfuerzo mucho para que mi expresión tampoco revele nada. Permanezco de pie en silencio, sin dejar de vigilar a Haven con el rabillo del ojo, y le advierto a Jude con la mirada que no cometa una estupidez como la última vez. Es evidente que ella todavía no está al máximo de sus capacidades, pero a juzgar por lo que he visto, aún es capaz de causar estragos.

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