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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Desafío (32 page)

Su rostro resplandece, odioso y obsceno, en un gesto de victoria. Está absolutamente encantada de haberme vencido.

Así que, mientras Damen y Jude se separan, echo el puño hacia atrás y recuerdo la versión de esta escena que he ensayado durante meses.

No se parece en nada a la versión real que se desarrolla ante mis ojos.

Sobre todo porque no siento ningún tipo de arrepentimiento.

Porque no tengo motivos para disculparme.

Porque no me queda más remedio que matarla antes de que ella mate a Miles.

Estampo los nudillos contra su pecho y siento que he acertado en el punto adecuado.

Veo el gesto de sorpresa en los ojos de Haven y luego salto hacia las llamas mientras Damen aparta a Miles de sus garras.

Mi carne se quema, arde, burbujea y se pela. El dolor es horrible y agonizante.

Pero no le presto atención.

Sigo adelante, buscando, cogiendo, registrando.

Estoy concentrada en una única cosa: intentar salvar la camisa. Pero es evidente que ya es demasiado tarde.

Las llamas la han consumido por completo. No queda rastro que atestigüe que existió alguna vez.

Soy vagamente consciente de los gritos frenéticos de Miles y Jude en algún lugar a mi espalda.

Soy vagamente consciente de los brazos de Damen, que me agarran, me sujetan, me calman y me apartan del abrasador infierno que ha empezado a consumir mis ropas, mi pelo y mi carne.

Me estrecha con fuerza contra su pecho y me susurra al oído una y otra vez que no pasa nada. Que encontrará una solución. Que la camisa no importa. Que lo que importa es que Miles y Jude están a salvo, y que todavía nos tenemos el uno al otro.

Me suplica que cierre los ojos, que mire hacia otra parte, que no contemple la horrible imagen de mi antigua mejor amiga estremeciéndose, jadeante, a punto de morir.

Pero no le hago caso.

Dejo que mis ojos se encuentren con los suyos.

Me fijo en su pelo enmarañado, en sus ojos rojos, en sus mejillas hundidas, en su cuerpo demacrado, en su expresión demente y en su voz, llena del odio más absoluto y desgarrador.

—¡Esto es culpa tuya, Ever! ¡Fuiste tú quien me hizo así! Y ahora vas a pagar por esto… Te juro que vas a…

No puedo apartar la mirada, ni siquiera cuando se desmorona, se rompe y queda reducida a polvo.

Capítulo treinta y nueve

—T
uviste que hacerlo. —Damen me mira con un rictus serio en los labios y la frente llena de arrugas—. Hiciste lo correcto. No tenías elección.

—Bueno, siempre hay elección. —Suspiro y lo miro a los ojos—. Pero lo único por lo que me siento mal es por saber en qué se convirtió, por la forma en que utilizó su poder, su inmortalidad. No me siento mal por la decisión que tomé. Sé que hice lo que debía.

Apoyo la cabeza en el hombro de Damen y dejo que me rodee con el brazo. Sé que hice la elección correcta dadas las circunstancias, pero eso no me pone las cosas más fáciles. Sin embargo, no lo digo en voz alta, porque no quiero preocupar más a Damen.

—¿Sabes?, uno de mis profesores de interpretación solía decir que se puede saber mucho acerca de una persona por la forma como se comporta en las situaciones más comprometidas.

Miles todavía tiene el cuello enrojecido y la voz ronca y áspera, pero por suerte empieza a recuperarse.

—Decía que el verdadero carácter —continúa—, se revela por la forma en la que la gente reacciona ante los grandes desafíos de la vida. Y aunque sin duda estoy de acuerdo con eso, también creo que se puede decir lo mismo de la forma en la que la gente utiliza su poder. Detesto tener que decirlo, pero no me sorprende en absoluto cómo reaccionó Haven. Creo que todos sabíamos lo que había en su interior. Estuvimos juntos desde primaria, y hasta donde puedo recordar, siempre tuvo ese lado oscuro. Siempre se dejaba llevar por los celos y las inseguridades y… Bueno, supongo que lo que intento decir es que no fuiste tú quien la hizo así, Ever.

Los ojos rojos y la palidez de su rostro muestran el dolor que le ha provocado haber perdido a su vieja amiga, y que esta quisiera matarlo, pero también el deseo de que yo crea sus palabras.

—Era quien era —asegura—. Y cuando se dio cuenta del poder que tenía, en cuanto comenzó a creer que era invencible… Bueno, fue más ella misma que nunca.

Miro a Miles y asiento en silencio a modo de agradecimiento.

Luego miro disimuladamente a Jude, que está en un rincón revisando el montón de óleos apoyados contra la pared. Está decidido a permanecer en silencio, a no decir nada. Se siente responsable de lo que acaba de ocurrir y se reprende por haber arruinado mis planes una vez más.

Es cierto que desearía que no hubiera hecho lo que hizo, es cierto que todo ha resultado un desastre de proporciones colosales, pero también es cierto que sé que no lo hizo a propósito. A pesar de su tendencia a interferir en mi vida, a interponerse siempre entre lo que más quiero en el mundo y yo, no lo hace a propósito. No es algo intencionado. De hecho, casi parece que hay algo que lo impulsa a hacerlo. Algo que lo dirige.

Es como si Jude estuviera guiado por una fuerza mayor… Aunque no estoy muy segura de lo que eso significa.

—Bueno, ¿qué vamos a hacer con el resto de las cosas? —pregunta Miles, que ya nos ha ayudado a Damen y a mí a recoger los diarios de Roman, o al menos los que hemos podido encontrar.

Lo único que nos faltaba es que alguien encontrara los extravagantes relatos de una persona extravagante sobre su extravagante vida (¡extravagantemente larga!), aunque lo más seguro es que cualquiera que los leyera los tomara por un relato de ficción.

—Las meteremos en cajas y las donaremos —responde Damen, que desliza la mano por mi espalda mientras contempla las antigüedades de distintos períodos que abarrotan la casa. Casi todo lo que estaba en la tienda se encuentra ahora aquí, aunque no tengo ni idea de qué quería hacer Haven con estas cosas—. O podemos organizar una subasta y donar el dinero a la beneficencia. —Se encoge de hombros, aunque parece algo abrumado ante esa posibilidad.

A diferencia de Roman, Damen nunca ha sido dado a acumular cosas. Ha vivido durante siglos utilizando tan solo lo que necesitaba en cada momento, y ha guardado únicamente las cosas que significaban algo para él. Pero, claro, Damen conoce el arte de la manifestación y sabe lo espléndido que puede llegar a ser el universo. Roman en cambio jamás llegó a tener ese don, así que se volvió avaricioso. Nada era suficiente para él. Su filosofía era: apodérate de algo el primero, si no, vendrá otro y te lo arrebatará. Solo estaba dispuesto a deshacerse de algo si eso le acarreaba algún tipo de beneficio.

—Pero claro, si veis algo que queráis, sois libres de quedároslo —añade—. No veo razón para guardar lo demás. A mí no me interesa nada de esto.

—¿Estás seguro de eso? —pregunta Jude, que habla por primera vez desde que ocurrió todo. Desde que maté a mi antigua mejor amiga y la envié a Shadowland—. ¿No te interesa nada? ¿Ni siquiera esto?

Me doy la vuelta (todos lo hacemos) y descubrimos a Jude de pie ante nosotros, con la ceja partida enarcada y los hoyuelos bien marcados. Sujeta un lienzo que muestra el extraordinario retrato al óleo de una hermosa chica pelirroja en medio de un prado interminable cubierto de tulipanes rojos.

Ahogo una exclamación, ya que reconozco de inmediato a esa chica… Soy yo. En mi vida en Amsterdam. Lo que no tengo claro es quién puede ser el artista que lo pintó.

—Es bonito, ¿verdad? —Jude nos mira a todos, aunque sus ojos acaban en mí—. Por si acaso os lo preguntáis, está firmado por Damen. —Señala la firma garabateada en el rincón inferior derecho. Hace un gesto negativo con la cabeza y añade—: Yo era bueno en mi vida anterior, de eso no hay duda. Por lo que he visto en Summerland, Bastiaan de Kool tenía mucho talento… y también tuvo una buena vida. —Esboza una sonrisa—. Pero por más que me hubiese esforzado, nunca podría haberte plasmado como lo hizo Damen. —Encoge los hombros—. Jamás podría haber llegado a dominar esta… técnica.

Me entrega el cuadro del que no he apartado la vista. Me fijo en todo lo que aparece en él: en mí, en los tulipanes… Damen no aparece en la pintura, pero puedo sentir su presencia.

Puedo ver el amor que sentía por mí en todas y cada una de las pinceladas.

—Yo no empaquetaría las cosas tan rápido; habría que echarle un buen vistazo a todo esto —dice Jude—. ¿Quién sabe qué otros tesoros podemos encontrar aquí?

—¿Te refieres a algo como esto? —Miles se pone el batín de seda negra que Roman llevaba la noche de mi décimo séptimo cumpleaños. La noche que estuve a punto de cometer un error colosal… hasta que encontré el coraje y la fuerza necesaria para apartarlo de mí—. ¿Puedo quedármelo? —pregunta mientras se ata el cinturón y empieza a posar como un modelo—. Si alguna vez tengo que hacer una prueba para interpretar a Hugh Hefner, ¡me vendría de perlas!

Siento el impulso de decirle que no.

Siento el impulso de pedirle que se quite eso y lo aparte de mi vista.

Siento el impulso de confesarle que me trae muy malos recuerdos.

Pero entonces recuerdo lo que Damen me dijo una vez sobre los malos recuerdos: que nunca dejan de atormentarte.

Y puesto que me niego a dejar que los míos me atormenten, me limito a respirar hondo y a sonreír.

—¿Sabes?, creo que te queda muy bien. Está claro que deberías quedártelo.

Capítulo cuarenta

—¿C
rees que alguien había hecho esto aquí antes?

Mis rodillas se hunden en la tierra del hoyo que acabo de hacer mientras echo un vistazo a Damen, que está a mi lado. La tierra rica y húmeda resulta un buen amortiguador cuando me inclino hacia delante para colocar en el agujero la caja ribeteada en terciopelo que contiene los restos de Haven (sus joyas y su ropa).

—Summerland es un lugar muy antiguo —dice con una voz tensa llena de preocupación antes de soltar un suspiro—. Estoy seguro de que la mayoría de las cosas se han hecho al menos una vez.

Percibo su inquietud en cuanto me pone la mano en el hombro. Le preocupa que me agobie la decisión que tuve que tomar. Está convencido de que, por dentro, no estoy tan bien como aseguro.

Pero aunque me entristece muchísimo lo que tuve que hacer, no dudo ni me cuestiono nada, ni por un segundo.

Ya no soy esa chica.

Por fin he aprendido a confiar en mí misma, a hacer caso de mi intuición, a seguir mis instintos. Y, por eso, estoy en paz. Era necesario hacer lo que hice, aunque el resultado fuera una nueva alma en Shadowland. Haven era demasiado peligrosa.

Pero eso no quita que quiera rendirle honores.

Eso no significa que no albergue aún alguna esperanza con respecto a ella.

Puesto que yo misma he estado allí hace poco (gracias a ella), sé con exactitud por lo que está pasando. Cae… Flota… Se ve obligada a contemplar los errores de su pasado una y otra vez. Y si yo pude aprender de ello y mejorar, bueno, puede que ella también lo consiga.

Quizá Shadowland solo «parezca» una eternidad en el abismo.

Quizá haya una segunda oportunidad en cierto momento. Una oportunidad para las almas rehabilitadas.

Levanto la tapa de la caja, ya que quiero echar un último vistazo a las botas altas, al ceñidísimo vestido corto, a los collares de joyas (todas ellas azules), a los pendientes largos y al montón de anillos, incluido el de la calavera plateada que llevaba el día que nos conocimos.

En una época en la que ninguna de las dos habría imaginado que nuestra amistad terminaría así.

Luego, justo antes de cerrarla, hago aparecer una magdalena de color rojo terciopelo con virutas rosa. Recuerdo que era su favorita, una de las antiguas adicciones inofensivas que tan alegremente se permitía.

Damen se arrodilla a mi lado y contempla la magdalena con los ojos entrecerrados.

—¿Para qué es eso?

Respiro hondo, lo miro todo por última vez y cierro la tapa. Cojo unos puñados de tierra suelta y dejo que se deslice entre mis dedos antes de caer sobre la caja.

—Un recuerdo de la antigua Haven, la chica que conocí.

Damen titubea y me observa con detenimiento.

—¿Y para quién es ese recordatorio? ¿Para ella o para ti?

Me vuelvo y contemplo su mandíbula, sus pómulos, su nariz y sus labios. Reservo los ojos para el final.

—Para el universo —respondo—. Es una tontería, lo sé, pero espero que este dulce recuerdo haga que el universo se muestre un poco más amable con ella.

Capítulo cuarenta y uno

—¿Q
ué quieres hacer ahora? —pregunta Damen mientras se sacude la tierra de los vaqueros.

Encojo los hombros y miro a nuestro alrededor. Sé que el pabellón está descartado. No sería muy apropiado ir allí después de lo que acaba de suceder. Y la verdad es que no tengo ningunas ganas de volver a casa de Sabine.

Damen ha escuchado lo que pensaba y me mira con expresión interrogante, así que decido confesar.

—Sé que al final tendré que regresar a casa, pero, créeme, cuando lo haga será un infierno.

Sacudo la cabeza mientras dejo que la horrible escena con Sabine pase de mi mente a la suya, incluida la parte en la que manifesté un ramo de narcisos y un BMW delante de las narices de Muñoz. Damen se estremece al verlo.

De pronto se me ocurre una idea, aunque no sé muy bien cómo abordarla. Echo un vistazo a los alrededores.

—Pero quizá… —Hago una pausa. Sé que a él no va a gustarle, pero estoy decidida a proponerlo de todos modos—. Bueno, es solo una idea, pero ¿qué te parecería ir a visitar de nuevo el lado oscuro?

Damen me responde con una expresión que dice a las claras «¿Estás loca?». Y, sí, puede que lo esté. Pero también tengo una teoría, y estoy impaciente por comprobar si me equivoco.

—Yo solo… Hay algo que quiero ver —le digo, consciente de que aún no lo he convencido, ni de lejos.

—A ver si lo he entendido bien. —Se pasa los dedos por el pelo—. Quieres que hagamos una visita a esa parte espeluznante de Summerland donde no existen la magia ni el poder de manifestación. Donde no hay nada más que una llovizna incesante, un puñado de vegetación raquítica y kilómetros y kilómetros de ciénagas que actúan como arenas movedizas. Ah, y también una vieja escalofriante que sin duda se ha vuelto loca y que, mira por dónde, está obsesionada contigo. ¿Es eso lo que me has propuesto?

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