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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Desafío (28 page)

No puedo evitar preguntarme quién ha tomado esta decisión; quién ha decidido cerrar la tienda para siempre. Y también a quién pudo dejar Roman al cargo.

Aunque, puesto que era inmortal y todo eso, dudo mucho que alguna vez se planteara hacer un testamento.

Echo un vistazo rápido por los alrededores para asegurarme de que nadie nos presta atención y luego cierro los ojos para abrir la puerta con la mente. He descartado mi plan original de esperar hasta la noche, ya que tal y como están las cosas, para entonces el lugar podría estar vacío. Es mejor atacar ahora que aún podemos hacerlo.

—Cada vez te sientes más cómoda con esto del allanamiento —me susurra Damen al oído mientras me sigue al interior—. ¿Debería preocuparme?

Me echo a reír. Y la risotada resuena en la amplia estancia de techo alto. Le hago una señal a Damen para que cierre la puerta después de entrar y me dedico a contemplar el lugar con los brazos en jarras. Cierro los ojos y utilizo todos mis sentidos para intentar percibir algo en la sala, para encontrar un sitio donde pudiera estar escondida una camisa manchada. Damen se sitúa a mi lado y hace lo mismo.

No percibimos nada, así que decidimos empezar por el lugar donde estamos. Buscamos en el interior de los armarios antiguos, en las viejas cómodas. Lo registramos todo con rapidez, metódicamente, pero no encontramos lo que necesitamos. Damen se dirige hacia la parte trasera, el lugar que Roman solía utilizar como oficina, y una vez dentro, me llama para que vaya allí.

El lugar está hecho un desastre. Un absoluto desastre. Como arrasado por un huracán. Como una falla recién creada. Me recuerda el aspecto que tenía la tienda de Jude el día que Haven nos dio por muertos… y lo tomo como prueba de que ella es la causante de esto.

Nos abrimos paso entre los montones de papeles esparcidos por el suelo. Damen camina con cuidado, con delicadeza, pero yo no soy tan elegante y me resbalo unas cuantas veces, aunque él me atrapa y evita que me dé un trompazo.

Esquivo una silla tirada en el suelo, rodeo un grupo de horribles cojines verdes de cachemir pertenecientes al pequeño sofá del rincón y me detengo un instante para permitir que Damen quite de en medio un archivador vacío antes de continuar hasta el escritorio, que tiene un aspecto casi tan catastrófico como el suelo. Está cubierto de papeles, tazas, libros y escombros, tan saturado que apenas se ve la elegante madera que hay por debajo. Registramos hasta el último cajón, hasta el último recoveco, hasta que estamos seguros de que no está aquí. Hasta que tenemos la certeza de que no la han escondido en ningún sitio.

Damen permanece a mi lado, y su expresión es más de determinación que de desaliento, ya que en realidad nunca llegó a creer que fuera tan fácil encontrarla. Hace ademán de marcharse, pero yo todavía no estoy lista para hacerlo. No puedo dejar de mirar la pequeña nevera de vinos que hay en el rincón. El enchufe está desconectado y la puerta no solo está abierta, sino que cuelga precariamente de una de las bisagras.

Una nevera pequeña e insignificante que no tiene nada de especial, salvo por el hecho de que estoy segura de que en su día estaba llena de elixir. No tengo ni la menor idea de quién puede haberla vaciado.

¿Fueron Misa y Marco, a quienes vi por última vez saltando una cerca con una bolsa de lona llena de líquido robado?

¿O fue Haven, quien, por lo que he visto, parece tener un serio problema de adicción al elixir?

Y lo más significativo: ¿tiene eso alguna importancia, teniendo en cuenta que mi único objetivo es recuperar la camisa?

Damen me da un suave codazo para indicarme que está listo para marcharse. Y puesto que en realidad no hay ninguna razón para quedarse, puesto que no podemos conseguir nada aquí, echo un último vistazo a mi alrededor para asegurarme de que no he pasado nada por alto y luego lo sigo hasta la puerta.

Salimos tan rápida y disimuladamente como entramos.

No estamos más cerca de conseguir lo que necesitamos, pero al menos tenemos la seguridad de que estamos en el buen camino, de que hemos hecho una especie de progreso.

El mundo de Haven no solo muestra evidencias de deterioro… también empieza a derrumbarse. Y ahora solo es cuestión de tiempo que busque ayuda o que acabe por autodestruirse.

Ocurra lo que ocurra, pienso estar presente.

Capítulo treinta y cuatro

P
uesto que la tienda ha resultado ser un completo fiasco, dejo a Damen en su casa para que pueda ayudar a Miles con los ensayos y decido irme a la mía para poder pensar las cosas y, con un poco de suerte, elaborar un nuevo plan de ataque. Estoy más decidida que nunca a encontrar esa camisa, sobre todo ahora que Damen y yo hemos vuelto de nuevo a la carga.

Meto el coche en el garaje y suelto un suspiro de alivio al ver que está vacío. El sitio libre de Sabine indica que o bien sigue en el trabajo, o bien ha salido con Muñoz. Cualquiera de las dos cosas promete una casa vacía, lo que significa unas cuantas horas de calma, tranquilidad y silencio sin tensiones, que es justo lo que necesito antes de volverme a ir.

Acabo de salir por la puerta lateral y estoy a punto de empezar a subir las escaleras hacia mi habitación cuando lo noto.

Un frío estallido de energía.

El efecto es tan gélido y doloroso que solo puede significar una cosa.

No estoy tan sola como pensaba. Ni de lejos.

Me doy la vuelta y descubro, sin el menor rastro de sorpresa, que Haven se encuentra detrás de mí. Su cuerpo se sacude con movimientos nerviosos, y su rostro, que antes era bonito, ha quedado reducido a una pálida mezcla de pómulos hundidos, una nariz angulosa, labios arrugados y finos, y unos ojos apagados ribeteados de rojo. Parece la fotografía de la víctima de un crimen.

Sus labios se retuercen en una mueca horripilante, que la transforma al instante en una criatura aún más espeluznante que hace un momento.

—¿Dónde está, Ever? —me pregunta con el ceño fruncido.

Y de repente sé con exactitud quién ha saqueado la nevera de la tienda.

Misa y Marco se colaron en su casa para robarle el elixir… Y ahora tiene sentido.

Roman no les pasó la receta, y sin ella el suministro de los renegados se agota. Solo es cuestión de tiempo que sus poderes empiecen a mermar, que su juventud y su belleza desaparezcan.

Soy la única esperanza que tiene Haven para mantener sus nuevos poderes.

Su nueva vida.

Aun así, no estoy dispuesta a ponérselo fácil. No cuando esto podría ser la solución que buscaba.

Ella quiere algo que yo tengo… y yo quiero algo que tiene ella. Las circunstancias son más que propicias para establecer un trato.

Solo tengo que planteárselo con delicadeza, con mucho cuidado. No puedo permitirme que conozca la verdadera importancia de la camisa, si es que no lo sabe ya.

Me encojo de hombros con indiferencia.

—No sé de qué hablas —le digo.

Sonrío y me quedo callada un momento con la esperanza de poder interpretar mejor su energía mientras ideo un plan.

Pero ella no está dispuesta a seguirme el juego. Tiene demasiada prisa. Se marchita con rapidez. Apenas se tiene en pie, y no quiere malgastar el tiempo con jueguecitos.

—Deja de fastidiar y ¡dámelo de una vez! —Pone los ojos en blanco y susurra algo entre dientes. Sacude la cabeza de tal modo que pierde el equilibrio y se ve obligada a agarrarse al pasamanos para no caerse.

La miro con los ojos entrecerrados y me tomo un momento para estudiarla. Parece nerviosa, agitada, tan rabiosa y desequilibrada que apenas puede sostenerse. No puede mantenerse en pie sin algún tipo de apoyo. Me concentro en su plexo solar y lo veo como una especie de diana situada en el centro de su torso. Estoy preparada para golpearla en caso de necesidad, aunque espero que no sea preciso llegar a eso.

Intento sintonizar con su energía, colarme en su cabeza e intentar averiguar cómo se encuentra, hasta dónde está dispuesta a llegar para conseguir lo que quiere. Pero es inútil.

No solo me ha cerrado las puertas a mí. Le ha cerrado las puertas a todo lo que la rodea.

Su sitio ya no está en ninguna parte ni con nadie.

Es como una especie de Shadowland ambulante.

A oscuras.

Sola.

Atrapada en un pasado que se empeña en vengar, aunque la realidad no tiene nada que ver con la versión que ella ha decidido creer.

—¡El elixir, Ever! ¡Dame el puñetero elixir de una vez! —Su voz suena temblorosa, estridente, más ronca que nunca. Y eso revela hasta qué punto llega su desesperación—. Ya he buscado en todas las neveras: en la de la cocina, en la de la barbacoa que hay fuera, en la de la sala de la colada. Estaba a punto de buscar en tu habitación cuando llegaste y me fastidiaste. Así que supongo que como estás aquí, podría pedírtelo de manera educada… ya que antes éramos amigas y todo ese rollo. Venga, Ever, por los viejos tiempos, por nuestra antigua amistad, ¡dame el puto elixir que me robaste!

—¿Te parece que eso es pedirlo de manera educada? —Alzo una ceja y veo que ella pone los ojos en blanco.

Mira el espacio que me separa del pasamanos como si planeara escabullirse por ahí, así que me aferro a él para bloquearle el paso.

Murmura algo por lo bajo y se aferra a la barandilla con tanta fuerza que se le ponen los nudillos blancos. Me mira con unos ojos tan rojos que casi parecen sangrar a causa del esfuerzo. Es evidente que está a punto de estallar.

—¡Dámelo de una vez! —grita una vez más.

Respiro hondo y me concentro para rodearla con un torrente de energía tranquilizadora. Espero que eso sirva para calmarla, para quitarle parte de la furia, para disipar su cólera. Lo último que necesito es que estalle, que sufra una especie de arrebato destructivo. Aunque ya no supone una amenaza para mí, todavía lo es para la gente que la rodea, y no puedo permitir que la cosa llegue a ese punto.

Sin embargo, cuando veo que mis burbujas de paz no consiguen penetrar su coraza, que rebotan en ella igual que la última vez que lo intenté, decido darle lo que necesita. Un par de tragos de elixir no le vendrán mal, y es posible que consigan calmar un poco a la bestia.

Me doy la vuelta con mucho cuidado, muy despacio, para no asustarla de ningún modo, y empiezo a subir las escaleras. Le hago un gesto para que me siga.

—No me importa compartirlo contigo, Haven —le digo mirándola por encima del hombro—. Tengo más que suficiente, así que no te preocupes por eso. Pero siento curiosidad… —Me detengo en el rellano y me doy la vuelta para mirarla a la cara—. ¿Por qué necesitas mi elixir? ¿Qué ha pasado con el tuyo?

—Se me ha acabado. —Encoge los hombros y me fulmina con la mirada antes de añadir—: Se me ha acabado porque tú me robaste un montón, y ahora pienso recuperarlo.

Sonríe. La promesa de un trago parece haberla tranquilizado un poquito, pero sus palabras me provocan un escalofrío. No tengo ni la menor idea de cuánto elixir guardaba Roman a mano, pero si se parecía en algo a Damen, debía de ser mucho; al menos, lo suficiente para un año. Puesto que necesita fermentar bajo las fases lunares adecuadas, no se puede fabricar de un día para otro. Y el hecho de que Misa y Marco solo consiguieran llevarse una bolsa significa que Haven ha dado cuenta del resto. Que se lo haya bebido todo en tan corto intervalo de tiempo no solo resulta alarmante, también explica el estado en el que se encuentra.

Me encamino a mi habitación, hacia la mininevera que hay justo detrás de la barra del bar.

—Yo no te robé tu elixir —le digo mientras cojo una botella—. Ni me interesa ni lo necesito.

Haven está de pie delante de mí, y le tiemblan las manos de furia.

—¡Menuda embustera! ¿Crees que soy estúpida? ¿Cómo si no has podido sobrevivir? Lo sé todo sobre los chakras. Roman me lo contó, ¡y fue Damen quien se lo contó a él! Se lo dijo cuando Roman lo controlaba, cuando lo convenció para que le contara toda clase de secretos. Te golpeé en tu punto débil, y tú lo sabes. Te golpeé antes y después de que cayeras. Incluso te di un último puñetazo para asegurarme antes de darte por muerta. ¡Debería haberte matado! ¡Creí que te había matado! Estaba segura de que la única razón por la que no te convertiste en un montón de polvo era que no eras tan vieja como el resto de ellos. Pero ahora conozco la verdadera razón por la que aún estás aquí…

Yo sí que sé cuál es esa razón: que presencié todas mis vidas con mis propios ojos. Que descubrí la verdad. Y gracias a eso, tomé la decisión adecuada, la única decisión posible, lo que me permitió eliminar la debilidad del chakra. Ni más ni menos. Aun así, me interesa mucho saber qué opina ella.

—Bebiste el elixir de Roman. —Sacude la cabeza, haciendo que las piedras azules de sus pendientes tintineen un poco—. Es mucho más poderoso que el tuyo, como bien sabes, y por eso lo bebiste. ¡Es lo único que puede haberte salvado!

Encojo los hombros mientras contemplo nuestro reflejo en el espejo de la pared del fondo. Somos muy diferentes. Su oscuridad frente a mi luz. El contraste es tan marcado que me deja sin aliento. Aparto la mirada con rapidez, decidida a no darle demasiada importancia a su patético aspecto. No puedo permitirme sentir compasión, no cuando puede que me vea obligada a matarla en algún momento.

—Si eso es cierto —digo, con la mirada clavada en su rostro—, ¿cómo es posible que no te haya salvado a ti? ¿Cómo es posible que no salvara a Roman?

Pero Haven ha dado la charla por terminada. Está decidida a conseguir lo que ha venido a buscar.

—Dame el elixir. —Da un paso lento y vacilante en mi dirección—. Dame el elixir y nadie saldrá herido.

—Creí que ya habíamos aclarado eso. —Oculto la botella a mi espalda, lejos de su alcance—. Ya no puedes hacerme daño, ¿recuerdas? Hagas lo que hagas y por mucho que te esfuerces, no podrás vencerme, Haven. Así que quizá, en lugar de amenazarme, deberías pensar en un nuevo enfoque e intentar apelar a mis buenas intenciones.

Pero ella se limita a sonreír, lo que hace que su rostro se ensanche y se estire de una forma tan cadavérica que solo consigue que sus ojos parezcan más hundidos.

—Tal vez no pueda hacerte daño, pero créeme, Ever, todavía puedo causar estragos entre la gente que te rodea y a la que quieres. Y por más rápida que seas, no puedes estar en todos los lugares a la vez. No puedes salvar a todo el mundo.

Y es entonces cuando lo intenta… Aprovecha la estupefacción momentánea que me han causado sus palabras para abalanzarse en busca del elixir que sujeto en la mano.

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