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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (22 page)

—Porque si de veras fueras a ordenar mi ejecución, no me avisarías antes.

Una sonrisa cruzó el rostro fofo del barón.

—Quizá no eres tan idiota, al fin y al cabo.

Rabban aceptó el cumplido y se dejó caer sobre un perrosilla, y se retorció hasta que el animal se acomodó a su forma. De Vries continuó de pie, observando, esperando.

El barón repitió los detalles de la enfermedad que Mohiam le había transmitido, y de su necesidad de vengarse de la Bene Gesserit.

—Hemos de encontrar una forma de desquitarnos de ellas. Quiero un plan, un delicioso plan que les devuelva… el favor que nos hicieron.

De Vries estaba de pie, con sus afeminadas facciones relajadas, los ojos desenfocados. En programa Mentat, pasó búsquedas de pautas por su mente a hipervelocidad. Su lengua sobresalía entre los labios manchados de rojo.

Rabban pateó al perrosilla con el talón para que se adaptara a otra postura.

—¿Por qué no un ataque militar a toda escala contra Wallach IX? Podemos destruir todos los edificios del planeta.

De Vries se removió y por una fracción de segundo dio la impresión de que miraba a Rabban, pero fue tan rápido que el barón no estuvo seguro. No podía soportar la idea de que los primitivos pensamientos de su sobrino contaminaran los delicados procesos mentales de su valioso Mentat.

—¿Como un toro salusano en medio de una fiesta, quieres decir? —dijo el barón—. No; necesitamos algo más sutil. Mira la definición en un diccionario si el concepto te resulta desconocido.

En lugar de ofenderse, Rabban se inclinó y entornó los ojos.

—Tenemos… la no-nave.

El barón se volvió a mirarle, sorprendido. Justo cuando pensaba que aquel zoquete era demasiado corto hasta para ingresar en la Guardia de la Casa, Rabban le sorprendía con una perspicacia inesperada.

Sólo se habían atrevido a utilizar la nave invisible experimental una vez, para destruir naves tleilaxu y acusar al inexperto duque Atreides. Como Rabban había matado al excéntrico inventor richesiano, no podían copiar la tecnología. Aun así, era un arma cuya existencia nadie sospechaba, ni siquiera las brujas.

—Tal vez… a menos que Piter tenga una idea diferente.

—En efecto, mi barón. —Los párpados de De Vries temblaron, y sus ojos se concentraron—. Resumen Mentat —dijo, con una voz algo más ampulosa de lo normal—. He descubierto una laguna útil en la Ley del Imperio. Algo de lo más intrigante, mi barón.

La citó palabra por palabra, como un teclegal, y después recomendó un plan.

Por un momento todos los dolores y sufrimientos corporales del barón desaparecieron debido a la euforia. Se volvió hacia su sobrino.

—¿Comprendes ahora el potencial, Rabban? Preferiría ser famoso por la sutileza que por la fuerza bruta.

Rabban asintió de mala gana.

—Aun así, creo que deberíamos llevarnos la no-nave. Por si acaso.

Él en persona había pilotado la nave invisible y lanzado el ataque que habría debido desencadenar una guerra total entre los Atreides y los tleilaxu.

Como no quería que el Mentat se diera demasiado pisto, el barón aceptó.

—Nunca está de más tener un plan de repuesto.

Los preparativos fueron rápidos y minuciosos. El capitán Kryubi insistió en que sus hombres siguieran al pie de la letra las instrucciones de Piter de Vries. Rabban se paseaba por los hangares y barracones como un señor de la guerra, y conseguía mantener un nivel de tensión apropiado entre las tropas.

Ya se había solicitado un transporte de la Cofradía, mientras una fragata Harkonnen había sido desmantelada y cargada con más hombres y armas de los normales, junto con la nave ultrasecreta que sólo se había utilizado en una ocasión, una década antes.

Desde un punto de vista militar, la tecnología de la invisibilidad proporcionaba una ventaja sin parangón en la historia documentada. En teoría, permitía que los Harkonnen asestaran golpes mortales a sus enemigos sin que pudieran detectarles. Era inimaginable lo que el vizconde Moritani de Grumman pagaría por algo así.

La nave invisible había funcionado bien en su primer viaje, pero los planes futuros se habían aplazado, mientras los técnicos reparaban fallos mecánicos detectados con posterioridad. Si bien la mayoría de problemas eran de escasa importancia, otros (los relacionados con el generador de no campo en sí) se resistían a los investigadores. Y el inventor richesiano ya no estaba vivo para ofrecer su ayuda. De todos modos, la nave había funcionado bien en pruebas recientes, aunque los mecánicos de voz temblorosa advertían de que tal vez no estaba preparada del todo para entrar en combate.

Uno de los obreros más lentos tuvo que ser aplastado lentamente en una prensa de vapor para animar a sus compañeros a cumplir los plazos. El barón tenía prisa.

La fragata cargada hasta los topes entró en la órbita geoestacionaria de Wallach IX, justo encima del complejo de la Escuela Materna. El barón, de pie en el puente de la fragata con Piter de Vries y Glossu Rabban, no transmitió la menor señal al cuartel general de la Bene Gesserit. No hacía falta.

—Anunciad vuestras intenciones —dijo una voz femenina por el sistema de comunicaciones, seria y desabrida. ¿Había detectado el barón un ápice de sorpresa?

—Su Excelencia el barón Vladimir Harkonnen, de Giedi Prime, desea hablar con vuestra madre superiora por un canal privado —respondió en tono formal De Vries.

—No es posible. No se han establecido contactos previos.

El barón se inclinó y tronó en el sistema de comunicación.

—Tenéis cinco minutos para establecer una conexión confidencial con vuestra madre superiora, o me comunicaré por una línea abierta. Podría resultar un poco… er, embarazoso.

Esta vez la pausa fue más larga. Momentos antes de que se cortara la comunicación, una voz diferente, más rasposa, sonó en el altavoz.

—Soy la madre superiora Harishka. Estamos hablando por mi línea de comunicación personal.

—Bien, pues escuchad con atención.

El barón sonrió.

De Vries recitó el caso.

—Los artículos de la Gran Convención son muy explícitos en lo tocante a delitos graves, madre superiora. Estas leyes fueron establecidas después de los horrores cometidos por máquinas pensantes contra la humanidad. Uno de los delitos más penados es el uso de armas atómicas contra seres humanos. Otro es la agresión mediante armas químicas.

—Sí, sí. No soy una experta en historia militar, pero puedo encontrar a alguien que cite las frases exactas, si así lo deseáis. ¿Acaso vuestro Mentat no se ocupa de esos detalles burocráticos, barón? No entiendo qué tiene que ver esto con nosotras. ¿Querríais contarme también un cuento para ir a dormir?

Su sarcasmo sólo podía significar que había empezado a ponerse nerviosa.

—«Las formas han de obedecerse» —citó el barón—. «El castigo por la violación de estas leyes es la aniquilación inmediata de los perpetradores a manos del Landsraad. Todas las Grandes Casas han jurado contribuir con una fuerza combinada contra la parte infractora». —Hizo una pausa, y su tono se hizo más amenazador—. Las formas no han sido obedecidas, ¿verdad, madre superiora?

De Vries y Rabban intercambiaron una mirada, sonrientes.

El barón continuó.

—La Casa Harkonnen está dispuesta a presentar una queja formal ante el emperador y el Landsraad, acusando a la Bene Gesserit de uso ilegal de armas biológicas contra una Gran Casa.

—No decís más que tonterías. La Bene Gesserit no aspira al poder militar. —Su tono era de auténtica perplejidad. ¿Era posible que no lo supiera?

—Sabed esto, madre superiora: poseemos pruebas incontrovertibles de que vuestra reverenda madre Gaius Helen Mohiam me transmitió a propósito una enfermedad biológica, mientras yo estaba rindiendo un servicio solicitado por la Hermandad. Preguntadlo vos mismo a esa puta, por si vuestras inferiores os han ocultado dicha información.

El barón no mencionó que la Hermandad le había chantajeado con información sobre actividades ilegales de almacenaje de especia. Estaba preparado para afrontar el problema si se suscitaba de nuevo, pues todos sus depósitos de melange habían sido trasladados a remotas regiones de los planetas Harkonnen, donde nunca serían descubiertos.

El barón se reclinó en su asiento, satisfecho, mientras escuchaba el profundo silencio. Imaginó la cara de horror de la madre superiora. Hincó un poco más el cuchillo.

—Si dudáis de nuestra interpretación, leed el texto de la Gran Convención una vez más, y ved si queréis correr riesgos en el tribunal del Landsraad. Tampoco olvidéis que el instrumento de vuestro ataque, la reverenda madre Mohiam, me fue entregada en una nave de la Cofradía. Cuando la Cofradía se entere, no le hará ninguna gracia. —Repiqueteó con los dedos sobre la consola—. Aunque vuestra Hermandad no sea destruida, recibiréis severas sanciones por parte del Imperio, fuertes multas, tal vez incluso la proscripción.

Por fin, con una voz que casi conseguía disimular el efecto que le habían causado las amenazas, Harishka dijo:

—Exageráis vuestras afirmaciones, barón, pero deseo ser receptiva. ¿Qué queréis de nosotras?

El barón pudo sentir su estremecimiento.

—Bajaré en una lanzadera a la superficie y me entrevistaré en privado con vos. Enviad un piloto para que nos guíe a través de vuestros sistemas defensivos planetarios.

No se molestó en comentar que había tomado medidas para transmitir las pruebas y acusaciones directamente a Kaitain, en caso de que algo les sucediera durante este viaje. La madre superiora ya lo sabría.

—Por supuesto, barón, pero no tardaréis en daros cuenta de que todo esto no es más que un terrible malentendido.

—Que Mohiam acuda a la entrevista. Y estad preparada para suministrarme un tratamiento y curación eficaces… de lo contrario, ni vos ni vuestra Hermandad tenéis la menor esperanza de sobrevivir a esta debacle.

La anciana madre superiora no pareció muy impresionada.

—¿De cuánta gente se compone vuestro séquito?

—Dile que traemos todo un ejército —susurró Rabban a su tío.

El barón le apartó a un lado.

—Yo y seis hombres.

—Aceptamos vuestra solicitud de entrevista.

—¿Puedo ir, tío? —preguntó Rabban, cuando la comunicación se cortó.

—¿Recuerdas lo que te dije acerca de la sutileza?

—Busqué la palabra y todas sus definiciones, tal como me ordenaste.

—Quédate aquí y medita al respecto, mientras conferencio con la jefa de las brujas. Rabban se alejó, irritado.

Una hora después, un transbordador de la Bene Gesserit se acopló a la fragata Harkonnen. Una joven de cara estrecha y pelo castaño ondulado salió a la entrada. Llevaba un vistoso uniforme negro.

—Soy la hermana Cristane. Os guiaré hasta la superficie. —Sus ojos centellearon—. La madre superiora os aguarda.

El barón avanzó con seis soldados armados que había elegido personalmente. Piter de Vries habló en voz baja, para que la bruja no pudiera oírle.

—Nunca subestiméis a la Bene Gesserit, barón.

El barón gruñó y subió al transbordador.

—No te preocupes, Piter. Ahora las tengo a mi merced.

24

La religión es la emulación del adulto por el niño. La religión es el enquistamiento de las creencias pasadas: la mitología, que son conjeturas, las suposiciones secretas de confianza en el universo, esos manifiestos que los hombres han hecho en pos del poder personal…, todo mezclado con retazos de clarividencia. Y siempre, el mandamiento definitivo no verbalizado es «¡No harás preguntas!». De todos modos, las hacemos. Quebrantamos ese mandamiento sin pensarlo dos veces. El trabajo que nos hemos propuesto es la liberación de la imaginación, la supeditación de la imaginación al sentido de la creatividad más profundo de la humanidad.

Credo de la Hermandad Bene Gesserit

Lady Margot Fenring, una hermosa dama confinada en un mundo desértico, no se quejaba del clima riguroso, el calor extremo ni la falta de diversiones en la polvorienta ciudad fortificada. Arrakeen estaba emplazada sobre unas salinas, y el inhóspito desierto se extendía hacia el sur y las principales elevaciones, incluyendo la mellada Muralla Escudo, que se alzaba hacia el noroeste. Como se hallaba unos kilómetros más allá de la incierta frontera de los gusanos, la población nunca había sido atacada por uno de los gigantescos gusanos de arena, pero la posibilidad todavía constituía un tema de preocupación ocasional. ¿Y si algo cambiaba? La vida en el planeta desierto nunca era segura por completo.

Margot pensó en las hermanas que habían desaparecido en el planeta cuando trabajaban para la Missionaria Protectiva. Se habían adentrado en el desierto, mucho tiempo atrás, siguiendo las órdenes de la madre superiora, y nadie había vuelto a verlas.

Arrakeen estaba inmerso en los ritmos del desierto. La aridez y la importancia extrema concedida al agua, las feroces tormentas que soplaban como huracanes sobre un inmenso mar, las leyendas de peligros y supervivencia. En este lugar, Margot sentía una gran serenidad y espiritualidad. Era un paraíso en el que podía reflexionar sobre la naturaleza, la filosofía y la religión, lejos del estéril bullicio de la corte imperial. Tenía tiempo para hacer cosas, tiempo para descubrirse.

¿Qué habían descubierto aquellas mujeres desaparecidas?

Se encontraba de pie en un balcón del segundo piso de la residencia, bajo el resplandor limón de la aurora. Una pantalla de polvillo filtraba el sol naciente y dotaba al paisaje de un nuevo aspecto, dejaba profundas sombras en los lugares donde los animales se ocultaban. Vio que un halcón del desierto volaba hacia el horizonte bañado por el sol, batía sus alas con lentitud. El amanecer era como un óleo pintado por uno de los grandes maestros, un aluvión de colores pastel que definía los tejados de la ciudad y la Muralla Escudo.

En la lejanía, en incontables sietches ocultos en la desolación rocosa, habitaban los escurridizos fremen. Tenían las respuestas que ella necesitaba, la información esencial que la madre superiora Harishka le había encargado averiguar. ¿Hacían caso los nómadas del desierto de las enseñanzas de la Missionaria Protectiva, o se habían limitado a matar a las mensajeras y robar su agua?

Detrás de ella, el invernadero recién terminado había sido cerrado herméticamente con una esclusa neumática que sólo se abría para ella. El conde Fenring, todavía dormido en su habitación, la había ayudado a conseguir algunas de las plantas más exóticas del Imperio. Pero sólo ella podía gozar del espectáculo que proporcionaban.

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