Dune. La casa Harkonnen (25 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Fenring descendió. Se había ataviado para la recepción con una levita negra y sombrero de copa, faja púrpura y dorada, y los chillones distintivos de su mando, Como el emperador admiraba los adornos suntuosos, al conde le divertía seguirle la corriente.

Se quitó el sombrero, hizo una reverencia y después la miró con sus grandes y brillantes ojos.

—Mi señora Anirul, es un placer veros, ¿ummm?

—Conde Fenring —dijo la mujer con una breve inclinación de cabeza y una sonrisa radiante—. Bienvenido de nuevo a Kaitain.

Sin más palabras ni disimulos de cortesía, Fenring se encasquetó el sombrero en su cabeza deforme y echó a andar, pues iba a ser recibido en audiencia por el Emperador. Ella le siguió a distancia, flanqueada por otros miembros presuntuosos de la corte.

El acceso de Fenring a Shaddam era directo, y Anirul era consciente de que le importaba muy poco que ella le detestara. Tampoco se preguntaba por qué se había formado tal opinión. Desconocía su lugar fallido en el plan de reproducción, así como el potencial que había perdido.

En connivencia con la hermana Margot Rashino-Zea, con la que más tarde se había casado, Fenring había colaborado en arreglar el matrimonio de Shaddam con una Bene Gesserit de Rango Oculto, la propia lady Anirul. En aquella época, el nuevo Emperador había necesitado procurarse una sutil pero poderosa alianza durante la insegura transición posterior a la muerte de Elrood.

Shaddam no era consciente de su precaria posición, ni siquiera ahora. El estallido de cólera con Grumman sólo era una manifestación del desasosiego que imperaba a lo largo y ancho del reino, al igual que los constantes gestos de desafío, vandalismo y desfiguración de los monumentos dedicados a los Corrino. El pueblo ya no le temía ni respetaba.

Preocupaba a Anirul que el emperador pensara que ya no necesitaba la influencia de la Bene Gesserit, y en raras ocasiones consultaba a la anciana Decidora de Verdad, la reverenda madre Lobia. Además, cada vez estaba más irritado con Anirul por no dar a luz hijos varones, ignorante de que ella obedecía las órdenes secretas de la Hermandad.

Los imperios se alzan y caen
, pensó Anirul,
pero la Bene Gesserit permanece.

Mientras seguía a Fenring, vio que andaba con paso atlético hacia el salón del trono de su marido. Ni Shaddam ni Fenring comprendían todas las sutilezas y actividades que ocurrían entre bastidores, las cuales cohesionaban el Imperio. La Bene Gesserit destacaba en la parcela de la historia, donde el brillo y la pompa de las ceremonias carecían de importancia. Comparados con la madre Kwisatz Anirul, tanto el emperador Padishah como Hasimir Fenring eran meros aficionados, y ni siquiera lo sabían.

Sonrió para sus adentros y compartió su diversión con las hermanas congregadas en la Otra Memoria, sus compañeras constantes de miles de vidas pasadas. El milenario programa de reproducción culminaría pronto con el nacimiento de un Bene Gesserit varón de poderes extraordinarios. Ocurriría dentro de dos generaciones… si todos los planes daban fruto.

En Kaitain, mientras representaba su papel de devota esposa del Emperador, Anirul tiraba de los hilos y controlaba todos los esfuerzos. Daba órdenes a Mohiam en Wallach IX, la cual trabajaba con su hija secreta, engendrada con el barón Harkonnen. Vigilaba a las demás Hermanas mientras tejían planes y planes para poner en contacto a Jessica con la Casa Atreides.

Fenring se movía con aire confiado, pues se orientaba en el palacio imperial, del tamaño de una ciudad, mejor que cualquier hombre, mejor aún que el propio emperador Shaddam. Cruzó una magnífica entrada de losas incrustadas de joyas y entró en la Cámara de Audiencias imperial. La inmensa sala albergaba algunos de los tesoros artísticos, de valor incalculable, procedentes de un millón de planetas, pero ya los había visto todos. Sin mirar atrás, lanzó su sombrero a un lacayo y continuó hacia el trono. Un paseo largo.

Anirul se acurrucó junto a una de las gruesas columnas de sostén. Los cortesanos revoloteaban con porte vanidoso, entraban en gabinetes de conversación privados. Rodeó estatuas de valor incalculable mientras se dirigía hacia un gabinete que gozaba de una acústica excelente, y que solía utilizar para escuchar sin que la vieran.

El emperador Padishah Shaddam IV, octogésimo primer Corrino que gobernaba el Imperio, estaba sentado en el Trono del León Dorado, de un tono verdeazulado y traslúcido. Llevaba capas de vestimentas militares, cargadas de medallas, insignias y cintas. Abrumado por los adornos del rango, apenas podía moverse.

Su marchita Decidora de Verdad, Lobia, estaba en un gabinete situado a un lado del trono de cristal. Lobia era la tercera pata del trípode asesor de Shaddam, que incluía al erudito chambelán de la corte, Ridondo, y a Hasimir Fenring (si bien, desde la publicitada deportación del conde, el emperador raras veces le consultaba en público).

Shaddam se negó a reparar en la presencia de su esposa. Las quince hermanas Bene Gesserit residentes en el palacio eran como sombras silenciosas entre las habitaciones. Como él quería. Su lealtad a Shaddam era incuestionable, sobre todo después de su matrimonio con Anirul. Algunas eran damas de compañía, y otras cuidaban de las hijas reales, Irulan, Chalice y Wensicia, de las que un día serían profesoras.

El Observador Imperial, tan parecido a un hurón, siguió un río de alfombra roja, y después subió los anchos y bajos peldaños del estrado hasta la base del trono. Shaddam se inclinó cuando Fenring se detuvo, hizo una profunda reverencia y le miró con una sonrisa.

Ni siquiera Anirul sabía por qué el conde había venido con tantas prisas desde Arrakis.

Pero el emperador no parecía complacido.

—Por ser mi servidor, Hasimir, espero que me mantengas informado de los acontecimientos que tienen lugar en tus dominios. Tu último informe es incompleto.

—Ummm, me disculpo si Vuestra Alteza considera que he omitido algo importante. —Fenring hablaba con rapidez, mientras su mente repasaba las posibilidades e intentaba adivinar el motivo de la ira de Shaddam—. No deseo importunaros con trivialidades de las que yo me ocupo mejor. —Sus ojos se movieron de un lado a otro, calculadores—. Ah, ¿qué os preocupa, señor?

—Me he enterado de que los Harkonnen están sufriendo onerosas pérdidas de hombres y equipo en Arrakis por culpa de actividades guerrilleras. La producción de especia ha empezado a caer de nuevo, y he sido molestado con numerosas quejas de la Cofradía Espacial. ¿Cuánto de esto es cierto?

—Ummm, mi emperador, los Harkonnen lloriquean en exceso. Tal vez se trate de una añagaza para subir el precio de la melange en el mercado libre, o para justificar una solicitud de aranceles aduaneros imperiales más bajos. ¿Cómo lo ha explicado el barón?

—No pude preguntárselo —dijo Shaddam, accionando su trampa—. Según los informes de un Crucero que acaba de llegar, ha ido a Wallach IX con una fragata armada hasta los dientes. ¿Qué está pasando?

Alarmado, Fenring enarcó las cejas y se frotó su larga nariz.

—¿La Escuela Materna de la Bene Gesserit? Yo, ummm, no lo sabía, de verdad. El barón no parece de los que consultan con la Hermandad.

Anirul, igualmente estupefacta, se inclinó hacia adelante en su puesto de escucha. ¿Para qué habría ido el barón Harkonnen a Wallach IX? Para buscar consejo no, desde luego, porque jamás había ocultado su desagrado hacia la Hermandad, después de que le obligaran a proporcionar una hija sana para el programa de reproducción. ¿Para qué llevaría una nave militar? Calmó su pulso acelerado. No parecía una buena noticia.

El emperador resopló.

—No eres muy buen Observador, ¿verdad, Hasimir? ¿Por qué ha tenido lugar una extravagante desfiguración de mi más costosa estatua de Arsunt? Eso está en tu patio trasero.

Fenring parpadeó.

—No he sido informado de ningún vandalismo en Arsunt, señor. ¿Cuándo ocurrió?

—Alguien se tomó la libertad de añadir unos genitales, anatómicamente correctos, a mi efigie, pero como el culpable perpetró un órgano tan pequeño, nadie lo vio hasta hace poco.

A Fenring le costó reprimir la risa.

—Eso es muy, ummm, lamentable, señor.

—No me parece divertido, sobre todo sumado a otros ultrajes e insultos. Hace años que esto sucede. ¿Quién es el culpable?

De pronto, Shaddam se levantó del trono y se pasó una mano por la pechera del uniforme, agitando las medallas e insignias.

—Ven a mi estudio privado, Hasimir. Hemos de hablar de esto con más detalle.

Cuando alzó la cabeza en un gesto de altivez imperial, Fenring reaccionó con excesiva suavidad. Anirul se dio cuenta de que, si bien las afrentas que Shaddam había mencionado eran muy reales, la discusión había sido una mera argucia para convocar al conde por otros motivos. Algo de lo que no querían hablar delante de los demás.

Los hombres son muy torpes cuando intentan ocultar secretos.

Si bien habría considerado aquellos secretos bastante interesantes, Anirul estaba más preocupada y alarmada por las intenciones del barón en Wallach IX. La Decidora de Verdad y ella, en lados opuestos del trono imperial, se comunicaron mediante discretos gestos.

Se enviaría un mensaje a la Escuela Materna de inmediato. La astuta Harishka gozaría de suficientes oportunidades para preparar una respuesta apropiada.

28

Él pensamiento, y los métodos de comunicar los pensamientos, crean inevitablemente un sistema permeado por ilusiones.

Doctrina zensunni

Mientras la arrogante bruja Cristane guiaba al barón Harkonnen por el laberinto de pasillos invadidos por sombras, su bastón resonaba como disparos sobre el frío suelo de baldosas. Con los seis guardias detrás de él, avanzaba cojeante, intentando no quedar rezagado.

—Tu madre superiora no tiene otra alternativa que escuchar —dijo el barón con voz estridente—. ¡Si no consigo la cura que necesito, el emperador se enterará de los crímenes de la Hermandad!

Cristane no le hizo caso. Agitó su corto cabello castaño sin mirar atrás.

Hacía una noche húmeda en Wallach IX, y sólo la brisa fría rompía el silencio del exterior. Globos amarillos iluminaban los pasillos del complejo de edificios que formaban la escuela. Sólo las sombras se movían. El barón tuvo la impresión de entrar en una tumba, cosa que sería si algún día presentaba la denuncia ante el Landsraad. Quebrantar la Gran Convención era el delito más grave que las brujas podían cometer. Tenía todas las cartas en su mano.

Cristane, bañada por la luz temblorosa de los globos, mal sintonizados, les guió hasta que pareció perderse de vista. La joven miró atrás, pero no le esperó. Cuando uno de los guardias intentó ayudar al barón, este apartó el brazo y continuó caminando como mejor pudo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, como si alguien hubiera susurrado una maldición en su oído.

La Bene Gesserit contaba con habilidades guerreras secretas, y debía haber montones de Hermanas en aquel antro. ¿Y si la madre superiora hacía caso omiso de sus acusaciones? ¿Y si la vieja bruja pensaba que se estaba echando un farol? Ni siquiera sus soldados armados podrían evitar que las brujas le mataran en su propio nido si decidían atacar.

Pero el barón sabía que no osarían actuar contra él.

¿Dónde se han escondido todas las brujas?
Sonrió.
Deben de tenerme miedo.

El barón repasó las exigencias que presentaría, tres simples concesiones y no presentaría cargos ante el Landsraad: una cura para su enfermedad, la entrega de Gaius Helen Mohiam intacta y preparada para humillaciones sin cuento… y la devolución de las dos hijas que le habían obligado a engendrar. El barón sentía curiosidad por el papel que jugaban sus retoños en los planes de las brujas, pero suponía que podría retirar esa exigencia en caso necesario. En realidad, no deseaba un par de mocosas, pero le proporcionaban espacio para negociar.

La hermana Cristane continuó caminando, mientras los guardias se rezagaban para no dejar atrás al barón. Dobló una esquina y se perdió en las sombras. Los globos luminosos parecían demasiado amarillos, demasiados llenos de estática. Empezaron a darle dolor de cabeza, y no veía con claridad.

Cuando el séquito del barón dobló la esquina, sólo vieron un pasillo vacío. Cristane había desaparecido.

Los fríos muros de piedra devolvieron los ecos de los respingos desconcertados de los soldados. Una brisa débil, como un aliento cadavérico, reverberó y se filtró entre las ropas del barón. Se estremeció. Oyó un tenue suspiro, como pies de roedor, pero no captó ningún movimiento.

—¡Id a ver qué hay más adelante, y deprisa! —Hundió el codo en el costado del jefe—. ¿Adónde ha ido?

Uno de los guardias empuñó el rifle láser y corrió por el pasillo iluminado por globos. Momentos después se oyeron sus gritos.

—Aquí no hay nada, mi barón. —Su voz poseía una cualidad sobrenatural y hueca, como si el lugar absorbiera el sonido y la luz del aire—. No veo a nadie.

El barón esperó, alerta. Un hilillo de sudor frío resbalaba por su espalda, y entornó sus ojos negros como una araña, más de consternación que de terror.

—Investigad todos los pasillos y habitaciones de los alrededores, y volved a informarme. —El barón clavó la vista en el pasillo, decidido a no adentrarse más en la trampa—. Y tened la cordura de no empezar a dispararos mutuamente.

Sus hombres desaparecieron de vista, y ya no oyeron ni sus pasos ni sus gritos. El lugar parecía un mausoleo. Y hacía un frío de mil demonios. Se refugió en un hueco y permaneció en silencio con la espalda apoyada contra la pared, dispuesto a protegerse. Desenfundó una pistola de dardos, comprobó su carga de agujas envenenadas… y contuvo el aliento.

Un globo parpadeó sobre su cabeza, perdió intensidad. Hipnótico. .

Uno de sus hombres volvió a aparecer, falto de aliento.

—Os ruego que vengáis conmigo, mi señor. Tenéis que ver esto.

El hombre bajó un breve tramo de escalera y pasó ante una biblioteca, donde los videolibros seguían funcionando. Sus voces susurrantes aleteaban en el aire vacío, sin que nadie las escuchara. Aún quedaban marcas en los almohadones de las sillas que sus ocupantes habían utilizado hasta escasos minutos antes. Todo el mundo había desaparecido sin molestarse en cerrar los programas. Los altavoces ahogados sonaban como voces fantasmales.

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