Read Dune. La casa Harkonnen Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (75 page)

Mi vida está maldita
, pensó.
Me han robado todo lo que era mío.

Se volvió cuando Chiara entró en sus aposentos privados sin llamar. Kailea oyó el tintineo de tazas y contenedores sobre una bandeja, olió el café especiado que la mujer le había preparado. La dama de compañía se movía aún con una velocidad y agilidad impropias de su apariencia. Chiara dejó la bandeja sin hacer ruido, levantó la cafetera y llenó dos tazas. Añadió azúcar a la suya y crema a la de Kailea.

La princesa ixiana cogió la taza y tomó un sorbo delicado, procurando disimular su placer. Chiara bebió sin reprimirse y se sentó en una silla, como si fuera la igual de la concubina del duque.

Kailea hizo una mueca.

—Te tomas demasiadas libertades, Chiara.

La dama de compañía miró a la joven, que habría debido ser una candidata matrimonial de primera categoría para cualquier Gran Casa.

—¿Preferís una acompañante, lady Kailea, o un criado mecánico? Siempre he sido vuestra amiga y confidente. ¿Acaso añoráis los meks autónomos de que disponíais en Ix?

—No te jactes de conocer mis deseos —dijo Kailea con voz apesadumbrada—. Lloro la muerte de un gran hombre, víctima de la traición imperial.

Los ojos de Chiara centellearon cuando contestó.

—Sí, y vuestra madre también fue asesinada por ellos. No podéis contar con vuestro hermano para nada, excepto para hablar. Nunca recuperará vuestro reino. Vos, Kailea —la mujer agitó su grueso dedo en dirección a ella—, sois lo que queda de la Casa Vernius, el alma y el corazón de vuestra gran familia.

—¿Crees que no lo sé?

Kailea se volvió y miró por la ventana de nuevo. No podía plantar cara a la anciana, a nada ni a nadie, ni siquiera a sus temores íntimos.

Si Leto se casa con la hija del archiduque…
Sacudió la cabeza, furiosa. Sería todavía peor que convivir con la muy puta de Jessica.

El mar de Caladan se extendía hacia el horizonte, y el cielo estaba cubierto de nubes que presagiaban la oscuridad del invierno. Pensó en su precaria posición con Leto. La había tomado bajo su protección cuando era poco más que una niña, la había protegido después de la destrucción de su mundo… pero aquellos tiempos eran cosa del pasado. El afecto, incluso el amor, que había florecido entre ellos estaba muerto y enterrado.

—Teméis que el duque acepte la propuesta y contraiga matrimonio con Ilesa Ecaz, por supuesto —añadió Chiara con voz dulce, compasiva como un cuchillo largo y afilado. Sabía exactamente cuál era su punto más débil.

Aunque absorto en Jessica, Leto todavía acudía a su lecho de vez en cuando, como por obligación. Y ella le aceptaba, como si fuera su deber. Su honor Atreides nunca le permitiría repudiarla por completo, por más que sus sentimientos hubieran cambiado. Leto había elegido un método de castigo más sutil, al conservarla a su lado, pero impidiéndole alcanzar la gloria que merecía.

¡Oh, cuánto ansiaba viajar a Kaitain! Kailea ardía en deseos de llevar trajes elegantes, joyas preciosas y trabajadas. Deseaba ser atendida por docenas de doncellas, en lugar de una sola acompañante que ocultaba una lengua afilada con voz de miel. Cuando miró a Chiara, reparó en el reflejo borroso de las facciones de la anciana, el pelo primorosamente peinado que potenciaba su apariencia noble.

La resplandeciente pared de obsidiana azul de Kailea, adquirida por Leto a un precio exorbitante, había sido un maravilloso complemento del castillo de Caladan. Leto la llamaba su «superficie contemplativa», donde Kailea veía sombras apagadas del mundo que la rodeaba y pensaba en sus implicaciones. La obsidiana azul era tan poco frecuente que pocas Casas del Landsraad exhibían siquiera un solo adorno, pero Leto le había comprado toda aquella pared, así como las piedras del salón de banquetes.

Kailea frunció el entrecejo. Chiara decía que Leto sólo había intentado comprar su satisfacción, obligarla a aceptar la situación y silenciar sus quejas.

Y ahora Gurney Halleck le había dicho que aquella rara sustancia procedía de Giedi Prime. ¡Ay, la ironía! Sabía que la noticia debía de haber herido el corazón infiel de Leto.

Chiara estudió la expresión de su señora, adivinó los pensamientos, con frecuencia verbalizados, que pasaban por su mente, y comprendió qué estrategia debía utilizar.

—Antes de que Leto pueda casarse con la hija del archiduque Ecaz, debéis tener en cuenta vuestras prioridades dinásticas, mi señora.

Estaba de pie junto al muro de obsidiana azul, y su reflejo estaba distorsionado, una figura retorcida que parecía atrapada en el interior del brillo borroso del cristal volcánico.

—Olvidaos de vuestro hermano y vuestro padre, hasta de vos. Tenéis un hijo del duque Leto Atreides. Vuestro hermano y Tessia no tienen hijos, de manera que Victor es el verdadero heredero de la Casa Vernius, y en potencia, de la Casa Atreides también. Si algo le sucediera al duque antes de que pudiera contraer matrimonio y engendrar otro hijo, Victor se convertiría en la Casa Atreides. Y como el niño sólo tiene seis años, seríais regente durante muchos años, mi señora. Todo encaja.

—¿Qué queréis decir con «si algo le sucediera a Leto»? —Su corazón dio un vuelco. Sabía muy bien lo que la anciana estaba sugiriendo.

Chiara terminó su café, y se sirvió una segunda taza sin pedir permiso.

—El duque Paulus murió a causa de un accidente durante una corrida de toros. Vos estabais presente, ¿verdad?

Kailea recordó la aterradora imagen del viejo duque lidiando un toro salusano en la plaza de toros. El trágico acontecimiento había ocasionado que Leto ocupara el trono ducal antes de tiempo. Ella era una adolescente en aquel tiempo.

¿Estaba insinuando Chiara que no había sido un accidente? Kailea había escuchado rumores, pero los había considerado simples productos de los celos. La anciana no abundó en el tema.

—Sé que no debéis tomar en serio la idea, querida. Era hablar por hablar.

Sin embargo, Kailea era incapaz de expulsar aquellos pensamientos insidiosos de su cabeza. No se le ocurría otra manera de que su hijo fuera el líder de una Gran Casa del Landsraad. De lo contrario, la Casa Vernius se extinguiría. Cerró los ojos con fuerza.

—Si Leto accede a casarse con Ilesa Ecaz, os quedaréis sin nada. —Chiara cogió la bandeja como dispuesta a marcharse. Había plantado las semillas y cumplido su misión—. Vuestro duque ya pasa la mayor parte de su tiempo con la puta Bene Gesserit. No significáis nada para él. Dudo que recuerde las promesas que os hizo en momentos de pasión.

Kailea parpadeó, sorprendida, y se preguntó cómo podía saber Chiara los secretos de alcoba que le había susurrado al oído. Pero la idea del duque Atreides acariciando a la joven y pelirroja Jessica, con su boca viciosa y cara ovalada, transformó su irritación por la impertinencia de Chiara en odio hacia Leto.

—Debéis plantearos una pregunta difícil, mi señora. ¿A quién debéis lealtad? ¿Al duque Leto o a vuestra familia? Como no ha tenido a bien daros su apellido, siempre seréis una Vernius.

La anciana levantó la bandeja y se marchó sin despedirse, sin preguntar a su señora si necesitaba algo más.

Kailea contempló las baratijas que quedaban de las terribles pérdidas que había padecido: su noble Casa, la elegancia del Gran Palacio, las posibilidades de integrarse en la corte imperial. Con una punzada en el corazón, vio uno de los dibujos que había hecho de su padre, lo cual le recordó la risa de Dominic, las lecciones que le había dado sobre el arte de los negocios. Después, con igual desazón, pensó en su hijo Victor y en todo lo que jamás poseería.

Para Kailea, lo más duro era tomar la horrible decisión. Después, todo sería cuestión de detalles.

88

El individuo es la clave, la efectiva unidad definitiva de todo proceso biológico.

P
ARDOT
K
YNES

Durante años, Liet-Kynes había deseado a la hermosa Faroula con todo su corazón. Pero cuando al fin afrontó la perspectiva de casarse con ella, sólo sintió un gran vacío y el peso de la obligación. Para guardar las formas, esperó a que transcurrieran tres meses de la muerte de Warrick, aunque Faroula y él sabían que su unión estaba sellada.

Había hecho un juramento de muerte a su amigo.

Según la costumbre fremen, los hombres tomaban las esposas e hijos de aquellos a quienes vencían en duelos a cuchillo o en combate singular. Sin embargo, Faroula no era un
ghanima
, un trofeo de guerra. Liet había hablado con el naib Heinar, había declarado su amor y dedicación, citado las solemnes promesas que había hecho a Warrick, en el sentido de que cuidaría de su esposa como la más preciada de las mujeres, y aceptado la responsabilidad de adoptar a su hijo pequeño.

El anciano Heinar le había mirado con su único ojo. El naib sabía lo que había sucedido, conocía el sacrificio que Warrick había hecho durante la tormenta de Coriolis. Para los ancianos del sietch de la Muralla Roja, Warrick había perecido en el desierto. Las visiones que, según él, había recibido de Dios, se habían demostrado falsas, porque no había superado la prueba. Heinar dio su permiso y Liet-Kynes se preparó para contraer matrimonio con la hija del naib.

Sentado en su habitación, tras las colgaduras de fibra de especia teñida, Liet meditaba sobre su inminente matrimonio. La superstición fremen no permitía que viera a Faroula durante dos días antes de la ceremonia oficial. El hombre y la mujer debían someterse a rituales de purificación
mendi
. El tiempo se dedicaba al embellecimiento y a escribir declaraciones de devoción, promesas y poemas de amor que más tarde compartirían.

Ahora, no obstante, Liet estaba inmerso en sus pensamientos, se preguntaba si era el causante de la tragedia. ¿Fue por culpa del ferviente deseo que había verbalizado al ver el
Biyan
blanco? Tanto Warrick como él habían pedido el deseo de casarse con la joven. Liet había intentado aceptar su fracaso con elegancia en la Cueva de los Aves, reprimido la voz interior egoísta que nunca le permitía olvidar cuánto la había deseado.

¿Causaron mis deseos secretos la tragedia?

Ahora, Faroula sería su esposa… pero era una unión nacida de la tristeza.

—Ay, perdóname, Warrick, amigo mío.

Continuó sentado en silencio, dejando transcurrir el tiempo, hasta que llegara la hora de la ceremonia. Dadas las circunstancias, no la esperaba con anhelo.

Las colgaduras se apartaron y entró la madre de Liet. Frieth le sonrió con compasión y comprensión. Llevaba un frasco tapado muy adornado, hecho de pieles y sellado con resina de especia impermeable. Lo sostenía como si fuera un tesoro, un obsequio de inapreciable valor.

—Te he traído algo, querido, en preparación para la boda.

Liet desechó sus pensamientos turbados.

—Nunca lo había visto.

—Se dice que cuando una mujer cree que un destino especial aguarda a su hijo, cuando presiente que hará grandes cosas, ordena a las comadronas que destilen y conserven el líquido amniótico del parto. Una madre ha de entregarlo a su hijo el día de su boda. —Le tendió el frasco—. Guárdalo bien, Liet. Es la mezcla definitiva de tu esencia y la mía, del tiempo en que compartimos un cuerpo. Ahora, mezclarás tu vida con otra. Dos corazones, cuando se unen, pueden producir la fuerza de más de dos.

Liet, tembloroso de emoción, aceptó el frasco.

—Es el mayor regalo que puedo hacerte —dijo Frieth—, en este importante pero difícil día.

Liet la miró a los ojos. Los sentimientos que la madre captó en su mirada la sobresaltaron.

—No, madre. Tú me diste la vida, y esa es la mayor bendición.

Cuando la pareja se detuvo ante los miembros del sietch, la madre de Liet y las mujeres más jóvenes esperaron en los lugares designados mientras los ancianos se adelantaban para hablar en nombre del joven. Liet-chih, el hijo de Warrick, esperaba en silencio al lado de su madre.

Pardot Kynes, que se había tomado un descanso de su trabajo de terraformación, sonreía como nunca. Le sorprendía lo orgulloso que se sentía de que su hijo se casara.

Kynes recordaba su propia boda, celebrada en las dunas por la noche. Había sido mucho tiempo antes, poco después de su llegada a Arrakis, y había pasado la mayor parte del tiempo distraído. Las chicas fremen solteras habían bailado como derviches y cantado sobre la arena. La Sayyadina había pronunciado las palabras de la ceremonia.

Su matrimonio con Frieth había ido muy bien. Tenía un hijo estupendo, al que había educado para que un día continuara su trabajo. Kynes sonrió a Liet, cuyo nombre procedía, recordó de repente, del asesino Uliet, a quien Heinar y los ancianos habían enviado a matarle, cuando los fremen le consideraban un forastero, un extraño de costumbres y sueños aterradores.

Pero aquel asesino había comprendido la grandeza de la visión del planetólogo y caído sobre su propio cuchillo. Los fremen veían presagios en todo, y desde entonces habían dispensado a Pardot Kynes los recursos de diez millones de fremen. La transformación de Dune (las plantaciones y la conquista del desierto) había procedido a un ritmo notable.

Al observar que Liet miraba con ojos anhelantes a su futura esposa, Pardot se sintió perturbado por la exhibición de su corazón herido. Quería a su hijo de una manera diferente, como una extensión de sí mismo. Pardot Kynes quería que Liet asumiera la tarea de planetólogo cuando llegara el momento.

Al contrario que su padre, Liet parecía demasiado vulnerable a los sentimientos. Pardot amaba a su esposa, pues cumplía su papel tradicional de compañera fremen, pero su trabajo era más importante que la relación matrimonial. Sueños e ideas le habían cautivado. Sentía pasión por la transformación del planeta en un edén exuberante. Pero nunca se había sentido absorbido por una persona.

El propio naib Heinar ofició la ceremonia, pues la vieja Sayyadina no había podido realizar el viaje. Mientras Kynes escuchaba a la pareja desgranar sus votos, experimentó una extraña sensación, una gran preocupación por el estado mental de su hijo.

—Satisfáceme como a tus ojos, y yo te satisfaré como a tu corazón —dijo Liet.

—Satisfáceme como a tus pies, y yo te satisfaré como a tus manos —contestó Faroula.

—Satisfáceme como a tu sueño, y yo te satisfaré como a tu vigilia.

—Satisfáceme como a tu deseo, y yo te satisfaré como a tu necesidad.

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