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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (76 page)

Heinar cogió las palmas de los novios, las juntó y levantó, para que todo el sietch lo viese.

—Ahora estáis unidos en el Agua.

Se inició un coro de vítores, que aumentó de intensidad hasta resonar en las paredes. Liet y Faroula parecían aliviados.

Más tarde, después de la celebración, Pardot se encontró a su hijo solo en un pasillo. Aferró los hombros de Liet con torpeza, en la parodia de un abrazo.

—Soy muy feliz por ti, hijo. —Buscó las palabras adecuadas—. Debes de estar henchido de alegría. Hace mucho tiempo que deseabas a esa chica, ¿verdad?

Sonrió, pero un destello de ira cruzó los ojos de Liet, como si su padre le hubiera asestado una bofetada injusta.

—¿Por qué me atormentas, padre? ¿Es que aún no has hecho suficiente?

Pardot, estupefacto, retrocedió y soltó a su hijo.

—¿Qué quieres decir? Te estoy felicitando por tu boda. ¿No es la mujer que siempre has deseado? Pensaba…

—¡Así no! ¿Cómo puedo ser feliz con esa sombra que pende sobre nosotros? Quizá desaparecerá dentro de unos años, pero ahora siento mucho dolor.

—Liet, hijo mío…

La expresión de Pardot debió de revelar a Liet todo cuanto necesitaba saber.

—No entiendes nada, ¿verdad, padre? El gran Umma Kynes. —Lanzó una amarga carcajada—. Con tus plantaciones, y tus dunas, y tus estaciones meteorológicas, y tus mapas climáticos. Estás tan ciego… Me compadezco de ti.

El planetólogo se esforzó en encontrar algún significado en esas coléricas palabras, como las piezas de un rompecabezas.

—Warrick… tu amigo. —Hizo una pausa—. Murió en un accidente, ¿verdad?, durante la tormenta…

—Padre, no te enteras de nada. —Liet agachó la cabeza—. Estoy orgulloso de tus sueños de Dune, pero ves todo nuestro planeta como un experimento, un campo de pruebas donde juegas con teorías, donde coleccionas datos. ¿No te das cuenta de que no son experimentos? ¿De que no son sujetos de pruebas, sino personas? Son fremen. Te han aceptado, te han dado una vida, te han dado un hijo. Yo soy fremen.

—Bien, y yo también —dijo Pardot en tono indignado.

—¡Sólo los estás utilizando! —replicó Liet con voz hueca.

Pardot, sorprendido, no contestó.

La voz de Liet aumentó de volumen. Sabía que los fremen oirían fragmentos de la discusión, y la fricción entre el profeta y su heredero les inquietaría.

—Me has hablado toda la vida, padre. No obstante, cuando recuerdo nuestras conversaciones, sólo te rememoro recitando informes de estaciones botánicas y discutiendo nuevas fases de la vida vegetal adaptada. ¿Has dicho alguna vez algo sobre mi madre? ¿Me has hablado alguna vez como padre, en lugar de como a un… colega?

Liet se dio un golpe en el pecho.

—Comparto tu sueño. Veo los prodigios que has obrado en los rincones ocultos del desierto. Comprendo el potencial que aguarda bajo las arenas de Dune. Pero aunque consigas todo lo que deseas, ¿te darás cuenta? Intenta poner un rostro humano a tus planes y mira quién recibirá los beneficios de tus esfuerzos. Mira la cara de un niño. Mira a los ojos de una anciana. ¡Vive la vida, padre!

Pardot, impotente, se derrumbó sobre un banco apoyado contra la pared.

—Yo… Mis intenciones han sido buenas —dijo con voz estrangulada. Sus ojos brillaban con lágrimas de vergüenza y confusión—. Eres en verdad mi sucesor. En algunos momentos me he preguntado si llegarías a aprender suficiente sobre planetología… pero ahora veo que estaba equivocado. Comprendes más cosas de las que yo sabré jamás.

Liet se sentó al lado de su padre. El planetólogo, vacilante, apoyó una mano sobre el hombro de su hijo, esta vez con más sentimiento. Liet le tocó la mano y contempló con asombro fremen las lágrimas que resbalaban por las mejillas de su padre.

—Eres en verdad mi sucesor como planetólogo imperial —dijo Pardot—. Tú comprendes mi sueño, pero contigo será todavía más grande, porque tienes corazón además de visión.

89

El buen liderazgo es casi invisible. Cuando todo funciona como una seda, nadie se fija en el trabajo de un duque. Por eso ha de dar al pueblo algo que le regocije, algo de qué hablar, algo que recordar.

Duque P
AULUS
A
TREIDES

Kailea vio su oportunidad durante una interminable cena familiar celebrada en la sala de banquetes del castillo de Caladan. Leto estaba sentado en el trono ducal con aspecto feliz, en la cabecera de la larga mesa donde los criados depositaban soperas llenas de guiso de pescado especiado, el más apreciado por las clases inferiores de pescadores y aldeanos.

Leto comía con apetito. Tal vez le recordaba su niñez, cuando andaba suelto por los muelles, subía a bordo de los barcos de pesca y se saltaba sus estudios sobre el liderazgo de una Gran Casa. En opinión de Kailea, el viejo duque Paulus había permitido a su único heredero pasar demasiado tiempo con plebeyos, sin inculcarle la sabiduría de los matices políticos. Para ella, estaba muy claro que el duque Leto nunca había aprendido a gobernar su casa y a lidiar con fuerzas tan dispares como la Cofradía, la CHOAM, el emperador y el Landsraad.

Victor estaba sentado al lado de su padre, en una silla acolchada algo elevada para que pudieran comer a la misma altura. El niño sorbía su sopa, imitando a su padre, en tanto Leto se esforzaba en hacer todavía más ruido. En aquel ambiente elegante, molestaba en especial a Kailea que su hijo intentara imitar los modales groseros del padre. Algún día, cuando el niño se convirtiera en el verdadero heredero Atreides y Kailea fuera regente, le educaría para que supiera apreciar las obligaciones de su cargo. Victor heredaría lo mejor de la Casa Atreides y de la Casa Vernius.

Los demás comensales partían pedazos de pan y bebían cerveza amarga de Caladan, aunque Kailea sabía que había excelentes vinos en la bodega. No participaba en las conversaciones, sino que comía con lentitud. A varios asientos de distancia, Gurney Halleck había traído su nuevo baliset y les entretendría durante el postre. Como este hombre había sido íntimo de su padre, se sentía complacida por su compañía, aunque Gurney no se había mostrado muy amistoso con ella.

Sentado frente a ella, Rhombur parecía muy feliz con su concubina Tessia y trataba de comer todavía más que Leto. En su silla, Thufir Hawat estaba abismado en sus pensamientos, estudiaba a los comensales y olvidaba su comida. La mirada del Mentat se deslizaba de rostro en rostro, y Kailea intentó evitar el contacto visual.

A mitad de la mesa se sentaba Jessica, como para demostrar que eran iguales. ¡Qué cara más dura! Kailea tenía ganas de estrangularla. La atractiva Bene Gesserit comía con movimientos mesurados, tan segura en su posición que no exhibía la menor timidez. Vio que Jessica estudiaba la cara de Leto, como si fuera capaz de leer todos los matices de su expresión con la misma facilidad que las palabras impresas en un carrete de hilo shiga.

Aquella noche, Leto les había convocado para cenar todos juntos, aunque a Kailea no se le ocurría qué ocasión especial, aniversario o festividad quería celebrar. Sospechaba que el duque había tramado algún plan imposible, que insistiría en llevar a cabo por más consejos que le diera ella o quien fuese.

Globos luminosos flotaban sobre la mesa como elementos decorativos, y rodeaban los brazos articulados del detector de venenos que pendía sobre la comida, como un insecto. El detector era un artilugio necesario, teniendo en cuenta la retorcida política del Landsraad.

Leto terminó su cuenco y se secó la boca con una servilleta de hilo bordada. Se reclinó en su silla con un suspiro de satisfacción. Victor le imitó, aunque todavía le quedaban dos tercios de guiso en su pequeño cuenco. Tras haber decidido qué canción tocaría después de cenar, Gurney Halleck echó un vistazo a su baliset de nueve cuerdas, apoyado contra la pared.

Kailea observó los ojos grises de Leto, vio que se desviaban de un extremo del salón al otro, desde el retrato de Paulus Atreides hasta la cabeza de toro disecada, con los cuernos todavía manchados de sangre. Ignoraba lo que el duque estaba pensando, pero cuando miró al otro lado de la mesa, los ojos verdes de Jessica se encontraron con los suyos, como si supiera lo que Leto estaba a punto de hacer. Kailea desvió la vista y frunció el entrecejo.

Cuando Leto se levantó, Kailea lanzó un suspiro. Estaba a punto de enzarzarse en alguno de sus interminables discursos ducales, intentando inspirarles sobre las buenas cosas de la vida. Pero si la vida era tan estupenda, ¿por qué sus dos padres habían sido asesinados? ¿Por qué su hermano y ella, herederos de una Gran Casa, seguían en el exilio, en lugar de disfrutar de lo que habría debido ser suyo?

Dos criados corrieron para retirar los platos y el pan sobrante, pero Leto los despidió con un ademán, para poder hablar sin que le interrumpieran.

—La semana que viene es el vigésimo aniversario de la corrida de toros en que mi padre murió. —Miró el retrato de matador—. En consecuencia, he estado pensando en los grandes espectáculos que el duque Paulus ofrecía a sus súbditos. Amaban a mi padre por eso, y creo que ya es hora de que yo también ofrezca un espléndido espectáculo, como cabría esperar de un duque de Caladan.

Al instante, Hawat se puso en guardia.

—¿Cuál es vuestra intención, mi duque?

—Nada tan peligroso como una corrida de toros, Thufir. —Leto sonrió a Victor, y a Rhombur—. Pero quiero hacer algo de lo que la gente hable durante mucho tiempo. Parto pronto hacia el Consejo del Landsraad, en Kaitain, para iniciar una nueva misión diplomática en el conflicto entre los moritani y los ecazi, sobre todo ahora que tal vez formemos una alianza más fuerte con Ecaz.

Calló un momento, como avergonzado.

—Como despedida, nuestro mayor dirigible realizará un magnífico desfile sobre los campos. Mi pueblo verá las banderas y la nave, y deseará buena suerte a su duque en la misión. Pasaremos sobre las flotas de pesca y después volaremos tierra adentro, sobre las cosechas de arroz pundi.

Victor aplaudió, mientras Gurney asentía en señal de aprobación.

—¡Será un espectáculo maravilloso!

Rhombur apoyó los codos en la mesa y descansó su mandíbula cuadrada en las manos.

—Er, Leto, ¿Duncan Idaho no vuelve pronto de Ginaz? ¿Estarás fuera cuando llegue, o podremos combinar su regreso con la misma celebración?

Leto meneó la cabeza.

—Hace tiempo que no sé nada. No le esperamos hasta dentro de un par de meses.

Gurney dio una palmada sobre la mesa.

—¡Dioses del averno! Si vuelve hecho un maestro espadachín de Ginaz después de ocho años de adiestramiento, ese hombre merece una recepción para él solo, ¿no creéis?

Leto rio.

—¡Ya lo creo, Gurney! Habrá tiempo para eso cuando vuelva. Contigo, Thufir y Duncan como protectores, jamás necesitaré temer ni un rasguño de un enemigo.

—Un enemigo puede atacar de otras formas, mi señor —dijo Jessica en tono de advertencia.

Kailea se puso rígida, pero Leto no se dio cuenta. En cambio, miró a la bruja.

—Soy muy consciente de eso.

Los engranajes ya giraban en la mente de Kailea. Al terminar la cena, se excusó y fue a ver a Chiara para contarle lo que el duque Leto pensaba hacer.

Aquella noche, Leto durmió en un catre del hangar del espacio-puerto municipal de Caladan, mientras los criados de su casa hacían los preparativos del acontecimiento, enviaban invitaciones y reunían provisiones. Al cabo de pocos días, el dirigible iniciaría su majestuoso y colorido desfile.

Sola en sus aposentos, Kailea llamó a Swain Goire y le sedujo, como había hecho en numerosas ocasiones. Le hizo el amor con una pasión feroz que sorprendió y agotó al capitán de la guardia. Se parecía mucho a Leto, pero era un hombre muy diferente. Después, cuando se quedó dormido a su lado, le robó una diminuta llave codificada de un bolsillo oculto en su grueso cinturón de cuero. Aunque la utilizaba muy pocas veces, pasaría tiempo antes de que Goire se diera cuenta de su desaparición.

A la mañana siguiente, apretó el pequeño objeto en la palma correosa de Chiara y cerró los dedos de la anciana sobre él.

—Esto te dará acceso a la armería Atreides. Ten cuidado.

Los ojos negros de Chiara centellearon, y guardó a toda prisa la llave en pliegues secretos de sus ropas.

—Yo me encargaré del resto, mi señora.

90

La guerra, como principal desastre ecológico de cualquier era, sólo refleja el estado a gran escala de los asuntos humanos, en el que el organismo total llamado «humanidad» encuentra su existencia.

P
ARDOT
K
YNES
,
Reflexiones sobre el desastre de Salusa Secundus

En la isla administrativa de Ginaz, los cinco maestros espadachines más prestigiosos se encontraban y juzgaban a los restantes estudiantes en la fase del examen oral, haciéndoles preguntas de historia, filosofía, tácticas militares, haiku, música y más, según los requisitos y tradiciones de la escuela.

Pero se estaba viviendo una ocasión trágica y sombría.

Todo el archipiélago vivía presa de la agitación, indignada y dolorida por los seis estudiantes asesinados. Los grumman, para abundar en su barbarie, habían arrojado cuatro cadáveres al oleaje, cerca del centro de adiestramiento principal, los cuales habían sido arrastrados hasta la orilla. A los otros dos, Duncan Idaho y Hiih Resser, se les daba por desaparecidos en el mar.

En el último piso de la torre central, los maestros estaban sentados a lo largo del lado recto de una mesa semicircular, con sus espadas ceremoniales extendidas ante ellos sobre la superficie con la punta hacia fuera, como los rayos de un sol. Cada estudiante que se paraba ante la mesa veía las puntas amenazadoras mientras contestaba a preguntas severas.

Todos habían aprobado. Karsty Toper y la administración de la escuela darían los pasos necesarios para que los estudiantes aprobados regresaran a sus hogares, donde pondrían en práctica lo aprendido. Algunos ya habían partido hacia el cercano espaciopuerto.

Y los maestros se quedaron para analizar las consecuencias.

El gordo Riwy Dinari estaba sentado en el centro, con la espada del duque Paulus Atreides y un cuchillo moritani enjoyado, encontrado entre las posesiones de Idaho y Resser. A su lado, Mord Cour tenía inclinada su cabeza canosa.

—Muchas veces hemos enviado los objetos personales de los estudiantes caídos, pero nunca había pasado algo así.

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