Read Dune. La casa Harkonnen Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
—Pensaba que los dos estaríais alimentando a los peces, como los otros cuatro ejemplos que dimos.
Miró a los bombarderos. Otra enorme explosión destruyó un edificio bajo.
—Enfréntate a mí, Kronos —dijo Resser, al tiempo que desenvainaba su cuchillo ceremonial—. ¿O eres demasiado cobarde sin tu padre y una docena de guardias armados?
Trin Kronos blandió su katana, pero lo pensó mejor y la arrojó a un lado.
—Un arma demasiado buena para un traidor. Tendría que desprenderme de ella después de ensuciarla con tu sangre. —Sacó un cuchillo—. Una daga es más fácil de sustituir.
Las mejillas de Resser enrojecieron, y Duncan retrocedió para observar el enfrentamiento.
—Jamás habría renunciado a la Casa Moritani si me hubieran dado algo en qué creer —dijo Resser.
—Cree en el frío acero de mi hoja —replicó Kronos con una sonrisa cruel—. Sentirás que es muy real cuando atraviese tu corazón.
Los dos describieron círculos con cautela, sin dejar de mirarse. Resser levantó su arma con una sólida postura defensiva, en tanto Kronos lanzaba cuchilladas agresivas pero ineficaces.
Resser atacó, retrocedió y lanzó una violenta patada que habría debido derribar a su enemigo, pero Kronos la esquivó como una serpiente. Resser giró en redondo y recuperó el equilibrio, al tiempo que paraba una cuchillada.
La zona que rodeaba a los dos combatientes estaba despejada. En las calles cercanas, otros atacantes grumman continuaban su ofensiva, y se disparaban proyectiles desde las ventanas elevadas. En el tóptero, el maestro espadachín intentaba subir el sarcófago al aparato mientras repelía a otros atacantes.
Kronos hizo una finta, atacó los ojos de Resser con la punta de su arma y luego buscó su garganta. Resser se arrojó a un lado, pero su pie resbaló en un trozo de roca suelto y cayó al suelo.
Kronos se abalanzó sobre él como un león, pero Resser paró un golpe mortal con su cuchillo y desvió la daga de su atacante. A continuación clavó su cuchillo en el bíceps de Kronos y le hizo un corte desde el codo hasta el antebrazo.
Kronos retrocedió con un chillido y contempló el río escarlata que resbalaba hacia su muñeca ilesa.
—¡Bastardo traidor!
Resser se puso en pie de un brinco y recobró el equilibrio.
—Soy huérfano, pero bastardo no. —Sus labios se curvaron en una fugaz sonrisa.
Kronos comprendió que había perdido la pelea a cuchillo. Su expresión se endureció. Golpeó el yeso de su muñeca con el pomo del cuchillo. El yeso se partió por la mitad y una pistola de dardos saltó hacia su mano. Kronos sonrió y apuntó el arma preparado para disparar toda la carga de dardos al pecho de Resser.
—Aún insistís en seguir vuestras absurdas reglas, ¿eh?
—Yo no —dijo Duncan Idaho desde detrás, mientras asestaba un mandoble con la espada del viejo duque, que se hundió entre los omóplatos de Trin Kronos y salió por su pecho, atravesando el corazón de paso. Kronos vomitó sangre y se estremeció, sorprendido por el objeto afilado que había brotado de su esternón.
Cuando Kronos se desplomó muerto, Duncan arrancó la espada. Contempló a su víctima y el arma.
—Los grumman no son los únicos que quebrantan las normas.
Resser había palidecido tras comprender la inevitabilidad de su muerte en cuanto vio la pistola escondida en el yeso de Kronos.
—Duncan… le has matado por la espalda.
—He salvado la vida de un amigo —replicó Duncan—. En las mismas circunstancias, lo repetiría una y otra vez.
Dinari y Bludd consiguieron subir por fin la sagrada reliquia a bordo del tóptero. Rayos láser surcaban el cielo, mientras los defensores de Ginaz disparaban con mortal puntería. Los dos jóvenes estaban agotados, pero los maestros les subieron a bordo del tóptero.
El aparato se elevó en el aire. Las alas se desplegaron en toda su envergadura y llevaron a los pasajeros y el cadáver de Jool-Noret lejos de los edificios principales. Mientras Duncan se acurrucaba sobre la plataforma metálica, Riwy Dinari le rodeó la espalda con un brazo.
—Pronto habéis demostrado vuestra valía, muchachos.
—¿Cuál es la causa del ataque? ¿Orgullo herido? —preguntó Duncan, tan encolerizado que tuvo ganas de escupir—. Un motivo absurdo para iniciar una guerra.
—Hay muy pocos motivos lógicos para iniciar una guerra —dijo Mord Cour.
Whitmore Bludd tamborileó sobre el plaz transparente.
—Mirad.
Un enjambre de naves de Ginaz disparaban rayos láser contra los aparatos enemigos y las tropas terrestres.
—Nuestros nuevos maestros espadachines se han hecho con el control, vuestros compañeros del espaciopuerto —dijo Cour.
Después de un disparo directo, una de las naves sin tripulación estalló y cayó. Los maestros levantaron los puños dentro del tóptero.
El aparato se convirtió en una bola de fuego al tocar el suelo, y una segunda nave se estrelló en el mar. Otras naves fueron alcanzadas por rayos láser. El tóptero de Duncan se lanzó en picado contra un escuadrón de comandos grumman y los volatilizó. El piloto dio la vuelta para atacar de nuevo.
—Los grumman esperaban un trabajo fácil —comentó Whitmore Bludd.
—Y se lo hemos dado —gruñó Jeh-Wu.
Duncan contempló la carnicería y procuró no compararla con toda la elegancia aprendida durante sus ocho años en la escuela de Ginaz.
Vigila las semillas que siembras y las cosechas que recoges. No maldigas a Dios por el castigo que te infliges a ti mismo.
Biblia Católica Naranja
Kailea, mediante el empleo de una actitud indignada de la que hasta lady Helena se habría sentido orgullosa, convenció a Leto de que no incluyera a su hijo en el gran desfile.
—No quiero que Victor se exponga a ningún peligro. Ese dirigible no es seguro para un niño de seis años.
Thufir Hawat se convirtió en un aliado inesperado, y se hizo eco de las preocupaciones de Kailea, hasta que Leto se rindió por fin. Tal como ella había esperado…
Después de la capitulación del duque, Kailea ayudó a Rhombur a salvar la situación.
—Eres el tío de Victor. ¿Por qué no os marcháis los dos a una… expedición de pesca? Coge un barco y navega cerca de la costa, siempre que vayas acompañado de un buen número de soldados. Estoy segura de que al capitán Goire le encantaría acompañaros.
Rhombur sonrió.
—A lo mejor vamos a coger joyas coralinas otra vez.
—Con mi hijo no —se apresuró a rectificarle Kailea.
—Er, de acuerdo. Le llevaré a las granjas flotantes de melones paradan, y tal vez a algunas calas donde podamos mirar peces.
Swain Goire se encontró con Rhombur en los muelles y ambos limpiaron la bodega de la pequeña y bien preparada lancha motora
Dominic
. Como iban a pasar varios días fuera, se pertrecharon de sacos de dormir y comida. En el espaciopuerto, la tripulación del duque trabajaba para poner a punto el enorme dirigible. Impaciente por marcharse, Leto estaba absorto en los preparativos finales.
Mientras el trabajo continuaba en el barco, el entusiasmo de Victor fue disminuyendo. Al principio, Rhombur pensó que el niño todavía recordaba el encuentro con el elecrán, pero luego observó que Victor miraba sin cesar hacia la plataforma donde su padre estaba a punto de embarcar. Banderas Atreides ondeaban al viento, gallardetes verdes y negros que reflejaban el sol.
—Preferiría estar con mi papá —dijo Victor—. Pescar es divertido, pero ir en un dirigible es mejor.
Rhombur se apoyó contra la borda del barco.
—Estoy de acuerdo, Victor. Ojalá hubiera alguna forma de reunimos con él.
El duque Leto iba a pilotar la nave, acompañado por una escolta de cinco soldados leales. Con el límite de peso permitido en el aparato, más ligero que el aire, había que ser prudente.
Swain Goire dejó caer un cajón de provisiones sobre cubierta, se secó el sudor de la frente y sonrió al niño. Rhombur sabía que el capitán era más leal al niño que a cualquier ley o amo. La adoración por el hijo de Leto asomó a la hermosa cara de Goire.
—Er, capitán, permitidme que os pida vuestra opinión. —Rhombur miró a Victor y luego a Goire—. Se os ha encomendado la seguridad de este niño, y ni una sola vez habéis eludido vuestro deber ni dedicado menos que toda la atención a vuestra misión.
Goire se sonrojó, avergonzado. Rhombur continuó.
—¿Dais pábulo a los temores de mi hermana, en el sentido de que Victor correría peligro si acompañara a Leto a bordo del dirigible?
Goire rió, al tiempo que desechaba la idea con un ademán.
—Desde luego que no, mi señor príncipe. Si existiera algún peligro, Thufir Hawat no permitiría que el duque fuera, y yo tampoco. Hawat me encargó la supervisión de la seguridad del dirigible antes de su partida, al tiempo que sus hombres y él peinan la ruta de vuelo para descartar emboscadas. Apostaría mi vida a ello.
—Yo pienso lo mismo. —Rhombur se frotó las manos y sonrió—. Por lo tanto, ¿existe algún motivo concreto que explique la insistencia de Kailea en que nos vayamos de pesca, en lugar de seguir con nuestros planes?
Goire se humedeció los labios y meditó la pregunta. Eludió los ojos de Rhombur.
—A veces lady Kailea se muestra… excesiva en su preocupación por el niño. Creo que imagina amenazas donde no las hay.
El pequeño Victor paseaba su mirada entre los dos hombres, sin comprender los matices de la discusión.
—Si queréis que os hable con total sinceridad, capitán, no entiendo por qué no os han ascendido todavía. —Rhombur bajó la voz—. ¿Por qué no procuramos que Victor se reúna con su padre en secreto? No debería perderse este magnífico desfile. Al fin y al cabo, es el hijo del duque. Ha de participar en los acontecimientos importantes.
—Estoy de acuerdo… pero está el problema del peso. El dirigible tiene una capacitad limitada de pasaje.
—Bien, si no existe ningún peligro, retiremos a dos miembros de la guardia de honor, para que mi querido sobrino —Rhombur apretó el hombro de Victor— y yo nos reunamos con el duque. Aún quedan tres guardias, y yo también sé luchar, en caso necesario.
Goire, aunque se sentía inquieto, no encontró motivos para desechar la sugerencia, sobre todo después de ver la expresión deleitada de Victor. Su resistencia se desvaneció.
—Al comandante Hawat no le gustará el cambio de planes, y a lady Kailea tampoco.
—Es cierto, pero vos estáis a cargo de la seguridad de la nave, ¿verdad? —Rhombur desechó con un ademán la preocupación—. Además, Victor no llegará a ser un buen líder si le sobreprotegemos de esta manera. Ha de salir al mundo y aprender de la vida, diga lo que diga mi hermana.
Goire se agachó ante el niño y le trató como a un hombrecito.
—Victor, dime la verdad, ¿quieres ir a pescar, o…?
—Quiero ir en el dirigible. Quiero estar con mi padre y ver el planeta. —Se leía una firme determinación en sus ojos.
Goire se incorporó. Por un momento sostuvo la mirada de Victor. Deseaba hacer todo cuanto estuviera en su mano para que fuera feliz.
—Esa es la respuesta que necesitaba. Está decidido. —Miró hacia el espaciopuerto, donde esperaba el dirigible—. Voy a encargarme de los preparativos.
Temerosa de que su conducta la delatara, Kailea se encerró en una de las torres del castillo, con la excusa de que estaba enferma. Se había despedido oficialmente de un preocupado Leto y se había marchado a toda prisa antes de que pudiera mirarla a los ojos… aunque la verdad era que no le prestaba mucha atención.
Una multitud festiva contemplaba el desfile, que al cabo de poco rato se elevaría en el cielo del castillo de Caladan. El halcón Atreides estaba pintado en un rojo brillante sobre el abultado costado del dirigible, al cual seguían diversas naves más pequeñas pero de diseño similar, todas muy adornadas. El dirigible desplegó velas para captar el viento y se tensó contra sus cables como una gigantesca abeja. La leve brisa agitaba las banderas Atreides.
El bulto de la nave era espacio vacío, bolsas cerradas de gas, pero habían llenado de provisiones el diminuto compartimiento de pasajeros de la panza. Velas de guía ondeaban como alas de mariposa a los lados. Thufir Hawat había explorado en persona la ruta propuesta, recorrido carreteras y enviado guardias e inspectores para comprobar que ningún asesino se había apostado en el camino.
Kailea se mordió el labio mientras miraba por la ventana. Aunque apenas oía la fanfarria de despedida a Leto, vio figuras de pie en estrados, que saludaban antes de subir al dirigible.
Sintió un nudo en el estómago.
Se reprendió por no haber conseguido unos prismáticos, pero eso habría levantado sospechas. Una preocupación absurda. Los criados de la casa habrían supuesto que quería ver partir a su «amado» duque. El pueblo de Caladan lo ignoraba todo acerca del lado oscuro de su relación. En su ingenuidad, sólo imaginaba historias románticas.
Kailea vio que la cuadrilla de trabajadores soltaba los cables. El dirigible, con la ayuda de flotadores a suspensión, se dejó llevar por las corrientes de aire. La nave contaba con sistemas de propulsión para ser utilizados en caso de emergencia, pero Leto prefería que la gigantesca nave se moviera a favor de los vientos siempre que fuera posible.
Aunque estaba sola, Kailea intentó borrar toda expresión de su cara, toda emoción de su mente, y tampoco quiso recordar los buenos momentos compartidos con su amante. Había esperado mucho tiempo, y siempre había sabido que las cosas no irían como ella deseaba.
Rhombur, pese a sus contactos con unos cuantos rebeldes, no había logrado nada en Ix. Y tampoco su padre en todos sus años de supuesta lucha clandestina contra la Casa Corrino. Dominic había muerto y Rhombur se conformaba con ser el anónimo compinche de Leto, hechizado por su vulgar mujer Bene Gesserit. Carecía de ambiciones.
Kailea no podía aceptar eso.
Aferró el antepecho de piedra, mientras el glorioso desfile de aeronaves sobrevolaba Cala City en dirección a las tierras bajas. Los aldeanos estarían hundidos hasta las rodillas en sus campos pantanosos, y levantarían la vista para ver pasar a su duque. Los labios de Kailea formaron una línea recta y apretada. Aquellos cultivadores de arroz pundi disfrutarían de un espectáculo que no esperaban…
Chiara le había contado los detalles del plan sólo después de haberlo puesto en marcha. Como en otro tiempo había sido la amante de un experto en municiones, Chiara había dispuesto una trampa, con explosivos robados de la armería Atreides. No habría posibilidad de supervivencia ni esperanza de rescate.