Un nuevo rayo hizo que todos se encogieran sobre sí mismos. Cayó de lleno sobre la bestia mecánica, llenando nuevamente el aire con aquel olor a quemado.
—¡Matará a mi bestia! —gimió Stiggur.
—¡No está viva! —replicó Kem.
—¡Si que lo está! ¡Lo sé!
—¿Puedes conjurar algo que haga alejarse a ese hombre-nube, Verde? —preguntó Gaviota—. ¡Las flechas no servirán de nada! ¡Tenemos que movernos, y hemos de salir de este sitio! ¡Liante dejará caer algo encima de nuestras cabezas!
—¡Deberíamos quedarnos aquí! —ladró Kem. El lado de su rostro surcado por la cicatriz brillaba como un hongo fosforescente en la semipenumbra—. ¡Aquí estamos a salvo, y puede que en otro sitio no lo estemos!
—¡No discutas conmigo! ¡Sé lo que estoy haciendo!
—¿Desde cuándo entiende tanto un leñador de mandar ejércitos?
—¿Y desde cuando entiende de eso un asesino?
—¡Te comerás esas palabras!
—Ay, chicos, me entran ganas de llorar al ver lo bien que os lleváis —intervino Morven—. Ah, sí, es como un bálsamo que reconforta y calienta mi viejo y aterido corazón...
—Creo que... te-tengo... —murmuró Mangas Verdes.
Un resplandor tan repentino e intenso como el del rayo iluminó el cielo, pero aquella claridad perduró.
Una vez más, la pesadilla volvía a cabalgar por los cielos.
* * *
La yegua llameante se irguió como si surgiera de una nube verde marrón. Llegó galopando desde el océano, saltando y haciendo piruetas por los aires. Su cuerpo gris era tan esbelto y reluciente como el de una foca, y chorros de fuego brotaban de su cola, sus crines y sus pezuñas y se desplegaban detrás de ella, crujiendo y chisporroteando pero sin llegar a apagarse nunca del todo.
Gaviota pensó que para ser un horror de tal magnitud, la pesadilla era impresionantemente hermosa. Pero después se dijo que producía sueños, por supuesto, y que los sueños podían ser hermosos y horrendos a la vez.
—¡Buena chica! —gritó—. La última vez venció al djinn... ¡Lo aplastó como si fuese una calabaza podrida!
—¡Eso fue de noche! —replicó Morven—. ¡El sol todavía no se ha puesto, y esta lluvia podría extinguir su fuego!
—¡Es fuego mágico! —argumentó Kem—. ¡No arde como la madera! Pero ese caballo tiene mal aspecto...
Todos tuvieron que estar de acuerdo. El fantasma estaba lleno de colores, pero su apariencia era tan delgada e insustancial como una neblina o un arco iris, mientras que el djinn parecía tan sólido como una tempestad de verano.
La pesadilla relinchó, un sonido tan agudo y penetrante como el de una sierra al morder el roble que hizo rechinar los dientes de todos los que lo oyeron. Cuando su enemigo estuvo más cerca, el djinn-nube azul se fue hinchando hasta que su cabeza se convirtió en un globo colosal y sopló. El chorro de aire —Gaviota oyó su rugido— detuvo la carga de la pesadilla, y la hizo salir despedida dando tumbos por el cielo. Las llamas de la yegua casi se extinguieron, y su cuerpo se volvió más pálido, más etéreo. Recorrió más de cien metros antes de que lograra afianzar sus patas en el cielo. La pesadilla volvió a posar sus pezuñas llameantes sobre un camino invisible y se lanzó nuevamente a la carga, y el djinn volvió a soplar, enviándola a la deriva a través del oscuro cielo.
—La yegua-demonio ha sido vencida —murmuró Kem.
Gaviota restregó el mango de su hacha con la mano, pero no podía secar la sangre y la lluvia que lo cubrían. Movió la mano señalando hacia tierra adentro, y gritó para hacerse oír por encima del ruido de la lluvia y la batalla celeste.
—¡Pongámonos en movimiento ahora que no hay rayos! Tenemos que averiguar quién nos está esperando por ahí atrás... ¡Si son esos bárbaros azules, tal vez los arqueros puedan hacerlos huir! ¡Podemos ir a los carros! Serían un buen refugio, y Liante no los destruirá...
—¡Te olvidas de los guardias! —le interrumpió Kem—. ¡Son mejores luchadores que tú! ¡Yo los contraté!
—Kem... ¡Si no puedes ayudar, cierra el pico! —Gaviota empuñó su hacha—. Veremos con qué nos encontramos, y si debemos hacerlo huiremos...
La fría mano de Stiggur agarró el brazo de Gaviota.
—¡Mira!
Liante estaba inmóvil encima del negro monolito reluciente de lluvia, posado sobre su cima como un pavo real.
* * *
Arrodillado sobre la punta redondeada, el hechicero se sujetaba con una mano. Gaviota podría haber lanzado su hacha y haberle dado.
Con ese pensamiento, una docena de flechas negras de los elfos atravesaron la noche envueltas en un potente silbido. Todas dieron de lleno en el cuerpo del hechicero..., antes de rebotar y desaparecer en las tinieblas.
«¡Maldito sea ese infernal escudo mágico! —pensó Gaviota—. ¡Maldita sea toda la magia!» ¡El muy bastardo ni siquiera estaba mojado!
Una franja blanca destelló en la mano de Liante. Era una varilla de plata que se inclinaba hacia ellos para apuntarles.
Un terrible espasmo recorrió el cuerpo del leñador desde la cabeza hasta las puntas de los dedos de los pies. Su rodilla lisiada cedió y Gaviota se derrumbó sobre el suelo, faltando muy poco para que le destrozara la cabeza a Mangas Verdes con su hacha. Pero la joven había salido despedida hacia atrás para caer sobre unos zarzales que la acogieron como un lecho espinoso. Kem también estaba en el suelo, arrastrándose como si sufriera un agudo dolor de estómago, al igual que Morven. Stiggur yacía sobre un costado y se retorcía igual que un perro con pesadillas.
Gaviota luchó contra aquella parálisis convulsiva, pero ni siquiera podía apretar los dientes sin morderse la lengua. Sus dedos se engarfiaron hasta convertirse en garras, sus brazos temblaron, y una pierna empezó a patear a la otra.
El torturado leñador comprendió que estaba padeciendo los efectos del cetro disruptor, que hacía que el cuerpo de un hombre le traicionase. Pero ¿por qué no se había limitado Liante a dejarles sin energías? Gaviota no hubiese sido capaz de explicar cómo había llegado a descubrirlo, pero sabía con toda certeza que había sido Liante quien voló sobre la aldea y robó toda su fuerza vital. Y sin embargo Liante quería la magia de Mangas Verdes. ¿Sería tal vez que el dejarla sin fuerzas haría que esa magia se perdiera sin poder ser aprovechada? Gaviota no lo sabía. No sabía nada sobre la magia, y se maldijo a sí mismo por su ignorancia.
Y su impotencia, pues aquello era el chasquido final con el que se cerraba la trampa. Estaban tan expuestos como ratoncitos recién nacidos en un nido volcado, y su vulnerabilidad aumentaba a cada minuto que transcurría. El estrépito de la feroz batalla entre Liko y la hidra había disminuido, por lo que un contendiente debía de haber sido vencido, y la última vez la hidra se había alzado con la victoria. La pesadilla llameante se había esfumado del cielo tempestuoso. Por el rabillo del ojo, Gaviota vio cómo la capitana de los elfos se alejaba a rastras, tirando de su arco detrás de ella. La magia debía de afectarles menos, pero aun así estaban huyendo.
Gaviota también lo habría hecho, pero ya era demasiado tarde. Intentó agarrar su hacha para sentarse en el suelo, pero sólo consiguió golpearse la cara con un puño y volver a caer. Liante podía acercarse sin ningún arma, coger a la hermana de Gaviota, estirarla encima del altar...
Un susurro llegó hasta sus oídos. Era la voz de Mangas Verdes, entonando su canturreo sin sentido de siempre, como cuando era una retrasada. El terror y el agotamiento quizá habían afectado su mente, devolviéndola a su estado anterior. Gaviota vio su blanco rostro vuelto hacia arriba en la penumbra, con la lluvia salpicándole las mejillas y cayéndole en los ojos. Las palmas de sus manecitas de piel áspera y sucia estaban inmóviles sobre el suelo mientras Mangas Verdes murmuraba, o cantaba.
Y entonces la tierra gruñó muy por debajo de la espalda de Gaviota.
* * *
Gaviota tenía la cabeza apoyada en la hierba mojada, y la violencia del terremoto hizo que le castañetearan los dientes. Su visión osciló de un lado a otro hasta que pensó que los globos oculares saldrían despedidos de sus órbitas. Las ondas de choque hicieron que su columna vertebral vibrase hasta que tuvo la impresión de que se iba a romper en mil pedazos.
El estremecimiento de la tierra fue acompañado por un rugido, una extraña mezcla de gruñido y retumbar ahogado cuando el suelo y las rocas del acantilado se fueron abriendo. Chasquidos, crujidos y tintineos casi metálicos le indicaron que muchas rocas se estaban desprendiendo del acantilado para rebotar sobre los peñascos marinos que había debajo de ellas. Los espinos temblaban y bailaban sobre su cabeza, desprendiendo gotitas de agua que podía saborear. El rugido se fue incrementando hasta que llenó las orejas y el cerebro del leñador.
Y entonces el monolito de basalto negro empezó a bailar.
Liante se encontró con que su soporte se bamboleaba de un lado a otro. Alarmado, el hechicero manoteó frenéticamente buscando su grimorio. Gaviota sabía que quería emplear su hechizo de vuelo.
Una gran losa se desprendió de la punta del monolito con un chirrido ensordecedor, arrancó tierra y rocas del borde del acantilado y se precipitó hacia el mar con un tremendo retumbar. El trozo desprendido casi se llevó a Liante con él, pero el hechicero se lanzó al aire y empezó a subir y bajar los brazos, aleteando tan torpemente como una gallina.
Un pensamiento ardió en la mente del leñador. «¿Mi hermana pequeña ha sido la causante de todo esto?» Mangas Verdes había sobrevivido a un terremoto, allá en Risco Blanco. Pero ¿conjurar uno...? ¿De cuánto poder disponía?
Gaviota se impulsó con un hombro, intentó agarrar su hacha y consiguió hacer que sus torpes dedos rozaran el mango. Todo su cuerpo temblaba y no sabía qué lo estaba removiendo más, si él mismo o la tierra. El leñador apretó los dientes y se dio la vuelta. El hechizo que provocaba los espasmos debía estar dejando de surtir efecto.
No lo suficientemente pronto.
El gigantesco monolito se fue inclinando muy, muy despacio hacia el océano, el lado desequilibrado se inclinó todavía más...
... y de repente todo el acantilado se derrumbó bajo aquel enorme peso que estaba cambiando de posición.
El sonido de las piedras que se deslizaban, rodaban y chocaban entre sí al caer sobre la orilla rocosa cubierta de espuma fue horrendo e hizo estremecer la tierra. Las sacudidas posteriores subieron y bajaron por la playa y recorrieron los restos del acantilado, lanzando rociadas de barro y hierba como una manta sacudida en el aire. La torpe bestia mecánica, tan pesada que se hundía en el suelo blando, rodó hacia el mar dando tumbos como un juguete.
Gaviota sintió a través de las caderas y el esternón cómo la tierra continuaba moviéndose y se alejaba rápidamente. La combinación del terremoto y el derrumbamiento del monolito era demasiado devastadora. Un abismo se abrió paso a través del acantilado delante de sus ojos. El borde roto avanzó saltando hacia él a grandes mordiscos, como engullido por un monstruo invisible. La hierba y el suelo desaparecieron a un palmo de él.
Kem, que estaba medio incorporado, escupió un salvaje juramento. Morven rezaba. Stiggur había palidecido de terror. Mangas Verdes permanecía inmóvil, contemplando con los ojos muy abiertos y llenos de asombro toda la destrucción que había desencadenado.
Y entonces la tierra cayó bajo ellos tan repentinamente como si estuvieran encima de una alfombra voladora y todos se precipitaron en el vacío, gritando y aullando.
* * *
Gaviota nunca estuvo seguro de cuánta distancia cayó ni de cómo sobrevivió a la caída, y tuvo que conformarse con la suposición de que su trozo de acantilado se había desprendido entero y se había conservado así durante la caída antes de desintegrarse por el impacto final.
En un momento dado estaba viajando por el espacio encima de su alfombra de tierra, llegando a incorporarse sobre la hierba mojada, y al siguiente se sumergía bajo gélidas olas saladas, hundiéndose cada vez más y más profundamente.
Chorros de agua helada y pensamientos impregnados por el pánico casi sumergieron al leñador, enterrado en el mar. Tenía que conservar su hacha, su única arma. Tenía que encontrar a Mangas Verdes. Tenía que conseguir un poco de aire.
El hacha desapareció inmediatamente en cuanto su mano la soltó, abriéndose como si tuviera voluntad propia. Gaviota se encontró aferrando agua y se debatió en un frenético intento de llegar a la superficie, no muy seguro de si subía o se hundía. Sus pulmones ardían y estaban a punto de estallar, pero un instante después su cabeza asomó de las aguas. Gaviota tragó una jadeante bocanada de fresco aire salado..., y volvió a quedar enterrado bajo una masa de sucio oleaje. Empezó a bajar, pero las patadas y los manoteos le permitieron volver a la superficie, donde casi fue aspirado hacia el fondo por otra ola. El mar ya había estado lo bastante revuelto con la tormenta, pero toneladas de acantilado cayendo en él habían hecho que el océano también estuviera jadeando y tosiendo.
Otra ola le golpeó la cara y después sus pies descalzos —sus zuecos habían desaparecido ya hacía mucho rato— chocaron con algo que al principio era blando, pero que luego empezó a ofrecer resistencia.
El leñador manoteó desesperadamente para agarrarse a aquel objeto: era una roca festoneada de algas marinas. La viscosa vegetación se desintegró entre sus manos, y un instante después otra ola lo estrelló contra la roca. Gaviota trepó, tosiendo y escupiendo agua, y logró incrustar un pie en una oquedad —rajándose la piel con los percebes ocultos en ella—, y se mantuvo agarrado. Exhausto y dolorido, casi se derrumbó dentro de la siguiente ola, pero logró erguir el cuerpo hacia arriba y rodeó la roca con los brazos.
Pero ¿dónde estaba Mangas Verdes? Gaviota no podía haberla protegido y haber llegado tan lejos sólo para perderla de repente, ahogada en el mar. ¿Y los demás?
Un acceso de náuseas que parecía una explosión resonó cerca de él. Gaviota vio la cabeza canosa de Morven inclinada hacia el suelo bajo la penumbra mientras vomitaba agua. Stiggur estaba medio encogido debajo de él, pareciendo una rata almizclera. Eso dejaba a...
—¡Gaviota, bastardo! ¡Ayúdame!
No muy lejos de allí, debatiéndose sobre una extensión más llana de algas marinas, Kem intentaba llegar a tierra mientras remolcaba a Mangas Verdes tirando de su cabellera. La muchacha agitaba las manos, protestando ante el dolor, pero el guardia siguió moviéndose como una máquina y la izó sobre las rocas resbaladizas. Kem había perdido su yelmo, su espada y una bota.