El muchacho asintió, resplandeciendo de orgullo.
—Puedo ayudar con esa reparación —dijo uno de los soldados rojos, un hombre bastante delgado llamado Varrius—. Estuve trabajando de aprendiz con un herrero antes de que me escapase para hacerme soldado.
—Estupendo, estupendo —dijo Gaviota. Estaba descubriendo poderes de diplomacia que nunca había conocido—. Helki, Holleb, ¿iréis hasta esa colonia de hormigas? Tenéis paciencia y sentido común: averiguad si tienen cerebro y pueden ayudar. Tal vez ellas también quieran irse a su casa. Tomás, Neith: habéis mandado soldados y os habéis ganado su respeto. ¿Organizaréis a esos trasgos y esos orcos? Decidles que planeamos irnos de aquí y que deben ayudar, y pateadles el trasero si empiezan a protestar. Fabricad lanzas con puntas endurecidas por el fuego, o lo que os parezca práctico, y entrenadlos como tropas de choque. —Los soldados se frotaron las manos, felices tanto por los cumplidos como por el duro trabajo que les aguardaba—. Bardo, tú has viajado y visto una gran parte de los Dominios. Ve al sitio en el que encontramos esa estatua de arcilla, corta la hierba y ponla vertical, y averigua si puede ayudarnos en algo. ¿Todo el mundo tiene una tarea que hacer?
»Bien, ¡pues a trabajar!
* * *
Fue maravilloso ver cómo todos se concentraban en sus tareas, lo que demostraba que el viejo Oso Pardo tenía toda la razón cuando decía que para ser feliz había que estar ocupado. Todos estaban ocupados, y mucho.
Con sus armaduras y armas limpias y frotadas y al alcance de la mano, todos se fueron dispersando por la isla.
Un día después se enfrentaron a su primera gran labor.
Después de haber convencido a los orcos y los trasgos, Morven dirigió la acumulación de rocas y guijarros para formar una barricada y la excavación de una larga trinchera. Después los cavadores aguardaron, cada uno de ellos provisto de una larga pértiga.
Mientras la bestia mecánica avanzaba lentamente por la orilla, moviéndose sobre tres patas y faltándole la cuarta, Gaviota reflexionó en qué artefacto tan extraño era y se preguntó si estaría viva. No mostraba ninguna señal de desgaste, como le habría ocurrido a un molino, e incluso había sitios en los que el hierro y la madera parecían haberse cubierto de costras y haberse curado. Además de todo eso, nunca caminaba a ciegas, sino que daba un rodeo alrededor de los obstáculos más grandes que ella. Gaviota se encontró preguntándose con creciente interés qué habría dentro de aquella cabeza de hierro y madera, pero no había ninguna manera de averiguarlo aparte de romperla para que revelase su interior.
La bestia se fue aproximando a la barricada, y se desvió hacia el arenal a medida que se iba acercando a ella. Dándose valor a gritos, los hombres, centauros y orcos lanzaron las palancas contra sus enormes pies de hierro mientras Liko extendía un brazo colosal y empujaba, haciendo que la criatura cayese hacia un lado. El estrépito que provocó con su caída hizo que todos estuviesen a punto de desplomarse.
Derrumbada de lado en la trinchera, la bestia siguió moviendo incesantemente sus poderosas patas en un mecánico ir y venir.
Y después se quedó quieta de repente, la primera vez que alguien la veía inmóvil. Stiggur, que estaba junto a la gigantesca cabeza, lanzó un grito de alegría.
—¡Mirad lo que he encontrado!
Detrás de las orejas de la bestia mecánica había cuatro varillas de hierro terminadas en unas cabezas de una madera pulimentada muy dura. El muchacho empujó una palanca hacia adelante y las patas se movieron. Otra palanca, y las patas se movieron hacia atrás. Después se movieron hacia la derecha, y luego hacia la izquierda. Echar todas las palancas hacia atrás hizo que se quedaran inmóviles.
—Antes de que pase mucho tiempo serás general de este ejército, Stiggur —dijo Gaviota riendo mientras hacía cosquillas al muchacho en las costillas.
* * *
Todos trabajaron sin parar desde el alba hasta el anochecer durante días y más días.
Helki y Holleb hicieron cuanto pudieron para aprender el lenguaje de los soldados-hormiga. Mientras tanto los centauros se entrenaban, lanzándose a la carga, galopando y girando al unísono, gritando órdenes de batalla y echando a correr de repente un instante después, gritando como una joven pareja de enamorados para acabar chocando con las olas y besarse. Tomás y Neith reunían a los orcos y trasgos cada mañana y los entrenaban en el manejo de la lanza. Aquellas criaturas rastreras, sucias y perezosas protestaban quejumbrosamente y se escapaban en cuanto podían, pero el miedo y los golpes asestados sobre sus huesudas cabezas fueron surtiendo su efecto poco a poco, y los villanos de piel verde grisácea aprendieron. Stiggur no sólo logró partir hojas con su nuevo látigo de mulero, sino que lo hacía mientras montaba sobre la bestia mecánica que iba y venía por la playa. Morven afiló un sable oxidado que había encontrado en la carabela naufragada, mató un cerdo y se hizo una vaina con su piel.
Todo el mundo hacía su turno de guardia sin quejarse, y dormía con la coraza y las armas al alcance de la mano.
Y eso demostró ser una buena idea.
* * *
Gaviota soñaba con Lirio.
Compartía una choza con Morven y Stiggur, y yacía bajo unas cuantas hojas de palmera para protegerse del frío del amanecer. Pero pasaba muchas noches revolviéndose y agitándose, buscando a tientas el cuerpo suave y cálido de Lirio y despertando cuando no lo encontraba.
El leñador se preguntaba si la amaba. ¿Sabía qué era el amor? Lirio siempre le había gustado y siempre había disfrutado con su compañía, y con el contacto de su cuerpo casto y flexible pegado al suyo. Gaviota la echaba de menos de la misma manera en que echaba de menos a su hermana. ¿O más? ¿Qué era realmente el amor?
—¡Despierta, Gaviota! —gritó una voz—. ¡En nombre de los cielos, despierta de una vez!
—¡Señor de Atlantis! —maldijo Morven.
—¿Qué? —graznó Gaviota, que estaba medio adormilado—. Aparta esa luz de mi cara...
No había luz. Era él quien estaba brillando.
Gaviota se irguió de golpe, agarró su hacha y se miró las manos. Estaban envueltas en un fantasmagórico resplandor blanco, y brillaban con la débil claridad de los hongos fosforescentes que crecen encima de los troncos del pantano. La luz se fue volviendo más intensa y se extendió a todo su cuerpo, haciendo que el leñador tuviera que entrecerrar los ojos y obligando a retroceder a los demás.
Neith, el soldado rojo que estaba montando guardia, le había despertado.
—¡Estás siendo invocado! ¡A través del vacío, para ir a la batalla!
—¿Yo? —jadeó el leñador, cegado por su propia iluminación—. ¿Por qué yo?
Y entonces la tierra se movió.
Arrojado a través del espacio, precipitado a través de un vacío, desde un punto hasta otro que se encontraba a centenares de leguas de distancia, de la noche al día, Gaviota sólo pudo agarrarse la cabeza mientras las imágenes caían sobre él.
En el tiempo que su corazón necesitó para latir una vez, vio:
Un gran risco se arqueaba por encima del mar. No había pueblos ni granjas, ni barcos en el agua, sólo hierba amarilla que se extendía a lo lejos hasta ser sustituida por un bosque a un kilómetro y medio de distancia. Unos diez metros por debajo del risco, el océano rugía y se agitaba y se lanzaba contra rocas cubiertas de algas marinas, proyectando chorros de espuma que centelleaban...
Un monolito de basalto negro, un reluciente cono oscuro como el azabache y alto como una iglesia, elevándose por encima del risco y del océano, junto a la base del cual...
Mangas Verdes estaba atada de pies y manos encima de un altar negro tallado al pie del monolito, donde...
Liante, con una caja rosada de aspecto ridículo sujeta sobre su cabeza mediante un pañuelo azul, mantenía inmóvil un cuchillo que parecía una hoz encima de la hermana de Gaviota. El hechicero estaba rodeado por...
Kem y tres nuevos matones armados con espadas cortas. Los cuatro protegían al hechicero, y estaban vueltos de espaldas a él y contemplaban boquiabiertos a Gaviota, mientras...
Muy lejos detrás de él, tierra adentro, estaba la caravana de Liante con los carros dispuestos en círculo, donde su secretario y su cocinera y sus bailarinas y su cantora y su astróloga y su enfermero atendían obedientemente a sus labores, para así no tener que ver lo que hacía su amo y señor en el altar del monolito, o...
En pie al lado de Gaviota...
Lirio, su rostro tan blanco como sus prendas de bailarina.
—¿Gaviota? —preguntó, y su voz sonó como el trino de un pajarillo.
—¡Lirio!
Visiones e ideas giraron locamente alrededor de Gaviota, dejándole confuso y aturdido. La brisa del mar refrescó su frente sudorosa: allí era más fresca que en la isla tropical. Un instante después un pensamiento atravesó su cerebro como un cohete en un castillo de fuegos artificiales.
—¡Eres una hechicera!
—¿Qué? —La joven se quedó boquiabierta y contempló sus manos temblorosas—. ¡No, no puede ser!
Pero Gaviota le cogió una mano y se la abrió. Débilmente visibles bajo el resplandor del mar, las palmas de Lirio todavía brillaban con la luz blanca que había transportado a Gaviota.
—¡Es verdad! ¡Me has traído hasta aquí! ¡Tienes magia dentro de ti!
—¡Por el amor de los dioses! —La muchacha estaba atónita—. ¡Eso explica... lo que sentía, esas voces! ¡Oh, Mishra! ¡Te echaba tanto de menos! ¡Y deseaba que estuvieras aquí para detener eso!
Señaló a Liante, que permanecía inmóvil enarbolando el cuchillo en forma de hoz. El hechicero no parecía sorprendido y de repente —más pensamientos, como olas que le hacían perder el equilibrio— Gaviota supo por qué.
¡Liante siempre había sabido que Lirio tenía un poder de hechicería latente! Sometió a un examen a todas las mujeres de la casa de prostitución y había hecho que cada una se pusiera el medallón de plata del que le habló Lirio, un objeto capaz de detectar la magia interior incluso si quien lo llevaba puesto no sabía que la poseía. Liante había comprado su contrato, ostensiblemente como ramera, pero de hecho a fin de mantenerla cerca de él, para el estudio o el...
Sacrificio.
Como sí hubiera sido fulminado por un rayo, Gaviota expulsó de su mente todos los pensamientos y la confusión y empezó a moverse.
Demasiado tarde.
Kem y los guardias ya llegaban a la carrera. Gaviota apenas tuvo tiempo de alzar su hacha antes de que cayeran sobre él. Los cuatro hombres usaron sus puños, extendieron las piernas para zancadillearle y chocaron con el leñador, derribándolo al suelo y aplastándolo bajo media tonelada de carne.
Gaviota vio cómo el cuchillo sacrificial subía más allá de la cabeza llena de cicatrices de Kem.
Y lo vio caer.
—¡¡Nooooo!!
* * *
Gaviota luchó contra aquellos cuerpos sudorosos, mordiendo, debatiéndose y sacudiendo los brazos y las piernas, pero permaneció tan atrapado como si estuviera debajo de una avalancha. Un puño chocó con la boca del leñador y le ensangrentó los labios. Pero los guardias no le mataron: debían de pensar que Liante lo quería vivo.
El rostro de Kem se alzó sobre él, entrevisto a través de una neblina de dolor y locura. Las cicatrices se tensaban sobre venas que palpitaban con la tensión del esfuerzo, y el lado mutilado al que le faltaba una oreja relucía por el sudor.
—¡Kem, bastardo! ¡Demonio asesino, puta asquerosa! —Incapaz de moverse, Gaviota escupió las maldiciones más obscenas sobre el rostro del hombre—. ¡Entré en un pantano infestado de sanguijuelas para ir en tu busca! ¡Luché con trolls para salvar tu miserable vida, perro inútil! ¡Estás en deuda conmigo! ¡Ese hombre va a asesinar a mi hermana!
—¡Fuiste a buscar a tu hermana, mentiroso, no a mí! —gruñó Kem desde unos centímetros de distancia—. ¡Te daba igual lo que fuese de mí!
—¡Fui allí a buscarte, maldito seas! ¡Nadie merece ser comido por unos caníbales! ¡Y mi hermana también fue en tu busca, y lo hizo porque tiene corazón! —Durante todo ese tiempo Gaviota suplicaba interiormente que su hermana no estuviese muerta—. ¡Nunca demostraste tener ni la gratitud de una cucaracha! ¡Pero estás en deuda con nosotros, y ahora ha llegado el momento de pagar esa deuda! ¿O es que vas a ser un perro toda tu vida?
Por primera vez, Gaviota vio aparecer una pequeña arruga en aquella frente llena de cicatrices. Profundas bolsas circundaron los ojos de Kem, y mil surcos tensaron su boca. Estaba contemplando a un hombre torturado por la duda.
Y de repente Kem rodó sobre sí mismo, y Gaviota ya no lo tuvo encima.
—¡Dejad que se levante! —ordenó a los otros guardias, empujándoles y dándoles manotazos.
Los matones se apartaron, confundidos y sin saber qué hacer. Trabajaban para Liante, pero Kem los había contratado. ¿A quién debían obedecer?
Mientras deliberaban, Gaviota entró en acción con la irresistible velocidad de una catapulta y los apartó a un lado. Después se puso a cuatro patas y agarró su hacha.
Si su hermana estaba muerta, convertida en una ruina sangrienta destripada igual que un pescado, el leñador cortaría a Liante en mil pedacitos diminutos.
Se puso en pie y corrió sobre la hierba amarilla en dirección al monolito. El sol poniente rozaba la punta del gran cono, proyectando un halo, y Gaviota no podía ver con claridad su base oscurecida.
Pero podía oír. Un terrible estrépito de gruñidos, rugidos y chasquidos de mandíbulas surgió de la oscuridad..., acompañado por los gritos de un hombre.
Gaviota entrecerró los ojos y entró corriendo en las sombras.
Un tejón gigante estaba atacando ferozmente a Liante.
Y encima de Mangas Verdes, que estaba ilesa, había un tejón más pequeño al que le faltaba un trocito de una oreja.
Gaviota, confuso y medio enloquecido, tropezó.
Y pensó.
* * *
El tejón de la oreja mordida había llegado del Bosque de los Susurros, a leguas de distancia. No había sido transportado hasta allí, no podía haberles seguido, no estaba escondido en los carros.
Y sólo Mangas Verdes había tocado a ese tejón.
En consecuencia, Mangas Verdes tenía que haberlo conjurado.
¡Y en consecuencia, Mangas Verdes también era una hechicera sin saberlo!
Como guijarros que caen en unas ranuras, una docena de pistas encajaron y las preguntas fueron respondidas. Mangas Verdes podía invocar animales a los que había tocado en el pasado. Ésa era la razón por la que el tejón de la oreja mordisqueada parecía seguirles, y la razón por la que aquella bestia-hongo, el fungo saurio, atacó al hechicero acorazado antes de que pisoteara a Gaviota. Explicaba el porqué había brillado con un resplandor azul, verde y marrón, en vez de centellear debido al conjuro de Liante o arder con una luz blanca debido al de Lirio. Explicaba por qué el tejón gigante había aparecido en el cubil de los trolls cuando Mangas Verdes se hallaba en peligro. Explicaba por qué estaba atacando salvajemente a Liante en aquel preciso instante.