Cada tarde los cuatro se quitaban la ropa y se metían en el océano, donde se zambullían, nadaban, chapoteaban y se salpicaban unos a otros como niños.
Un día Gaviota intentó hacerse amigo de aquellas aves que le habían dado el nombre, y les ofreció trocitos de comida y migajas de pan, pero las gaviotas emprendieron el vuelo cada vez que se les acercaba y nunca le dejaron llegar lo bastante cerca para que pudiese tocarlas. Cuando le preguntó por qué se comportaban de aquella manera, Lirio se lo explicó.
—Son carroñeras, Gaviota. Viven de su ingenio y de su cautela. Comen lo que pueden, a veces luchando con perros, gatos y otras aves para conseguirlo... Y en realidad no son bienvenidas en ningún sitio, aunque los marineros se niegan a matar ningún ave marina. Trae mala suerte.
—Unas carroñeras irritables y recelosas cuya presencia no gusta a nadie —dijo Gaviota con voz pensativa—. Soy bastante más parecido a esas aves que me dieron el nombre de lo que me imaginaba.
La bailarina se echó a reír y le apretó el brazo.
—Tu presencia es muy agradable, y no creo que se te pueda considerar irritable o receloso... Y te limitas a sobrevivir, igual que hacemos todos. Míralo de esta manera: las gaviotas son duras, inteligentes y veloces, y te puedes fiar de ellas y además siempre tienen mucha suerte. ¿Te gusta más así?
—¿Y a ti?
El leñador se rió y le rodeó la cintura con los brazos.
Gaviota volvió a reírse cuando le dio el pan a Mangas Verdes. La muchacha sólo necesitó alargar la mano con un trocito de pan en la palma y las gaviotas cayeron sobre ella, aleteando alrededor de sus faldas y flotando en el aire para comer de su mano, y algunas incluso llegaron al extremo de posarse sobre su cabeza.
—¿Cómo se llaman, Verde? —le preguntó su hermano a gritos.
—¡Paaaaájaros! —respondió su hermana entre risitas.
Durante sus recorridos por el pueblo y los alrededores fueron enseñando pacientemente nuevas palabras a Mangas Verdes, hasta que la joven empezó a señalar con el dedo y decir los nombres de las cosas como un bebé despierto e inteligente. Mangas Verdes no tardó en ir uniendo unas palabras con otras.
—¡Quiero caramelo! ¡Veo peces! ¡Tengo hambre!
Gaviota meneó la cabeza ante aquel prodigio, y deseó que su familia estuviera viva para poder ver crecer la mente de su hermana.
Pero durante su cuarta noche allí, cuando casi todo el pueblo estaba en la cama, se llevaron su mayor sorpresa..., y la más desagradable.
* * *
Con Stiggur en el campamento para montar guardia, Lirio, Gaviota y Mangas Verdes fueron a dar un paseo. Tal como insistía siempre Lirio en que debían hacer, fueron por el centro de la calle para evitar los callejones y la presencia de posibles ladrones que estuvieran al acecho.
Pero enseguida oyeron un repiqueteo de pies lanzados a la carrera.
Gaviota giró sobre sí mismo, tirando de las dos mujeres hasta colocarlas detrás de él.
Y soltó un jadeo de puro estupor.
Chad corría hacia él empuñando un gran garrote.
Antes de que tuviera tiempo de gritar, Gaviota oyó un golpe ahogado. Lirio se desplomó sobre él, dejada inconsciente por otro asesino. Gaviota miró por encima de su hombro y divisó al estólido y silencioso Oles.
Y junto con la ira ante aquel rastrero ataque llegaron las preguntas. ¿Qué infiernos estaba ocurriendo para que miembros de su propia caravana le atacaran? ¿Quién estaba detrás de todo aquello?
Un instante después llegó la sorpresa más grande de todas.
—¡Gaviota! —gritó una voz de muchacha.
El leñador giró sobre sus talones para encararse con la persona que acababa de dirigirle la palabra.
—¿¿¿Mangas Verdes???
Las preguntas dejaron paralizado a Gaviota.
¿Mangas Verdes había pronunciado su nombre? ¿Chad y Oles querían matarles? ¿O querían capturarles? Campanas de Kormus, ¿por qué?
Algo silbó junto a su cabeza y el leñador se agachó y alzó un brazo para apartarlo. Era Oles haciendo girar su garrote en el aire. El impacto sobre su bíceps envió una sacudida de dolor hasta la columna vertebral del leñador.
Y entonces Chad se lanzó a la carga enarbolando el garrote.
En vez de dejar su cabeza expuesta a otro golpe de Oles, Gaviota también se lanzó a la carga con los hombros bajados y el torso inclinado.
Logró deslizarse por debajo de dos golpes sibilantes. Gaviota extendió las manos, agarró una bota de Chad y tiró de ella. Chad soltó un juramento y se derrumbó encima del leñador. Gaviota rodó sobre el costado sin dejar de tirar, colocando a Chad encima de él para que obstaculizara los ataques de Oles.
Los dos hombres lucharon en el polvo y la basura de la calle sumida en las tinieblas de la noche. Chad era fuerte, pero no era rival para Gaviota. El leñador se irguió y agarró a Chad por la garganta. El balido de sorpresa del guardia quedó interrumpido de repente. Chad intentó boquear, pero ni siquiera podía tragar saliva. Sin aire, el pánico se fue adueñando de él.
Incapaz de gritar pidiendo ayuda, Chad golpeó el suelo con los talones. Gaviota oyó los maullidos aterrados de Mangas Verdes por encima de su cabeza.
—¡Corre, Verde! —chilló.
Porque él estaba muy ocupado arrancándole la vida a un traidor con las manos.
Chad se debatió y pateó, gorgoteando mientras se le acababa el aire. Trató de golpear la cabeza de Gaviota, pero el leñador estaba demasiado cerca para que pudiera asestar un golpe realmente efectivo. El guardia levantó las manos hasta el rostro de Gaviota e intentó arañarle los ojos, pero Gaviota le mordió un pulgar hasta que sintió el sabor salado de la sangre manchándole la boca.
Estarse asfixiando hizo que Chad descubriera nuevas reservas de una fuerza enloquecida. El guardia arqueó la espalda y sacó su espada corta de su vaina. Lanzó un mandoble...
... mientras Gaviota le arrojaba a un lado y se ponía en pie de un salto.
Chad se agarró la garganta, tosiendo y jadeando, pero se acordó del peligro que corría. Se puso a cuatro patas, intentó alzar su espada...
... y Gaviota cayó sobre él igual que una avalancha.
Una patada con los zuecos de madera de nogal del leñador rompió la clavícula del guardia, dejó amoratado su hombro y terminó abriéndole un arañazo en su apuesta cabeza. Gaviota se inclinó y alzó en vilo a Chad, desgarrándole la camisa. Girando sobre sus talones para alejarse del sitio en el que suponía que estaba Oles, Gaviota dio cinco rápidos pasos sin soltar a Chad y agarrándolo como si estuviera bailando con él.
Los dos hombres jadearon cuando chocaron con la esquina de un edificio.
Gaviota se lanzó sobre Chad, aplastándole contra la esquina con su cadera. El guardia agitó su espada y lanzó un mandoble contra la espalda de Gaviota, rasgando la chaqueta de cuero y la piel, pero su brazo estaba atrapado.
La mano del leñador descendió sobre el brazo de Chad en un golpe tan cortante como el de una hoja de acero. La espada cayó al polvo con un ruido metálico.
Gaviota agarró un puñado de cabellos de Chad. Alzó al guardia hasta dejarlo de puntillas, lo atrajo hasta su hombro...
... y después estrelló la apuesta cabeza de Chad contra la esquina tan fuerte como pudo.
Como había ocurrido cuando aturdió al troll del pantano, el primer golpe dejó confuso a Chad y le arrebató la voluntad de seguir luchando. Cabellos oscuros y trocitos de piel morena quedaron pegados a las rugosas tablillas de madera del edificio.
El segundo golpe fue más potente y mejor dirigido, y le dejó inconsciente.
El quinto le mató.
* * *
Gaviota dejó caer el cuerpo mutilado de Chad y se limpió la sangre de las manos pasándolas por la pared del edificio.
—Alimenta a las ratas, rata.
La furia de la batalla se fue disipando poco a poco, y el leñador se acordó del resto del ataque. Oles. Mangas Verdes. Lirio.
Pero estaba solo en la oscura calle. Gritó los nombres de las mujeres, y no obtuvo respuesta. ¿Dónde infiernos se habían metido?
Gaviota volvió frenéticamente la cabeza de un lado a otro, registrando la espaciosa calle con la mirada. Si Oles estaba volviendo al campamento —¿por qué?— iría en dirección oeste, alejándose de los muelles.
Gaviota decidió correr el riesgo de confiar en su intuición. Agarró la espada de Chad y echó a correr sin hacer caso al dolor de su rodilla, escrutando la oscuridad en busca de su hermana.
* * *
Unos cien metros por delante de él Gaviota vio a un hombre de anchas espaldas que llevaba encima del hombro a una joven que se debatía.
Mangas Verdes se retorcía y se contorsionaba, dando golpes con sus puños huesudos y lanzando patadas mientras maullaba como una gata famélica. Oles siguió avanzando con su zancada larga y desgarbada, cambiando de posición el peso que transportaba y mirando a su alrededor por si veía llegar a la ronda del pueblo.
Gaviota se quitó los zuecos y echó a correr tan deprisa como podía hacerlo. El estrépito que producía Mangas Verdes ahogó el ruido de su aproximación. El leñador enfiló la espada que había tomado prestada hacia la espalda de Oles, bajando la punta para que la hoja no quedara atascada en sus costillas.
La espada mordió la carne tan limpiamente como el colmillo de una serpiente, y se deslizó por ella trazando un frío sendero a través de las tripas de Oles. La punta de la espada sobresalió de su estómago durante un momento y luego se retiró con un chirrido de acero que le hizo estremecer.
Oles se quedó sin fuerzas cuando la sangre brotó a chorros de su herida. Se tambaleó e intentó mantener cautiva a la muchacha, pero le fue arrancada del hombro.
El guardia se desplomó de bruces en el suelo sin emitir ni un solo sonido.
* * *
Gaviota remolcó a su hermana a lo largo del pequeño paseo marítimo. La arena alcanzaba su máxima firmeza entre la marca más alta de la marea, indicada por las algas, y las olas. A juzgar por lo que le había contado Lirio sobre las mareas, la subida del nivel del agua taparía sus huellas.
Porque en aquel momento, y por encima de todo, Gaviota necesitaba tiempo para pensar.
Las olas chocaban con la orilla y se derrumbaban sobre ella, avanzando hacia sus pies bajo la forma de una blanca espuma cremosa. La playa se convertía en rocas un poco más adelante y el leñador se metió por entre ellas, saltando de un peñasco cubierto de sal al otro y deslizándose sobre montones de algas que chasqueaban y crujían debajo de sus pies. La Luna de la Neblina, la luz de las estrellas y la débil claridad del océano iluminaban su camino. Las gaviotas despertadas por su aparición graznaron y remontaron el vuelo. Gaviota esperaba que sus homónimas no le traicionaran.
Más allá de las rocas había una pequeña extensión de hierba marina y robles achaparrados. Gaviota colocó a Mangas Verdes en la primera estribación, se izó detrás de ella y arrastró a su hermana hasta el macizo de vegetación más espeso y protegido que pudo encontrar. La hierba y los zarzales tiraban de las faldas y las piernas desnudas de la joven. Gaviota sintió cómo el rasguño de espada empezaba a picarle y arder al ser besado por la brisa que entraba a través del desgarrón de su camisa.
En cuanto hubo dejado atrás la primera barrera de zarzales, usó la espada de Chad para abrirse paso a través de una línea de arbustos cargados de bayas. Los tallos cortados desprendieron un dulce aroma resinoso. Una gran roca plana salpicada de líquenes formaba un claro lo suficientemente grande para que pudieran sentarse. La roca aún no había perdido el calor del sol, y se encontraban por debajo de la fría brisa marina. El sonido del oleaje quedaba ahogado.
Gaviota se dejó caer sobre la roca, jadeando y haciéndose un poco a un lado para asegurarse de que no hería a su hermana con la punta de la espada. Después hizo un rápido examen de su situación. Tenía su daga negra y su látigo de mulero, la espada de Chad, una bolsa llena de monedas y nada más. Mangas Verdes tenía todavía menos, únicamente un traje y un chal.
La pregunta a responder era en qué clase de lío se habían metido y hasta qué punto era grave.
El leñador se preguntó si Chad y Oles habrían estado trabajando en solitario. ¿Habían planeado...? Bueno, ¿qué podían haber planeado? ¿Matar a Gaviota para vengarse de unos cuantos insultos? No resultaba probable, dado que habían utilizado garrotes y no espadas. ¿Vender a Mangas Verdes a una casa de prostitución? ¿A un traficante de esclavos? ¿Venderlos a los dos? Lirio le había advertido de que a veces los comerciantes secuestraban a campesinos y que los «convencían» de que se convirtieran en marineros, dado que la vida en alta mar era dura y miserable. ¿Habría acabado Mangas Verdes en un harén? ¿Detrás de quién andaban exactamente los dos guardias?
Y lo que era más importante, y mucho más tenebroso...
¿Habían sido enviados por Liante?
Como hombre Liante no le gustaba nada. Gaviota lo consideraba quisquilloso, irritante, presuntuoso y altivo, pero quizá todas las personas educadas o de buena posición eran de esa manera. Aun así, no le había importado trabajar para él, ya que el hechicero era un amo justo y nada exigente. Liante pasaba la mayor parte del tiempo lejos y sin prestarle ninguna atención, distraído y con la cabeza llena de planes y problemas místicos. Gaviota no confiaba en el hechicero, pero no tenía ninguna razón para desconfiar de él.
O, al menos, no la había tenido hasta entonces.
Bien, ¿qué debía hacer? ¿Ir a ver a Liante y exigirle la verdad? ¿Recibiría ayuda de alguien de la caravana en el caso de que realmente hubiese un plan traicionero tramado contra él? De Morven, tal vez. De Stiggur, quizá. De Lirio... Por supuesto que sí, pero ¿dónde estaba? Gaviota había sentido cómo se desplomaba, pero luego había desaparecido. ¿Había logrado escapar? ¿Se la habían llevado?
Un millar de preguntas y ninguna respuesta. Nada tenía sentido.
Como siempre, Gaviota se volvió hacia su hermana y le habló —tal como hacía con sus mulas— para aclarar sus pensamientos.
—¿Tienes alguna idea, Verde?
Y entonces Gaviota se llevó la mayor sorpresa de toda la noche.
Mangas Verdes respondió.
—N-no —dijo.
* * *
El leñador se frotó la frente. Quizá le habían dado un golpe en la cabeza y no había llegado a enterarse.
—¿Qué has dicho? —preguntó en voz baja.
—No...