El bosque de los susurros (30 page)

Read El bosque de los susurros Online

Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

No era una aldea, sólo un claro de unos tres metros de anchura. La hoguera era un círculo de rocas. El suelo estaba cubierto de huesos y desperdicios varios entre los que había varios montones de hierba podrida que servían de camas.

Gaviota fue el primero en irrumpir dentro del claro, con Chad siguiéndole.

Mangas Verdes yacía de bruces encima de un montón de hierba, y había cuatro trolls sentados sobre su espalda sujetándole las manos. Pegados al fuego había cinco trolls más, machos y hembras, sentados encima de la espalda de Kem. Una arpía de cabellos grises empuñaba un cuchillo de hoja oxidada con el que iba serrando el brazo del guardia a la altura del codo. Los chorros de sangre que salían disparados de la herida llegaban hasta el fuego, haciendo que humeara con un hedor metálico.

Los dos rescatadores se quedaron atónitos ante la sorpresa de los trolls. Los rostros verdosos se alzaron hacia ellos, las mandíbulas retorcidas se aflojaron, y los ojos sobresalieron de las órbitas. Gaviota comprendió que aquellos seres eran tan estúpidos como un perro tonto.

Y después hizo girar su hacha, y los trolls empezaron a morir.

El leñador le gritó a Chad que se mantuviera alejado y colocó el hacha de doble filo detrás de él. El arma quedó un poco atascada entre las lianas, y Gaviota volvió a hacerla girar con un gruñido y un potente tirón.

El filo del hacha se abrió paso a través de la troll del cuchillo. El cráneo de la criatura se hizo añicos y quedó convertido en un tocón rosado que lanzó chorros de sangre y sesos en todas direcciones. El hacha atravesó a dos trolls más y acabó incrustándose en un cuarto. Los otros ya habían echado a correr.

No llegaron muy lejos. Algo irrumpió en el claro desde el otro extremo. Era una cosa larga, baja y ancha cubierta de un pelaje grisáceo lleno de franjas más oscuras. Gaviota vio una cabeza achatada dividida en dos partes por una tira de pelo oscuro, y un instante después unos dientes muy blancos destellaron y se cerraron sobre la pierna de un troll, separándola limpiamente del cuerpo.

Era un tejón tan grande como una mula.

Chad se agachó a la izquierda de Gaviota, rodeó la hoguera y se lanzó sobre los trolls agazapados encima de Mangas Verdes. Pero vaciló y retrocedió cuando el tejón gigante escupió una pierna para corretear en pos de otra víctima.

Gaviota comprendió que no estaba hambriento. El tejón atacaba para matar, de la misma manera que perseguía a las gallinas. Como una serpiente de cuerpo gordo y lustroso, corría sobre sus cortas patas en persecución de un troll que chillaba igual que un ratón.

Había trolls por todas partes. Chad atravesó el pecho de una hembra con su espada y después le pateó el mentón para liberar su hoja. Se tambaleó intentando recobrar el equilibrio, plantando los pies en el suelo y lanzando mandobles contra otros trolls que se debatían y se retorcían, dando zarpazos y patadas para escapar como gusanos que salen de un trozo de carne. El guardia logró atravesar la espalda de otro troll antes de que el claro quedase totalmente vacío salvo por los muertos.

Y los agonizantes. El tejón cerró sus mandíbulas sobre un troll, gruñó y mordió y meneó la cabeza hasta que la sangre chorreó por sus bigotes.

El guardia dirigió la punta de su espada hacia la bestia como precaución.

—¿De dónde ha salido esta cosa? ¡Por las tetas de Urza, eso sí que es un tejón realmente grande!

—Esta isla debe de llegar hasta alguna lengua de terreno más alto que atraviesa todo el pantano —sugirió Gaviota.

Fueron hasta la hoguera y el leñador removió las ramas con su hacha para avivar las llamas, queriendo averiguar si asustaban al tejón. La bestia se limitó a seguir alimentándose, sin dejar de gruñir ni un solo instante mientras lo hacía. Gaviota se puso en cuclillas, teniendo mucho cuidado de no acercarse demasiado a los dientes y las garras, y agarró el pie de su hermana y tiró hasta que la tuvo junto a él.

La joven se irguió, visiblemente aturdida, y después se lanzó a sus brazos. Gaviota se la quitó de encima para poder inspeccionarla y no vio que le pasara nada, aparte de estar asustada. Le dio palmaditas y la calmó, y le preguntó por Kem.

El hombre de la cicatriz en la cara pudo incorporarse. Los trolls casi le habían asfixiado, y jadeó intentando tragar aire. Su brazo sangraba. Chad cortó un faldón de su camisa y preparó un vendaje para cortar la hemorragia. Gaviota, que seguía abrazando a Mangas Verdes, ayudó a Chad a levantar a Kem.

—No esperes que te dé las gracias —graznó Kem, todavía muy aturdido, lanzando las palabras a la cara del leñador.

A Gaviota se le ocurrieron muchas réplicas, y escogió la más insultante.

—De nada.

* * *

Unos días después, el leñador todavía seguía pensando en lo ocurrido.

—El que ese tejón apareciera de una forma tan repentina fue condenadamente extraño.

Lirio, que estaba bamboleándose encima del pescante a su lado, se encogió de hombros.

—No era más que un animal grande. Los trolls eran más grandes que los trasgos, ¿no? Puede que las criaturas de ese pantano crezcan más que en otros sitios.

—Pero aquel tejón —¡oh, era enorme!— estaba limpio... ¡Incluso tenía arena amarilla pegada al pelaje, no barro! ¡No le vi ninguna sanguijuela encima, y nosotros estábamos cubiertos de ellas! Debió de...

—Le dijiste a Chad que la isla iba subiendo poco a poco. El tejón salió de su madriguera en busca de trolls. ¿Qué hay de tan extraño en eso?

—Pero es que el tejón...

Gaviota se interrumpió para guiar a sus mulas alrededor de un pequeño afloramiento rocoso con unos cuantos gritos.

Ya habían dejado atrás el pantano. Liante había encontrado sus lotos negros a lo largo de su límite sur. El hechicero se pasó toda la mañana tocándolos y haciendo dibujos en su grimorio mientras la caravana se dedicaba a ahuyentar insectos a manotazos.

El camino se fue volviendo más marcado y transitable a medida que se aproximaban a las colinas, y encontraron un paso en el viejo cauce de un río. Tuvieron que rodear grandes rocas, o hacerlas a un lado mediante palancas, pero hicieron buenos progresos. Las colinas que se alzaban a cada lado de la caravana estaban cubiertas de hierba, y tenían pequeños macizos de árboles que daban cobijo a gamos, cabras y bisontes enanos que hicieron piafar de miedo a los caballos. Desde la cima de cada colina veían más colinas, pero después éstas se terminaron de repente. Pájaros blancos trazaban círculos en el cielo, y Liante dijo que se aproximaban al océano.

Después explicó a su jefe de caravana que los pájaros blancos se llamaban gaviotas, igual que él. Gaviota empezó a sentirse muy interesado. Nunca había visto el mar ni una gaviota.

Alguien más compartió su reacción. Por primera vez en toda su vida, Mangas Verdes empezó a interesarse por lo que la rodeaba. La joven sacaba la cabeza cien veces al día por entre Gaviota y Lirio para contemplar el paisaje. Después trepaba por encima de la cocinera, el ayudante de la cocinera y los cacharros de cocina para mirar por la parte de atrás. Mangas Verdes bajaba de un salto del carro, lo rodeaba a la carrera, cogía una roca o un tallo de hierba, se lo enseñaba a su hermano y después señalaba los gamos y bisontes, parloteaba a toda velocidad, volvía a subir al carro y asomaba la cabeza una vez más por encima del hombro de Gaviota.

—¿Qué está mirando? —preguntó Lirio.

—Que me cuelguen si lo sé. —Gaviota se encogió de hombros—. Está fascinada por alguna cosa. Puede que sean esos ciervos de las orejas grandes, o tal vez sea algo que nosotros no podemos ver.

Mangas Verdes metió un manojo de flores silvestres entre los dedos de Lirio. Los capullos diminutos formaban una nube de blancura. Gaviota los había visto en el jardín de su madre, y sabía que se llamaban aliento de bebé. Le dijo el nombre a Mangas Verdes, y vio cómo fruncía el ceño.

—Parece como si estuviera pensando —murmuró Lirio.

—Igual que hace una mula antes de soltar una coz —dijo Gaviota. Pero tuvo que estar de acuerdo con la bailarina. Mangas Verdes se estaba comportando de una manera muy extraña, incluso para alguien «bendecido con el don de la otra vista».

* * *

Al día siguiente llegaron a lo alto de un promontorio y vieron el océano.

Gaviota quedó tan sorprendido que tiró de las riendas. ¡Era tan azul, tan ancho y tan vasto! El horizonte estaba puntuado de islas que formaban una larga hilera amarilla hacia el sur. Barcos, los primeros que había visto en toda su vida, se deslizaban silenciosamente sobre las aguas como enormes cisnes de madera.

Lirio se echó a reír.

—Y también es profundo —dijo—. Te cubre hasta la cabeza.

—No me tomes el pelo —la riñó Gaviota—. Es sólo que hay... ¡Oh, hay tanto mar que ver!

La bailarina volvió a reír y se puso bien la capucha de su chaqueta, que había sacado de un cofre de su carro, pues una fuerte brisa en la que flotaba el olor a sal les estaba dando en la cara desde hacía un rato.

—Lo siento. Yo estoy acostumbrada al mar. Nací en un puerto. Mi madre era ramera, igual que yo.

—Basta —dijo Gaviota, y le cogió la mano.

Mangas Verdes apareció entre ellos y empezó a parlotear con curiosos burbujeos de tejón mientras contemplaba el mar. Lirio se rió de su asombro.

—Mar —le dijo—. Maaaaar.

—¡Maaaaar! —exclamó la retrasada.

Gaviota se sobresaltó hasta tal extremo que faltó muy poco para que se cayera del pescante del carro.

—¿Qué has dicho?

—¡Diiiiicho! —gritó su hermana.

Gaviota se quedó boquiabierto, y Lirio empezó a reírse de los dos hermanos. El leñador, muy trastornado, se volvió hacia ella.

—¡Para! —casi rugió—. ¡Esto es serio! ¡Antes nunca había repetido nada!

—¿Nunca? ¿De veras?

Esta vez le tocó el turno a Lirio de quedarse perpleja. Mangas Verdes estudió a los dos como un perro paciente que aguarda órdenes.

Y las órdenes llegaron, pero desde dos carros más atrás.

—¿A qué viene esta parada? —chilló Knoton el secretario con su voz aguda y estridente—. ¡Venga, moveos de una vez! ¡Liante está esperando!

Gaviota se dejó caer sobre el pescante, agitó las riendas y agarró la palanca del freno para que el carro fuese más despacio mientras iba descendiendo por la pendiente. Un camino serpenteante corría a lo largo del risco: era el primero con el que se encontraban desde que salieron de Risco Blanco.

Gaviota subía y bajaba con cada salto y traqueteo del carro, mirando con los ojos muy abiertos cuanto la rodeaba. La brisa marina agitaba su cabellera convirtiéndola en un halo marrón.

—¡Maaaar! —canturreó.

* * *

Después de haber pasado junto a campos recién arados y sembrados, una granja que parecía una pequeña fortaleza, pequeños riscos llenos de maleza y luego más granjas y más campos, llegaron al pueblo formado por unos cuantos centenares de casas. Gaviota volvió a quedar muy impresionado.

—¡Tantas personas en el mismo sitio!

Lirio se rió.

—Y esto no es más que un pueblecito. Tendrías que ver una auténtica ciudad. Está amurallada, pero necesitarías un día entero para ir desde un extremo hasta el otro. O dos días...

Gaviota descubrió que le resultaba imposible imaginarse eso. Pero a pesar de que Lirio se burlaba de él, le alegró verla reír con tanta facilidad.

Liante ordenó que los carros se detuvieran en la primera cervecería, pues se habían quedado sin cerveza hacía ya varias semanas. El hechicero sacó monedas de su propia bolsa para pagar una ronda. Cansado, polvoriento y con las piernas medio entumecidas por el largo viaje, su séquito apuró ávidamente las jarras. Liante hizo que volvieran a llenarlas y después alzó su espumeante jarra para un brindis.

—¡Por vosotros, mis orgullosos seguidores! ¡Respeto esa capacidad para trabajar duro y esa diligencia vuestras que nos han traído hasta aquí sanos y salvos! ¡Sabed que habrá cerveza en abundancia, y comida fresca, y días para vagabundear a voluntad con vuestras bolsas repletas!

Unida por primera vez, la caravana lanzó vítores y bebió. Cuando hubieron terminado el tonel, Liante dio las últimas órdenes. Tenían que montar el campamento fuera del pueblo, recoger madera para el fuego y apostar un centinela, y después el resto podría marcharse para ir donde más le apeteciese. Todos obedecieron cansinamente mientras el sol se iba ocultando.

Antes de que pudiera darse cuenta, Gaviota tenía dinero dentro de una bolsa, una daga negra en el cinturón, Mangas Verdes colgada de un brazo y Lirio del otro, y a Stiggur siguiéndole igual que un cachorrito. Los cuatro fueron juntos al pueblo. Lirio les había prometido que lo pasarían bien, aunque Gaviota no tenía ni idea de lo que llevaba aparejado eso. Por el momento se sentía más que satisfecho sólo con contemplar todas aquellas novedades.

Durante los días siguientes fueron explorando el pueblo. Gaviota apenas podía creer que hubiera tanta diversidad, color y actividad industriosa. Todo le gustó muchísimo. Las calles eran espaciosas y estaban bastante limpias, aunque cerdos, gallinas y perros correteaban de acá para allá. Los edificios eran de uno o dos pisos, cubiertos con tablillas de madera manchadas de sal y postigos, con puertas pintadas e imágenes puntuando las paredes. Las tiendas lucían carteles pintados. Las cervecerías estaban repletas de marineros, piratas, granjeros y artesanos. Los muelles estaban llenos de mercancías descargadas de largas y gráciles galeras y panzudos cargueros. Los talleres estaban abiertos y daban a las calles, por lo que pudieron ver caballos siendo herrados, navíos en reparación y calafateo, peces a medio destripar, velas sumergidas en el sebo o la cera, y tela durante el proceso de teñido.

Lirio les compró comidas que nunca habían probado: pescado fresco del océano y patatas fritas en aceite de oliva, cordero asado con cebollas, naranjas endulzadas con miel, colas de marmota maceradas en cerveza... Compró a Mangas Verdes y Stiggur enormes trozos de cristal de roca que resultaron ser dulces de caña de azúcar suspendidos de un hilo. Vio cómo Gaviota iba probando cervezas de todas las procedencias, destiladas de avena y otros cereales, pero también obtenidas de calabazas, patatas, setas e incluso corteza de abedul.

Con una bolsa llena de dinero y algunos sitios en los que gastarlo, Gaviota hizo que una costurera confeccionase un traje nuevo para su hermana, de color verde claro con las mangas más oscuras y parecido a los que su madre había cosido hacía ya mucho tiempo, aunque con un corpiño acolchado ya que el clima era más frío junto al mar. Pero en cuanto a su propia indumentaria, no se le ocurrió nada aparte de un sencillo suéter de color gris.

Other books

The Operative by Falconer, Duncan
Kamikaze Lust by Lauren Sanders
The Grenadillo Box: A Novel by Gleeson, Janet
The Book of Saladin by Tariq Ali
Step Back in Time by Ali McNamara
Improbable Cause by J. A. Jance
If God Was A Banker by Ravi Subramanian
Sweet Laurel Falls by Raeanne Thayne