Mangas Verdes había estado jugueteando con la caja de piedra rosada, que brillaba bajo la luz de la hoguera, pero de repente dejó de hacerlo.
—Yo a-ayudaré, Gaviota —dijo.
Lirio puso la mano que podía mover sobre la de Gaviota.
—Y yo.
—¡Y nosotros! —gritó Holleb, como si aceptara el desafío a un duelo.
—¡Sí! ¡Nosotros también! —chilló Helki.
Los dos enviaron un relinchante grito de guerra a los cielos.
Cuando los ecos hubieron muerto, las dos cabezas de Liko hablaron al unísono por primera vez.
—Yo también —dijo el gigante.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Stiggur—. ¡Puedo traer a Cabezota!
Gaviota le revolvió los cabellos con tanta fuerza que el muchacho se cayó al suelo.
—Por supuesto que sí, Stiggur. Y tráete tu látigo... También vamos a necesitarlo.
Lirio señaló la oscuridad con una inclinación de cabeza.
—¿Qué hay de Sorbehuevos?
Gaviota se rió.
—Oh, sí. Le necesitaremos para..., para algo. Pero no estaba proponiendo que formáramos un ejército para detener a los hechiceros.
—Sí, lo estabas haciendo —replicó Lirio—. Es algo que todos hemos deseado, pero que no éramos capaces de decir en voz alta.
Gaviota miró a su alrededor, y sus ojos recorrieron el pequeño y maltrecho grupo.
—Qué extraño... No somos más que un puñado de desconocidos, cada uno de los cuales ha sufrido mucho debido a la codicia de los hechiceros. Ahora somos... Bueno, supongo que somos un ejército. Hechiceras y guerreros y..., y jinetes de bestias mecánicas y... leñadores...
Un nudo de la madera chasqueó en la hoguera y un chorro de chispas saltó por los aires. Gaviota contempló cómo subían para reunirse con las estrellas que llenaban el horizonte de un confín a otro.
—Mi padre solía decir que el cielo nunca estaba tan despejado como después de una tormenta.
—Así que tenemos un futuro radiante y luminoso —dijo Lirio.
—Supongo que sí. Pero ¿estáis realmente seguros de que queréis hacer esto? ¿Queréis dedicaros a un ejército..., a una cruzada, sin ninguna idea de cómo proceder? ¿Queréis enfrentaros a hechiceros y matones y monstruos y criaturas infernales, arriesgar la vida y vuestros miembros, sólo para impedir que sigan arrasando aldeas y destruyendo las vidas de la gente corriente, de personas a las que ni siquiera conocéis..., cuando podríais iros a casa en vez de hacer todo eso?
Volvió a mirar a su alrededor y escrutó cada rostro, pero todos se limitaron a asentir.
El leñador removió las ramas con un dedo del pie para avivar el fuego de la hoguera.
—Bien, entonces... Eso es lo que haremos.