El bosque de los susurros (32 page)

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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

—¿Puedes entenderme?

—S-sí...

Mangas Verdes le había respondido con voz temblorosa y vacilante. Gaviota también se dio cuenta de que su voz era muy agradable, como el trino de un pájaro o las canciones de su madre. Pero hablaba muy despacio, como si tuviera que encontrar y comprender cada palabra. Su refugio estaba tan oscuro que el leñador no podía verle los ojos, pero notó que le estaba mirando.

Por primera vez en su vida, Mangas Verdes había dado una muestra de inteligencia.

—S-siempre he po-podido.

—¿Siempre has podido qué?

—Enten-der... Sabía que t-tú es-tabas a-allí, pero era didifícil... No po-podía... —Mangas Verdes agitó sus manecitas en un vaivén de exasperación—. Te... oía. P-pero había tantas co-cosas más... Pájaros. Flo-res. El ci-cielo...

Su hermano intentó comprenderlo.

—¿Siempre supiste que te hablaba y me entendías, pero había otras cosas que te distraían?

—Sí... ¡Sí!

La voz de Mangas Verdes se volvió tan repentinamente alegre y animada como la de un niño.

Gaviota empezó a pensar. Cuando era pequeño, un padre de la aldea se había caído de un tejado. Había aterrizado sobre la cabeza, y estuvo a punto de morir. A partir de entonces había días en los que tenía la mente embotada, y otros en los que podía pensar con claridad. Para decirlo brevemente, su cerebro había quedado dañado..., como el de su hermana cuando nació.

O eso habían pensado. La nueva Mangas Verdes se comportaba de una forma muy lúcida. ¿La habrían golpeado también en la cabeza?

—¿Por qué de repente puedes hablar tan bien? ¿Lo sabes?

—Ár-boles —canturreó Mangas Verdes.

—¿Árboles?

—Demasiados árboles. Por todas partes. —Mangas Verdes movió una mano, formando un dosel sobre su cabeza—. Palabras de ár-árboles... Hablaban dentro de mi cabeza. Me contaban... historias.

—¿Susurros? ¿El Bosque de los Susurros? ¿Oías historias?

Mangas Verdes asintió, su rostro un pálido manchón en la semioscuridad.

Gaviota se rascó la cabeza y encontró una costra que le escoció al ser tocada. Bien... Así que el misterio del Bosque de los Susurros había quedado resuelto, al menos en parte. Los árboles hablaban después de todo, pero las personas normales no podían entenderlos, igual que si hablaran una lengua extranjera. Pero su pobre hermana retrasada oía sus canciones y sus secretos, y había tantos que abrumaban a su pobre cerebro.

Por lo tanto eso significaba...

—¡Oh! Cuando llegamos a los páramos de pinos dejamos atrás el Bosque de los Susurros... Después de unos cuantos días de viaje..., empezaste a hablar. ¡Oh! ¡Tu mente se despejó en cuanto estuviste lo bastante lejos del bosque!

—Sí. Ahora ha-hablo yo sola. A ti. Hermano Gaviota.

Gaviota se sorprendió ante el sollozo que le formó un nudo en la garganta. Su nombre, tan dulce viniendo de su hermana..., que había perdido su mente y la había encontrado.

El leñador la estrechó entre sus brazos, apretándola con todas sus fuerzas hasta que Mangas Verdes soltó un chillido.

—Me a-aplastas..., Gaviota.

—Sí —fue todo lo que pudo decir él.

Y entonces un pensamiento cruzó velozmente por su cerebro, y Gaviota se echó hacia atrás y miró fijamente a su hermana.

—Oh, cielos... Todo este tiempo yo te llevaba al bosque porque te gustaba tanto, y para evitar que te metieras en líos, ¡y era el bosque el que nublaba tu mente! Yo tengo la culpa de que estuvieras... enferma.

—No. —La sonrisa de Mangas Verdes estaba llena de dulzura—. Amo el bo-bosque. Yo...

Se calló. Gaviota supuso que estaba buscando la palabra adecuada, pero la mirada de Mangas Verdes pasó por encima de su cabeza y se clavó en el cielo iluminado por la luna.

A un tiro de arco de ellos, suspendido delante del dosel de las estrellas, había un hombre volando en el cielo.

* * *

Una docena de pensamientos encontrados chocaron en la mente de Gaviota.

¡Habían sido encontrados! ¡Por Liante!

¡Y el bastardo podía volar! Así que había sido él y no quien vestía la túnica marrón el que había volado sobre Risco Blanco y había hecho llover sobre la aldea aquella plaga de debilidad.

Y Liante estaba buscando a Gaviota y Mangas Verdes, y muy probablemente no para socorrer a sus ovejitas perdidas.

—¡Agáchate! —siseó Gaviota.

El leñador empujó a su hermana hasta dejarla acostada en el suelo y después se inclinó sobre ella. Pero probablemente ya era demasiado tarde. Entre el susurro del oleaje y el zumbido de la brisa marina, y la emoción de todos sus fantásticos descubrimientos, los dos habían estado hablando en un tono de voz normal. Cualquier persona que estuviera cerca podía haberles oído, especialmente si flotaba en el aire. Gaviota lo sabía por haber trepado a muchos árboles.

Volvió a mirar, pero el hechicero había desaparecido. ¿Eso era bueno o malo? En cualquier caso, tenían que irse de allí.

Un grito bárbaro surgido de una veintena de gargantas hizo vibrar la noche. Gaviota ya lo había oído antes, muy lejos. La maleza tembló, crujió y se abrió. Un guerrero con la piel pintada de azul, una visión de cabellera blanca y grandes colmillos armada con una espada de hoja curva y un escudo de cuero, cargó sobre ellos. Gaviota empujó a Mangas Verdes, le ordenó que huyera y alzó su espada..., sabiendo muy bien que no era ningún espadachín. Pero incluso si el bárbaro le mataba... Pero había una veintena o más. El leñador los había oído gritar... ¿Con cuántos podía enfrentarse antes de que muriese? ¿Uno? ¿Quién protegería a Mangas Verdes después?

Otro bárbaro azul irrumpió en el claro, y después un tercero y un cuarto, hombres y mujeres. Gaviota no sabía en qué dirección señalar. Los invasores desprendían un olor extrañamente dulzón: su color azul debía de ser obtenido mediante el jugo de bayas. Todavía jadeaban a causa de su grito, y sus labios dejaban escapar gruñidos llenos de ansias de combatir.

Gaviota se preparó para matar o ser matado. Pero Mangas Verdes...

Una sombra que recordaba la de un águila pasó velozmente por encima de su cabeza, y Gaviota desfalleció. Se sintió tan débil que no podía mantenerse en pie. Las rodillas se le doblaron, y el brazo con que empuñaba la espada bajó lentamente.

Cayó sobre su hermana, que también se había desplomado. Un hombre pintado de azul se derrumbó también, y sus colmillos golpearon una roca con un horrible crujido. Otro le siguió. Pero más bárbaros estaban entrando en el claro.

Golpearon a Gaviota con el plano de sus espadas como si estuvieran separando la paja del grano durante la cosecha. Una hoja martilleó su brazo, su muslo, su hombro, su cabeza... Las luces temblaron, se desvanecieron y volvieron a hacerse nítidas y brillantes. Alguien gritó fuera del círculo. Los golpes cesaron y los bárbaros lanzaron gruñidos guturales. Media docena inmovilizó los brazos de Gaviota, y una mujer alzó su garrote y preparó cuidadosamente el golpe.

Los cielos se desplomaron sobre la cabeza de Gaviota, aturdiéndole. Las estrellas giraron locamente por toda la rosa de los vientos. Y se extinguieron con un último parpadeo.

* * *

Unas voces le despertaron: Liante, Kem, Felda...

Durante un momento se imaginó que había despertado debajo del carro de los suministros, como siempre, mientras los demás hablaban alrededor de la hoguera de la mañana y esperaban a que Felda sirviera el desayuno. De repente Gaviota sintió una inmensa y sorprendente punzada de nostalgia por aquellos tiempos sencillos.

Pero no podía moverse, y cuando lo intentó sintió dolores por todas partes. Sólo podía abrir un ojo, pues el otro estaba cerrado por la hinchazón. Gaviota reprimió un gemido y abrió su ojo sano.

Todavía era noche cerrada. Sus brazos estaban inmóviles por encima de su cabeza, hinchados y muertos por la falta de circulación, atados a una rueda de carro. Los cuatro carros formaban un círculo, y el leñador estaba atado al carro de los suministros.

A la luz de la hoguera del campamento, la escena era casi normal. Knoton el secretario estaba sentado en el pescante de su carro, pareciendo un poco nervioso e incómodo. Las bailarinas asomaban la cabeza desde varios carros. Lirio estaba allí, con aspecto fatigado y preocupado, y Gaviota se preguntó si ella también le había traicionado y le había llevado deliberadamente hasta una trampa en aquella calle. Pero la robusta Junco no se apartaba de su espalda, y cuando Lirio abrió la boca para hablar le tiró violentamente de la cabeza agarrándosela por el pelo. La gorda Felda estaba sentada encima de una caja a un lado, inmóvil junto a la vieja astróloga. Stiggur asomaba del carro de los suministros por encima de la cabeza de Gaviota, y ponía cara de estar a punto de llorar. El enfermero y la cantora no eran visibles por parte alguna. Kem con sus cicatrices y su única oreja, Morven el marinero y Liante, el hechicero de las muchas franjas de colores, estaban inmóviles junto a la hoguera sosteniendo jarras de cerveza en las manos.

Mangas Verdes estaba al lado del secretario, sentada en el pescante del carro de Liante con las manos atadas detrás de la espalda y la cabeza latiéndole de dolor.

Gaviota se preguntó dónde se encontraban los cuerpos de Chad y Oles.

El leñador, que ya estaba totalmente despierto, carraspeó para aclararse la garganta irritada. Se lamió los labios y descubrió que estaban tan hinchados que empezó a babear, pero todavía podía hablar.

—¡Liante! —aulló—. ¡Negro perro traidor! ¡Cobarde asqueroso! ¡Sucio hijo de una perra enferma que comes mierda, te revuelcas en el barro y buscas gusanos en la tierra! Bastardo de ojos rasgados...

Gaviota siguió insultándole, decidido a utilizar hasta la última frase malsonante del repertorio de los muleros, y continuó haciéndolo durante largo tiempo hasta que empezó a repetirse y le falló la voz.

Liante no le prestó ninguna atención. El hechicero señaló las colinas que se alzaban a lo largo de la costa al norte del pueblo. Después se volvió hacia Kem y, sin alzar la voz, le fue dando órdenes: obtener nuevos suministros, contratar más guardias, reponer las bestias perdidas, encontrar un nuevo jefe de caravana, reanudar la marcha... El hombre de la cicatriz asintió ante su lista mental, y después se rascó distraídamente el vendaje que envolvía su codo.

Gaviota, que ya había recuperado el aliento, volvió a gritar.

—¡Kem, hijo de perra desorejado! ¡Me debes tu vida! ¡Fui a un pantano maloliente y me enfrenté a trolls que planeaban devorarte vivo, maldito desgraciado! ¡Te saqué de allí sobre mi hombro cuando te desmayaste y Chad no pudo más! ¿Te acuerdas de eso, perro miserable? ¿O eres todavía menos que un asqueroso chucho callejero lleno de piojos que come basura, pues hasta el más feo de los perros lamedores de culos conoce la gratitud?

Kem no mostró ninguna preocupación, pero rodeó la hoguera. Se plantó delante de Gaviota, derramó cerveza sobre el rostro del leñador y después empezó a asestarle potentes bofetones que le cruzaban la cara del derecho y del revés. El guardia se detuvo únicamente porque le dolía el codo.

Liante asintió.

—Está empezando a resultar un poco molesto. Tenemos a su hermana, así que ya no le necesitamos. Enterradlo entre la maleza antes de que salga el sol. Cavad bien hondo para que los perros no lo desentierren.

Gaviota sintió deseos de aullar de rabia. La despreocupada indiferencia con que Liante se comportaba ante su muerte, como si fuese un cerdo al que había que sacrificar, era la mayor maldad que había visto en toda su vida. Kem y Chad podían ser un par de matones, pero comparados con aquella víbora que practicaba la hechicería eran hombres honestos.

Y entonces Kem mostró una emoción por primera vez. Gaviota vio cómo se le arrugaba la frente, y pensó con cansado abatimiento que el mercenario tal vez sintiera gratitud después de todo. «Quizá me dé una muerte rápida...»

Algo tiró de la muñeca de Gaviota. Su mano cayó flojamente encima de su regazo.

—¡Eh, tú! —gruñó Kem—. ¡Quieto!

El guardia extendió los brazos por encima de Gaviota mientras la otra mano del leñador caía con la misma flacidez encima de su regazo. Los aguijonazos de dolor que recorrieron sus dedos hicieron que Gaviota lanzase un siseo de dolor.

Kem sacó a rastras a Stiggur, agarrándolo de la muñeca y rugiendo de ira. El muchacho se había deslizado por debajo del carro y había liberado a Gaviota con un cuchillo de cocina. Stiggur chilló cuando Kem empezó a golpearle.

Gaviota, que no podía usar las manos, alzó un zueco y pateó a Kem en el tobillo. El guardia cayó hacia adelante y su rostro se incrustó en el borde de hierro de la rueda.

Las cosas ocurrieron muy deprisa.

Morven tiró su jarra al suelo y agarró a Liante por el rígido cuello de su túnica, alzándole en vilo hasta dejarle de puntillas y lanzándole contra su carro. Knoton, el secretario de las manos delicadas y suaves, golpeó al marinero con las riendas. Lirio usó sus largas y rojas uñas sobre los ojos de Junco, cegándola, y saltó del carro y corrió hacia Mangas Verdes. Pero la vieja astróloga alargó un flaco pie y le puso la zancadilla, y la bailarina se estrelló contra el suelo.

Gaviota rodó sobre sí mismo y se puso en pie. Había descubierto quién era amigo y quién era enemigo, y no se había llevado ninguna sorpresa. Un grito le hizo volverse sobre sus talones. Era Stiggur.

El muchacho movió los dos brazos en un veloz giro, arrojando algo al leñador: su látigo de mulero y su hacha. Las manos de Gaviota seguían siendo incapaces de agarrar nada, por lo que permitió que las dos armas chocaran con su pecho, rebotaran en él y cayeran al suelo. Después se arrodilló y maldijo mientras intentaba cogerlas, manoteando tan torpemente como un niño. Gaviota acabó logrando deslizar el látigo debajo de su cinturón y sujetó el hacha contra su cadera.

Se volvió en busca de Liante. Morven estaba intentando mantenerle inmovilizado mientras Knoton le golpeaba el rostro con las riendas.

Mangas Verdes, que seguía encima del pescante al lado del secretario, estaba a salvo por el momento. Gaviota, los dedos cosquilleándole y escociéndole, saltó y mordió las riendas, y después sacudió violentamente el cuello para arrancarlas de las manos de Knoton. Empezó a darse masaje en los dedos, sintió que iban respondiendo lentamente...

Alguien le golpeó desde un lado y Gaviota se estrelló contra el carro. Era Kem, con la espuma de la ira cubriéndole los labios. El guardia dejó caer un antebrazo sobre la garganta de Gaviota para mantenerle inmovilizado. Gaviota intentó patearle, pero no consiguió que sus pies llegaran hasta el cuerpo de Kem. No se atrevía a mover sus manos entumecidas por miedo a dejar caer su hacha.

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