—Menos que un perro, ¿verdad? —graznó el leñador, lanzando sus palabras enronquecidas al rostro surcado por aquella larga cicatriz.
—Un perro obedece a su amo —replicó Kem.
Después alzó un puño y golpeó el abdomen de Gaviota por tres veces con gran fuerza.
Pero el leñador estaba demasiado enfurecido para poder notar más dolor. Tensó la espalda y esperó a que el guardia volviera a lanzar su puño contra él, y entonces bajó la cabeza y se lanzó a la carga.
La coronilla de la cabeza de Gaviota se incrustó en la boca de Kem, haciendo que los dos soltaran un ladrido de dolor, pues Gaviota había sido dejado sin conocimiento hacía un rato. La aturdida pareja de adversarios se debatió, frenéticamente agarrada y se tambaleó hacia el fuego.
El campamento se había convertido en un caos de gritos y confusión. Gaviota empujó a Kem, haciendo que tropezara con la hoguera. Las chispas relucieron y dispersaron luz. Lirio estaba luchando con la vieja astróloga, que era tan fuerte como flaca y correosa. Felda daba palmadas con sus gordas manos, no muy segura de qué debía hacer. Stiggur se agarró al tobillo de Kem sin ser visto y consiguió que volviera a tropezar. Morven agarró el cuello de Liante con las dos manos y le golpeó la cabeza contra un lado del carro. Mangas Verdes había desaparecido, caída de espaldas debajo del carro. Gaviota vio unos pies calzados con zapatillas y manos de uñas rojas que la alzaban. Quiso lanzar el carro por los aires y enviarlo volando hasta la luna para rescatar a su hermana, y sintió que tenía las fuerzas necesarias para ello. Flexionó las manos y descubrió que podía sostener su hacha.
La clave estaba en coger a Liante. No le mataría enseguida..., todavía no. Pero le rompería los brazos y las piernas con el mango del hacha, y después le iría arrancando lentamente la verdad...
Morven se desplomó súbitamente hacia atrás, totalmente inconsciente. Liante, que se apoyaba en el lado del carro, aún tenía las dos manos levantadas como si siguiera empujando.
Hechizos. Magia. Había que detenerle.
Gaviota se lanzó sobre el hombre de las franjas multicolores, pero de repente sus pies estuvieron flotando por encima del suelo..., o eso fue lo que sintió.
¿Qué era...?
Como si se hubiera convertido en un fantasma, Gaviota vio que sus piernas brillaban con una parpadeante claridad azulada, como la de las primeras estrellas que anunciaban la mañana. Sus brazos también resplandecían con esa misma claridad. El leñador podía ver los vivos colores del carro de Liante a través de su muñeca.
Un sinfín de guiños luminosos invadieron su campo visual y se fueron volviendo cada vez más brillantes, como si hubiera estrellas estallando delante de sus ojos.
Después todo se volvió negro.
Y después la negrura fue sustituida por una abrasadora claridad blanca.
El oleaje se agitaba alrededor de los tobillos de Gaviota y le golpeaba las rodillas. Durante un segundo pensó que había sido lanzado por encima del pueblo y que había ido a parar al océano.
Pero el cielo era de color blanco, y el sol se encontraba justo encima de su cabeza. Unos segundos antes había sido medianoche, y de repente era mediodía.
Gaviota estaba en algún lugar muy, muy lejano.
Delante de él se extendía una orilla tan verde y llena de vegetación que casi hería los ojos. De la arena blanca brotaban plantas altas de aspecto suculento adornadas con flores que recordaban el arco iris. Pájaros de largas colas que tenían todos los colores imaginables graznaban posados en árboles de hojas plumosas de cuyas ramas colgaban extraños frutos. Más allá se alzaba un cono grisáceo de unos treinta metros de altura.
Algo centelleó al lado de Gaviota, perdió su equilibrio y cayó al agua, resoplando y chapoteando. Gaviota se cambió de mano el hacha, se metió en el ir y venir de las olas y sacó a Stiggur del océano. Otro chapoteo reveló a Morven, con el rostro vuelto hacia abajo, inmóvil y ahogándose. Gaviota volvió a cambiarse de mano el hacha y remolcó al marinero hasta la playa.
—¿Dónde es-estamos? —jadeó el muchacho.
Su delgadez y el estar chorreando agua hacían que pareciese una rata almizclera.
El leñador se arrodilló, colocó a Morven encima de su rodilla y lo hizo saltar sobre ella. El marinero vomitó agua de mar, agitó las manos como si fuera un cangrejo y acabó pidiendo ser dejado en paz con un gruñido. Gaviota le soltó.
Stiggur se quitó la túnica para quedarse desnudo. La estrujó y después volvió a ponérsela.
—¿Dónde estamos, Gaviota?
—Calla. Estamos a salvo. —El leñador escrutó el horizonte, vacío salvo por las curvas de las olas y los puntos de las islas, y dejó escapar un suspiro—. Liante también está a salvo. Supongo que estamos todo lo lejos que pudo enviarnos.
Después aulló con un agónico e interminable grito de dolor arrancado de lo más profundo de sus entrañas y golpeó la arena con su hacha tan fuerte que la dejó enterrada hasta la mitad del mango. Gritando, chillando y maldiciendo, Gaviota golpeó la playa con los puños hasta que los tuvo ensangrentados y en carne viva.
—¡Todo ha sido culpa mía! ¡Yo he tenido la culpa! ¡Tan imbécil, tan confiado! ¡Yo... tengo... la culpa... de todo... esto!
Una mano le rozó el hombro y el leñador se quedó inmóvil.
La frente de Morven estaba sangrando, su rostro todavía estaba blanco debido a haber vomitado y sus manos temblaban. Pero sus ojos ya habían recobrado la firmeza tranquila de siempre.
—No ha sido culpa tuya, muchacho. El hechicero te engañó. Mienten, estafan y roban... Es su naturaleza, igual que las víboras muerden a los bebés.
La ira que se había adueñado de Gaviota volvió a arder en sus entrañas. Se levantó de un salto y golpeó el pecho de Morven con los dos puños, haciéndole tambalearse.
—Y entonces ¿por qué trabajabas para él, bastardo sabelotodo? ¿Por qué no me dijiste que era un cerdo asqueroso del que no te podías fiar?
El marinero respondió en un tono tranquilo e impasible. En el pasado se había enfrentado a amenazas mucho peores que un hombre enloquecido por la furia.
—Empecé a trabajar para él poco antes que tú. Liante parecía distinto... Parecía honrado. Tendría que haber comprendido que mi mente estaba afectada por un hechizo... Así que si quieres culpar a alguien por todo este lío, cúlpame a mí y no a ti.
Gaviota estaba jadeando, exhausto y con los puños balanceándose flácidamente junto a sus costados. Aquellas palabras calmadas y afables extinguieron su ira tan deprisa como el agua apaga el fuego.
—Pero... ¿Qué podemos hacer?
Morven alzó la mirada hacia el cielo y después se volvió para escuchar la llamada de un ave marina, un trino que recordaba el gorgoteo del agua saliendo de una jarra. El marinero se limitó a suspirar.
—¡Mirad! —exclamó Stiggur, señalando con una mano.
Aproximándose por la playa con un tambaleante CLUMP CLUMP CLUMP chirridogruñidogolpechasquido CLUMP CLUMP venía la bestia mecánica, avanzando sobre tres patas intactas y una pata averiada.
Un grito surgido de una abertura en el follaje hizo que se volvieran en esa dirección.
—¡Oh, no! —gritó Helki, la centauro, que estaba desnuda y tenía un aspecto sucio y descuidado—. ¿Vosotros también? ¡No, no!
* * *
Y, sorpresa y prodigio, todos estaban allí.
Helki les guió por entre aquellas robustas plantas verdes y a lo largo de una suave pendiente hasta llegar a un claro en el que había un hoyo para encender fuego y chozas de distintos tamaños.
Los centauros estaban desnudos salvo por sus brazales, y Helki atraía la mirada de una forma irresistible y un poco molesta con sus pequeños y firmes pechos y sus pezones morenos del tamaño del pulgar. Sus crines y sus colas estaban sucias y enredadas.
Liko, con sus ojos rasgados y sus dos cabezas calvas, todavía llevaba aquel atuendo improvisado mediante velas de barco. Gaviota vio que su brazo cortado se había curado hasta convertirse en un limpio muñón blanco, pero no se había regenerado. Así que Liante también había mentido en eso...
Sentados encima de un tronco había tres hombres bronceados de barba negra y aspecto curtido. Los tres observaron las cicatrices y morados de Gaviota con curiosidad profesional, pero se mantuvieron en silencio. Gaviota reconoció sus faldellines rojos de la batalla de Risco Blanco: eran los mercenarios de la cota de malla escamosa que habían sido invocados por la hechicera de la túnica marrón y amarilla. Estaba claro que aquel trío había quedado abandonado allí, al igual que los centauros, y Liante los había enviado hasta aquel lugar. Aquellos hombres de apariencia dura y temible podían haber amenazado a la familia de Gaviota, y haber intentado violar a Primavera. Pero el leñador no podía resolver esas cuentas pendientes en aquel instante.
Entre los presentes también había un hombre alto envuelto en cota de malla que mantenía una espada y un escudo al alcance de su mano. Gaviota supuso que debía de ser un paladín de las tierras del norte: sólo uno de aquellos hombres llevaría su coraza con un calor semejante.
El leñador miró a su alrededor mientras Helki iba dando el nombre de todos.
—¿Y todos aquellos que han tenido algún contacto con Liante están atrapados aquí?
Las cuatro pezuñas de Helki bailotearon sobre el suelo. Las lágrimas se deslizaron por su rostro, como lo estaban haciendo por el de Holleb.
—No, no todos. Algunos peones debe devolverlos a sus tierras natales. Este lugar, esta isla, es un lugar vacío..., un vertedero.
La centauro siguió explicándose entre lágrimas y sollozos.
—Todos contamos la misma historia. Somos invocados para luchar por Dacian, la que viste de marrón y amarillo, y quedamos abandonados en el caos y luego Liante se ofrece a enviarnos a casa. Pero no sabe dónde está nuestro hogar, así que nos envía aquí para utilizarnos cuando nos necesite. Nunca podemos escapar —añadió con abatida consternación.
Gaviota asintió. Eso explicaba lo que había querido decir Helki con su «¡Somos cautivos!» aquella negra noche en el bosque incendiado. Sintiéndose repentinamente agotado, se dejó caer sobre la arena y se puso el hacha encima de las rodillas. El agua de mar ya había manchado de óxido la hoja.
—Mentir ha de ser la mayor habilidad de un hechicero. Tendría que haberlo adivinado... ¿Cómo era posible que un hechicero supiese dónde estaba vuestro hogar? Incluso afirmó conocer el origen de la bestia mecánica, una cosa sin cerebro.
Bardo, el robusto paladín, asintió.
—Todos tenemos una parrte de culpa. Oímos fabulosas historrias sobrre hechicerros hasta que crreemos que pueden hacerrlo todo, igual que dioses. La consecuencia es que crreemos en sus mentirras.
Su acento hería los oídos como el graznido de un cuervo.
—¿Cómo conocía Liante la Montaña del Dedo Roto si nunca estuvo allí? —gruñó Holleb.
Un soldado de negra barba que se estaba quedando calvo llamado Tomás agitó las manos mientras hablaba.
—Pienso que uno de los poderes de los hechiceros es el de leer tus pensamientos. Te hacen preguntas acerca de tu tierra natal, y una imagen acude a tu cabeza. Los hechiceros ven esa imagen y fingen conocerla. Y además también te embrujan... Lo he visto suceder.
—Es cierto —murmuró Gaviota, y se frotó su dolorida cabeza—. Lo he sentido... Mientras hablan, la mentira parece creíble. —Otros asintieron, y Gaviota se sintió un poco menos estúpido y crédulo—. Ni siquiera llegué a protestar una sola vez cuando me llamaba «peón», una herramienta que utilizar y descartar.
Helki estaba llorando, por lo que fue Holleb quien habló con su áspera voz.
—Hay más atrapados aquí. Trasgos que vuelan en globo están aquí, pero nosotros somos desterrados al otro lado de la isla, así que roban y mienten igual. Hay algunos orcos aquí. Hay grandes seres-hormiga en la cima de la montaña.
—Todos hemos sido desterrados para siempre —dijo Helki.
Stiggur se echó a llorar.
* * *
Gaviota se levantó.
—No, no lo estamos.
Todos alzaron la mirada hacia él. Stiggur se restregó los ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué quieres decir?
—Que no hemos sido desterrados para siempre. —Pero Gaviota se sintió desfallecer. La falta de sueño, la fatiga de la batalla, el agotamiento mental, la preocupación por su hermana... Todo conspiraba para aplastar su voluntad y minar sus energías. El leñador intentó olvidarse de todo aquello—. ¡Pensad un poco! Venimos de todos los rincones de los Dominios. Tiene que haber una manera de salir de esta... jaula. ¿Quién sabe algo?
Nadie habló. Stiggur se secó la cara con dedos llenos de arena.
Morven el marinero rozó la áspera corteza de una palmera con la mano, suspirando ante el ímpetu de la juventud mientras lo hacía.
—Creo que he navegado por estas aguas —dijo—. Estamos muy al sur, allí donde las islas están muy separadas las unas de las otras. La mayoría son demasiado pequeñas para tener agua fresca, y somos afortunados al contar con ella. Pero no podemos construir una embarcación con estos arbolitos ridículos: no son más que pulpa y tiras de fibra. Eso quiere decir que no podemos salir de aquí por el mar.
—Y tampoco podemos construir esos globos de los trasgos —dijo Gaviota con amargura—, así que la única manera de escapar es mediante la magia. Y la magia es algo que sólo poseen los hechiceros.
El líder de los soldados rojos, el calvo y barbudo Tomás, movió las manos como si dibujase en el aire.
—El campo de batalla es nuestra mejor posibilidad. Debemos atacar en cuanto seamos invocados, pues tal es la naturaleza del yugo mágico que pesa sobre nosotros. Pero si derrotamos a nuestro enemigo inmediato, normalmente somos libres de actuar siguiendo nuestra voluntad. Ése es el momento para huir.
—Pero no estáis en casa —gruñó Holleb—. Estáis con el hechicero en otro lugar de los Dominios.
Unos robustos hombros redondos se alzaron. Los brazos y el cuello del soldado estaban cubiertos por el encaje de cicatrices resultado de toda una vida de guerra.
—Cierto, pero estaremos en algún lugar civilizado. Podemos ir caminando hasta el mar y obtener pasaje con rumbo a nuestra tierra natal.
—Si podemos encontrarla —protestó uno de sus hombres—. Si alguien sabe dónde se encuentra.
—¿Lo ha sabido alguien alguna vez? —preguntó Gaviota.
Tomás meneó su reluciente cabeza.