—Hacer que algo viva contento y satisfecho ya es suficiente para un hombre solo, sea lo que sea el algo en cuestión..., y eso incluye a las esposas. Yo debería saberlo. He tenido trece.
Gaviota sonrió.
—¿Por eso estás tan tierra adentro?
Morven enseguida le devolvió la sonrisa.
—Digamos que procuro mantenerme lo más alejado posible de los puertos de mar, y dejémoslo en eso. Ven, vamos a darle las malas noticias al viejo Trasero Apretado...
Los dos hombres fueron hacia la caravana.
—¿Trasero Apretado?
—El secretario de Liante, el tacaño, el hombre que te cuenta hasta las cortezas del queso... Es el que nos paga, cuando se acuerda de hacerlo.
—Procuraremos que se acuerde, ¿verdad?
—Oh, desde luego que sí. Pero el dar dinero es algo que nunca llegará a gustarle, de la misma manera que Kem nunca te besará por haberle rajado la oreja. —Morven soltó otra risita—. ¡Por la Lanza de las Eras, te juro que daría un mes entero de paga para poder verlo otra vez! ¡Eh, Trasero Apretado! ¡Mueve tu gordo culo y baja!
* * *
Incluso Liante salió de su carro para examinar las misteriosas huellas. El hechicero acabó decidiendo que lo único que podían hacer era seguir avanzando en dirección noroeste, y tratar de encontrar una ruta paralela si es que ello era posible.
Y cuando la caravana volvió a ponerse en marcha, Gaviota supo de repente cuál era la meta de su viaje.
El noroeste...
Iban al lugar en el que una estrella fugaz se había precipitado desde lo alto de los cielos hacía una luna, chocando con el suelo y haciendo temblar la tierra e incendiando el bosque.
Era un portento lleno de muy malos augurios..., y había demostrado serlo para Risco Blanco.
¿Qué significaría para Gaviota y Mangas Verdes cuando llegaran allí?
* * *
Gaviota yacía sobre un costado y contemplaba la hoguera que iba agonizando poco a poco. Estaba agotado, pero no podía dormir.
En cuanto la medianoche del día más ocupado de toda su vida hubo quedado atrás, el leñador se metió debajo del carro de los suministros y se acostó. Había dejado a Mangas Verdes dentro del carro con Felda, la cocinera, pero él había optado por dormir fuera, donde podría vigilar a las recuas y levantarse sin perder ni un instante en el caso de que los lobos o los osos decidieran venir a husmear. Gaviota se había preparado para esa eventualidad colocando su arco, su aljaba y su hacha de doble filo encima de los ejes del carro. Después se había derrumbado encima de su petate.
Y había empezado a pensar en dónde estaba.
Se encontraba a muchos kilómetros de su valle, mucho más lejos de lo que jamás hubiera llegado a estar de él. Cada giro de aquellas ruedas hacía que él y Mangas Verdes estuvieran un poco más lejos del valle. Gaviota nunca había sentido nostalgia de su hogar, porque nunca había estado lejos de él.
De repente el leñador se preguntó si realmente habría sido tan terrible que él y Mangas Verdes muriesen con los demás. ¿Estaría toda su familia reunida entonces, junta en algún lugar mejor?
Un siseo.
—¡Gaviota!
Los ruidos que rompieron el silencio detrás de él hicieron que Gaviota se sobresaltara, y el leñador giró rápidamente sobre sí mismo y alargó la mano hacia su hacha.
Una vaharada de perfume surgió de la nada y una esbelta mano se posó encima de su boca, y un instante después unos dedos ágiles y esbeltos apartaron su manta y Lirio se deslizó dentro de ella. La luz de las ascuas agonizantes teñía de rojo su blanco rostro cubierto de polvos, y sus pies estaban fríos y su cuerpo caliente. La joven soltó una risita y después puso sus labios pintados sobre los de Gaviota, y le besó ávidamente.
—¡Podemos estar juntos si no hacemos ruido! —susurró—. No es necesario que me pagues. Nadie lo sabrá. ¡Haré todo lo que desees!
La sangre retumbaba dentro del cráneo de Gaviota como un martillo sobre un yunque. Lirio se pegó un poco más a él, le mordisqueó los labios y buscó a tientas con las manos por debajo de su faldellín.
—¡Espera!
Gaviota la agarró por las muñecas, aturdido por la sorpresa y con la mente todavía perdida en Risco Blanco, muy lejos de allí.
Lirio pensó que estaba bromeando, y se agachó y le mordió un pezón. Estaba obteniendo una reacción procedente de debajo de su faldellín, pero Gaviota le apartó las manos.
Los rojos labios de la joven se fruncieron en un mohín.
—¿Qué pasa? ¿Acaso preferirías alguna otra cosa? Conozco todas las formas de...
—Calla..., encanto. —Gaviota había estado a punto de decir «niña». Lirio había visto mundos enteros que él ignoraba, y sin embargo era tan joven y tan ingenuamente entusiasta que Gaviota se sentía como si fuese su hermano mayor—. No quiero...
La confusión de Lirio se estaba convirtiendo en ira.
—¡Los hombres nunca saben lo que quieren! ¡Por eso vienen a nosotras! Puedo...
—¡Por todos los cielos! ¿Quieres escucharme de una maldita vez? —Un caos de pensamientos contradictorios se agitaba en la mente del leñador. Una parte de su ser sabía muy bien lo que quería, pero Gaviota siguió hablando sin hacerle caso—. No es nada que tenga que ver contigo, Lirio. Eres muy bonita, y muy dulce y cariñosa. No, soy yo. Todavía...
Lirio aguardó en silencio. Estaba acostumbrada a hacerlo.
—Todavía estoy de luto —logró balbucear Gaviota por fin—. Hacer el amor contigo sería... demasiada felicidad demasiado pronto. Deshonraría el recuerdo de mi aldea, y de mi familia. ¿Lo entiendes?
Lirio se echó hacia atrás, estudió el rostro de Gaviota durante unos momentos y acabó meneando la cabeza en un lento vaivén que hizo ondular su cabellera recogida con cintas.
—Yo no... Lo que has dicho... Ningún hombre me ha dado jamás esa excusa. Demasiado cansado, o demasiada bebida. Pero nunca...
Estaba perpleja, y Gaviota se sintió invadido por una repentina oleada de comprensión y simpatía. La joven le había ofrecido afecto de la única manera en que sabía hacerlo, y él la había rechazado.
Pero un instante después un refrán que su madre solía citar con mucha frecuencia acudió a la mente de Gaviota: «Un simple abrazo contiene mucho más amor que cuanto se pueda hacer en una cama.»
Y pensar en su hogar perdido sólo sirvió para hacer que se sintiera todavía más lleno de tristeza.
Gaviota rodeó a la joven con sus brazos y acunó su cabeza sobre su pecho. El aroma de su perfume brotaba de los oscuros cabellos de Lirio.
—Por favor, Lirio... Deja que te abrace durante un rato, ¿de acuerdo? Es lo único que te pido...
Lirio le devolvió el abrazo con una suave y cautelosa delicadeza. Ella también estaba sola y echaba de menos su hogar, y el compartir esas circunstancias con Gaviota hizo que por fin pudiera entenderle.
—Eres un hombre extraño, Gaviota, pero eres bueno y... ¡Ay!
Lirio soltó un chillido ahogado, y después gritó. Acababa de ser arrancada de los brazos de Gaviota, y un instante después fue sacada de debajo del carro por una mano implacable que tiraba de sus cabellos.
—¿Qué...? ¡Quítate de en medio, gata de callejón! —rechinó una voz—. ¡He venido a matar a tu amiguito!
Era Kem, el guardia de las cicatrices, en un cauteloso ataque por sorpresa.
Debía de haber intentado agarrar a Gaviota por los cabellos, sin saber que Lirio estaba junto a él.
«Es un pequeño error que va a salirle muy caro», pensó Gaviota.
Lirio, que había sido arrastrada hasta quedar con medio cuerpo fuera del carro, seguía gritando. Gaviota extendió el brazo junto a ella, agarró la peluda muñeca de Kem, se sujetó a una rueda con su mano libre...
... y tiró con todas sus fuerzas.
Una maldición y un golpe sordo le indicaron que el rostro de Kem había chocado con el lado del carro. El guardia soltó a Lirio. La joven, toda una veterana de las peleas entre borrachos, desapareció debajo del eje trasero.
Kem, todavía maldiciendo y atrapado por una muñeca, se agachó y lanzó un golpe con la mano libre. Gaviota pensó que probablemente empuñaba un cuchillo. El leñador movió la muñeca en un brusco giro, y Kem soltó un juramento cuando su golpe falló el blanco y no consiguió herir el brazo de Gaviota.
El leñador se impulsó con las piernas, salió de debajo del carro y rodó hacia la hoguera. Sólo llevaba puesto su faldellín de cuero. La luz del fuego destelló sobre su cuerpo sudoroso y cubierto de cicatrices. Gaviota miró a su alrededor buscando algún arma no letal: había ramas para la hoguera, tierra, cacharros de hierro y suministros colgados del carro. Tenía armamento de sobras.
Kem rodeó el extremo del carro y deslizó cautelosamente los pies sobre el suelo, adoptando una postura de combate con aquella larga daga reluciendo en su puño.
—¡Es el momento de la despedida definitiva, pájaro de mierda!
Gaviota curvó los dedos.
—Antes tendrás que acercarte para poder herirme, oreja cortada. ¿Qué pasa, es que tienes miedo?
El guardia atacó con un gruñido gutural. Gaviota saltó a un lado, cogió una bolsa de grano colgada de un gancho en el carro y la hizo girar en un gran arco dirigido contra la cabeza de su enemigo. Kem esquivó la pesada bolsa, pero perdió la oportunidad de usar su hoja. Gaviota lanzó la bolsa hacia el rostro del hombre, saltó sobre él e incrustó su puño en la muñeca del matón, dejándola entumecida y sin fuerzas. La daga se clavó en el suelo.
Pero Kem sabía luchar, mientras que Gaviota sólo contaba con su fuerza bruta. Kem dejó que el arma siguiera donde había caído y lanzó un manotazo dirigido a la ingle de Gaviota. El leñador movió las caderas en un veloz giro y retrocedió para aplastar la mano contra el carro. Estaba demasiado cerca, y Gaviota alzó su antebrazo derecho y golpeó a Kem debajo del mentón. Los dos contrincantes se agarraron ferozmente, respirando el sudor del otro y arrancando pelos del cuerpo de su enemigo.
Kem atacó como una serpiente, y mordió dos dedos de Gaviota como si fuese un perro de presa.
Gaviota siseó y dirigió los dos dedos de su mano izquierda hacia los ojos de Kem. El guardia se apresuró a escupir la otra mano de Gaviota para evitar quedar cegado. Después golpeó a Gaviota en el pecho, el estómago y la garganta. Gaviota detuvo aquel ataque asestando un potente bofetón sobre la hinchada oreja de Kem. El guardia dejó escapar un gorgoteo de dolor.
Después Kem bajó la cabeza y la hundió en el estómago de Gaviota mientras empujaba con los dos pies. Gaviota acabó con la espalda pegada a una rueda. Había sido atrapado mediante su propio truco, utilizando el carro como si fuese una pared. Kem lanzó un puñetazo contra las pelotas de Gaviota, y el leñador intentó replicar con un rodillazo, pero estaban demasiado pegados el uno al otro para que ninguno de los dos golpes pudiera hacer mucho daño.
Un instante después un lazo pasó por encima de la cabeza de Gaviota y se tensó sobre su tráquea.
* * *
Gaviota sintió que se quedaba sin respiración y se llevó las manos a la garganta. Manoteó desesperadamente intentando quitarse el lazo y se arañó la garganta, pero la cuerda ya se había hundido profundamente en la carne. El pánico se adueñó de él y Gaviota se debatió, pataleó e incrustó el trasero en la rueda del carro para liberarse, pero estaba firmemente sujeto.
Su cada vez más aturdido cerebro le gritó que el matón tenía un compañero.
Gaviota había dejado de oponer resistencia, y eso hizo que Kem también supiera que tenía un compañero. El hombre de las cicatrices decidió explotar al máximo la ventaja, y alzó un puño y lo descargó sobre el estómago de Gaviota. El impacto hizo que Gaviota se bamboleara de un lado a otro y sacudió su garganta, pero no había forma de que el aire atrapado pudiera escapar. El leñador intentó apartar a Kem de una patada, pero estaba tan pegado a su enemigo que no pudo levantar la pierna o el pie.
La luz de la hoguera se estaba debilitando, como si alguien hubiese empezado a extinguirla.
«Es mi vista», pensó Gaviota. Estaba empezando a sumirse en la inconsciencia..., para siempre.
Soltó su dolorida garganta y movió el codo hacia atrás, despellejándoselo al chocar con la madera llena de asperezas y consiguiendo rozar el brazo del asesino. Oyó una risotada. Su siguiente codazo fue todavía más débil. Kem le golpeó el mentón y le puso negro un ojo, pero el dolor que sentía en la garganta y los pulmones era tan intenso que Gaviota apenas si se enteró.
«Todos mis problemas terminarán dentro de un momento —pensó—. ¿Quién cuidará de Mangas Verdes?»
Entonces oyó un golpe ahogado por encima del rugir que retumbaba dentro de sus oídos y, como si estuviera emergiendo de un lago muy profundo, descubrió que podía volver a respirar. La cuerda se había aflojado de repente.
Gaviota arrancó el lazo estrangulador de su cuello. Tosió, jadeó y sufrió un acceso de náuseas. Kem adivinó lo que había ocurrido, y saltó hacia atrás para alejarse de Gaviota.
Pero no se movió lo suficientemente deprisa.
Gaviota, que aún estaba jadeando, bajó la cabeza y se lanzó a la carga.
Su cráneo chocó con la mandíbula de Kem, y Gaviota oyó un clack altamente satisfactorio. Volvió a embestir al guardia y lo agarró por los hombros, sujetando a Kem por los resistentes agujeros abiertos en el cuero. Gaviota, gruñendo a causa del esfuerzo, hizo girar al hombre sobre sus talones.
Kem tropezó y se desplomó sobre la hoguera. Los cacharros de cocina habían sido apartados a un lado, por lo que sólo había un agujero rodeado de piedras y lleno de ascuas agonizantes. La hoguera estaba a punto de morir, pero todavía se encontraba muy caliente. Kem intentó detener su caída y metió las manos entre las cenizas y los carbones al rojo vivo. El guardia aulló.
Gaviota se levantó de un salto e incrustó las dos rodillas en la espalda del hombre, bajando las manos con todas sus fuerzas para sostenerse las rodillas. Después Gaviota dejó caer los puños sobre la nuca del huesudo cráneo de Kem: una vez, dos veces, tres...
Pero cuando los levantó por cuarta vez descubrió que le pesaban demasiado. La negra noche se volvió todavía más negra, y el leñador cayó de espaldas, totalmente exhausto.
* * *
Un pie calzado con una sandalia le estaba empujando las costillas. Gaviota abrió un ojo hinchado. Un rostro lleno de arrugas coronado por una cabellera canosa le sonrió. Era Morven, el marinero.