El brillo de la Luna (46 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

Su cabello había desaparecido por completo y tenía la cabeza afeitada.

Clavó sus ojos en los míos. Su rostro no tenía marca alguna y se veía tan bello como siempre, pero yo apenas me fijé. La miré a los ojos, vi en ellos el inmenso sufrimiento que había padecido y noté cómo su suplicio le había otorgado fortaleza. El sueño de los Kikuta nunca más volvería a afectarla.

Todavía sin pronunciar palabra, Kaede se giró y se quitó el paño de los hombros. La nuca, antaño pálida y exquisita, estaba plagada de marcas de tonos rojo y púrpura allí donde el cabello le había abrasado la piel.

Coloqué mi mano mutilada sobre su nuca, cubriendo sus cicatrices con las mías.

Permanecimos así durante un buen rato. Escuché el reclamo de una garza que cruzaba el cielo, el interminable arrullo del agua y los rápidos latidos del corazón de Kaede. Nos encontrábamos al abrigo del saledizo de roca y no me di cuenta de que había empezado a nevar.

Cuando me di la vuelta, el paisaje se estaba cubriendo de blanco con el manto de las primeras nieves.

En las orillas del río, los potrillos resollaban, sorprendidos ante la nevada, la primera que conocían. Para cuando la nieve se derritiera y llegase la primavera, su pelaje sería gris, como el de
Raku.

Elevé una plegaria para que la primavera también trajera la curación a nuestros cuerpos lisiados, a nuestro matrimonio y a nuestra tierra. También recé para que aquella primavera fuera testigo del regreso a los Tres Países del
houou,
el pájaro sagrado de la leyenda.

EPÍLOGO

Los Tres Países han disfrutado de casi quince años de paz y prosperidad. El comercio con el continente y con los bárbaros nos ha aportado una riqueza considerable. Inuyama, Yamagata y Hagi cuentan con castillos y palacios únicos en las Ocho Islas. La corte de los Otori, según dicen, rivaliza en esplendor con la del mismísimo emperador.

Siempre existen amenazas —poderosos individuos como Arai Zenko dentro de nuestras fronteras; señores de la guerra más allá de los Tres Países; los bárbaros, a quienes les gustaría llevarse una porción mayor de nuestra riqueza; incluso el emperador y su corte, que temen nuestra competencia—, pero hasta ahora, que cuento con treinta y dos años de vida y llevo catorce gobernando, hemos conseguido frenar a nuestros adversarios por medio de la fuerza y la diplomacia.

Los Kikuta, dirigidos por Akio, no han abandonado su campaña contra mí y mi cuerpo aún lleva las señales de sus intentos por matarme. Nuestra lucha contra ellos continúa; nunca lograremos erradicarlos por completo, pero los espías que mantengo a las órdenes de Kenji y de Taku los mantienen bajo control.

Taku y Zenko están casados y tienen hijos. Concerté el matrimonio de Zenko con mi cuñada Hana, en un intento más bien fallido de acercarle a mí por medio de una alianza. La muerte de su padre sigue siendo un asunto pendiente entre nosotros y sé que, si pudiera, me derrocaría.

Hiroshi vivió con mi familia hasta los veinte años y después regresó a Maruyama, donde se encarga del cuidado del dominio en nombre de mi hija mayor, quien en el futuro lo heredará de su madre.

Kaede y yo tenemos tres hijas: la mayor tiene trece años, y sus hermanas, once. Nuestra primera hija guarda un gran parecido con su madre y no da muestra alguna de las dotes extraordinarias de la Tribu. Las gemelas, idénticas como dos gotas de agua, no sólo han heredado los poderes extraordinarios de la organización, sino que incluso tienen la línea K¡kuta en las palmas de la mano. Son muchos los que las temen, y con razón.

Kenji localizó a mi hijo hace una década, cuando el muchacho contaba con cinco años de edad. Desde entonces le hemos mantenido bajo vigilancia, pero no permitiré que nadie le haga daño. He meditado muchas veces sobre la profecía y he llegado a la conclusión de que es imposible luchar contra el destino, y por si las palabras de la anciana no llegaran a cumplirse —pues las profecías, al igual que las plegarias, se consuman de formas inesperadas—, cuanto menos haga al respecto, mejor. Al recordar cómo le otorgué a Shigeru, mi padre adoptivo, la muerte rápida y honorable propia de un guerrero, limpiando así el insulto y la humillación a los que había sido sometido por Ilida Sadamu, a veces me viene a la mente el pensamiento de que mi hijo me traerá consuelo, que yo podría desear morir a sus manos.

Pero mi muerte será otra leyenda de los Otori, una leyenda que yo no podré narrar.

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