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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

El caballero errante (13 page)

Cuando Dunk se detuvo a dar el pésame, profusamente aderezado con palabras de gratitud, el principie Valarr lo miró con ojos muy azules y dijo parpadeando:

—Mi padre sólo tenía treinta y nueve años. Estaba destinado a ser un gran rey, el mayor desde Aegon el Dragón. ¿Cómo es posible que a él se lo llevaran los dioses y os dejaran a vos? —Recalcó el
vos
y sacudió la cabeza—. Marchaos, Ser Duncan. Marchaos.

Dunk, que se había quedado mudo, se alejo cojeando del castillo en dirección al remanso del río. No habría sabido qué responder a Valarr. Los médicos y el vino hirviendo habían sido eficaces, y la herida se le curaba de manera limpia, no sin dejar una gruesa cicatriz entre su brazo izquierdo y su pezón. No había ocasión en que se viera la herida sin pensar en Baelor. Me salvó una vez con la espada, pensó, y otra con la palabra, a pesar de que en ese momento ya fuera hombre muerto. Un mundo donde moría un gran príncipe por la vida de un caballero errante era un mundo sin sentido.

Sentado al pie del olmo, Dunk, taciturno, se miraba el pie.

Horas después, viendo acercarse a su lugar de acampada a cuatro soldados con la librea real, tuvo la certeza de que venían a matarlo. Como estaba demasiado débil para coger una espada, aguardó con la espalda apoyada en el olmo.

—Nuestro príncipe solicita el favor de unas palabras en privado.

—¿Qué príncipe? —preguntó Dunk con cautela.

—Éste —dijo una voz ruda antes de que pudiera contestar el capitán.

Maekar Targaryen salió de detrás del olmo. Dunk se levantó con lentitud, pensando: ¿qué querrá de mí ahora?

Respondiendo a unas señas de Maekar, los soldados protagonizaron una desaparición tan repentina como lo había sido su llegada. El príncipe miró a Dunk con gran detenimiento, hasta dar media vuelta, alejarse hacia el río y contemplar su reflejo en el agua.

—He mandado a Aerion a Lys —anunció bruscamente—. Quizá unos cuantos años en las Ciudades Libres lo cambien a mejor.

Dunk no supo que decir, porque nunca había estado en las Ciudades Libres. Ni su alegría por que Aerion ya no se encontrara en los Siete Reinos ni su esperanza de que no regresara jamás eran cosas adecuadas para decírselas a un padre. Prefirió guardar silencio.

El príncipe Maekar se volvió a mirarlo.

—Habrá algunos que digan que quise matar a mi hermano. Los dioses saben que es mentira, pero oiré murmuraciones hasta el día de mi muerte. Además estoy seguro de que el golpe mortal lo asestó mi maza. Sólo luchó contra tres hombres más: los tres caballeros de la guardia real, cuyos votos les prohíben otra cosa que no sea defenderse. Por lo tanto fui yo. Es extraño, pero no recuerdo el golpe que le partió el cráneo. ¿Es una suerte o una maldición? Yo creo que un poco de ambas cosas.

A juzgar por su mirada, el príncipe quería una respuesta.

—No sabría decirlo, excelencia. —Quizá Dunk hubiera debido odiar a Maekar, pero lo que sentía por él era una extraña compasión—. El mazazo lo asestasteis vos, pero el príncipe Baelor murió por mí. Por lo tanto, soy tan responsable de su muerte como vos.

—Sí —convino el príncipe—. También los oiréis murmurar. El rey es anciano. Cuando muera subirá Valarr al Trono de Hierro en sustitución de su padre. Cada vez que se pierda una batalla o una cosecha dirán los tontos: «Baelor no lo habría permitido, pero le falló el caballero errante.»

Dunk supo que era cierto.

—Si yo no hubiera luchado me habríais cortado la mano y el pie. A veces me siento debajo de este árbol, me miro los pies y me pregunto si no podría haber renunciado a uno. ¿Qué valor tiene uno de mis pies en comparación con la vida de un príncipe? Y no hablemos de los otros dos, los Humfreys, que también eran buenos caballeros.

Aquella misma noche Ser Humfrey había sucumbido a sus heridas.

—¿Y qué respuesta os da vuestro árbol?

—Ninguna, al menos que oiga yo, pero el viejo, Ser Arlan, decía cada anochecer: «A saber que nos deparará el día de mañana.» No llegó a saberlo, ni lo sabemos nosotros. Pues bien, ¿y si algún día necesito ese pie? ¿Y si llega el día en que lo necesite el reino, en que lo necesite aún más que la vida de un príncipe?

Apretando la boca tras la barba plateada que daba una apariencia tan cuadrada a su rostro, Maekar se tomó su tiempo en digerir las palabras de Dunk.

—Lo dudo mucho —dijo con mal tono—. El reino anda sobrado de caballeros errantes, tantos como caminos, y todos tienen pies.

—Si su excelencia tiene una respuesta mejor, me gustaría oírla.

Maekar frunció el entrecejo.

—Es posible que los dioses tengan afición por las bromas crueles. O que no haya dioses. Quizá lo ocurrido carezca de sentido. Se lo preguntaría al Gran Capellán, pero la última vez que le pedí consejo me dijo que las sendas de los dioses se escapan a la comprensión de los humanos. Quizá le conviniera dormir al pie de un árbol. —Hizo una mueca—. Parece que mi hijo menor os ha tornado cariño. Es hora de que se haga escudero, pero se niega a servir a otro caballero que no seáis vos. Ya os habréis dado cuenta de que es un chiquillo revoltoso. ¿Lo aceptáis a vuestro cargo?

—¿Yo? —Dunk abrió la boca, la cerró y volvió a abrirla—. Egg… Digo, Aegon… es buen chico, pero excelencia… sé que es un honor, pero… soy un simple caballero errante.

—Puede remediarse —dijo Maekar—. Aegon regresará a mi castillo de Summerhall. Si lo deseáis hay sitio para vos. Seréis adscrito a mi casa. Me jurareis lealtad, y Aegon podrá serviros como escudero. Mientras vos lo entrenáis mi maestro de armas acabará de formaros. —El príncipe miró a Dunk con picardía—. No dudo que el tal Ser Arlan se desviviera por vos, pero os queda mucho que aprender.

—Lo sé, excelencia. —Dunk miró alrededor: la hierba verde, los juncos, el olmo frondoso, las ondas bailando en la superficie del remanso… Sobrevolaba el agua otra libélula, a menos que fuera la misma. ¿Qué eliges, Dunk?, se preguntó. ¿Libélulas o dragones? Pocos días atrás habría contestado sin vacilaciones. Era su gran sueño, pero ahora que lo tenía a mano le asustaba—. Justo antes de la muerte del príncipe Baelor le juré fidelidad.

—Fue una impertinencia —dijo Maekar—. ¿Qué contestó?

—Que el reino necesitaba buenos caballeros.

—Muy cierto. ¿Qué queréis decir?

—Acepto a vuestro hijo como escudero, excelencia, pero no en Summerhall, al menos durante uno o dos años. Considero que ya ha visto suficientes castillos. Sólo lo acepto si se me permite llevármelo por los caminos —Señaló al viejo Castaño—. Montará a mi penco, llevará mi capa vieja, me mantendrá afilada la espada y limpia la cota. Dormiremos en posadas y establos, unas veces en las tierras de un señor y otras, si es necesario, debajo de los árboles.

La mirada del príncipe Maekar expreso incredulidad.

—¿Acaso el juicio os ha reblandecido el cerebro? Aegon es príncipe del reino, y los príncipes no están hechos para dormir en zanjas ni comer carne dura de buey en salmuera. —Vio vacilar a Dunk—. ¿Qué tenéis miedo de decirme? Hablad a vuestro antojo.

—Adivino que Daeron nunca ha dormido en ninguna zanja —dijo Dunk con mucha calma—, y lo más probable es que Aerion sólo se haya alimentado de filetes de buey gruesos y poco hechos.

Maekar Targaryen, príncipe de Summerhall, contempló largo rato a Dunk de Lecho de pulgas, moviendo la mandíbula en silencio bajo la barba de plata. Después dio media vuelta y se alejó sin hablar. Dunk oyó que se marchaba con sus hombres. El único ruido posterior a su partida fue el leve zumbido de las alas de la libélula al rozar el agua.

A la mañana siguiente, justo a la salida del sol, llego el niño. Llevaba botas viejas, pantalones marrones, una túnica de lana del mismo color y una capa gastada de viajero.

—Dice mi padre que debo serviros.

—Que debo serviros, Ser —le recordó Dunk—. Empieza por ensillar a los caballos.

Castaño es para ti, así que trátalo bien. Y que no te encuentre a lomos de Trueno a menos que te lo haya ordenado yo.

Egg fue en busca de las sillas de montar.

—¿Adónde vamos, señor?

Dunk reflexionó.

—Nunca he pasado las Montanas Rojas. ¿Te apetece echar un vistazo a Dorne?

Egg contestó con una sonrisa socarrona.

—Dicen que hay buenos marionetistas.

FIN

GEORGE R. R. MARTIN, nació en 1948 en Bayonne (Nueva Jersey), y en la actualidad reside en Santa Fe (Nuevo México). Hijo de un estibador de familia humilde, su anhelo por conocer los destinos exóticos de los navíos que veía zarpar de Nueva York fue uno de los motivos que lo impulsaron a escribir fantasía y ciencia ficción.

Licenciado en Periodismo en 1970, en 1977 publicó su primera novela,
Muerte de la luz
, obra cumbre de la ciencia ficción mundial, aclamada por crítica y público. Desde 1979 se dedica completamente a la escritura, y de su pluma han surgido títulos como
Una canción para Lya
o
El Sueño del Fevre
, donde su prosa sugerente y poética aborda temas tan poco usuales en el género como la amistad, la lealtad, el amor o la traición, desde una perspectiva despojada de manierismos, pero cargada de sensibilidad. Como antologista cabe destacar su trabajo a cargo de
Wild Cards
, antología de mundos compartidos con temática de superhéroes de gran prestigio.

A partir 1986 colabora escribiendo guiones y como asistente para series de televisión como
The Twilight Zone
o
Beauty and the Beast
, así como en la producción de diversas series y telefilmes. En 1996 inicia la publicación de serie la de fantasía épica
Canción de hielo y fuego
, récord de ventas en Estados Unidos y auténtico revulsivo del género fantástico.

Notas

[1]
En inglés, libélula es
Dragonfly
, literalmente, Dragón-mosca. (N. del t.)
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[2]
Huevo
, en inglés (N. del t.)
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